jueves, febrero 21, 2008

La cuaresma de un ateo

Hace días tuvo lugar un encuentro público, organizado por la Asociación Cultural Charles Peguy, sobre la esperanza y el mayo del 68. Participaban el filósofo Gabriel Albiac, el escritor Jon Juaristi y el editor José Miguel Oriol. Impresionó la capacidad de atracción que genera el pensamiento de Benedicto XVI y la frescura con que la razón purificada de ideologías es capaz de hablar con el lenguaje común de las preocupaciones de nuestro tiempo.
Más allá de los preámbulos sobre la confesión pública de los intervinientes –materialista consecuente en el caso de Albiac, judío confeso de salvación intramundana en el de Juaristi y católico atractivo, por decirlo more hispano, en el de Oriol–, la apreciación común de que el mayo del 68 había supuesto el cierre de una época y el inicio de la confusión de otra fue un magnífico punto de encuentro y de partida entre los participantes.
Albiac sostuvo que con el mayo del 68 se daba por periclitada una época de esperanza intramesiánica, de sacralización de las ideologías inmanentes, de confusión antropológica y de engaño sostenido, sólo mantenido por las teologías de la liberación revestidas de revelación teológica. Para Albiac –un intelectual atrevido, polemizador, sugerente–, la esperanza pertenece al campo de juego de la teología de la trascendencia; no hay más salida, no hay más respuesta que la de la elección entre el materialismo lógico de la positiva realidad o la confesión de la fe en la trascendencia, y ahí se encuentra con el Benedicto XVI de las primeras páginas de la encíclica Spe Salvi, en las que nos describe cómo la fe y la esperanza se identifican en el sentido bíblico. Otras incursiones del pensamiento de Albiac discurrieron por los predios de la discusión, máxime cuando establecía la relación profunda, casi freudiana, entre miedo y esperanza, entre libertad y verdad. La apuesta por la verdad le parecía como una especie de erotismo de gran intensidad, incompatible con el sentido y la sensibilidad del presente.
Si nuestro tiempo es el primero en el que somos masivamente negadores de Dios y de la trascendencia; si la filosofía del laicismo social es el caldo de cultivo adecuado para el ateísmo de vida y de pensamiento; la afirmación cristiana, que lo es siempre de lo fundamental, debe ser una afirmación de Dios en la historia. Para los participantes en la mesa sobre la esperanza y el mayo del 68, lo que pesaba en la gravedad de la existencia es la historia, la encarnación.
Paradójicamente vivimos en un retorno de lo religioso según la moda de la new age, de las nuevas formas de gnosticismo. Es un retorno en clave de percepciones, de ideas consentidas en la levedad del ser. Es un retorno religioso sin mediaciones. Es un período de religión escéptica que nos conduce al estado de postración y estancamiento y a una afirmación religiosa no basada en la teología sino en la narración literaria.
La publicación en español de una entrevista que Benjamín Wilker ha hecho al filósofo Anthony Flew es una muestra más de la afirmación de una esperanza en la razón del hombre y en la posibilidad de un encuentro con Dios. Flew había llenado la historia del pensamiento reciente con argumentos y afirmaciones que negaban la existencia de Dios o, para ser más exactos, la evidencia de Dios. Ahora confiesa que "debo decir que el viaje de mi descubrimiento de lo divino ha sido hasta ahora un peregrinaje de la razón. He seguido el argumento hasta donde me ha conducido".
La apología del ateísmo es hoy una nueva cuaresma de la razón. Michel Onfray, André Compte-Sponville, Richard Dawkins, Robien Le Poidevin por el partido ateo y Anthony Kenny y Daniel Denett por el defensor del agnosticismo son los máximos exponentes de la divulgación de esa ausencia de Dios, de esa inquietud expresa de los ateos en el Occidente secularizado por el revival de la religión.
Varios de ellos se preguntan por la razón que tuvo Dios para crear. No tiene sentido preguntarse por la razón que explica la acción de Dios, ya que la acción de Dios es la razón que lo explica todo. Y ahí aparece Benedicto XVI en su primera encíclica sobre el amor y en su segunda sobre la esperanza. Sólo el amor es digno de fe, y de esperanza. Y no hay otra manera de llegar a la Pascua que pasar por la cuaresma, también por la cuaresma del ateo.







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