Baudelaire ha encontrado el medio de edificar, en el extremo de una lengua de tierra tenida como inhabitable y más allá de los confines del romanticismo al uso, un extraño quiosco, demasiado adornado, demasiado atormentado, más coqueto y misterioso, donde se lee a Edgar Poe, donde se recitan exquisitos sonetos, donde uno se embriaga con haschisch para razonar a continuación, donde se consumen opio y mil drogas abominables en tazas de acabada porcelana.
El sujeto perfecto será el dandy: una especie de indolencia marcial, una mezcla singular de placidez y de audacia; es una belleza que se deriva de la necesidad de estar dispuesto para morir en cada instante." El dandy es, en definitiva, "el placer de sorprender y la satisfacción orgullosa de no ser sorprendido jamás",
Baudelaire habla incesantemente de salvación, aunque no sepa muy bien de qué quiere salvarse; esta nueva forma del Ideal cada vez más inútil y artificial. En su obstinada búsqueda de este Ideal, con sus constantes y renovados propósitos de trabajo, oración, sacrificio que aumentan con los años y a medida que el Ideal se vuelve cada vez más abstracto e inaprensible, Baudelaire parece el equivalente puramente poético de aquel otro famoso artista que preguntado acerca de su asistencia a misa los domingos contestó: "yo soy practicante ma non creyente". Baudelaire "tuvo la intuición de que la vida espiritual no se nos da, sino que hay que construirla" (Sartre), y que el hombre sólo es él mismo en el punto extremo de máxima tensión entre el bien y el mal. La fascinación de Baudelaire por el tema del pecado original y de la redención por el trabajo, el sacrificio y la oración, así como su horror hacia faltas como la apatía, la dejadez, la relajación de las costumbres... deben circunscribirse dentro de esta búsqueda activa de posesión de su propio yo (para la cual las drogas, el juego y las prostitutas le ofrecerán inmejorables ocasiones de profundizar).
El acto sexual le producirá a Baudelaire horror y asco infinitos porque "copular es aspirar a entrar en otro, y el artista no sale jamás de sí mismo"; o justificará los exagerados precios que paga el dandy por un objeto lujoso, diciendo que éstos no valoran el objeto sino el capricho del que lo compra. Conclusiones lógicas para aquél que trabaja sin desmayo su carácter, llevado por la "inamovible resolución de no dejarse conmover." En este sentido, nada más apropiado para un enfermo de spleen, o más baudeleriano, que tener ya todas las ideas perfectamente elaboradas a los veintitrés años (y ser consciente, además, de su perfección y de la imposibilidad de cualquier progreso futuro) como, nos dice Sartre, le sucedió a Baudelaire. "La mujer es lo contrario del Dandy. Así pues, debe provocar horror. La mujer tiene hambre y quiere comer. Tiene sed y quiere beber. Está en celo y quiere copular. Vaya mérito! La mujer es natural, es decir, abominable. También esto es siempre vulgar, es decir, lo contrario del Dandy." Así como la mujer representa la naturalidad, el dandy (él) representa todo lo contrario: "Hombre de muy honrada cuna y un tanto bribón por pasatiempo -comediante por temperamento-, representaba para sí mismo y a puerta cerrada incomparables tragedias o, mejor dicho, tragicomedias. Si se sentía algo alegre y excitado, tenía que comprobarlo y nuestro hombre se ejercitaba en reír a carcajadas. Si una lágrima le brotaba del rabillo del ojo por cualquier recuerdo, iba al espejo para verse llorar". (La fanfarlo)
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