Morante y todo el gitanerio tomaban Las Ventas esta tarde. La peña madrileña ninguneaba al torero de arte tranquilo y pasmoso y clamaba con quejas continuas hasta en el momento de la cogida. La quinta bicha metió un viaje al pobre hombre que casi le cuesta la cabeza. Mientras le ponían los puntos en la frente los hijos de satanas de siempre se quejaban por la tardanza. Ahí surgió la mano de la épica. Con gesto ausente y mil golpes en el cuerpo, volvió Morante a la plaza, con una cicatriz en la frente y más calma que nunca. Dicen los expertos que recordó al mismo Curro Romero en una media de remate que acabó en la cadera. Sorprendió a todo el mundo y cogió los palos para banderillear. Con un par al quiebro despertó al Rey y le puso en pie en el palco. Madrid fue Sevilla y Morante de la Puebla se llevó una orejita que recogió llorando, recogido en sus serenidades. Los hijos de satanas de siempre se quejaban del calor, o del tráfico que esperaba fuera o de la presencia de Bermejo o de las barbas de Rafael De Paula... Villano taurófilo madrileño, lo peor que existe.
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