- Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
- espíritus fratemos, luminosas almas, ¡salve!
- Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
- lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
- mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
- retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
- se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
- y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron
- encontramos de súbito, talismánica, pura, rïente,
- cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
- la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
- Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
- o a perpetuo presidio condenasteis al noble entusiasmo,
- ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras,
- mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
- del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
- digan al orbe: la alta virtud resucita
- que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
- Abominad la boca que predice desgracias eternas,
- abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
- abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
- o que la tea empuñan o la daga suicida.
- Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
- la inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
- fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
- y algo se inicia como vasto social cataclismo
- sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
- no despiertan entonces en el tronco del roble gigante
- bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
- ¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
- y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
- No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
- ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
- la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
- que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
- ni la que tras los mares en que yace sepultada la Atlántida,
- tiene su coro de vástagos altos, robustos y fuertes.
- Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos;
- formen todos un solo haz de energía ecuménica.
- Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
- muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
- Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
- que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
- Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
- y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
- así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
- de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
- sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
- y el amor de espigas que inició la labor triptolémica.
- Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
- en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
- ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
- La latina estirpe verá la gran alba futura:
- en un trueno de música gloriosa, millones de labios
- saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
- Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
- la eternidad de Dios, la actividad infinita.
- Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
- ¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
Rubén Darío, marzo 1905
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