La ausencia total de oxígeno te lleva a racionar su consumo. Inhalo poco. Así aquí como en todo. Se hace lo mismo con la esperanza. Todos tenemos un poco. Se oculta a la luz por miedo a esa escasez. Me recuerda a aquellos milicianos que permanecían en un agujero hasta décadas después del conflicto. No se aventuraban a asomar al pueblo. Les dolía tanto recibir la noticia de una guerra aún viva que preferían vivir en la certeza de ésta.
Un día recibes un atisbo liviano, un susurro de una hipotética buena noticia y te aferras a esa luz rancia. Eres feliz una semana sujeto a esa cuerdita sin hilo. No quieres saber que todo se ha venido abajo. Y permaneces quieto. Tanto que observas la linea de agua en las comisuras. Quieto. Es la infravida. Vives en el centímetro tibio. Racionas la vida. Quieto.
Es esa idea del insecto de Kafka. Que queda quieto y panza arriba. Que sabe que un buen pisotón daba fin a la tortura. Pero que permanece quieto.
Es esa idea del insecto de Kafka. Que queda quieto y panza arriba. Que sabe que un buen pisotón daba fin a la tortura. Pero que permanece quieto.