viernes, junio 27, 2008

El genio del cristianismo

  • Bellezas de la religión cristiana
  • Autor: Chateaubriand
  • Trad.: Manuel M. Flamant
  • Editorial: Ciudadela Libros
  • Colección: Ensayo
  • Precio: 29,50 €
  • Páginas: 624

lunes, junio 23, 2008

Armytimes.com

Who needs sit-ups? By Nate Morrison - Special to the Times
You can't dead lift 600 pounds if your abs aren't strong, but you will never see a 600-pound dead-lifter doing crunches and sit-ups. Both exercises have a long history in our military, but dead-lifters know something most in the military do not: Isolation exercises are the wrong way to develop abdominal muscles. Abdominal strength is the result of proper training in movement patterns. The abs, as the supporting cast, will develop alongside the rest of the muscles.
Isolation exercise leads to a collection of body parts, not the integrated fighting unit we need to succeed on the battlefield. There are two excellent drills to get started on this quest — standing weighted arm raises and the "hot potato."
  • Standing weighted arm raises
    Standing weighted arm raises challenge the abs from a static standing position. Select one or two light dumbbells (5 to 15 pounds.) and stand with your feet shoulder-width apart. Brace your stomach as if for a punch. At the same time, squeeze your glutes and tuck your pelvis under and forward — this is essential.
    Squeeze the handles hard and hold your body very tight. Exhale tightly, making a hissing sound as you lift the weights with locked arms out in front of you to shoulder level or straight above your head. This movement must be done slowly and under control with maximum tension. Lower the weights to the starting position with the same breathing and control. You will feel the burn immediately.
    Now raise the weights with locked arms to the side to shoulder level or above the head with the same breathing and tension. Lower in the same manner. Perform three to five sets of three to five reps each. Relax and breathe between sets for about one minute. For a more advanced version, lift the weights above your head to the front and lower them to the side. Then reverse the movement.

  • The hot potato
    The hot potato places a more dynamic load on the muscles.
    Hold a medicine ball or a kettlebell hand weight (picture a cannonball with a handle) in one hand in the "rack" position — the weight at your shoulder, your arm tight to your side. Stand with your feet shoulder-width apart and maintain the same ab and glute tension as above.
    In a slow, controlled motion, transfer the weight to the other hand and repeat. You should feel your abs fire to accept the weight.
    Next, gently toss the weight from hand to hand, starting with your hands close together and moving slowly farther apart — no more than 12 inches. Add weight to increase the difficulty if desired.
    This drill can be done for many reps. The general guideline is to rest when your form begins to deteriorate. Three to five sets is a good goal.
    Nate Morrison is an Air Force pararescueman staff sergeant. He is a military fitness expert and founder of the online magazine www.milfitmag.com.

sábado, junio 21, 2008

Dios y sus vecinos gitanos

EL MUNDO. ÓSCAR FORNET. MADRID.-
Wimbledon, la capital mundial de la raqueta, archiva algunos de los instantes legendarios de este deporte. Muchas cosas han cambiado desde 1968, desde que la Federación Internacional de Tenis (ITF) y los Grand Slam abrieron sus puertas a la 'era profesional'. Las nuevas tecnologías y, sobre todo, la televisión en color propiciaron los cambios más significativos en el estilo de juego y el formato de la competición. Con las retransmisiones en directo aparecieron el 'tie break' y las bolas amarillas. Con los nuevos materiales, más ligeros, se vieron golpes hasta entonces nunca vistos. Servicios supersónicos, nuevos efectos, ángulos que Rod Laver ni siquiera imaginó. [ESPECIAL WIMBLEDON '08]
Wimbledon siempre ha sido el 'grande' más reacio a una evolución que casi siempre llega del otro lado del Atlántico, pero poco a poco ha cedido a casi todas las iniciativas modernas. La última, igualar la dotación económica entre hombres y mujeres, se aplica desde 2007. Incluso la pista central, considerada una pieza de museo, no puede evitar renovarse. Será más grande en a partir de 2009 y contará con un techo retráctil para que la lluvia no interrumpa el programa. De nuevo manda la televisión. La única norma que no se discute es la referente a la indumentaria. Un año más, el tenis se jugará de blanco.
Aún habría que aguardar dos años para ver de nuevo a los mejores profesionales como Laver o Ken Rosewall, pero lo de Manolo Santana en 1966 no fue un paseo. Sufrió para derrotar a uno de los grandes tenistas del momento, el californiano Denis Ralston [ver el vídeo], uno de los 'Handsome Eight' que en 1967 firmaron un contrato con el visionario Lamar Hunt para crear el World Championship Tennis (WCT) de Dallas, el germen del primer circuito, un torneo que sobrevivió durante 23 años siguiendo un modelo similar al de la actual Copa Masters y capaz de ofrecer 50.000 dólares para el campeón. Wimbledon no superaba entonces los 10.000 dólares. Ralston, junto con su compatriota Butch Buchholz, el yugoslavo Nikola Pilic, el francés Pierre Barthes, el sudafricano Cliff Drysdale, el británico Roger Taylor y los australianos John Newcombe y Tony Roche se adentraron en una aventura sin retorno para unirse a Rod Laver, Ken Rosewall o Roy Emerson o Fred Stolle, asociados en la National Tennis League (NTL) y vetados por los Grand Slam durante cinco largos años.
El viejo sueño de Jack Kramer, quien en 1950 no contaba con la televisión como instrumento de financiación y mucho menos de presión contra la ITF, se ponía en práctica y, al fin, Roland Garros vivía su mayo del 68 particular y presentaba un cartel estelar semanas después de la disputa de la disputa del primer torneo profesional, que tuvo lugar en el West Hants Club de Bournemouth y en el que Rosewall se impuso a Laver sobre pista dura.
El pulso se mantuvo hasta 1973, cuando Wimbledon sufrió el primer y único boicot masivo de los tenistas, quienes respaldados por la recién creada Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), decidieron apoyar a Pilic por un contencioso con la federación de su país tras su renuncia a la Copa Davis. Pero, tal había sido el éxito económico y social en Roland Garros en 1968 que a Wimbledon no le quedó otra que pasar por el aro ese mismo curso y readmitir a las estrellas marginadas. Frente a frente en una nueva final, Laver derrotó esta vez a Rosewall -cuatro finales perdidas en Wimbledon- y recuperó su corona londinense para repetir ante Newcombe en 1969 [ver el vídeo], año en que triunfó en los cuatro 'majors' por segunda vez en su carrera.
Antes, Wimbledon solicitó entrevistarse con Hunt. Había que examinar de cerca a aquel magnate del petróleo texano fundador también de la National Football League y la National Soccer League, entre otras 'locuras' deportivas. Su aspecto y sus formas casi europeas, al contrario de lo que esperaban encontrarse los estirados oficiales del All England Club, no le evitaron un trato hostil. A fin de cuentas, a los ojos británicos Hunt era un usurpador. Pero apropiarse de su deporte no era el objetivo de este personaje cargado de dólares, ni siquiera planteaba destruir las tradiciones, simplemente apostaba por modernizar el juego y repartir un nuevo y gigante pastel del que todos podrían sacar beneficio. Y para ello, era necesario presentar el tenis a un nuevo público, convertirlo en un fenómeno de masas. Y así fue.
La democratización de la raqueta alumbró a las primeras 'popstars', nació el 'mito Borg', un adolescente de cabello dorado y mirada de hielo, el primer tenista capaz de alzar cinco trofeos consecutivos en Wimbledon, un registro sin precedentes en el torneo desde 1889. De aquellas cinco ediciones para el recuerdo, dos instantes permanecen en la memoria colectiva: la semifinal de 1977 ante Vitas Gerulaitis, otro 'playboy' con pantalón corto [ver el vídeo], y el 'tie break' más disputado de la historia ante John McEnroe en la final de 1980 [ver el vídeo: parte 1 parte 2 parte 3]. Aquel día, Borg comprendió que había encontrado a un sucesor. El neoyorquino se impuso en cuatro sets en la final de 1981 [ver el vídeo], sustituyó al 'dios vikingo' en el corazón de los aficionados por su estilo diametralmente opuesto y cerró la serie de 41 victorias consecutivas del escandinavo, un récord al alcance de Roger Federer si retiene el trofeo en 2008.
El suizo, defensor del título desde 2003, tuvo el privilegio, dos años antes, de poner fin a la racha de cuatro victorias del gran Pete Sampras en un partido memorable resuelto en cinco mangas [ver el vídeo].
Desde su primera victoria hasta la derrota frente al actual número uno del mundo, el genio de Washington triunfó en siete de las ocho ediciones. Sólo Krajicek (1996) partió en dos su reinado [ver el vídeo]. Entre la época de dorada de BigMac, y su inolvidable 'You cannot be serious', [ver el vídeo] hasta el inicio de la 'dictadura Sampras', Wimbledon vibró con un alemán espigado y pelirrojo, capaz de conquistar la hierba inglesa en su segunda participación. Boris Becker sigue siendo, con 17 años y 227 días, el campeón más joven de Wimbledon tras su triunfo en 1985 frente a Kevin Curren [ver el vídeo].
'Boom, boom Becker', otro fenómeno que, a medias con el australiano Pat Cash, acabó con los sueños 'en verde' de Ivan Lendl [ver el vídeo]. A Becker, fuerza bruta al servicio, elasticidad en la red, le bajó de la nube la caricia mortal de Stefan Edberg [ver el vídeo]. Suecia encontró en este genio delicado al sucesor de Borg sobre la hierba como antes a Mats Wilander sobre la tierra batida.
Pero, para revivir la mejor final de Wimbledon de todos los tiempos hay que avanzar de nuevo hasta 2001. Tras tumbar a Sampras, Federer no pudo con Tim Henman, el último gran héroe local, cuatro veces semifinalista pero incapaz de suceder a Fred Perry como último campeón británico. Aquel año, el 'gentleman' de Oxford también cayó en la penúltima ronda. No pudo con un hombre que, como él, vivía por y para Wimbledon. Nadie interpretó tan bien el drama como Goran Ivanisevic. En su cuarta final, tras perder la de 1992 ante Andre Agassi [ver el vídeo de Agassi contra Becker en 1992] y las de 1994 y 1998 ante Sampras, la providencia le entregó el título tras batirse en duelo con otro tenista maravilloso que perdió su segunda y última gran oportunidad. Patrick Rafter, hervíboro por naturaleza, tuvo que conformarse con dos US Open tras caer por 6-3, 3-6, 6-3, 2-6 y 9-7 [ver el vídeo].
A su lado, Goran recuerda entre lágrimas la fragilidad del corazón de su padre, agradece a la gente de Londres, que le quiere, y dedica a Drazen Petrovic, su amigo, "el mejor jugador en la historia del baloncesto europeo", fallecido en accidente de tráfico en 1993. Ivanisevic reveló poco después que durante el partido había firmado un pacto. "Pedí a alguien de allí arriba que me dejara ganar aquel partido aunque luego no pudiera jugar más al tenis". El deseo le fue concedido pero desde entonces, tras 13 años sin lesiones, el hombro no le dejó en paz. Nunca volvió a rendir a su mejor nivel. Ese triunfo llegó, "después de una dura negociación con Dios".
Rafael Nadal negociará en 2008 con Federer, Djokovic y compañía. El balear, tras su triunfo en Queen's, parte para muchos como primer favorito al título, aun por delante del pentacampeón helvético. Sería el tercer triunfo de un tenista nacional tras el ya mencionado de Santana en 1966 y el más reciente de Conchita Martínez ante Martina Navratilova en 1994 [ver el vídeo].

lunes, junio 16, 2008

Melancolia segun el clérigo Burton



Que un clérigo amante de la sabiduría y los libros escriba un tratado de medicina es cosa rara. Que el tratado se convierta en un texto literario fundamental es más que raro, asombroso. Que el libro haya terminado convirtiéndose en un tratamiento de elección para curar, mediante el deleite y la admiración, la “patología” que lo ocupa (la melancolía), es una verdadera maravilla. Finalmente, que hayan sido médicos quienes hayan puesto al alcance de los lectores de habla hispana este libro monumental, la Anatomía de la Melancolía, de Robert Burton, cierra el círculo con un acto de justicia que las editoriales comerciales no habían sabido cumplir.

“¿Por qué un teólogo melancólico que no puede conseguir nada, si no es por medio de la simonía, no tendría derecho a cultivar la medicina?”, se preguntó Burton. Afirmaba que la melancolía es una enfermedad del alma, la cual pertenece tanto al teólogo como al médico: “Un buen teólogo debería ser un buen médico, por lo menos un médico del alma”. En su refugio vitalicio de la Universidad de Oxford disponía no sólo del inmenso caudal bibliográfico de la Biblioteca Bodleiana, sino de miles de volúmenes de su pertenencia, que lo rodeaban en sus habitaciones.
Más aún, tras la publicación de la primera edición de su Anatomía fue designado bibliotecario vitalicio en Christ Church. A esto se añade un detalle de no poca importancia: había leído todos esos libros y muchos más. Anticipándose a Walter Benjamin, quien hacia 1930 abogaría por un libro compuesto exclusivamente de citas de otros autores, Burton lo escribió, pero no pudo con su genio, y entretejió citas, glosas y referencias con su propia prosa, produciendo, no una mera antología de textos, sino un libro inmortal, al que se ha pretendido definir de muchas maneras (todas las cuales resultaron insuficientes): “mina de curiosísima información”, “asombrosa revelación de las ideas filosóficas y psicológicas de su tiempo”, “El Superlibro”, “anomalía gargantuélica”. Es un libro cuya densidad desafía la forma tradicional de la lectura, y cuyo calidoscópico contenido no permite dar cuenta de él mediante resúmenes o reseñas.
“Tiene el título más bello que se haya inventado para un libro. Pero es indigesto.”, dijo Emil Cioran. Acaso este aforista del suicidio se habría curado leyendo la Anatomía como corresponde, en pequeñas dosis, en muchísimas veces, según posología indicada por Jorge Luis Borges. Así lo leía el Dr. Samuel Johnson, quien a menudo se levantaba dos horas más temprano para consagrarlas a su lectura; así lo entendió Charles Lamb, que confesaba haber leído el libro cien veces, sintiendo cada una de ellas que para terminar de leerlo le faltaban otras mil. Desaforadamente expresó su admiración John Keats, cuando dijo: “Daría mi pierna preferida por haber escrito este libro”. Otros que admiraron (y saquearon) la obra de Burton fueron Laurence Sterne (para su Tristram Shandy) y Samuel Beckett. Reflejos de ella iluminan Moby Dick. Anthony Burgess, el autor de La naranja mecánica, la calificó “el más espléndido libro de la historia de la literatura”.
Burton, “el Montaigne inglés”, nació en Leicestershire, bajo el melancólico signo de Saturno, el 8 de febrero de 1577. Fue educado en escuelas donde padeció las vejaciones de rutina (que luego incluiría en su libro entre las posibles causas de melancolía), y a los dieciséis años ingresó en el Brasenose College, donde sólo se hablaba latín. En 1599 fue admitido en Christ Church College, donde recibió una severa educación clásica, y en 1614 concluyó sus estudios de teología. En 1616 fue designado vicario de la Iglesia de Santo Tomás, Oxford; en 1626, cuando ya había publicado la primera edición de su Anatomía, obtuvo un cargo que le importaba mucho más: el de bibliotecario de Oxford. Burton prácticamente no salió de Oxford, donde gozaba de una residencia vitalicia similar a la que obtendría Lewis Carroll, el autor Los Libros de Alicia. En realidad casi no salió de su biblioteca. En su obra dice que no viajó sino sobre libros y mapas. Anatomía de la Melancolía apareció en 1621, y cinco ediciones subsiguientes (1624, 1628, 1632, 1638 y 1641) incorporaron sucesivas revisiones y alteraciones.
“Melancolía” es una palabra polivalente. Desde la antiguedad se distinguió entre la causada por “bilis negra” y la más benigna y “prestigiosa”, que aquejaba con frecuencia a los poetas: según Aulio Gelio la melancolía es la enfermedad del héroe. La casi sinonimia de melancolía y tristeza perduró hasta nuestros días. Victor Hugo dijo que “melancolía es la felicidad de estar triste”, e Italo Calvino que es “tristeza que se ha vuelto luminosa”. También se incorporó la melancolía al concepto de la depresión, la manía y la locura. Burton la llama “el óxido del alma”, englobando en sus análisis los tormentos gemelos del decaimiento espiritual y sus manifestaciones físicas. La melancolía “grave” amenaza al cuerpo con un maligno despliegue de sensaciones, que Burton enumera en prodigioso catálogo. Señala que la melancolía es inherente al hecho de ser criaturas mortales. Inquiere si es enfermedad o síntoma. A quienes la definían como un delirio sin fiebre acompañado por temor y tristeza les señala que no toman en cuenta la imaginación y el cerebro. A los maniáticos del ejercicio físico (que no deja de recomendar) les recuerda que la ociosidad del espíritu es mucho peor que la del cuerpo; que la desocupación mental es una enfermedad; que la imaginación tiene una fuerza muy peculiar entre los melancólicos, y que para que la imaginación no nos aniquile la mente debe estar activa. Observa que no hay ser humano inmune a las tendencias melancólicas, y que la melancolía es inseparable de la idea de la muerte. Asienta el hecho de que la melancolía parece favorecer el mecanismo de la ideación y la meditación profunda, y de que hay hombres a quienes resulta placentera. Pero lo que hace del libro una obra inigualable es lo incidental: la melancolía es el trampolín, pero lo que interesa es la totalidad de la experiencia humana. Burton trata todos los ítems imaginables y muchísimos imaginarios. Los trasgos, la belleza, la geografía de América, la digestión, las pasiones, la bebida, el beso, los celos, la erudición y mil otras “atracciones” surgen a cada paso, aludidas con sabiduría y gracia inigualables. Incidentalmente, también, Burton dice: “Escribo sobre la melancolía para eludir la melancolía”.
Pasó su vida corrigiendo y aumentando la obra. Para dar idea de su vastedad basta decir que la primera edición tenía 900 páginas (unas 350.000 palabras) y la última 1.500 (más de medio millón); 13.333 citas de 1.598 autores se acomodan en los tres volúmenes. (Alguien palió su melancolía recopilando estos datos.) Sólo el prefacio tiene más de cien páginas, y el índice de temas (inexistente en la edición española) es tan copioso y llamativo que co nstituye por sí mismo una antología del detalle cómico y el florilegio erudito que hubiera querido escribir cualquiera de los surrealistas. Contiene gemas como “Calvicie, una desgracia”; “Ateísmo, entre los Papas”, “Bohemia, la licantropía en”, “Cerebro, sus excrementos”, “Cocodrilos, celosos”; “Golondrinas, cucos, dónde están en invierno”; “Músicos, locos”. Sinopsis laberínticas preceden cada una de las tres partes.
A menudo Burton parece burlarse de sí mismo, pero sus proyectiles apuntan a otros blancos: “El estilo improvisado, las tautologías, las imitaciones simiescas, toda la rapsodia esa de andrajos que amontono, después de haberlos recogido en cada basurero, excrementos de los autores, bicocas y tonterías, vertido en desorden, sin arte ni juicio, mal digerido, vano, vulgar, ocioso, aburrido y seco”, dice, refiriéndose al contenido de los volúmenes. En otro punto añade: “No me gustaría que se supiera quien soy”.
Firmó el libro como "Demócrito Junior”, en homenaje al filósofo que se reía de la necedad humana. No obstante, en el texto deja pistas que revelan claramente su identidad. Una de sus mayores astucias la constituye el uso de las citas, en las que son otros los que dicen cosas que un clérigo no debería decir. Deambula a través de mil materias: medicina, astronomía, astrología, filosofía, artes, política, ciencias naturales, sin que el libro sucumba al caos metodológico. Hizo solo todo su trabajo, sin contar siquiera con un amanuense. Anatomía de la melancolía apareció cuando corría el tercer año de la guerra que con el tiempo se llamaría “de los Treinta años”, en la que la crueldad de los ejércitos mercenarios, las pestes y el hambre, devoraron prácticamente a un 30% de la población civil europea.
Burton fue de los primeros en señalar que hay naciones enfermas como hay hombres enfermos, y que las patologías de los gobernantes suelen conducir a las naciones a verdaderas catástrofes. “Nada más peligroso para los hombres comunes que la flatulencia de los monarcas.” “Los reinos, provincias y cuerpos sensibles están sujetos a enfermedad, y hay muchas enfermedades en una república”. “¿No es este un mundo loco?”, pregunta Burton en su larga introducción Demócrito Junior al lector. “¿No están locos los que legan batallas tan brutales como memoriales perpetuos de su locura para todas las épocas?”. “Normalmente, a las sanguijuelas más cerebro de mosquito, a los más ladrones, a los villanos más desesperados, a los bribones traicioneros, a los asesinos inhumanos, a los miserables temerarios, crueles y disolutos, se los llama espíritus valientes y generosos, capitanes heroicos y valerosos, hombres bravos en las armas, soldados valientes y renombrados.”
Tras los prolegómenos da comienzo el Gran Show de la Melancolía. El primer tomo expone, define y distingue el trastorno, y enuncia sus causas. “En vano se hablará de curaciones, o se pensará en remedios, hasta que no se hayan considerado las causas.” Estas son: Dios, los espíritus, los ángeles malos o demonios, las brujas y magos, los astros, la edad avanzada, los padres, la mala dieta, la retención y evacuación, los malos aires, el ejercicio inmoderado, la soledad y la ociosidad, el sueño y la vigilia, las pasiones y turbaciones de la mente, la fuerza de la imaginación, la tristeza, el temor, la vergüenza, la desgracia, la envidia, la malicia, el odio; la emulación, la facción, el deseo de venganza, la ira, el descontento, las preocupaciones y miserias; el apetito concupiscible, los deseos y la ambición, la avaricia y la codicia, el gusto por el juego y los placeres inmoderados, el estudio excesivo (contiene una jugosa digresión sobre la miseria de los estudiosos).
Entre las causas “no necesarias, remotas, externas, adventicias o accidentales”, el primer lugar lo ocupa la nodriza. Siguen la educación, los terrores y pavores, las burlas, las calumnias, pérdida de libertad, servidumbre y prisión, la pobreza y necesidad. Al considerar los síntomas o señales de la melancolía en el cuerpo y en la mente, discierne entre los producidos por la educación, el flujo del tiempo, la influencia de las estrellas y de nuestra propia condición, combinados o no con otras enfermedades. Distintos son los de la “melancolía de la cabeza”, la “melancolía flatulenta hipocondríaca” y la “melancolía de las doncellas, monjas y viudas”, que no olvida. El segundo tomo instruye sobre la curación de la melancolía. Tras agotar el tema de la “Dietética”, con sus “correcciones” y “rectificaciones” (de la dieta, de la retención y la evacuación, del aire, de los ejercicios del cuerpo y de la mente, del despertar y de los sueños terribles), se ocupa Burton de “la medicina que cura con medicamentos” o “Farmacéutica”. “Muchos –señala—ponen objeciones a esta modalidad de medicina y sostienen que es innecesaria y poco provechosa para ésta y para cualquier enfermedad, porque los países que menos la utilizan viven más tiempo y tienen mejor salud”. No obstante, ofrece detallada exposición de diversos preparados, entre ellos “los que purgan la melancolía por arriba”, los que lo hacen “por abajo” y los compuestos, así como de “remedios quirúrgicos”. Este volumen cierra con pintorescas exposiciones sobre la melancolía “hipocondríaca” y la “ventosa o flatulenta”.
La melancolía amorosa es el tema más importante del tercer tomo. Maestro de la narrativa, Burton proporciona como ejemplos la mayoría de las grandes historias de amor, exhibe un enfoque moderno de los problemas psicológicos, y permanentemente hace sonreír al lector. Especulando desde su celibato académico sobre los placeres, ventajas y lacras del matrimonio, nos conduce a fantasías de infinitos besos, lista todas las posibilidades y artificios de la atracción femenina, antes de llegar a la conclusión de que se puede aceptar el matrimonio, sin desestimar la melancólica posibilidad de que uno termine encadenado a “un mero simulacro, un verdadero monstruo, un zopenco imperfecto”. El rosario de anécdotas y opiniones en pro y contra de la institución matrimonial es sencillamente desopilante. Su visión de lo erótico es tanto más atractiva cuando se tiene en cuenta que habiendo sido toda su vida un clérigo, todo es enteramente imaginario. Se explaya sobre la distinción entre el amor y otras pasiones, sobre el amor “heroico”, sobre los “atractivos artificiales del amor”, sobre las mil formas de cautivar y engañar que practican hombres y mujeres, sobre las “causas de la provocación a la lascivia”, sobre “alcahuetes” y “filtros”. “Quien se desploma desde lo alto de una montaña no corre tanto peligro como quien se hunde en el golfo del amor”. Muerte, traición, asesinato “son con frecuencia actos y escenas de esta tragicomedia”. No obstante, tomada a tiempo la melancolía amorosa puede aliviarse y, con diferentes y buenos remedios, corregirse. Son fundamentales el trabajo, la dieta, las medicinas, el ayuno. Cita a Charles de Lorme, quien sostuvo que los enamorados y los locos deben ser tratados con remedios idénticos. La terapéutica es amplísima y el vademécum copioso: hay quien mejora con sólo llevar un anillo de topacio, pero también hay procedimientos más drásticos, como la administración de testículo derecho de lobo, o de polvo de rana decapitada, machacados en agua de rosas. Lo cual conduce a pensar que más vale seguir las instrucciones del capítulo siguiente, que aconseja resistir desde un comienzo, evitar las oportunidades, huir del lugar donde la seducción amenaza, y acudir a “pasiones contrarias y trucos ingeniosos que estimulen una nueva pasión que neutralice la primera”. Pero el último y más eficaz recurso contra la melancolía amorosa –dice—“es dejar que los amantes colmen su deseo”. Esto conduce al tema del matrimonio, que expone con gracia insuperable.
“Puede ser malo o bueno, pues, por un lado, constituye una cruz y una auténtica calamidad, pero por otro lado es un dulce placer, una felicidad incomparable, un estado bienaventurado, un beneficio indescriptible, un absoluto contento. Todo depende de como salga.” Burton murió el 25 de enero de 1640 en Christ Church. Había anticipado la fecha de su deceso con notable precisión mediante un cálculo de su natividad. Un rumor que llegó hasta nuestros días dice que puso fin a su vida voluntariamente, para cumplir su propia predicción y no dejar tras sí un error de cálculo. Dejó, en cambio, un libro que tiene la extraordinaria virtud de quitar a sus lectores la melancolía.
Estamos aquí para agregar lo que podamos a la vida, no para extraer todo lo que podamos de ella. WILLIAM OSLER

Robert BURTON, Anatomía de la melancolía

Tras la recuperación, en 1996, del libro de Jacques Ferrand, Melancolía erótica o enfermedad de amor, la Asociación Española de Neuropsiquiatría prosigue la colección de «Historia» con la célebre Anatomía de la melancolía. La obra maestra de Robert Burton es un trabajo médico-ensayístico de primera línea que se imprimió en 1621 y en cuyo rótulo están las ideas de disección y de clasificación tan características del momento: en diversos títulos de entonces aparecen los giros «anatomía de los ingenios», «anatomía de la pobreza», incluso Anatomía del mundo.
Hace algunos años, un eminente lector como Borges ensalzó sobremanera este escrito impresionante de Robert Burton, alguien que había nacido en 1577, en una propiedad de Lindley, en Inglaterra. Burton recibió una severa educación clásica inicial en un colegio de Oxford, marcada por una lengua y cultura latinas que dominan en este enciclopédico libro; y luego, desde 1599, en el Christ Church College de esa ciudad, institución en donde permanecerá hasta su muerte en 1640, siendo su bibliotecario a partir de 1626. Reconocido bibliófilo y hombre de letras, el «Montaigne inglés» sobresale en el siglo XVII -tan brillante para las ciencias y las letras inglesas- tras la aparición, y la resonancia, de la gigantesca Anatomía de la melancolía a la que ahora puede acudir el lector de lengua española.
Resaltemos que esta publicación es un verdadero acontecimiento editorial, y no sólo en España, sino también en Europa. Difundida en el siglo XVII, aunque eclipsada en la época ilustrada (lo que no obsta para que dos grandes escritores, Laurence Sterne y Samuel Johnson, lo admirasen), la obra se recuperó en el siglo XIX en los países de habla inglesa. Y ha venido siendo reeditada constantemente hasta hoy -se ha seguido aquí la más reciente edición oxoniense, la realizada por T. C. Faulkner, N. K. Kiessling y R. L. Blair (The Anatomy of Melancholy, Oxford, Clarendon, 1989-1994, 3 vols.)-, a la par que se ha producido una bibliografía crítica muy abundante, sobre todo en Gran Bretaña y en los Estados Unidos, donde Burton ha sido, desde el romanticismo, muy reconsiderado, leído, analizado.
Pero la traducción de este imparangonable trabajo «filosófico, médico e histórico», según indicaba el mismo Burton, no se ha llevado a cabo en las más importantes lenguas europeas. Tal ausencia ha estado condicionada por el tamaño de su escrito y tal vez por las mutaciones del gusto y del pensamiento. De hecho, con todo, extrañamente no circula este libro en Francia, ni total ni parcialmente. En Alemania, aparecieron unos fragmentos relativos a la melancolía amorosa en 1952, aunque recientemente, en 1991, se ha difundido un volumen que incluye la introducción burtoniana y sólo una sección de esta primera parte de que hoy disponemos en castellano. En Italia sucede, y es raro, algo similar: se ha publicado una versión de la tercera parte, en 1981 (con el mismo rigor que en alemán), y dos años después se editó la introducción, que corresponde a la ofrecida en el número extraordinario de índices de esta Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (1995, XV, 56, pp. 7-109) como avance editorial.
Ese último libro italiano estaba enriquecido por un hondo estudio de Jean Starobinski, «Demócrito habla. La utopía melancólica de Robert Burton», que ha sido reproducido aquí como prefacio por indicación del gran ensayista y médico ginebrino. Así, gracias a su magnanimidad, la primera edición española dispone de unas sabias palabras como pórtico adecuado a un autor no muy conocido en nuestra cultura: sólo existía hasta hace poco -y accesible únicamente en bibliotecas-, una esforzada pero brevísima y poco indicativa selección argentina de un centenar y medio de páginas de la Anatomía de la melancolía (Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947). Las palabras de Starobinski son, como veremos, la mejor introducción a una densa discusión cultural que gira en torno a la melancolía. Tras la brillante introducción («Un nuevo Demócrito al lector»), Burton, reputado conocedor de toda la trama melancólica, la antigua o la neogalénica, habla explícitamente aquí, de las causas de la tristeza: la naturaleza, los astros, la vejez, la herencia, la dieta, las evacuaciones, el sueño y la vigilia, todas las pasiones y turbaciones de la mente -imaginación, ira, juego, erudición-, la mala educación («los niños se descorazonan e intimidan de tal modo que nunca después tienen valor... ni se complacen con nada»).
Asimismo, en la tercera sección recorre todos los síntomas de la melancolía, en el cuerpo o en la mente, para concluir con una breve valoración de los pronósticos de ese mal que había avanzado de modo notable en su época hasta convertirse casi en una melodía reiterativa. Por supuesto que Burton, además de todo el entramado clásico y medieval de esta discusión inveterada, se hace eco de los tratados específicos más recientes, de Laurens, Bright, o del propio Ferrand (su Melancolía erótica); de las contribuciones médicas (o naturalistas) españolas, como las de Cristóbal de Vega o Luis Mercado (tan reconocidos en la Europa barroca), y extranjeras: Paracelso, Fuchs, Platter, Gesner, Porta, Aldrovandi o muchos otros más.
Pero la presencia paralela de «modernos» como Ficino, Vives, Erasmo, Las Casas, Budé, Cardano, Escalígero, Lipsio (el neoestoico, tan citado por él), Montaigne, Bacon, José de Acosta o Matteo Ricci, se suma a la incesante evocación de todo el pensamiento antiguo, con Hipócrates y Aristóteles al frente y, de modo destacado, con casi toda la literatura latina: Plauto, Cicerón, Virgilio, Livio, Horacio o Séneca, quien significativamente abre el libro burtoniano. Lo cual nos indica además que su recorrido gigantesco por el mundo de la tristeza es, en realidad, una disección de todo el mundo de los hombres, de sus pasiones, miedos, proyectos o extravíos, e, incluso, un recorrido por lejanas geografías: la América entonces inventariada; la China descrita por los jesuitas. Burton, además, se reconoce como un bufón o un actor enmascarado, como alguien «que se presenta insolentemente en este teatro del mundo» y que se dirige sin rodeos al lector -«tú mismo eres el tema de mi discurso»-; o que imagina al detalle, por añadidura, una inquietante utopía, una Terra australis incognita (pp. 107-115), en la que conviene finalmente detenerse.
Pues, como diagnostica Starobinski, el vínculo burtoniano entre melancolía y utopía es, cuando menos, doble: «nos ofrece un aspecto relativo al objeto (el Estado), y un aspecto que implica a la personalidad del utopista». Y añade que su orden utópico «se define como lo contrario de un mundo entregado al desarreglo caótico; restablece el dominio de la razón sobre los elementos que la locura general dejaba al abandono. Pero este dominio exige la omnipresente vigilancia de una supervisión (encomendada a «altos mandos»), y la amenaza de la pena capital para cualquiera que, infringiendo la ley del trabajo, permita que prevalezca el gasto fastuoso sobre la acumulación laboriosa. La violencia, que en el desorden del estado enfermo se malgastaba en los conflictos y los abusos dictados por el interés particular, pasa por completo a manos de la fuerza pública. ¿Reduce la utopía burtoniana la totalidad de la violencia que se desencadena en el mundo enfermo? Parece tener como objetivo eliminar la violencia actual que va unida al desorden, transformándola, por mediación de la ley, en una violencia potencial, cuyo monopolio se confía al Estado». De hecho, entonces, «hay desplazamiento de energía -pero a la vez conservación de esta energía, en la coacción institucional y en la espada alzada de una justicia sin piedad». Así, desde el desorden, el capricho y el hundimiento melancólico, Burton se desliza, ya en las inquietantes páginas prologales de su Anatomía, hacia un territorio en franca evolución como es el del ejercicio del poder, que se halla asociado al de la locura y que, en realidad, se hace eco del que está poniéndose en marcha en la Inglaterra misma que vio Burton, desde 1600 hasta 1640. Una magnífica literatura de todo tipo se había encargado, por esos años, de ponerlo en evidencia de modo más o menos larvado: en España, Italia, Francia o, desde luego, en Inglaterra: de Shakespeare a Bacon.
Según remacha aún Starobinski, el orden utópico viene a manifestarse «menos como el contrario objetivo de un mundo entregado al desorden melancólico, que como su envés subjetivo». Y es ésta una lección para nosotros, hipermodernos y doblemente intranquilos. La lección indirecta de Burton -que Starobinski hace mucho más patente en las citadas páginas, en verdad cruciales- es que nos vemos implicados a nuestro pesar en todo diagnóstico social acerca de la melancolía por nuestro ineludible saturnismo y por vernos obligados a devolver el poderío a la imperiosa necesidad, del mismo modo que Burton, tan lúcido, se veía compelido a entregar a la propia realidad las armas que ella misma se estaba forjando por su cuenta a costa del desgarramiento que él y sus contemporáneos sólo podían, en el fondo, constatar.
Robert Burton's The Anatomy of Melancholy (1621) is arguably the first major text in the history of Western cognitive science: not because Burton is the first to theorize the nature of cognition or engage in cognitive modeling, as is made plainly evident by the many quasi-plagiarisms and numerous references to other thinkers which appear in Burton's text, but because of the thematic underpinnings and encyclopedic nature of Burton's vision. Burton's theories are based upon no contemporaneously new medical evidence about the anatomical workings of the human body or mind. As
Floyd Dell has pointed out, "early 17th-century medicine, at the time Burton wrote, was humbly relying upon the authority of the great Greek and Arabian physicians, Galen, Hippocrates, Avicenna, etc.; there was no new scientific knowledge to serve as the basis of any large and illuminating generalizations upon the subject of morbid psychology." In the absence of such information, Burton focused his gaze upon the widest scope of previous thinkers about cognition available to him. There is hardly a previous thinker or school of thought on humanity which is not referenced in Burton's text, and Burton's own references show that he was familiar with nearly all the medical, astrological, and magical books then extant. Burton assimilated these previous thinkers, often playing them off of each other, and produced a model of human consciousness which, while anatomically and logically flawed in almost every respect, canonized a set of conceptual divisions of the human psyche and body which continue to the present day to determine how we examine consciousness and cognition. As its title suggests, the bulk of Burton's text is devoted to cataloguing the many variants, manifestations, and causes of the mental "disease" Melancholy; but before Burton begins his dissection of the anatomy of melancholy, he first embarks upon a more general discussion of overall cognitive functioning, believing it "not impertinent to make a brief digression of the anatomy of the body and faculties of the soul, for better understanding of that which is to follow." This digression, which appears in Partition I, Section I, Members 1 and 2 of the text, provides a detailed analysis of human cognitive processes and of their physiological (and sometimes neurological, in Burton's own terminology,) basis.The Model: Burton's model of human cognition is a mix of philosophizing about the qualitative nature of consciousness and attempts to identify the physiological mechanisms responsible for carrying out the various cognitive processes of which humans are capable. At the heart of Burton's cognitive model is a conception of the mind and body as a total organism. While he does at times gesture towards an historically familiar mind/body dualism, the primary focus of his anatomy is a discussion of the physiology of thought. (see the Discussion below for a more detailed discussion of Burton's dualism.) As such, he begins his anatomy of the mind with an anatomy of the body. Relying on the systems of Laurentius and Hippocrates, Burton asserts that everything that is contained within the human body is composed of either a Spirit or a Humour. In his definition of Spirits, however, he sets the stage for a type of theorizing about the nature of thought and consciousness in which the Greeks themselves did not engage. According to Burton, "Spirit is a most subtle vapour, which is expressed from the blood [but is not actually blood itself, which is a Humour] and the instrument of the soul, to perform all his actions; a common tie or medium betwixt the body and the soul" (129). This belief is, in itself, not radical; but Burton goes on to explain exactly where in the body Spirits are produced, thereby anchoring the soul in the body in a way which is historically unique. According to Burton there are three types of Spirits--Natural, Vital, and Animal--originating in the liver, heart, and brain respectively. The liver produces the Natural which are carried through the body by veins; the heart converts the Natural spirits into Vital spirits and transports these through the body via the arteries; and the brain converts the Vital spirits into Animal spirits and diffuses them "by the nerves, to the subordinate members, giv[ing] sense and motion to them all." The nerves themselves are "membranes without, and full of marrow within; they proceed from the brain, and carry the animal spirits for sense and motion" (129). Burton goes on to distinguish between two types of nerves: Soft and Hard. Soft nerves, he claims, serve the seven senses, while the harder nerves "serve for the motion of the inner parts proceeding from the marrow in the back" (130). After a not so brief description of the exact functioning of the harder nerves and of all the internal organs which they control, Burton begins to lay out the beginnings of a rudimentary model of human cognition which is based in physiology. According to Burton, "in the upper region serving the animal faculties [the head], the chief organ is the brain, which is a soft, marowish, and white substance, engendered of the purest part of seed and spirits, included by many skins" (134), divided into several parts, each with a unique function. The "fore part hath many concavities distinguished by certain ventricles, which are the receptacles of the spirits, brought hither by the arteries from the heart, and are there refined to a more heavenly nature, to perform the actions of the soul. Of these ventricles there be three -right, left, and middle. The right and left answer to their site, and beget animal spirits; if they be any way hurt, sense and motion ceaseth. These ventricles, moreover, are held to be the seat of the common sense. The middle ventricle is a common concourse and cavity of them both and hath two passages, the one to receive pituita, and the other extends itself to the fourth creek: in this they place imagination and cogitation ...The fourth creek behind the head is common to the cerebel or little brain, and marrow of the backbone, the last, and most solid of all the rest, which receives the animal spirits from the other ventricles, and conveys them to the marrow in the back, and is the place where they say the memory is seated" (135). As for the soul itself, which is 'infused' into the fore part of the brain, Burton claims that "We can understand all things by her, but what she is we cannot apprehend" (135); however, this does not prevent from theorizing both about its nature and about the details of how it performs its work. According to Burton, the soul is divided into three principle faculties: 'vegetal', 'sensitive' and 'rational'. The vegetal soul is "a substancial act of an organical body, by which it is nourished, augmented, and begets another like unto itself' (135). It does not include the conscious impulses to engage in these activities, but rather the subconscious impulses which, for example, tell the stomach to digest. The sensible soul is "an act of an organical body, by which it lives, hath sense, appetite, judgment, breath, and motion" (137). This faculty of the soul is seated in the fore part of the brain and is divided into two distinct functions -'apprehending' and 'moving'. "By the apprehensive power we perceive the species of sensible things, present or absent, and retain them as wax doth a seal. By the moving the body is outwardly carried from place to place [conscious movement, as opposed to the unconscious movement brought on by the vegetal soul]" (137), including all of the appetites which stimulate bodily movement. The apprehensive sensible soul is further divided into two parts -outward and inward. The outward senses include the five senses ("to which you may add Scaliger's sixth sense of titillations"); and the inward senses are common sense, phantasy (or imagination), and memory. "Their objects are not only things present, but they perceive the sensible species of things to come, past, absent, such as were before in the sense" (139). Of the three, "common sense is the judge or moderator of the rest, by whom we discern all differences of objects" (139). Phantasy or Imagination, which is located "in the middle cell of the brain" is "an inner sense which doth more fully examine the species perceived by common sense, of things present or absent, and keeps them longer, recalling them to mind again, or making things new of his own" (139). And memory "lays up all the species which the senses have brought in, and records them as a good register, that they may be forth-coming when they are called for by phantasy and reason." The last remaining faculty of the soul is the Rational. The rational soul is a type of oversoul which contains both of the other faculties of the soul -the vegetal and the sensible- and performs its function via mediation between them (similar to Freud's superego). It is "the first substancial act of a natural , human, organical body, by which a man lives, perceives, and understands, freely doing all things, and with election" (144). The Rational Soul is divided into two chief parts, "differing in office only, not in essence" (144): The Understanding and the Will. The Understanding is the most complex of these two components of the Rational Soul. It is "a power of the soul, by which we perceive, know, remember, and judge, as well singulars as universals, having certain innate notices or beginnings of arts, a reflecting action, by which it judgeth of his own doings, and examines them. It is hardwired with innate knowledge of God, good and evil -"Synteresis, or the purer part of the conscience, is an innate bait, and doth signify a conversation of the knowledge of the law of God and Nature, to know good or evil" (145)- but it contains no innate conceptions of objects upon which to exercise this innate knowledge. "The object first moving the Understanding is some sensible thing" (144). "There is nothing in the understanding which was not first in the sense" (145).Discussion: Burton's model sets the stage for mainstream European thinking about cognition in the following three centuries both conceptually and lexically. Anatomy of Melancholy introduces several key terms which remain dominant in models of cognition through the Victorian era. The most significant of these are: 1) Phantasy or Imagination as that function of the psyche which engages in some way in thinking about thoughts; 2) Reflection, a more abstract and less specific ability to think about thoughts made present to the mind via the senses; 3) the Senses, being those physiological mechanisms responsible for bringing thoughts into the mind; and 4) Understanding, the ability to recognize universalities. The definitions of and functions attributed to these various aspects of human thought vary greatly over time; however, as categories of conceptualizing human cognition these terms remain lexically and conceptually dominant for the following three centuries. In addition, also introduces the concept of Active and Passive functions of the human psyche. This division becomes extremely important by the time we get to John Locke in 1690, who borrows much from Burton's model and terminology. The most striking difference between Burton's model of cognition and the canonical ones which follow him is the nature of the mind/body dualism which is inherent in his model. Burton's model does ultimately rely on the influence and presence of a "soul" which can not be explained by way of an anatomy of the brain. As such, he appears to be stuck in a dualist crisis in which the ultimate source of humanity exists outside of the physical. But is never willing to make this concession, and both the language which he uses in developing his model and discussing the attributes of the soul and the overall tone of the Anatomy, suggest that Burton conceived of his dualist dilemma in a manner which was significantly different than most of his contemporaries or followers. He does say of the soul that "we can understand all things by her, but what she is we cannot apprehend" (135); but it would be a mistake to perceive Burton's acknowledged lack of understanding as anything other than a lack of understanding --i.e., as a sign of a belief that it lies outside of the realm of the physical. Burton seems rather to have believed that the soul was rooted in the material, but that man simply lacked the tools or ability to recognize the actual mechanisms of this rooting. Nowhere in the text does he claim that the soul is non-material; but he is everywhere trying to locate it in the in body. Burton's explanations of exactly how the soul springs from material body are ultimately unconvincing in two important ways (other than his obvious biological and medical inaccuracies.) First, in the face of the detailed descriptions which he provides of other bodily and cognitive function, his sparse descriptions of the soul are rhetorically unconvincing. Second, those references to the anatomy of the soul which are present are conceptually vague and unclear. There are, however, two passages in particular which, if read looking backwards through the filter of 18th and 19th century cognitive theories (a practice which is admittedly tenuous) begin to shed some light on Burton's overall conception of an anatomical soul. In the books opening paragraph, Burton defines man as a "Microcosm ...created in God's own Image." Later while discussing the nature of the highest faculties of the soul, he claims that "synteresis, or the purer part of the conscience, is an innate habit" (145). These two statements, combined with various comments which Burton makes throughout the text about the presence of innate tendencies being genetically programmed into the brain and body, suggest that he conceived of the soul as being hardwired into the brain, so to speak. Like the Romantic conception of the individual as both the center and the circumference simultaneously -the whole in the part- Burton seems to be arguing that man is built, at least with regards to brain function, literally in the image of God. Any traces of a mind/body dualism which appear in the work dissolve in the face of this model. The dualist crisis becomes a crisis of understanding rather than one of existence. While this problem is only rudimentally drawn out in Burton's text, his terms of engagement set the stage for the major treatments of dualism which will follow in the next three centuries -particularly the later British Skeptics.

domingo, junio 08, 2008

Nothing to tell

Tras mis lloros, atenuados por la riña que me propina Pascal Bruckner en La tentación de la inocencia, atendieron parte de mis ruegos editores perspicaces. Reeditaron al gran Jacques Barzun y me lo compré (Del amanecer a la decadencia, gracia Taurus). Reeditan al mejor Richard Tarnas y me lo compré (The passion of the western mind, gracias Atalanta). Publica de nuevo Bruckner y me lo compré (La tirania de la penitencia) así como Paul Johnson (Creadores), pero no me ayudan con sus libros agotados. Charlamos de cosas que otros hablan. Tenemos una vida prestada. Leer y correr (el cine está acabado) constituyen el contenido de semejante penosidad ontológica. 

viernes, junio 06, 2008

Solo con 43

Ayer mandé a tomar por culo a Pedro Costa, mientras me perdía la performance de Jose Tomas. Ya no hay pescado qu vender. Solo queda la estepa. Arida, grotesca, patética. Un espejo en el que reventar.