martes, febrero 01, 2005

Dos ciegos: Sabato-Borges

Cuando todavía yo era un muchacho, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires: en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes de antiguos patios, hasta en la modesta magia que la luz rojiza del crepúsculo convoca en charcos de agua. Más tarde, cuando lo conocí personalmente en Sur, supimos conversar sobre Platón o Heráclito de Efeso, con el pretexto de vicisitudes porteñas. Años más tarde, ásperamente la política nos separó. Porque así como Aristóteles dijo que las cosas se diferencian en lo que se parecen, en ocasiones los seres humanos llegan a separarse por lo mismo que aman. ¡Cuánta pena que eso sucediera! Su muerte nos privó de un gran poeta.

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