Y harto de tanto odio y fuertes ruidos, el hombre vació toda sustancia de sí y apeló a esa presencia de paz, que fue en otro tiempo como música sin notas ni aire surcado de ondas. Buscó, como en la infancia, un escondite de todos aquellos de su misma raza, la de los hombres del orbe, y recitó la vindicación de un niño, que jugaba en su arena, quieto y en armonia con la creación. Poco despues fué encontrado por sus hermanos y, al momento y sin ninguna resistencia del huido, ajusticiado.
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