miércoles, enero 03, 2007

Un año de mucha mierda en el cine.

Pocos años recuerdo con tan pobre producción. Sosería tras sosería. Todo repeticiones aburridas. Nadie arriesga y el futuro nos depara mas de lo mismo: el Spiderman mas caro (Spider-Man 3), Rambo y (Rambo IV: Pearl of the Cobra) Rocky ancianos (Rocky Balboa) Indiana sexagenario (Indiana Jones 4), Jungla de Cristal en plasma(Live Free or Die Hard), Simpsons al fin sin repetir por Antena3 (The Simpsons Movie),otro rollo de Piratas (Pirates of the Caribbean: At Worlds End)... Hasta la celebrada Infiltrados (The Departed, que no me gustó) no deja de ser una versión de Mou gaan dou o (2002, Hong Kong) Infernal Affairs .
Ninguno de los gerifaltes de la Armada norteamericana pensaba que la invasión de Iwo Jima -Isla Uno en los planes de los Jefes del Estado Mayor Conjunto- iba a ser la gran esperanza anual para cinéfilos. El mítico Clint Eastwood se atreve a darnos esperanza por partida doble con Letters from Iwo Jima (2006) y Flags of Our Fathers (2006 y primera estrenada aqui como Banderas de nuestros padres). Esta es su historia:
Ni siquiera los almirantes Nimitz o King podían imaginar el calvario que el teniente general Kuribayashi y sus 21.000 atrincherados haría padecer a tres divisiones de infantería de marina hasta casi su aniquilación.
"Por primera vez en la Guerra del Pacífico una guarnición japonesa infligió a una flota de desembarco americano más bajas [no confundir con muertos] de las que había sufrido ella": 30.000 bajas norteamericanas -con más de 6500 muertos, cinco veces más que Guadalcanal o Tarawa-.
A 1005 km al Norte de las Marianas, Iwo Jima (Islas Volcano) es un peñasco volcánico dominado en un extremo por el Monte Suribachi. Su valor estratégico-militar residía en su base de cazas y su estación de radar y en su cercanía al archipiélago de Japón. Tokio quedaba a tiro de los bombardeos a solo 1080 km al norte. McCarthur invadió las Filipinas y el ejército imperial trasladó a sus mejores efectivos a las defensas exteriores de Japón. El Imperio Nipón envió a un gran 'mando' de Manchuria, Kuribayashi Tadamichi, que llevó al máximo grado y pericia profesional la durísima "política de la resistencia prolongada" con 21.000 hombres. Los americanos justificaban las 10.000 bajas estimadas -menos de 2.000 muertos- para la construcción de una base de cazas de escolta y un lugar de aterrizaje de emergencia de los los superbombarderos B-29 que ya machacaban la infraestructura militar del Japón. Esta conquista estratégica se cobró en la trágica realidad más del triple de las bajas y muertos que anunciaba el papel.
Kuribayashi, conocedor del poderío americano basado en la descomunal potencia de fuego y de medios, adaptó sus tácticas defensivas al terreno y al enemigo como pocos comandantes japoneses hicieron. Convirtió los 26 km cuadrados de piedra negra en un inmenso conjunto de túneles, trincheras, nichos y blocaos de hormigón casi inexpugnables: una isla hecha un búnker de roca o de cemento. Su milimétrico estudio en la disposición de los cañones, morteros y demás armas pesadas provocó un indescriptible saco de fuego durante semanas. Su plan era de una simpleza y de una eficacia que helaba la sangre: 21.000 japoneses permanecerían en su puesto en apoyo constante de una posición a otra y dispararían toda la munición hasta la muerte. Prohibió por completo las cargas banzai -un despilfarro de vidas y munición-, aunque no el seppuku -suicidio honorable- cuando los hombres, condenados a una supervivencia más propia de cucarachas, se quedaran sin alimentos y sin munición.
Los japoneses eran unos formidables enemigos a la defensiva y lo demostraron con creces en aquel lugar escabroso del Pacífico. El búnker inmenso que los japoneses hicieron de Iwo Jima requería en verdad tres semanas de bombardeo de precisión y no los cuatro días de bombardeo naval y aéreo de la flota de invasión que bastaba a los americanos para limpiar cualquier otro islote del Pacífico. Durante el rugido de las baterías, los bombardeos y lanzacohetes, los defensores no respondieron. Más que nunca, el 'silencio que precedió la tempestad'. La invasión comenzó el 19 de febrero de 1945 tras los cuatro días de 'limpieza'. Encabezados por cuatro regimientos de las 4ª y 5ª compañías de infantería de marina, ocho batallones de asalto -10.500 soldados- iniciaron la sufrida tarea de superar los bancales de grava negra.
Tras minutos de silencio sepulcral, Kuribayashi ordenó la furia, una tempestad de muerte a la que casi nadie escapó durante días. "En alguna parte muy adentro... en alguna parte de mi cerebro, donde quiera que esté esa voz que habla cuando uno está solo y en graves apuros... desde aquel lugar oscuro y escabroso, la voz me dijo: carnicería", recoge el magnífico libro 'La guerra que había que ganar' sobre el relato de un sargento veterano. Desde todos los puntos de la isla comenzaron a llover proyectiles y metralla. De golpe, cayó el diluvio de bombas y artillería sobre los aterrorizados soldados en primera línea de playa... hasta los puestos artilleros, los tanques, las unidades de servicios -camilleros, sanitarios, músicos de banda- y el propio cuartel general. El olor de la sangre, de los cadáveres, empezó a mezclarse con los gases sulfurosos y el miedo y aquello cobró un aspecto dantesco. "Nadie se libraba.
De los 24 comandantes de batallones de infantería que desembarcaron con las tres divisiones, sólo siete seguían en sus puestos al finalizar la campaña; los otros 17 habían muerto o habían sido evacuados por las heridas de guerra". Fue un hecho trágicamente normal que los evacuados habían recibido más heridas en el traslado a los barcos-hospital que las propiamente sufridas en el frente. Cinco días después de comenzar la invasión, la batalla fue inmortalizada por un fotógrafo de AP, Joe Rosenthal. El izado de las barras y estrellas del Monte Suribachi se convirtió en la foto más famosa de guerra de la Historia con permiso del 'Miliciano caído' de Robert Cappa. Pero, al contrario de lo que creyó la opinión pública, harían falta "tres semanas más de lanzallamas, cargas de dinamita, miles de granadas, millones de bombas de artillería y se perderían las vidas de centenares hombres buenos antes que muriese el último japonés". El almirante Nimitz dejó una frase para la Historia: "El valor poco común era una virtud muy común entre los que pelearon en Iwo Jima". Por ello, 27 soldados entre infantes de marina y marineros recibieron la Medalla de Honor y 13 se concedieron a título póstumo. Curiosamente, la resistencia organizada japonesa se prolongó durante 10 días más desde que King, Almirante en jefe norteamericano, declarase oficialmente la conquista un 16 de marzo de 1945. Kuribayashi y todo su estado mayor ya habían caído una semana antes. Pero si Iwo Jima representó el purgatorio para la infantería de marina de EEUU, la siguiente invasión -Okinawa, con 110.000 japoneses- reflejaría un infierno a escala nunca vista en el Pacífico. Imposible que se contagiara 'La enfermedad de la victoria' en la Armada 'yankee'.
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