La democracia no es el sistema por el que se elige a los mejores. Tampoco las urnas dictaminan la verdad o aseguran el acierto. La frase, tan repetida en España, de que el pueblo nunca se equivoca –traslación pseudomística del vox populi, vox Dei medievalista– invita a la risa pateando calles o mirando el fútbol. La mayoria no es una divinidad infalible y Popper no era tonto.
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