La Agenda de Lisboa sobre liberalización económica está paralizada. Los intentos de implementar pequeños cambios provocan una fuerte oposición, tanto de la derecha como de la izquierda, y vociferantes manifestaciones, logrando que se retiren las propuestas. Un símbolo de inercia política es que la mitad del presupuesto anual de la UE está destinado a subsidios agrícolas, para proteger a los agricultores europeos de la competencia de los países en desarrollo, los mismos que los líderes políticos europeos aseguran querer ayudar. Pero el mayor problema es de amnesia. Como manifestó el Papa Benedicto XVI recientemente, durante la conmemoración del Tratado de Roma, la identidad tiene que ver directamente con la memoria. Así como los individuos no se comprenden a sí mismos sin saber dónde han estado y qué han hecho, tampoco lo logran las naciones y culturas. Dicho de otra manera: el Papa dice que la gente que sufre de amnesia se enfrenta a serios problemas a la hora de tomar decisiones sobre el futuro porque no saben de dónde vienen. Eso mismo se aplica a Europa. El Papa no alega que haya que ser cristiano para ser verdaderamente europeo, sino que es importante reconocer los hechos que hay detrás del desarrollo de la civilización europea: que la cristiandad es una síntesis de sabiduría hebrea, pensamiento griego y derecho romano que fue decisiva en el desarrollo de la cultura europea; que pensadores cristianos como Tomás Moro aportaron contribuciones claves a la causa de la libertad contra el absolutismo; que el surgimiento del capitalismo entre europeos cristianos no fue casualidad; y que hasta el lema de la Revolución Francesa –liberté, egalité, fraternité– es incomprensible sin la influencia cristiana sobre tales conceptos. Esta pequeña lista le resulta repugnante a la mayoría de la actual clase dirigente europea. Lamentablemente, el post-modernismo está de moda entre los apparatchiks y altos funcionarios de la Unión. Su determinación de ignorar la historia europea anterior a Rousseau no resulta un buen augurio para los próximos cincuenta años. © AIPE -Samuel Gregg es director de investigaciones del Acton Institute. (22-02-2007) La nueva batalla campal en Europa
sábado, mayo 12, 2007
Europa y su aniversario amnésico. Samuel Gregg
El 26 de marzo, los europeos celebraron el 50° aniversario de la firma del Tratado de Roma, el comienzo de la integración que hoy es la Unión Europea. Habida cuenta de todo lo malo ocurrido en Europa a lo largo del siglo XX –dos guerras mundiales, surgimiento de ideologías asesinas como el marxismo y el nazismo, la exterminación de 6 millones de judíos–, estas cinco décadas de intercambio pacífico son un buen motivo de celebración. Pero no todos los "eurócratas" están convencidos de que todo vaya bien. Jacques Delors, ex presidente de la Comisión Europea, y Jean-Claude Juncker, ex presidente de la UE, piensan que el proyecto de unificación está pasando por su peor crisis. Se refieren a que se está dando largas a la integración constitucional, rechazada por los votantes franceses y holandeses en 2005. Es poco probable que Bruselas trate de imponer de nuevo su infame tratado constitucional de 511 páginas. Es mucho más razonable esperar una estrategia subrepticia de cambios graduales con el objeto de centralizar el poder en Bruselas, a través de ratificaciones aportadas por las dóciles legislaturas nacionales, en lugar de aprobarlo por referendo popular. La realidad es que, al margen de lo que suceda con la constitución, ésta no resolvería los dos grandes problemas de la Unión. El primero es el continuo malestar económico. Aunque los europeos suelen ser eficientes manejando sus negocios ya establecidos, numerosos informes indican una gran escasez de nuevas actividades y de espíritu emprendedor, especialmente si se compara con lo que está sucediendo en India y China. Aunque 2006 fue uno de los mejores años para la economía de la UE, en la última década la economía se estancó, mientras aumentaba el desempleo. Eso pone en peligro la promesa política de seguridad económica para todos. Hay un mayor porcentaje de pobres actualmente en Suecia (país que se consideraba el paraíso socialdemócrata) que en Estados Unidos.
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