jueves, abril 16, 2015

El muerto y la paranoia



Contó Hutchinson en su opúsculo mas canónico del tiempo precrístico, que aquella generación vigorosa, capaz de levantar a un pais desahuciado y de utilizar al tiempo el lenguaje del mas solemne espíritu colectivo como aquellas columnas funerarias de poetas que lancearon elefantes junto a Alejandro, murió inane y hastiada. Nunca reclamarían la gloria ni el oro. Solo consolaría sus días finales el recuerdo de un tiempo tumultuoso que agitaría el alma de sus hijos cuando volvieran las vicisitudes a exigirles lo mejor de su sangre.

Jamás pensaron que el lenguaje ya no serviría para resucitar almas, para donar vida. No soñaron a sus hijos capaces de que solo dos de ellos entre un centenar ofreciesen sus días por los de sus compatriotas. La idea de un ciudadano temeroso y otro espídico, enfrentados con fantasmas, apuñalando vacíos, solo era conocida, como relata el ciego Dosger, en aquellas tierras de las campañas del frío. Juntos temian tanto ser devorados por sus hermanos como por los asaltantes de la tierra de Mappa. Era tal el terror de los espídicos que solo veían con cierto contento cuando se da$an por muertos. Hoy lo llaman Trastorno de despersonalización. 



Los guerreros tullidos comenzaron a caer en ese delirio al no poder combatir. Se sentían tan inutiles que los llamaban muertos, o parados. Y veían en cada llamada, en cada mención de su nombre, la turbia llamada del verdugo o del recaudador, que requeriría documentar sus propiedades por si muriese produciendo gran  gasto. A esa oscuridad del juicio la llamarían paranoia, al ser Parano el espídico enano al cargo del apremio. Los mas valientes se ejecutaron entre si, para no dejan deuda. Pero antes mataban a los espídicos que podian alcanzar con cuchilladas de muerte lenta, pavorosa. 

Los espídicos eran conocidos por su temor inmediato, que solo anticipaba lamentos, por su rencor al guerrero, por idear una guerra nueva sostenida en otra forma de palabra, derruyendo el ánima del menos docto, del enfermo. Muchos de ellos sobrevivieron. Hutchinson no cree que su influencia llegara al presente pero falleció al iniciar, en su inconcluso Universale compendium vocabulorum, el capítulo final que versaba  sobre aquella  jerigonza,  ya que no llegó a dialecto. Nunca imaginó el docto linguista que cientos de aquellos sonidos hoy poblaban los textos jurídicos de este lugar tan distinto.

Murieron inanes y hastiados. Nadie conocía sus gestas. Y las calles se llenaron de aquellos a los que ejecutaron sus hermanos tullidos. Dicen que al hundir el mas herrumbroso de los metales en la carne flácida del espídico, estos emitian chillidos agudos mientras el guerrero terminal les gritaban al oido "muerto soy, muerte a paranoia"



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