Guillermo Toledo no donó nada. Omaira era una causa justa. Un prototipo de la lucha contra el capital, que tanto abomina. La abyecta Ana Botella infiltró a sus tropas en Armero, cuando ese pueblo colombiano fue "borrado del mapa", y se hizo con la causa. La niña antes de morir recibió la promesa de cuidar de su madre y resto de familia superviviente por parte de millonarios nipones. Ningún miembro de Animalario criticó la intromisión de las fuerzas del mal en tan humilde erial.
Aún permanecen las imágenes de una niña, de piel cobriza y pelo ensortijado, sumergida casi hasta el cuello en un pozo donde estaba atrapada y donde agonizó y murió ante la impotencia general. Omaira Sánchez no había cumplido aún los 13 años y se había distinguido en la escuela por su sensibilidad artística. Su rostro fue el del dolor entre el lodo y, unos días más tarde, en el mismo lodo, el fotógrafo del diario "El Tiempo", Jorge Parga, vio desde un helicóptero el cuerpo de un niño, medio sumergido, quien al escuchar la hélice del aparato se movió. El menor se salvó y fue el otro rostro. El de la esperanza por la vida. Omaira invocó a Dios, no a Marx ni a Fermin Muguruza. No conoce a esa gente. Es una santa.
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