martes, marzo 22, 2005

Semana Santa II

Ayer visité algunos pasos. Los poligoneros, vestidos de limpio y cargados de derechos, perpetraban las iglesias con sus hijos de saldo, con sus chandals de colores, y molestaban la muerte del milenario. Ya las iglesias huelen a chicle.
Este cuerpo no sabe si esa ausencia de caridad hacia el prójimo permite que mi oración sea limpia. No existe fe alguna cuando miro sus formas. Es mas verdadero el clavado que los hijos obesos de mi pueblo. Estan tan lejos de mi. ¿Quienes son? ¿Que balbucean a gritos? ¿Por qué no agradecen que el sol se levante y se ponga para ellos?
Los gimnasios se pueblan de cuerpos, de carne que camina y se mira. Nunca he visto a un perro observarse al espejo. Esa milagrosa decencia no perdura en el hombre. ¿Quien es ahora el hijo predilecto del creador? Mi ira me aleja de él, causa sin causa. Solo escondido alcanzo la paz. Lejos de mis hermanos, que ya no reconozco.

Solo reconoces el silencio. Mi propio rostro resulta ajeno al Ser, separado de todos, “porque hemos venido al mundo para amar a Dios, alabarle, servirle y luego -en la otra vida- gozarle eternamente”, y eso ya no está en este paisaje tan ridículo.

Ya nadie camina sin ruido. Todo se ha convertido en un sendero de olores falsos, con coches hechos para la radio, con hijos sin limites, un cadalso sin cruz, una misa llena de cuerpos grasientos. Todo se compra y se abandona en un rincón. Todo es falso. Esta tierra es ya el infierno.

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