miércoles, noviembre 28, 2007

Que el tiempo nos cambie por Horacio Vázquez-Rial

Una de las grandes diferencias entre Oriente y Occidente es la diversa concepción de la historia que domina en cada uno de esos grandes bloques culturales. En Oriente prima la noción de circularidad: la historia se repite cíclicamente. En nuestro universo judeo-cristiano prima lo teleológico: la historia tiene una finalidad y, por tanto, es un proceso de cambios sucesivos; en el peor de los casos, con retornos a determinados puntos pero en un nivel distinto, es decir, en espiral.
Una de las características de las izquierdas del pasado siglo, hasta los años 70, más o menos, era la fidelidad de sus intelectuales a la idea de progreso: todo marchaba hacia un mundo y una humanidad nuevos y superiores. Eso ha cambiado radicalmente, y las izquierdas han pasado a negar no sólo la idea de progreso, sino la de proceso, como se puede ver en los libros de texto para la educación secundaria.
Como he analizado este asunto largamente en mi libro
La izquierda reaccionaria, voy ahora al último logro publicitario del zapaterismo: la recuperación en un mitin, como consigna de campaña, de una canción del grupo Tequila titulada "Que el tiempo no te cambie". Es algo absolutamente contradictorio con la dialéctica marxista, pero perfectamente coherente con los marxistas españoles reales que hasta la fecha han sido, y de manera muy especial con el ectoplasma zapaterista, que no sólo ha decidido guerracivilizar nuestra vida cotidiana, sino repetir la historia de manera puntual.
Expliqué en LD
hace un tiempo la forma en que Zapatero reiteró, paso a paso, los errores de Azaña en relación con los nacionalistas catalanes, empezando por la promesa prematura de hacer aprobar en las Cortes el estatuto que ellos quisieran. Azaña terminó profundamente arrepentido: comprobó que los nacionalistas catalanes eran insaciables, y hasta apuntó en su diario (aunque atribuyendo la idea a Negrín) que era más fácil negociar con Franco que con ellos.
Ahora, leyendo el
Franco de Pío Moa, reencuentro algunas frases que me ponen los pelos de punta y que vienen a coincidir con situaciones actuales.
"Media nación no se resigna a morir", dijo Gil-Robles en las Cortes, cuando ya se avecinaba la guerra, la "guerra civil a fondo" que pedía Largo Caballero. (Porque Largo Caballero quería una guerra civil). El Pacto del Tinell, que se extendió desde Cataluña al resto de España como orden tácita de apartar al PP de toda decisión importante, reitera el propósito de gobernar sin las derechas, es decir, de construir no un sistema democrático, señalado por la alternancia, sino un régimen, fundado, ahora como entonces, en pactos extorsivos con los nacionalismos catalán y vasco.
"Allí donde el enemigo se presente [...] iremos a aplastarlo", anunció Casares Quiroga, cuyos méritos mayores fueron la aprobación del estatuto de autonomía de Galicia (para eso era galleguista) y su hija, la gran actriz María Casares, que murió insistiendo en que su padre no se había negado a entregar las armas al pueblo en 1936: durante la guerra, al parecer, Casares, apartado de todo cargo de relieve después de haber sido ministro de una u otra cosa, sobre todo de Gobernación, en varios Gobiernos republicanos entre 1931 y 1936, no aplastó a nadie. Me asombra constatar que, en el momento en que escribo este artículo, lo hago desde la media nación que no se resigna a morir, y que hay unos cuantos que, por eso, preferirían verme muerto, aplastado, aunque después posterguen la decisión.
Quiere el zapaterismo ser régimen. Escribe Moa que la aplicación del programa del Frente Popular debía asegurar la conservación del poder. "Que la República no salga nunca más de nuestras manos, que son las manos del pueblo –proclamaba Azaña–. Tenemos la República y nadie nos la arrebatará". Continúo preguntándome por qué tantos políticos de hoy insisten en reivindicar la memoria y, lo que es aún más grave, el modelo de Azaña. Hasta Aznar cayó en ello. Azaña es un político sobrevalorado, de cuyos errores hay que aprender más de lo que él mismo aprendió, y al que en modo alguno hay que imitar. Ni siquiera, desde luego y sobre todo, en lo literario.
Pues bien: Zapatero piensa que sus manos, en las que ahora está el Gobierno, son las manos del pueblo. No es retórica, lo cree realmente, y está dispuesto a que nadie se lo arrebate. No puede ir más allá porque formamos parte de la Unión Europea y nuestros vecinos y socios no están por la labor revolucionaria. Diré más: una parte sustancial de sus votantes creen lo mismo: que el Gobierno en manos de los socialistas zapateristas está en manos del pueblo. Las del PP son, naturalmente, las manos de la burguesía. En esas condiciones nos acercamos a las urnas. Y si ganan estarán varios pasos más cerca de ser régimen.
Uno de los elementos que caracterizan a un régimen es la escasa independencia del Poder Judicial. O, si se prefiere, unas fronteras imprecisas entre los tres poderes. Ya en la II República, Joan Ventosa, catalanista de la Lliga y hombre Cambó, denunció en las Cortes –nos recuerda Moa– "la republicanización de la justicia", orientada a "destruir la independencia judicial, sin la cual no podría existir ni la vida en un Estado democrático ni aun las propias libertades individuales". ¿No fue Alfonso Guerra, en tiempos no muy lejanos, si bien anteriores a Zapatero, quien dijo: "Montesquieu ha muerto"? Y eso que en los Gobiernos socialistas en que Guerra fue vicepresidente no había personajes tan patéticos como Conde Pumpido o Fernández Bermejo, ni asuntos tan sangrantes como el de la ilegalización de ANV, la liberación de De Juana Chaos o el proceso del 11-M.
Las diversas propuestas de reforma de la Constitución que circulan por ahí, entre el PP y UPD, tendrían que recoger mayores garantías para la división de poderes, de modo de asegurar que los partidos políticos parlamentarios no pudieran decidir la composición de los altos tribunales (lo cual nos ahorraría espectáculos tan bochornosos como el del Constitucional frente al Estatut) y que la justicia no se fracccionara territorialmente, como pretenden, y están consiguiendo, los nacionalistas.
¿Sería mucho pedir que al menos una parte de los jueces fuera elegida directamente por los ciudadanos? ¿O que, al menos, el sistema de oposiciones (y la justicia toda) fuese más transparente? Conocemos poco a los diputados y senadores, ignoramos los nombres de la mayoría, elegidos por los partidos para formar en listas cerradas, pero menos aún sabemos de los jueces. Y existe, sin duda, una clase judicial, como existe una clase política. Y en ocasiones no se distingue el límite entre una y otra.
De modo que uno acaba preguntándose si no tendrán razón los que dicen que la historia es circular y se repite indefinidamente. Yo espero que el tiempo nos cambie, pero reconozco que está tardando mucho. Y más tardará si se concede su deseo a los que le cantan a Zapatero la canción de Tequila. Tengo un amigo que siempre pregunta por qué Dios no lo habrá hecho nacer en Canadá o en Australia, y no en un país tan principal como éste.
Pinche aquí para acceder a la página web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
vazquez-rial@telefonica.net
  • Ojo, Llamazares por Juan Carlos Girauta
  • A estas alturas de la democracia, gentes organizadas de IU se han permitido convertir a un ciudadano en caricatura para, una vez objetualizado, ponerlo dentro de una señal de tráfico que es el trasunto de una diana. La campaña es una amenaza en toda regla. Trata de amedrentar, aislar y, eventualmente, aterrorizar (es decir, bloquear, anular, anihilar, aniquilar) a Pío Moa.
  • Pío Moa no tiene cargos políticos ni representativos. Escribe libros. Ejercita su libertad de expresión y de opinión. Pero supone un grave problema para progres y nacionalistas, pues esos libros se venden por centenares de miles, aportan copiosa información en muchos casos inédita, denuncian los esquemas de la historiografía marxista (reconocida o no como tal) y beben en las fuentes de los denunciados, partidos totalitarios y golpistas de los años treinta. Partidos cuyas siglas perviven y cuyas ignominias de antaño intentan sus actuales gestores vendernos hogaño como glorias democráticas.
  • Bien. Pío Moa ya está dentro de una diana implícita. Una señal de tráfico con toda la redondez de una diana, con todo su rojo sangriento y con todo el obsceno uso del nombre del maldito. Y ya están ahí los pareados de parvulario con su nombre y apellido. De parvulario soviético. ¿Y ahora, qué?
  • Pues ahora pueden suceder varias cosas. Que lleguen a los jueces unas cuantas denuncias o querellas, o una sola acción judicial con decenas o centenares de denunciantes. Jamás se le condenará, y eso lo saben muy bien los neoestalinistas. No les importa porque la campaña no persigue, como se ha dicho, encarcelarle. Nadie ignora que eso es imposible. El fin es otro.
  • El fin es destruirle personalmente, excitar el odio contra él en una masa cuyos componentes, por supuesto, no se tomarán la molestia de leer a Moa. El fin es la muerte civil del hombre que tras largo y concienzudo trabajo ha acabado con el monopolio progre de la interpretación de la Segunda República y de la Guerra Civil.
  • Interpretación que apenas merecía el calificativo de histórica, pues había devenido pura y simple prolongación –discretamente actualizada– de la propaganda del Comintern. Cansina repetición de consignas, tópicos y hechos sin contrastar a través de las décadas.
  • Hay otra posibilidad. Que las fieras que azuza la izquierda española actúen de acuerdo con el mensaje subyacente de esa señal que contiene la caricatura de Moa, y acaben de convertir en objeto al objeto mediante el atentado personal. No sé si Llamazares se da cuenta de la responsabilidad en que puede estar incurriendo su formación.
    Juan Carlos Girauta es uno de los autores del blog Heterodoxias.net.

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