El trabajo físico no intimida hasta que ya es muy tarde. Hasta que se descubre que no hay otra cosa. Es un seguro con póliza a base de gran sufrimiento. Lo descubres y el pavor te estremece. Un vacío como el de Valente. Pero hay cosas mucho peores.
Encender esa basura que ha hecho tanto daño al género humano, la tv, es peor que trabajar cargando muebles, arboles, cajas, bombonas. Si tienes decencia. Y, sobre todo, si no tienes una opinión ya formada.
En esta era de la "información" (perdón por las risas), como dijo ya Carr, el ruido pesa más que cualquier ley, cualquien razón. Ese tono constante que nos soba. La música sorda de la opinión. Si ya resulta molesta la Tirania de los expertos, ahora todo es más vulgar. Se opina con la nada como fundamento. Es el imperio de los sentimientos, o peor aún, de las sensaciones.
Hoy ví opiniones en torno a la responsabilidad de los europeos por el ahogamiento de inmigrantes. Ayer trataron de instar a una investigación de unos padres. Su hijo mató a un profesor. Querían, al ser menor, prolongar el espectáculo con sus progenitores. Hace un mes, los depresivos no tendrían derecho al trabajo. Hoy es una humillación para la mujer optar por ser puta por propia decisión. Todo sostenido en gustos, en apetitos. El gran patio de vecindad.
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