Pondran una calle a este hombre. Un anarquista que glorificaba los tiempos de la violación de monjas, decapitación de clérigos, incendio de cortijos, fusilamiento de niños. Aplaudia con la hoz y el martillo los estertores de un viejo polaco. Conoce bien lo que es una agonia (vió muchas en la republica añorada por mermados como él) y no se creía la de un hombre que combatía sin drogas, sin manifiestos. No se da cuenta Gallardón de que esta calle será la absorción y defecación de su mensaje mercenario al servicio del patricio Polanco. Esa calle es su muerte definitiva. Antonio Guillen Rey murió hace un año el día 21. Nadie pone calles a los heroes del pueblo. Gallardón lo hace sin saberlo. Una forma de aniquilar un legado.
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