Laetitia y el tiempo
Yo trabaje con Laetitia Casta en 1999. Ella era una muchacha soltera y ya multimillonaria. Se aplicaba con sobriedad y vivía en un reducido cosmos, pleno de selección. Su cuerpo era de guerra pero su cara marcaba todo. Los dientes imperfectos, los labios carnosos, la piel de melocotón, una melena leonina y, sobre todo, los ojos seráficos.
El pecho, que llenaba a borbotones la lente, era el punto final en una frase; una cascada de energía que devastaba los ojos, las tierras, los campings. No te miraba a la cara.
Han pasado los lustros, casi dos, y sigue igual. Tuvo un hijo con un fotógrafo mas feo que un perro luso y parece mas joven. Su vida sigue siendo envidiable y su pecho aun resplandece. Es la francesa que desprecia el sur de los Pirineos pero adora a Zidane. Es el mayo del 68 que anegaba de amor los campos Eliseos pero que no daba el fin de semana a la chacha de Murcia. La élite imponderable que deseas poseer en un polvo bastardo y doloroso, lleno de cachetes, mordiscos y escupitajos. Laetitia es Francia. La rendida y mentirosa Francia.
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