Prácticamente desconocido en España, el jesuita Leonardo Castellani (1899-1981) es uno de los intelectuales argentinos más interesantes del siglo XX. Educado en la escuela del historiador de la filosofía Émile Bréhier y Doctor Sacro Universal, Leonardo Castellani reflexionó sobre cuestiones filosóficas, teológicas, psicológicas, educativas, literarias y politológicas. Y tomó partido y se expresó con libertad. Por ello, fue desdeñado por unos y vilipendiado por otros. Unos, le conminaron a abandonar la Compañía. Otros, le tildaron de integrista. En medio del fuego cruzado, llegó a ser una suerte de «ermitaño urbano» que reivindicaba los valores de la Cristiandad y denunciaba el astigmatismo moral de una sociedad que no distinguía el bien del mal. Con la muerte, llegó el olvido. Ahora, gracias a la pulcra selección y edición de Juan Manuel de Prada, el ideario de Leonardo Castellani está a nuestro alcance.
Suele decirse que Leonardo Castellani es tomista. Cierto. Pero el suyo es un tomismo heterodoxo que bebe en diversas fuentes y se fecunda con distintas aportaciones. A Tomás de Aquino hay que añadir Francisco Suárez, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Agostino Gemelli o Amato Masnovo. Sin olvidar la Aeternis Patris de León XIII, las veinticuatro tesis tomistas de 1916 de la Sagrada Congregación de Estudios, la influencia de Agustín de Hipona, Immanuel Kant o Sören Kierkegaard. Y mucho de eso hay en la presente selección de textos.
Naciones cristianas. En efecto, en la antología preparada por Juan Manuel de Prada se manifiesta la ley natural de Tomás de Aquino que invita a hacer el bien y evitar el mal; el pensamiento de Francisco Suárez que habla de una familia de naciones cristianas que buscan el bien general; el intento de Jacques Maritain de refundar un humanismo cristiano que ofrezca un modelo civilizatorio; la ontología cristiana de Sören Kierkegaard. A ello hay que añadir la oposición -crítica de las herejías liberal o darwinista, por ejemplo- a cualquier adulteración que niegue el dogma cristiano y la certeza de que la teología es una ciencia rigurosa.
Inspirándose en algunas de estas ideas -que muchos consideran fundamentalistas, inefables, acientíficas y anacrónicas-, el autor brinda una propuesta razonada y razonable para responder a la pregunta que intitula el libro. ¿Acaso se está afirmando que un tomista tiene respuestas para sobrevivir intelectualmente al siglo XXI y afrontar los retos que plantea la era global en que vivimos? Pues sí.
Ley justa. Y bien, ¿cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI? Leonardo Castellani responde: seamos conscientes de que toda ideología puede ser falsificada; desconfiemos de toda revolución por inevitable que parezca; prefiramos la regeneración a la revolución; alejémonos del error rousseauniano que confía en la bondad natural del hombre; reivindiquemos la política como búsqueda del bien común; elijamos a políticos que encarnen valores; denunciemos a los políticos embaucadores, embusteros y vanidosos; busquemos el equilibrio entre los derechos del individuo y las exigencias del Estado; aceptemos el gobierno imperfecto ante la evidencia de que lo perfecto conduce al atropello, la tiranía, la anarquía o la corrupción; fundamentemos la democracia en una ley justa y prudente que sea aprobada por todos; denunciemos los sofismas que se amparan bajo la libertad de prensa; moralicémonos nosotros antes de moralizar a los demás a la fuerza; reconozcamos el derecho de los padres a educar a sus hijos y aceptemos que el Estado no está hecho para ser pedagogo; reprobemos los nacionalismos que idolatran salvajemente e irracionalmente lo propio; no sucumbamos a la splendid isolation nacional.
Este decálogo de quince consejos, que sería aceptado prácticamente sin rechistar caso de proceder del campo socialdemócrata o liberal, es una manantial de sugerencias para orientarse en el presente. Y conviene señalar que el autor, superando la mera lectio, recurre a la disputatio y la probatio con el propósito de evaluar las sugerencias y alcanzar, por decirlo a la manera de Francisco Suárez, la «verdadera sentencia». Por ello, hablábamos antes de propuestas razonadas y razonables. A lo que cabe añadir una socarronería y una sabiduría aderezadas con el uso de la paradoja que, a la manera de Chesterton, busca descubrir la «verdad».
¿El mensaje? Leonardo Castellani -como buen tomista, lejos de la casuística que se atribuye a la Compañía- evidencia la torpeza en la comprensión de las cosas, la credulidad de unos incrédulos que comulgan con las más variadas ruedas de molino, las falacias de quienes proponen «cielos personales». El astigmatismo moral, decíamos. Y frente a ello, para sobrevivir intelectualmente al siglo XXI, el sentido común de un Leonardo Castellani apto para creyentes y agnósticos con la única condición de ser razonables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario