Arcadi alaba la historia FILMADA por Alix de un pistolero anarquista que actuó en épocas de gran violencia política. Imagina que maldades otros podían hacer con semejante historia:
Para empezar, ipso facto, habría dejado de ser un pistolero y aparecería, en la mejor de las hipótesis, como un ambiguo combatiente por la libertad. En el caso de haber caído en las manos del productor Jaume Roures habría resultado, además, una película puramente diabética: el azúcar mezcla muy bien con la sangre. El mérito de García-Álix es haber hecho el retrato de un criminal, tout court, y permitir que el espectador se pregunte por qué pierde el tiempo con criminales, aunque éstos hayan actuado en un tiempo infectadamente romántico.
A pesar de esta épica desnuda, el cineasta no acaba de evitar por completo la tentación de "explicar" el caso Sandoval en razón del ecosistema humillante, indigno de un hombre, donde el pistolero se formó. De ahí el título: El honor de las injurias, del que el espectador no comprende toda su completa carga polisémica hasta que no aprende que Las Injurias era el nombre de un terrible arrabal de Madrid. Utilizar "el ambiente" para explicar los comportamientos criminales es el punto de vista dominante, todavía hoy, en la mayor parte del arte y en cualquier forma de sociología, especialmente la periodística. Parece lógico pensar que el lugar donde uno nace y se desarrolla no es del todo indiferente de la conducta que uno lleve en el futuro. Pero ha de tenerse en cuenta que de los miles de habitantes de Las Injurias sólo uno salió hecho un sandoval. Y por otro lado, y ciñéndonos a la historia que nos ocupa: Sandoval logró "salir" de Las Injurias. De hecho empezó a robar en el palacete de un adinerado parisino, donde trabajó de mayordomo; y no robó al señor, sino a una pobre y enamorada criada que, tonta, se lo dio todo.
Sin abandonar "el ambiente" hay otra cuestión que merecería tener, al menos, la misma importancia que las casuchas de Las Injurias. Son las ideas. Es decir, aquello que, generalmente, suele aportar el grupo, entendiendo por grupo los compañeros de escuela, de barrio, los amigos o los familiares al margen de la madre, el padre y los abuelos. En la peripecia de Felipe Sandoval, como en tantas otras de su estilo, el impacto negativo de las ideas queda escasamente subrayado. La "acción directa" del anarquismo, el terrorismo, al fin, fue una de las más catastróficas ideas decimonónicas. El anarquismo tiene su versión amable, ligada a los falansterios, al naturismo y a cualquier forma de vegetalidad. Pero ni siquiera esa versión, que convive sin demasiados aspavientos con la radicalidad terrorista y el brusco ademán de la sangre, escapa de la infección global de la idea: la superstición de que el mundo puede cambiar de golpe.
Todas las circunstancias ambientales, sumadas y tejidas, no acaban de explicar, sin embargo, los crímenes de Felipe Sandoval. ¡Quia! El crimen estaría, entonces, al alcance de todos los españoles. Pero es que, además, está el misterioso caso alemán. El propósito de Rosa Sala, a través del elegante ensayo que ha publicado Alba es "llamar a la literatura a declarar" en un nuevo juicio contra el régimen nazi, para ver si de la declaración surge una posibilidad de comprensión del crimen. La comprensión está, obviamente, emparentada con la pregunta que éticos y estéticos de toda condición llevan haciéndose desde Auschwitz: ¿cómo es posible que por la mañana se dedicaran a gasear judíos y por la tarde escucharan a Bach, acariciando los rubios rizos de los hijitos tendidos sobre su regazo? Basta mirarla para darse cuenta de que la pregunta tiene la misma raíz que el supuesto honor de Las Injurias, y la posibilidad de que el barrio de charcas y adobe moviese el brazo asesino de Sandoval. Dado que el ambiente hace al hombre, la pregunta alemana es obvia: ¿cómo es posible que de un gabinete mecido por Bach surja un monstruo?
Por suerte, el ensayo de Rosa Sala no se deja deslumbrar por los tópicos y avanza en una dirección ambiental interesante, a la busca y captura de las ideas malignas que la literatura (es decir, el único arte que podía transportarlas) diseminó en torno al caso alemán. Entre ellas, desde luego, la evidencia de que lo Ario era la superación de lo heleno y lo germánico, la ardiente fluidez con que el Destino alemán debía expandirse entre la bárbara civilización, la Mayúscula superioridad de la lengua propia a la hora de exhibir las obras del espíritu, o cómo el Judío acabó desplazando al Francés en los arquetipos negativos del pueblo. Su viaje, limpio y lúcido, tiene un par de momentos extraordinarios y pedagógicos. El primero cuando observa que los alemanes dejaron de reír y que el único que lo hacía, el judío Heine, maestro de nuestro Julio Camba, tuvo que exiliarse para seguir viviendo. No hay humor en el misterioso caso. Y no hay, tampoco, realismo. Escribe Rosa Sala: "Hasta la unificación de 1871, Alemania fue, en definitiva un pueblo sin mirada para el presente. ¿Cómo esperar de él que fuera realista? Necesitaba, más que ningún otro, que la literatura le proveyera de ficciones."
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