El gran silencio (Die Grosse Stille ) es una de las sorpresas del año. Un documental que este 24 de noviembre se estrenará en las principales ciudades españolas y en el que no se pronuncia una sola palabra. Retrata la vida cotidiana de un monasterio cartujo en pleno siglo XXI y muestra por primera vez el día a día dentro del “Grande Chartreuse” (la Gran Cartuja). Dura 162 minutos y está ambientada en el monasterio cartujo de Grenoble, en los Alpes franceses, donde conviven monjes de la orden de los cartujos, considerada una de las más ascéticas y rigurosas de la religión católica. Dedican sus horas del día a rezar, meditar y realizar diversos trabajos manuales, bajo un voto de silencio. Comen y duermen solos, en una celda individual. La vida en comunidad se distribuye entre las misas y los cantos gregorianos, y se concentra en los domingos, en que comen juntos, pasean y charlan durante unas horas. Así, en el rito diario, trascurre la vida a lo largo de las cuatro estaciones. El Gran Silencio es una película ciertamente inusual. Galardonada en Sundance con el Gran Premio del Jurado, y al Mejor Documental por la Academia de Cine Europeo, entre otros premios, el film es un retrato real de la vida de los monjes, sin diálogos, sin música extradiegética, sin dramatización de ningún tipo, sin entrevistas ni voz en off, ni siquiera con textos explicativos, aunque se intercalan algunos letreros con breves expresiones que podrían explicar la sencillez mística de los religiosos. El alemán Philip Gröning adopta la postura de observador invisible, y se dedica a filmar evitando cualquier tipo de intromisión, con un montaje cronológico que sigue las cuatro estaciones, empezando por el invierno. Por extensión, convierte al espectador en un visitante al monasterio virgen de información, en un contemplador privilegiado de la vida privada de los monjes sin más referencia que lo que se le aparece ante los ojos. Gröning comenzó a idear su película en 1984. Habló con la orden monástica sobre la posibilidad de grabar el film ese mismo año pero le dijeron que tal vez lo permitirían en "diez o quince años, quizá". En 1999 llegó el momento y recibió una llamada del monasterio de Grenoble en los Alpes franceses. Durante dos años preparó la grabación y el rodaje le tomó seis meses. No usó luz artificial, "ni música de fondo añadida, ni ningún elemento decorativo que no estuviera ya en el monasterio. Sólo quería grabar la realidad, y por eso vivió medio año con los cartujos", sostiene Martín.Uno de los grandes logros de Gröning es mantener el interés sobre un producto de estas características. Pero lo consigue solo parcialmente. Capta la curiosidad del espectador, que se siente zambullido en un mundo hermético que se acaba apoderando de él, pero en parte por la asombrosa belleza del paisaje en que se encuentra el monasterio, y por el exótico y rústico atractivo de la sencilla vida monacal aislada por la imponente naturaleza, a la que se deben adaptar. Hay escenas de gran calidad estética y extraordinaria elocuencia en su representación del hombre despojado de lo superfluo, pero el metraje pesa y la realización no está completamente a la altura del proyecto. Los 162 minutos resultan excesivos, y hay instantes en que la atención disminuye y los pensamientos se alejan de lo que transcurre en pantalla. Poco a poco la vida de los sacerdotes se antoja un tanto vacía en su transcurso ritualizado, sin que se expongan las razones de cada uno para haber llegado hasta allí, sin que se les contemple realizar ninguna actividad intelectual importante ni algún trabajo constante y fructífero (casi todo aparece como algo casual). Por otro lado, su relación con la naturaleza parece reducirse a la de medio de aislarse del resto del mundo, pero no se observa una apreciación profunda de la misma. Cuando se les escucha hablar entre ellos, sus temas giran en torno a un pequeño detalle de un texto o sobre la conveniencia de una de sus costumbres.En el plano estético cuenta más la espectacularidad de los Alpes y el sencillo diseño del monasterio que la habilidad de Gröning en los encuadres y las secuencias. Deja muy abierto el camino a la interpretación, a que las imágenes susciten pensamientos parejos que discurran a lo largo de la película. Esta es una de las partes más interesantes, y tal vez lo que mantiene la atención. Pero se echa en falta lo que no se ve, los puntos oscuros, los pensamientos de los monjes, su verdadera relación. Nada de eso se muestra y ni siquiera se vislumbra.
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