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domingo, mayo 02, 2010

Que nos inventen ellos, en ABC, de Rafael Reig

Siempre he dicho que un novelista no necesita imaginación, sino cuñados (o imaginación para lo real). Sin embargo, hay tres cosas que no tiene más remedio que inventarse: a sí mismo, su tradición literaria y a sus lectores.
Para escribir hay que crear una voz narrativa y convertirse en otro. Es indispensable desaparecer: por eso toda obra es póstuma. Escribir es también una forma de leer la tradición, de elegirla y proponer una nueva Historia de la literatura. Y, por último, toda novela original necesita inventarse a sus propios lectores, puesto que reclama una nueva forma de leer. La fuerza, pongamos, de Faulkner no está sólo en que escribe de una manera diferente, sino sobre todo en que nos enseña a leer de una manera diferente. Leer a uno de los grandes es como aprender una lengua extranjera, nos convierte en lectores distintos (y por lo general mejores). Leer después a un autor menor no cuesta ningún esfuerzo: ya conocemos esa gramática.
En mi juventud era corriente ser bilingüe: leíamos con la misma admiración a Borges y a Cortázar. Nos provocaba la misma sorpresa El Aleph que las Historias de cronopios y de famas, y la misma incrédula y entusiasta pregunta: Ah, pero ¿esto valía? ¿Se puede escribir así? ¿Aceptamos a Borges como narrador y pulpo como animal de compañía?
Es el mismo estupor que dice García Márquez que sintió al leer a Kafka: ¡Pero si así contaba las cosas mi abuela! ¡Yo no sabía que esto se podía hacer, que valía!
Pedantería y papanatismo. Borges inventó una legión de lectores (y no pocos autores sucedáneos), pero no sé si muchos habrán logrado sobrevivir a la epidemia de pedantería y papanatismo que nos asola. Por ejemplo, hace poco leí en un suplemento dominical que ahora hay restaurantes en los que se come en la más absoluta oscuridad, para saborear los alimentos sin reconocerlos de antemano ni dejarse influir por su aspecto. ¿De qué me sonaba eso? Fui a la biblioteca más cercana y, aunque cada vez tienen menos libros (y más tonterías, a las que llaman multimedia), encontré las Crónicas de Bustos Domecq, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Allí estaba, en efecto, en una (falsa) crónica sobre gastronomía donde se relata cómo se le ocurrió la idea al genial (aunque inventado) chef Darracq, que «con la seguridad que el genio otorga, ejecuta el acto somero que lo fijará para siempre en la más angulosa y alta cúspide de la cocina. Apaga la luz. Queda así inaugurado, en aquel instante, el primer tenebrarium».
Borges y Bioy ya habían inventado, a finales de los sesenta, los tenebrarium: alta cocina a oscuras. Sí, pero ¡ellos lo hacían de broma! Ahora estas pamplinas se hacen en serio y de buena fe.
En este libro, Bustos Domecq (el detective de Bioy y Borges) escribe sobre arte y eso que ahora se llama «tendencias». Cada crónica parodia un estilo periodístico, desde la entrevista a la crítica literaria. Hay arquitectura (edificios tan funcionales que resulta imposible vivir en ellos), pintura (cuadros borrados y después pintados por encima de negro, y que se venden a precios de escándalo), lo que ahora se llaman «propuestas» (un artista que firma el «espacio» entre dos calles), poderosas nuevas tecnologías («la máquina descansa y el hombre, retemplado, trabaja») y espectaculares avances médicos (la inmortalidad, ni más ni menos, aunque eso sí: convertidos en piezas de mobiliario).
Lengua extranjera. En resumen: el libro, de 1967, trata (en broma) más o menos los mismos asuntos de los que cualquier suplemento dominical contemporáneo habla completamente en serio.
Es una pequeña, casi imperceptible diferencia: la ironía (visionaria, por cierto).
En 1967 la ironía se percibía de inmediato. Un ejemplo: el libro está dedicado «A esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce y Le Corbusier».
Ahora, tras tantos (y tan acerbos) años de corrección política, tras tanto «buenismo» timorato y tras tanta defensa del sagrado derecho de llamarse a agravio, ¿quedará algún lector que pueda disfrutar un texto irónico? ¿Alguno todavía capaz de reírse de sí mismo?
Borges y Bioy siguen siendo un excelente manual de esa lengua extranjera: al leerlos nos inventan como lectores irónicos, tolerantes y un punto maliciosos. Tal y como (a veces) nos gustaría ser.

sábado, marzo 26, 2005

2666 et in Esparta ego

"Estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tía insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso lo dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche". Ya somos dos, Bolaño.


En un delirio anti-pensamiento, la deriva me ha llevado a mil huidas sedentarias. Leo 8 o 9 libros a la vez. Leo las obras completas en prosa de Borges y tres ensayos sobre su trabajo literario (Factor Borges, etc), leo K. (un estudio sobre Kafka de Roberto Calasso), ojeo a ratos capítulos de Los mitos de la guerra civil de Pio Moa, Koba el temible de Martin Amis y también la Conciencia sin fronteras de Wilber; la Guia Espiritual de Molinos o la última obra de Juan Pablo II (encargué también Getsemani de Echevarria) completan mi cobijo espiritual tras terminar dos escritos de Thich Nhat Hanh. Pretendo volver a leer la gran Walden de Thoreau, a William James (me encanta su The Varieties of Religious Experience: A Study of Human Nature) y algo de Ralph Waldo Emerson (ensayos como Self-Reliance)



Un libro me lleva a otro y nunca me interesa la ficción. Siempre creí que alguien que lee todo Dostoievski y algo de Calderón ha cumplido sobradamente. En mi primera juventud me obligaron a leer a Flaubert, al Arcipreste de Hita, Joyce, Lope de Vega, Goethe, Stendhal, Faulkner (zzzzz), Gorki, Delibes, Cervantes, Shakespeare, Chesterton... a todos. Mi fobia por la ficción solo se veía derrotada con el bisturí indefinible de Borges. Borges, en realidad, no es ficción. Es historia de los libros, es plagio y compilación, es filosofia y religión. Ultimamente dejé pasar también a Kafka. Los escritores dolidos siempre tienen sitio al pie de mi cama, pero debo notar que realmente padecen. Hago serio examen. Así me ganó Rimbaud, Leopoldo M. Panero, Holderlin o Fedor Dostoievski. A veces pierdo el hilo y no se quien me llevó a quien. Un escritor con cierta historia nunca me puede convencer. Es difícil que yo me crea al último Cela, al mediocre y cabrón de Alberti, a Neruda, a Vargas Llosa, a gran parte de García Márquez, a Sartre y su novia, a Perez Reverte, a Tom Wolfe...
 
En esa lucha por transitar en la selva, con el machete listo para derribar todo estorbo, se cruzó Bolaño (1953-2003). Supe de su vida y sus detectives salvajes. Leí sus ensayos (Entre parentesis) y una entrevista cuasi postuma desoladora. Un castigado de calidad. Muchas veces las biografias me llevan al libro. Así paso con Kerouac, con Wilber, Aurobindo, Gurdjieff, Michel Foucault o Walt Whitman. Bolaño fue una revelación del sempiterno castigado. Fiel y curtido. Puro hasta en su fin. Lleno de enemigos y traiciones. Es lo que pasa cuando solo te preocupa la literatura y no las relaciones públicas. Necesitaba un higado que no llegó y murió con 50 años.
Ayer robé 2666 de Roberto Bolaño.

"Ne te quaesiveris extra."
"Man is his own star; and the soul that can
Render an honest and a perfect man,
Commands all light, all influence, all fate;
Nothing to him falls early or too late.
Our acts our angels are, or good or ill,
Our fatal shadows that walk by us still."
           Epilogue to Beaumont and Fletcher's Honest Man's Fortune

domingo, enero 30, 2005

CIEGO AMENAZADO. DIOS BORGES

Ciego BORGES
El amenazado
Es el amor.Tendré que ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿ De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galería de las bibliotecas las cosas comunes, los hábitos el jóven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han ocurecido los que miran por la ventana, pero la sombra no ha traido la paz. Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos que cercan,las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto) El nombre de una ujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo. Jorge Luis Borges (Argentina)








sábado, enero 15, 2005

Borges, el otro

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges

No puedo dormir. Hoy recuerdo a la bestia.

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.