Viendo la actual exposición de Durero en El Prado, tuve una de esas conexiones plenas de sincronicidad tan patéticamente alumbradas por Jung. Me encantan a mi las polleces esas de la alteración de conciencia, ya saben. Durero es un pintor que ama las armonias, las luces y perfecciones en la representación de la belleza natural. Miraba detenidamente este canto a la belleza que era el ala de ave multicolor y apareció en mi perturbado cerebro William Lepeska.
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William Lepeska se encuentra encerrado en un centro psiquiátrico de alta seguridad en Miami. De 40 años y natural de Wisconsin, hace tiempo que vive en la calle, sin oficio conocido, y parece que se trata de un disminuido mental. Su disfunción le ha hecho celebre. Unos locos se obsesionan con problemas de identidad, otros con una conjura mundial en su contra, otros matan. Lepeska se obsesiona compulsiva por una mujer. Persigue esa belleza que él percibe desmesurada y cruza el pais para estar junto a ella. Lo único lamentable en su caso es su "víctima", Anna Kournikova, una petardilla menor. Antes siguió a Mel B, una de las Spice Girls. Mal gusto, Will.
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Durero y William Lepeska tienen mucho en común. Su fijación por la belleza, por un ideal de formas que de forma tenaz pretenden capturar. A William quieren condenarle por ello, en junio, a 30 años de cárcel. En su febril persecución se ha resistido a la autoridad, ha cometido allanamiento de morada, acoso, exposición indecente y conducta criminal. Los agravantes que le aplican son de esos que dejan mal a EE.UU. ante los rojos: una niña de tres años vió el espectáculo, atónita, del hombre desnudo. Un adulto desnudo ante una niña es un mal asunto en América.
Tras cruzar el pais, quiso colarse en la casa que Anna posee en la bahía de Key Biscayne (valorada en cuatro millones de euros), en los cayos de Florida, tras una larga travesía a nado. Cuando llegó a las cercanias de propiedad de la rusa, completamente desnudo, se desparramó en una tumbona que había al lado de la piscina gritando “¡Anna, sálvame!”.
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