En Sin perdon se demonta la leyenda creada en torno a los pistoleros elevados al olimpo de las gacetillas, tebeos y charlas de bar. Según el viejo asesino, ya retirado y conservado en alcohol, no importa la ira, el coraje, la velocidad en el manejo del arma, la finura del gesto asesino. Solo hay que mantener la calma. Coger la vieja y pesada pistola, plena de herrumbre, levantar lenta y firmemente el brazo, sin adornos, apuntar sin pensar que se trata de una persona y apretar el gatillo. En estos dias, de forma privilegiada, asistimos a un nuevo curso de frialdad, control, calma en el devenir cotidiano de una serie de carniceros. En el tribunal, corazón esencial del sistema que sostiene una sociedad civilizada, un imputado contesta con las manos en los bolsillos, haciendo muecas, relajado, cuchicheando. Parece no oler la sangre que discurre bajo sus feas botas. Todo un pistolero.
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