Leí estos dias "Un artista del hambre" de Franz Kafka. La demencial rutina de un hombre apesadumbrado por su desmedida obsesión anoréxica. Un universo circense que apresa un saco de huesos inane y sin fuerzas. Un hombre obsesionado y sin orientación es el proto-personaje de Kafka. Lo kafkiano no es sinónimo de inexplicable o intrincado. El apresamiento ideal del ser constreñido sin motivo es su gran tema. El hombre apresado por una estructura no física que termina aniquilando su mente, su inteligencia, su destino, su cuerpo sin razones lógicas. Eso es El proceso, El Castillo, La metamorfosis, De la construcción de la muralla china o este artista del hambre. Yo sentí por primera vez la paranoia kafkiana, la sensación de un orden oculto maquinado en lo oscuro para sitiarme y demolerme, cuando sufrí mi primera inspección de Hacienda. Con el tiempo, la sensación de no pertenecer a ningún colectivo, la exclusión, tomó su lugar. Ahora también sueño que no he terminado la carrera. Soy kafkiano.
En los periodos largos de desempleo mi mente se va desgranando como el maiz con la llegada del pequeño continuado fracaso, los retrasos, los plantones, las excusas, las coartadas. Hay una fase en la que no ser atendido por teléfono es una señal confabuladora y se inicia el arte del desempleo. Hoy encontré un habitáculo en un parking subterraneo. La sorpresa fue maravillosa al descubrir un baño en ese sotano. Será el perfecto lugar en las noches frías de mi senectud. Las paredes que se estrechan en torno a tí dejan de apretar un segundo, cesan un momento. El delirio te acompaña todo el día y edificas rutinas para el inminente futuro ruinoso. Ese bar de cañas con pincho a 1 euro será mi despacho. En los grandes supermercados puedo comer rápido mientras paseo un carrito que lleno y vació de continuo. Los baños del polideportivo será mi lugar de asueto. Kafka no tenía problemas de trabajo. El vértigo opresor que él sufria se desplazaba hacia las instituciones que acompañaban su trabajo sin sentido y esa carencia de significado obsesionaba sus días. Llegó a rebuscar en la Kabbalah y ese misticismo críptico salpica su patética obra como salpica mi mente cuando veo los formularios del INEM, los cursos del Fondo Social Europeo, las tasas del carnet de manipulador de alimentos o la matrícula del certificado BTP como unica salida al laberinto que resulta mi vida. Un artista del paro debe edificar cada mañana ese deconstruido panorama presente que no tiene nada que ver con el que se soñó en esa primera e insolente juventud. Uno se reinventa a diario y trata de quitarse la idea nebulosa de que todo es un sueño perverso en la mente de otro pero que no se sabe muy bien cuando empezó. ¿Soñé este drama cuando estaba en el bufete? ¿Morí acaso cuando destruyeron mi rodilla? ¿No acabe nunca la carrera? ¿Cuando acabará este caminar sobre el abismo por un cable de papel?
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