Tengo una gran curiosidad por saber qué va a pasar en España con la discusión sobre Dios que está sacudiendo el mundo intelectual anglosajón. El silencio español es, hasta ahora, hermético, aunque lo mismo pasa en Francia y, casi lo mismo, en Italia. La discusión está basada en unos cuantos libros principales. El primero The God Delusion, de Richard Dawkins, y el único que se ha traducido al castellano (El Espejismo de Dios, Espasa). Pero hay otros. El de Daniel Dennet, Breaking the Spell (Rompiendo el hechizo), el de Sam Harris, Letter to a Christian Nation (Carta a un nación cristiana) y el de Christopher Hitchens, God Is Not Great: How Religion Poisons Everything (Dios no es grande: cómo la religión lo envenena todo) están entre los más importantes y populares. Pueden añadirse dos libros españoles: Fernando Savater, que ha escrito La vida eterna, y Francisco J. Rubia, autor de La conexión divina: la experiencia mística y la neurobiología.
Todos los libros ateos y anglosajones han generado un debate ácido e intenso en publicaciones convencionales, periódicos digitales y blogs. Tiene razón Dawkins cuando subraya que un libro está hoy acabado cuando se discute en los foros internáuticos. En la propia lista hay una prueba: la carta de Harris es el el resultado de la furibunda reacción epistolar que causó entre los creyentes un libro anterior del joven filósofo norteamericano.
Entre las razones de esta apoteosis atea está la política. Occidente se ve acosado por el integrismo islámico. No sólo hay religión en este acoso, pero la brutalidad del terrorismo islámico, frecuentemente suicida, sólo se explica por la promesa sobrenatural. Y aunque las situaciones son incomparables el integrismo cristiano se exhibe, asimismo, con vehemencia en los Estados Unidos. El presidente Bush manda a sus tropas a Irak en el nombre de Dios y en algunos lugares de América se combate el darwinismo o se persigue hasta la muerte a los médicos abortistas. Por vez primera en muchos años Dios vuelve a ser una amenaza concreta para el progreso y la libertad. Luego está la Ciencia. Como ya ha sucedido en otros periodos de la Historia la ofensiva de la superstición coincide con un formidable desarrollo científico. El darwinismo afianza su lugar como premisa insoslayable de la explicación humana del mundo y el desarrollo de la neurobiología ha pulverizado los restos de dualismo (cuerpo/mente) que pudieran quedar en la cultura de nuestro tiempo. Como explica con su brío habitual Christopher Hitchens, en el adelanto que Slate publica de su obra, se confirma que "Dios no creó al hombre a su imagen y semejanza. Evidentemente fue al revés". (Todas las citas de Hitchens han sido traducidas por Juan Carlos Castillón .
La idea de Dios, como otras tantas delicadas ideas del hombre, tiene una naturaleza física y hay científicos que tratan de demostrar, incluso, su alojamiento en lugares concretos del cerebro. Hay una relación, que me parece indiscutible, entre el desmenuzamiento neurobiológico de las emociones (afecten al amor, al paladar o al miedo) y el crecimiento del escepticismo religioso: al fin y al cabo los creyentes han sido siempre los primeros en subrayar el carácter emocional de la fe. La evidencia de que la ilusión de Dios está detrás de muchas actividades dañinas y la exploración (con malas noticias para la creencia) del voluminoso conjunto de inefables que se concentran en la palabra alma tal vez esté provocando el largo adiós al que alude Hitchens: "La persona que está segura, y que reclama para sí la garantía divina de su certeza, pertenece ya a la infancia de nuestra especie. Puede ser un largo adiós, pero ya ha comenzado y, como todos los adioses, no debe demorarse."
Por el momento de todos estos libros sólo he leído el de Dawkins. Es un gran escritor, aunque no estoy seguro que éste sea, literariamente, su mejor libro ni de que su traductora española le haya ayudado (aunque me gusta mucho la solución (Espejismo) que ha dado a (Delusion). Sin embargo sigue siendo el libro de un virtuoso, es decir, de un hombre cargado de virtudes. Entre ellas destaca la irreverencia. Dado mi carácter, he leído algunos buenos libros ateos. Desde Hume y Voltaire hasta Onfray. En todos ellos he encontrado respuestas flamígeras a las intolerables exigencias del Creador. Pero nunca el modo suavemente demoledor de Dawkins que consiste en tratar a Dios de tú a tú. Hemos comentado alguna vez nuestros encuentros con creyentes; incluso con creyentes tolerantes. A la mínima discrepancia invocan el respeto. Por una extraña, defensiva y eficacísima pirueta intelectual los creyentes han logrado imponer un estatus distinto a sus creencias particulares. El respeto. Sobre nuestras creencias es posible todo tipo de caricaturas, nunca mejor dicho; pero cualquier ironía o desprecio de las suyas convoca la exigencia del respeto. Pues bien, Dawkins pulveriza esa ceremonia desigual y ese lado pragmático está entre lo mejor que tiene su libro.
Ese ímpetu originario cristaliza de modo implacable y convincente en algunos capítulos. Su descripción de la miseria del agnosticismo es inolvidable. Dawkins, reviviendo sus viejas polémicas, ironiza, diría que bestialmente, sobre el acrónimo creado por Stephen Jay Gould --este Manos (Magisterios no solapados) que escenifica los caminos paralelos, no disputables, entre ciencia y religión. Es muy convincente en la denuncia del lavaje de manos agnóstico como lo será luego en la denuncia de la fe razonable y en ese excelente programa para una nueva moralidad que traza en una de las partes más sensibles y valiosas del ensayo. Menos lo es, a mi juicio, en su intento de llevar la hipótesis darwinista al Cosmos o en su farragosa consideración de la religión como meme, es decir como gen cultural que sigue pautas de replicación equivalentes a las del gen biológico. Al parecer Dennet hace lo propio en su ensayo sobre la divinidad. Es probable que en los reparos sobre este apartado influya mi escepticismo acerca de la teoría general del meme: en lo que comprendo una obviedad, aunque elegante. El ensayo de Dawkins ha recibido algunas críticas. He leído las más conocidas. Muchas de ellas comparten un insólito prejuicio acerca de la competencia del etólogo para razonar en términos filosóficos y medirse con las celestes alturas de San Anselmo y su prueba. Sin duda las veía venir, cuando en las primeras páginas del libro le dijo al obispo de Kansas City. "No debería quedar sin discutir la idea que la religión es una disciplina, en la que uno puede proclamarse experto.". Por si le faltara ayuda el físico Steven Weinberg acudió en el Times Literary Suplement: "Me inquieta que Thomas Nagel en el New Republic desprecie a Dawkins por ser un “filósofo aficionado”, y Terry Eagleton en el London Review of Books se burle de su falta de entrenamiento teológico. ¿Debemos concluir entonces que las opiniones en materia de filosofía o de religión pueden ser expresadas únicamente por expertos, y no por simples científicos o por gente común? Eso sería como decir que únicamente los políticos pueden justificar la expresión de su visión sobre la política. El juicio de Eagleton es particularmente inapropiado; es como decir que nadie está calificado para juzgar la validez de la astrología, a menos que pueda producir un horóscopo."
Corto en seco, o tendré que pagar doble franqueo. Sólo volver al silencio. E insistir en el estúpido suicidio intelectual y político de algunos europeos convencidos de que Dios es uno más entre los graves problemas americanos.
lunes, abril 30, 2007
Arcadi sobre dios, con minusculas; no hay error
Querido J:
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