Dicen cronistas de esta conversión, la de una muchacha a la que nadie en la familia ha tomado nunca muy en serio, que Véronique se detuvo pasmada ante la imagen de la femineidad cristiana de tal forma que puede llegar a matar si se acusa a la Iglesia de misoginia. Véronique, como veterana anticlerical y feminista, siempre estuvo dispuesta a atacar a la Iglesia por su oscurantismo. En esa Iglesia ha restaurado su “feminidad herida”, y afirma que en ella “he encontrado mi casa”. Hoy su hermano la describe como una mujer “tocada por la redención”.
Ella, que nunca había leído nada, devora la Biblia y los escritos de los místicos, de los teólogos, de los Padres de la Iglesia. Cuando se entusiasma con un pasaje, llama a su hermano mayor y le lee páginas enteras. ¿No tiene miedo de cansarlo ? La contestación de esta mujer fundamenta todas estas letras que continúan en torno a una fe y un redescubrimiento de la menospreciada "judeidad" de Cristo:
«Me dirijo a la Tierra Prometida que hay en él»
Bernard-Henri Lévy, el eterno enfant terrible de la intelectualidad francesa, es agnóstico: «Digamos que a mí no se me plantea el problema de la existencia de Dios». Pero entendió la seriedad que encerraba la petición de su hermana veinte años mas joven. Quería que él estuviera presente en su bautizo. No era un capricho. «Por la seguridad y la intensidad con que hablaba comprendí que no se trataba de una niñería sino de una auténtica experiencia interior».
Según confiesa el mediático hermano: «En la vida de Verónica, hubo una lucha cuerpo a cuerpo con el mal, con un ápice justo antes de su conversión; ha tenido también gracia y redención: se convirtió en otra persona. Rehizo su alma. Esta clase de aventura espiritual atañe al ser en todas sus dimensiones, desde arriba hasta abajo».
Veronique es una mujer desconocida, de aspecto frágil que aún conserva un aire juvenil con su pelo rubio y su pose al fumar. Parece temerosa. Es obvio, para quienes examinaron de cerca la diáfana gravedad de su mirada, que su vida ha sido complicada, que pasea cicatrices. Siempre ha tenido presente la figura de Cristo. La pequeña se fascinó con ese hombre cuyos grandes brazos abiertos sobre la cruz no evocaban dolor sino un amor sereno, incondicional y absoluto. Recibe la primera llamada con tres años, por boca de su amiga Coralia en unas vacaciones en la playa de Antibes. Pero su formación ha sido laica, a pesar de vivir en el corazón de una familia de larga estirpe judía pero no practicante. Se relaja y adquiere pausa, seguridad, al plantear el único tema a tratar, insiste, que es Cristo.
«La Iglesia es el hospital de las almas heridas, aquellas a las que la psiquiatría o el psicoanálisis no han podido aliviar. Propone lo que el mundo laico ha olvidado: el perdón, la redención. Abre un camino de libertad, desata los nudos. Lo Eterno no divide ; unifica, denomina, ordena. Y este orden es bondad». Por un momento se recibe el carisma de ese entorno de pensadores en el que se ha criado.
Primer domingo de cuaresma de 2012. La nave de Notre-Dame de París llena. Bullicio propio de un día de alegre celebración. La ceremonia es presidida por Monseñor Ving-Trois. Convoca a los adultos que serán bautizados cuarenta días después, en la noche de Pascua. Entre los asistentes Bernard-Henri Lévy. En los asientos reservadas a las familias de los catecúmenos. Hoy es Bernardo, como le llaman en casa.
La satisfacción de ver a una hermana un poco perdida, delicadamente inestable, transformada en un alma nueva no impide una triste melancolía tal vez egóica pero muy razonable en un Leví.
«¿Qué habrían pensado nuestros padres? Durante su bautismo, imaginaba, habrían quedado desolados : sin duda, una ruptura así no se había producido jamás en el multimilenario linaje de los Leví. Me embargaba también el sentimiento de haber fracasado en transmitirle algo a esa hermana pequeña que podría ser mi hija».
Fueron educados en la memoria y el orgullo de quien “lleva un nombre muy antiguo, aristocrático, el nombre de una de las doce tribus de Israel, la tribu de Levi”. El padre sentaba a la niña sobre sus rodillas y decía: «Tú eres una princesa y llevas un apellido muy antiguo y aristocrático, el nombre de una de las doce tribus de Israel, la tribu de Leví. No lo olvides nunca».
El libro de Veronique (en castellano se traduciría Muéstrame tu rostro) cuenta su travesía junto a Cristo. Encuentros y desapariciones a lo largo de toda una vida. Son sus diálogos interiores, “su aventura con el Crucificado”. Pero su veterano editor (Jean-François Colosimo, dueño de la editorial du Cerf) quiso incluir no solo el entusiasmo místico de la conversa, lleno de lenguaje amoroso hasta la crudeza. Era preciso un relato biográfico explícito.
La princesa Verónica, de tal sensibilidad extrema que puede llegar a torturarla es sacudida a los doce años con la muerte de su abuela materna, a quien adoraba. Para conjurar a Tánatos, la niña aterrorizada con la muerte se vuelve una mujer provocadora. ¿Qué quiere ser cuando seas mayor? « Puta ». En el internado recuerda su pasión infantil con el cine de Zeffirelli, Jesús de Nazaret. Siente que Jesús regresa a ella cada vez que escucha hablar de Él.
El hermano filosofo admite que «pronto quedé impresionado por su nivel de conocimientos de teología tanto cristiana como judía, sobre los cuales nunca supo nada anteriormente», pero desconoce que se trata de una carrera de fondo, en el anonimato.
Tras el internado y esa juventud desorientada, durante los próximos veinticinco años, Jesús la persigue en su vida aislada, disoluta, especialmente por medio de sueños («yo te quitaré tu corazón de piedra y te pondré un corazón de carne», escucha). Son años de gran agitación, de cambios de trabajo, también de múltiples aventuras amorosas y de excesos. Estudia letras, enfermería, cursos de teatro, confección de joyas, tiene amores, y o bien fracasa o se agota.
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Verónique Lévy |
Antes de la conversión, vive la noche del amor fou sobre sus tacones de aguja, de negro, apasionada por los vampiros, en un bar de la Bastilla que se ha convertido en su casa, «en compañía de una horda marginal de desahuciados a la deriva». Los ama porque sabe que «en su desmesura hay una búsqueda, la nostalgia de un absoluto».
Un hombre extraño la dejará en la iglesia de San Gervasio. El padre Pedro María Delfieux, fundador de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén, instaladas en ese templo, la halla en un banco de su iglesia en ruinas. «En pocas semanas – dice – Dios me ha reconstruido». La pequeña Levy se transformó de frágil e inestable a mujer fuerte y segura.
Otro hecho que transformó la vida de los Leví, y especialmente de Verónique, fue el accidente de su hermano Felipe, que cayó desde un sexto piso el día de su cumpleaños. El diagnóstico era devastador. Bernard-Henri se desvivía tras los médicos y Verónique poblaba de íconos la cabecera de su cama, de medallas milagrosas toda su almohada y reza sin cesar. La mañana de Navidad, Felipe se ha despertado y respira sin asistencia. Ella comienza a leerle el Evangelio. Bernard-Henri reprochó en esa ocasión a la hermana que se aprovechara de la debilidad de Felipe para su proselitismo.
Meses más tarde Felipe asistirá a petición de ella a un oficio en la iglesia de San Gervasio. Misteriosamente, los monjes entonan el Shema Israel y cantan el Padrenuestro en hebreo.
Para Veroniqué, «si les sorprende este libro es por ignorar que el cristianismo no es una religión de la ley sino del encuentro con Cristo, que suscita todo lo que hay en nosotros de humano, para convertirlo». Y cita a Georgette Blaquière, figura del catolicismo del siglo XX: «Creer en Dios no es creer que Dios existe sino creer que yo existo para Dios».
El rechazo de los fariseos, agrega, «ha sido el acto oficial de un divorcio con la vocación santa del pueblo-testigo, ¿les ha dado miedo la mundialización de la Salvación ?».
Otra curiosidad que surge de esta conversión ocurre en su faseinicial. Verónique comenzó a convertirse en un tiempo en el que Bernard-Henri, ajeno a todo ello, preparaba una exposición sobre la verdad y la pintura; recorría los museos del mundo entero en búsqueda de cuadros de aquella Verónica de la cual la tradición dice que habría enjugado el rostro de Cristo y que este se habría impreso en su lienzo: una imagen que abre una brecha en la prohibición de representar a Dios.
Al conocer la coincidencia de que en esos días su hermana transitaba hacia la conversión sintió una perturbación intima. Cosas de los pensadores que han estudiado los lenguajes mistéricos de la cábala.
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Montre-moi ton visage |
Dios no descansa. Cuida de todos y espera el momento oportuno para derramar sus gracias.