Desde que murió mi jefe Antonio (y percibí bien doliente como su familia fue abandonada por el cine español) entré en un periodo de levedad y mutación no buscada que aún me gobierna. Nathaniel Hawthorne (1804-1864) era en aquel entonces, para mi, tan solo el autor, nacido en Salem, de La letra escarlata. Artificialmente, me cobijaba en la inocente pornografía, en otro trabajo lejos de esa turba moderna y sin peso, en el alcohol y las comilonas, en mi futbol primigenio, en la política, en la radio y los periodicos, en la red. Mi relación con este hombre lejano se hace mas intensa cuando, harto y quemado, dejé de coger el teléfono y me escondí aquí. Llevo desaparecido desde el 1 de diciembre del 2004 para el mundo civil, salvo 4 personas. Mi identidad por un momento se difuminó como papel de fumar; somos seres de forma impostada y para los demás (la alteridad como iman). Sin estos congeneres cerca se cuestiona todo el entramado. Empecé a no reconocerme en escritos y, como señal de demencia. en el espejo no identificaba a este pavo gordo, sucio, barbudo. Solo miraba como un testigo a lo Wilber y, en tal ebriedad, obraba/escribia sin pensar. Y allí llegó Borges, Hawthorne (legible todo aquí) y Kafka para explicarme que era lo que me llevaba a este estadio de paria tonto sin certezas. Como escribe Vattimo en su análisis de Nietzsche: "el problema de la máscara es el problema de la relación entre ser y apariencia". Yo soy ahora una suerte de actor de reparto en Wakefield, una 'monstruosa' figura de un Borges ya ciego mirándose en un espejo. Wakefield concreta sus objetivos tan minuciosamente como puede, y se encuentra con curiosidad por saber cómo marchan las cosas en su casa -cómo su ejemplar esposa sobrellevará su viudedad de una semana y, durante un instante, cómo la pequeña esfera de criaturas y hechos donde él era el núcleo central, estará afectada por su desaparición". Todo resulta tan sutil que reconoces como Borges repite "que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra labor del pasado como ha de modificar el futuro" y cada lector construye con referencia a sus conciudadanos su obra magna que no es sino su propia identidad. En Wakefield, en el estudio de Borges y en todo Kafka, se profetiza quien soy, asi como discurre este mundo habitado por parias del universo, por hombres que se alejan unos de otros, viviendo cada quien en su autopista de autismo sin identidad. Sin el entorno que nos ha definido como persona estamos solos, en peligro de ser "el Paria del Universo"; Huxley lo remató crudamente. El individuo desvinculado de los multiples sistemas que se edificaron en nuestro derredor, ese que se aparta un apice de ese desorden aparente, perdera su lugar para siempre.
El hombre, ahora en el siglo XXI, como perversión de este genial hallazgo decimononico que Nathaniel Hawthorne desveló en Londres, es un mero chip en ese sistema tecnófago que ha mecanizado nuestros actos y nuestras ideas, en un carrusel que evita la conciencia de sí mismo en cualquier individuo. En realidad el individuo ha muerto. Solo es un miembro de un grupo definido con tacitos estatutos y sanción social. El alud informativo e ideológico nos obliga a etiquetar conductas en un gesto veloz y decantarnos para siempre. Hemos caído de una forma mucho mas degenerada y compleja en otra suerte de autismo que nos hace parias de lo genuinamente humano, aferrados a ideas, desposeidos del hogar materno (que sustituimos por malvados bustos de la television, mitineros sencillitos, religiones en cómodo sincretismo o inocentes reinas del porno), alejados de alteridades carnales e identidad propia como ser vivo, vallados por conceptos vagos, desposeidos de afinidades naturales.
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