lunes, junio 11, 2007

Lección para ser cura

"Profanar la Eucaristía supone un desprecio de la muerte del Señor. Un sacerdote debe profundizar siempre en la conciencia del propio misterio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia. La Iglesia vive de esta celebración; más aún, nace de ella, pues es el Señor resucitado quien congrega en torno a su mesa a quienes, por participar de su Cuerpo y de su Sangre, forman el Cuerpo de Cristo, la Iglesia del Señor. Como decía san Agustín, comiendo el Cuerpo de Cristo nos convertimos en aquello que comemos: La Iglesia, Cuerpo del Señor".Y respecto de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el Arzobispo de Madrid ha explicado que san Pablo recuerda "a quienes no valoraban en toda su grandeza este cambio sustancial" que "quién coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, agregó, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Rouco añadió que "examinarse a sí mismo antes de participar en la mesa del Señor -como exige el apóstol- conlleva aceptar el misterio eucarístico como sacramento de la muerte de Cristo, comprenderlo en el marco de la tradición que se remonta al Señor, y confesar de palabra y de obra la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía que se concreta en la adoración humilde y gozosa de su Cuerpo y de su Sangre. Hemos de lamentar con profundo dolor los abusos y profanaciones de este sacramento de los que hemos sido testigos recientemente en nuestra diócesis (en alusión a la parroquia de San Carlos Borromeo) y que apartan a sus autores de la comunión en la fe y en la vida eclesial, que es el único marco válido de celebración de estos sagrados misterios. Utilizar la celebración de la Eucaristía en contra de la misma Tradición en la que ha tenido su origen es, además de un acto carente de sentido y de valor teológico, un triste y grave atentado contra la comunión eclesial que nace de la obediencia a la fe y al mandato apostólico que procede del Señor. Quienes no tienen fe, injurian a la comunidad creyente simulando participar de sus misterios; y quienes creen, rompen la comunión que Cristo quiso para su Iglesia. Es necesario que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es un servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Todo reside en la humildad con que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo inoportuno".
Cardenal y Arzobispo de Madrid, Monseñor Antonio María Rouco


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