Miguel Bosé siempre fué un mediocre, pobre imitador de Bowie. Impulsó su carrera el ser hijo de cierta élite patria, su ambigüedad sexual, el fenómeno fan, las mil oportunidades concedidas al pobre niño rico. Con Sevilla alcanzó la cumbre de su paupérrima ejecutoria. Las nuevas generaciones pasan de este eunuco aunque permiten sus desplantes de diva intelectual pasada de moda, con permiso para ofender a instituciones inofensivas, de forma que mantenga viva la llama de una impostada juventud, etc. Trata de provocar con ñoñas historias de Nacho Vidal que escandalizan ya solo a su público natural, las abuelas del barrio Salamanca. Ahora pasea su decadencia obesa (y demás enfermedades de la opulencia) por la America aún cautiva. Como una suerte de Pizarro gay, va por paises subdesarrollados y en manos de oligarquias caciquiles exigiendo su whisky, quesos, zumos, frutas y miel, latas de refrescos variados, emparedados, fiambres, té y galletas a los organizadores de su concierto en Panamá del próximo 11 de mayo. Pide, además, una cesta similar para las 25 personas que trabajan en el montaje de su espectáculo. Demócrata.
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