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lunes, abril 20, 2015

Todo es mentira. El tópico como vida





La gente incomoda es la que despierta el mundo. La que me gusta. La que rompe cinturas y va a contracorriente. Los Millás, Rivas o Maruja Torres me duermen. Los revolucionarios con salarios de estrellas del rock y restaurantes especiales. Todo son lugares comunes. La mentira del tópico. A mi me gusta Michel Houellebecq, que es un puro suicidio, que odia a su madre y se amiga por tiempos con Arrabal. Me asquean los escritores con libretita, que toman café en una terracita. Con un cigarrito hecho a mano. Todo en diminutivo. Pensando en la igualdad de varones y mujeres, en la paz.

Es incómodo romper esquemas como hace Arcadí Espada, Salvador Sostres, Jose Maria Marco, Pepe García Dominguez, Jimenez Losantos, JC Girauta, Gabriel Albiac. Las sendas devastan el campo y tratan de ocultar, además, por donde se transitó hace un tiempo. Las mentes colectivas, los arquetipos, se construyen con cierta lentitud. Y todo se situa en un escenario incuestionado. Así pasa la vida con esas ideas peregrinas. Casablanca es una excelente película. Gabriel García Márquez pasa por un autor excelso. Humphrey DeForest Bogart era un gran actor. Iósif Vissariónovich Stalin y el comunismo tenían un plan ideologico. El feminismo se preocupa por la mujer. Las finanzas son  solo numeros. Las fundaciones son altruistas. El hombre es bueno por naturaleza.

Zaratustra se volvió loco luchando creencias dominantes, prejuicios colectivos, leyendas urbanas. Hoy pasaría desapercibido. Sepultado en Twitter, ya que era tan aforístico. Se iría a la Legión. O al Estado Islámico. Preguntarse hoy, en la era de internet, por qué vivimos y qué sentido puede tener si lo comparamos con no-ser da mucho vertigo. Es algo que no aparece en nuestra nueva vida, en una pantalla.
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viernes, abril 17, 2015

Adsense y el pecado de Rachel




Soy un ferviente partidario del freemarket. Y Adsense puede negar ese post de la imagen. Por supuesto. Hayek y Von Misses fueron dos sensatos depredadores de la mediocridad y el solipsismo del Estado de Bienestar que solo se explica como religión de la Burocracia. Pero las reglas del juego Libertario (hola, Google) tienen que llegar hasta las esclusas de la no conveniencia, que diría mi amigo Mario Conde. Como cristiano no soporto su concepto “Human Action“, que interpreta la sinpar Rand como una suerte de nazismo de la conciencia cierta, correcta, inmaculada, y que aniquila el concepto de determinismo, como si fuera una tara de los mas simpleminded, y no un designio insalvable de lo que mas temen estos de Adsense y lo del freemarket: el misterio. La vida no es solo esa acción humana limpida, esa “reflexiva acomodación a aquella disposición del universo que está influyendo en la vida del sujeto”.

Los perfectos nubios de Leni Riefenstahl no vivirían nunca en el Reich. Las tetas de Rachel, como Penthouse o Hustler, ya no mueven ni una hormona teenager. Ningun logo puede negar el aire. Solo etiquétenlo. Y así lo ocultamos de niños. Esos perpetuos infantes a los que niegan ya ver luchar a dos boxeadores, comer guarrerías, ver morir al abuelo, dolerse en el dentista, mancharse la ropa de marca, privarse de un cotillon con puro de cumpleaños, deshacerse de su perpetua inocencia. Como cuenta el gran Pascal Bruckner, el infantilismo y la victimización capitanean la ciudad, y ya no hay fuerza. Nietsche ha muerto. Solo viven “biendolientes”, populacho quejoso y ágrafo. La yihad nos aniquilará. Y no existirá mercado alguno para Google. Ni adsense. Que para que se ofendan más conmigo, los pongo en minúscula.



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jueves, abril 16, 2015

El muerto y la paranoia



Contó Hutchinson en su opúsculo mas canónico del tiempo precrístico, que aquella generación vigorosa, capaz de levantar a un pais desahuciado y de utilizar al tiempo el lenguaje del mas solemne espíritu colectivo como aquellas columnas funerarias de poetas que lancearon elefantes junto a Alejandro, murió inane y hastiada. Nunca reclamarían la gloria ni el oro. Solo consolaría sus días finales el recuerdo de un tiempo tumultuoso que agitaría el alma de sus hijos cuando volvieran las vicisitudes a exigirles lo mejor de su sangre.

Jamás pensaron que el lenguaje ya no serviría para resucitar almas, para donar vida. No soñaron a sus hijos capaces de que solo dos de ellos entre un centenar ofreciesen sus días por los de sus compatriotas. La idea de un ciudadano temeroso y otro espídico, enfrentados con fantasmas, apuñalando vacíos, solo era conocida, como relata el ciego Dosger, en aquellas tierras de las campañas del frío. Juntos temian tanto ser devorados por sus hermanos como por los asaltantes de la tierra de Mappa. Era tal el terror de los espídicos que solo veían con cierto contento cuando se da$an por muertos. Hoy lo llaman Trastorno de despersonalización. 



Los guerreros tullidos comenzaron a caer en ese delirio al no poder combatir. Se sentían tan inutiles que los llamaban muertos, o parados. Y veían en cada llamada, en cada mención de su nombre, la turbia llamada del verdugo o del recaudador, que requeriría documentar sus propiedades por si muriese produciendo gran  gasto. A esa oscuridad del juicio la llamarían paranoia, al ser Parano el espídico enano al cargo del apremio. Los mas valientes se ejecutaron entre si, para no dejan deuda. Pero antes mataban a los espídicos que podian alcanzar con cuchilladas de muerte lenta, pavorosa. 

Los espídicos eran conocidos por su temor inmediato, que solo anticipaba lamentos, por su rencor al guerrero, por idear una guerra nueva sostenida en otra forma de palabra, derruyendo el ánima del menos docto, del enfermo. Muchos de ellos sobrevivieron. Hutchinson no cree que su influencia llegara al presente pero falleció al iniciar, en su inconcluso Universale compendium vocabulorum, el capítulo final que versaba  sobre aquella  jerigonza,  ya que no llegó a dialecto. Nunca imaginó el docto linguista que cientos de aquellos sonidos hoy poblaban los textos jurídicos de este lugar tan distinto.

Murieron inanes y hastiados. Nadie conocía sus gestas. Y las calles se llenaron de aquellos a los que ejecutaron sus hermanos tullidos. Dicen que al hundir el mas herrumbroso de los metales en la carne flácida del espídico, estos emitian chillidos agudos mientras el guerrero terminal les gritaban al oido "muerto soy, muerte a paranoia"



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