La tesis de este último libro de Tom Burns es clara y rotunda: los extranjeros que viajan a España en los siglos XIX y XX crean una imagen de España como país diferente, y esa imagen acaba siendo asumida por los españoles. Tom Burns se ha ocupado en el libro principalmente de sus compatriotas -Gerald Brenan, George Borrow, Richard Ford, el duque de Wellington, George Orwell- aunque también incluye, cómo no, al ineludible Hemingway (hay tascas del Madrid viejo que usan como reclamo la leyenda de que allí nunca comió Hemingway). Y se muestra bastante crítico y desmitificador con todos ellos. En su opinión, hicieron lo que esos insectos que patinan por la superficie de un estanque y no se enteran de lo que pasa bajo el agua. «Ni Brenan ni Borrow ni Hemingway se relacionaron con sus equivalentes sociales en España; no les interesaba la España urbana que se estaba modernizando, sino los gitanos, los arrieros, los bandoleros, los toreros, lo rural y lo tópico». Todo lo cual no implica que España no fuera importante para ellos. La desmitificación que lleva a cabo Tom Burns alcanza cotas muy altas en el caso de Gerald Brenan, al que ve como una versión inglesa de la picaresca española. «Su amigo el crítico Cyril Connolly, acuñó el término brenanismo, que venía a significar acostarse con las chicas del pueblo, beber, ser bohemio, excéntrico. El caso es que Brenan podía ser más Brenan en España que en Inglaterra». Por contra a Brenan se le escaparon vivos personajes de su tiempo como García Lorca, Falla o Fernando de los Ríos. Junto a estos curiosos impertinentes como los llama Tom Burns, se ocupa de un español como Blanco White, que es una especie de reverso de George Borrow. «Lo interesante de Blanco White, es que, con su mezcla de costumbrismo y de crítica feroz a la Iglesia Católica, contribuye mucho a la imagen de la España por un lado intolerante, y por otro tópicamente folclórica». Gitanos, toreros, bandoleros, guitarristas, cigarreras. Todos estos tipos eran otros tantos polos de atracción para los curiosos impertinentes. Tom Burns dedica un capítulo a esa cuestión y analiza el fenómeno de los jóvenes intelectuales ingleses que cambian las aulas de Cambridge y Oxford por los frentes de la Guerra Civil. «Poetas, chicos idealistas que enlazan perfectamente con los que un siglo antes llegaron a España para luchar junto a unos liberales como los que ellos habían conocido en el exilio de Londres». Entre estos románticos, esta vez en un sentido cronológicamente estricto, estaba nada menos que el poeta Lord Tennyson y Robert Boyd.
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