Muchas veces escuchamos afirmar que en Francia no hay liberales y que la veta liberal del pensamiento francés se perdió en algún momento de mediados del siglo XX, hundida bajo el fascismo, los jacobinos, los comunistas, el socialismo y las diversas ramas de ultraizquierdismo que han venido floreciendo por aquellos pagos desde aquella cosa (cada vez más patética, a medida que pasan los años) que se llamó Mayo del 68.
Pues bien, no es verdad. A pesar de la casta de mandarines y caciques surgidos de las escuelas de políticos funcionarios, a pesar del conservadurismo y del miedo de los franceses, a pesar de la corrupción de la República sigue habiendo liberales en Francia, y el liberalismo sigue dando frutos en una tierra en la que siempre tuvo arraigo.
Tenemos ahora una nueva prueba en el libro, mejor dicho panfleto, aunque razonado, que acaba de publicar la editorial Gota a Gota. Se titula ¿Qué es Occidente? y su autor es Philippe Nemo, profesor y estudioso de las ideas políticas. En España se han publicado de él Job y el exceso del mal (1995), un ensayo a partir de la gran reflexión del francés Emmanuel Lévinas sobre el significado de "pecado original", y otro trabajo más breve, pero enjundioso, sobre la oligarquía de la V República francesa.
Philippe Nemo también es el responsable de la edición de una monumental historia del liberalismo europeo, que saldrá en Francia dentro de unos meses y renovará bastantes perspectivas.
Como se ve, no es hombre falto de ambiciones. El solo título del libro ahora publicado en español indica que no se va a rendir. Se lo agradecemos.
No estamos ante una divagación más sobre un término particularmente confuso. Este panfleto no es una nueva lista de valores y convicciones, ni otra glosa sobre reflexiones anteriores ni, menos aún, un lamento elegíaco. Nemo propone, ni más ni menos, una definición de Occidente.
En los cinco primero capítulos el autor describe los cinco acontecimientos históricos que han hecho de Occidente lo que es, a saber: la invención de la ciudad, de la libertad bajo la ley, de la ciencia y la escuela (con los griegos); la invención, por los romanos, del derecho, de la propiedad privada, de la persona y del humanismo; la revolución ética y la invención del tiempo histórico que trajo la Biblia; lo que llama la "revolución papal" de los siglos XI y XII, que es la síntesis de los tres hechos anteriores –Atenas, Roma y Jerusalén– y que rescata para la Iglesia Católica parte de lo que muchos historiadores han atribuido a la Reforma; y, finalmente, la promoción de la democracia liberal.
Aplicando estos criterios rigurosamente, resulta una geografía de Occidente muy precisa, más de la que Huntington trazó en El choque de civilizaciones. La conforman los países que han vivido los cinco acontecimientos (los antiguos quince de la actual Unión Europea, salvo Grecia), además de las democracias anglosajonas (Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda). Cerca, pero no en el núcleo duro, están los países del este de Europa, donde no hubo revolución democrática, los hispanoamericanos e Israel. En el otro extremo están los países dominados por el Islam.
Nemo no niega la vocación universalista de Occidente en aras del multiculturalismo. Países no occidentales como Japón o la India han demostrado que los valores occidentales son transmisibles, adaptables y fecundos en otras circunstancias. Pero tampoco oculta las diferencias en aras de un mestizaje universal. Como no se hace ilusiones –con razón– acerca del fin de los conflictos, argumenta que más vale tener claras las ideas para entablar un diálogo en profundidad, no un simple intercambio de cortesías vanas, y menos aún un suicidio como el que preconiza el Gobierno socialista español.
Por eso mismo, Nemo se atreve a proponer, al final, una idea original. Se trata de la creación de una Unión Occidental. Sería algo distinto de la Unión Europea indefinidamente abierta que hemos conocido hasta ahora y ya ha entrado definitivamente en barrena. También sería algo distinto a cualquier tipo de zona controlada por una supuesta hegemonía norteamericana.
La Unión Occidental vendría a ser la alianza de un conjunto de países que comparten una identidad cultural esencial, un "espacio institucionalizado de concertación y coordinación, una libre República de países iguales en derechos".
¿Pura utopía? En parte sí, pero propuestas arriesgadas como éstas tienen la virtud de devolvernos a realidades esenciales: la necesidad de saber quiénes somos, si queremos defendernos, y cómo apuntalamos la base sobre la que se ha construido Occidente: la libertad.
Como el panfleto es corto, está bien escrito –sin los amaneramientos del francés actual– y bien traducido, se lee de un tirón. Y le hace a uno soñar con lo que podría llegar a ser, con los medios de que disponemos hoy, un Occidente dispuesto a promocionar los valores liberales, que son los suyos.
José María Marco
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