lunes, junio 20, 2011

La herida de Spinoza

La vida entera de muchos ensayistas transcurre sin dar jamás con un tema. Este ensayo no sólo se topa con un tema, sino que incluso se da el lujo de aprovecharlo. El tema es la felicidad. Sin embargo, La herida de Spinoza es un libro de filosofía, no de autoayuda. Parte de algunas conclusiones recientes de la neurología, en particular de las investigaciones de Antonio Damasio acerca de la impertinencia de la secular división entre mente y cuerpo. El propio Damasio vincula sus investigaciones con las ideas que Spinoza expuso en su Ética. Para Damasio, la tranquila aceptación de la muerte, una de las señas de identidad de la ética de Spinoza –de hecho, la «herida» de Spinoza–, resulta «irritante». Ese comentario de Damasio parece inocuo, pero para Vicente Serrano no lo es, sino que apunta a una especie de «desajuste», a una extraña incomprensión de la diferencia última de la ética spinozista. A partir de ahí el autor no se propone criticar solamente esa y otras lecturas de Spinoza, sino que plantea además una amplia crítica a la modernidad, y también a la posmodernidad. La herida de Spinoza se convierte entonces en una revisión de la historia entera de la filosofía en esa zona en que ética y metafísica (u ontología) se superponen. Aunque el proyecto parece apabullante, el autor se asegura de estar bien equipado. Por una parte suprime el aparato académico, lo que le permite ser más breve y directo, y por otra echa mano de una erudición notable y, sobre todo, de una capacidad absolutamente inusual de explicación. Si hubiera que buscar parangones a esa capacidad, no quedaría más remedio que acudir a Rüdiger Safranski. El autor, sin embargo, no hace biografías, ni siquiera historia de la filosofía como tal, sino que intenta filosofar de la mano de los más grandes pensadores de la historia. El ensayo se completa con la inclusión de una pieza maestra: los afectos. Los afectos serían la respuesta posible de la filosofía al problema de la biopolítica. La progresión de la modernidad no sólo implica la desaparición de la naturaleza, sino la sustitución absoluta de los afectos por la voluntad (de voluntad). Si la vuelta a la naturaleza es imposible, e incluso indeseable –dado que la naturaleza no fue nunca más que una metáfora–, Serrano se inspira en Foucault para proponer una «vuelta» a los afectos como la pieza fundamental que cierra la reexión sobre el poder.

jueves, junio 02, 2011

Leonard Cohen segun AINHOA SÁENZ DE ZAITEGUI

Parece una persona corriente. No es una estrella. Tiene algo de Clint Eastwood (lo tierno) y de Patti Smith (lo duro). Aires de filósoso francés postmoderno. Da la impresión de estar permanentemente roto. Escribe. Básicamente, escribe. El qué es lo de menos. Empezó por la poesía, como los héroes: Comparemos mitologías nació 22 años después que él, en 1956. Luego vinieron ocho o doce más: no es sencillo contar sus versos. Los hay bastante ortodoxos, casi normales, a pesar de llamarse Flores para Hitler (1964) o La energía de los esclavos (1972). Otros son más elusivos, al interactuar con las artes visuales (Libro del anhelo, 2006) o con la música. De hecho, su mejor poema es una canción. En Hallelujahcoinciden todos los hombres que él es: el poeta, el profeta, el rapsoda, el hombre que eclipsó a Handel. El místico. Su escritura es siempre palimpsesto de la Escritura: inmersión en el imaginario universal, no importa el credo, judío, cristiano, budista, todos, uno. Concibe la creación como la Creación: si los pitagóricos creían que la materia era numérica, si Yahvé inventó el mundo diciéndolo, él forja lo humano cantándolo, con o sin música. Para entender cuál es su religión, lo mejor es leer a Whitman. También su fe es el hombre. Cada poema, un templo. La construcción de su poesía se basa en las ruinas: es un discurso inacabado, siempre derrumbado. Las palabras esconden más de lo que comunican, abriendo monstruosos abismos en el texto y en nuestra mente. Surgen voces de no se sabe dónde, hombres y mujeres entran y salen de escena sin razón aparente, la narración es un silencio sólo aliviado por las vigas maestras, los puntos de anclaje: las ideas. Para contar la Historia, hay que callar la historia. Se considera un redactor de salmos, oraciones, apocalipsis. No es poeta para agradar, entretener, ser mediático. Es poeta porque puede. Asume que (como dice Spiderman) un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Evita manipularnos mostrándonos las piezas, no el puzzle. En sus versos se exhiben trozos de vida, pedazos de mundo, tragedias shakespearianas interrumpidas por anuncios de la tele. Leerle es un proceso de reconstrucción perpetua. Las combinaciones posibles se miden en cifras borgesianas: somos absolutamente libres de interpretarle o malinterpretarle a nuestro antojo. No podemos equivocarnos. Su complejidad nos salva de nuestra simpleza. Es un mito. Un ídolo. No tiene edad (77 años). No tiene patria (Canadá). Parece impermeable a su propia inmortalidad. Enseña que la poesía se escribe en vinilo, se escucha en el iPod. Nos ha redimido para siempre de nuestra manía de distinguir entre literatura y no literatura, ficción y realidad. Si uno pasa demasiado tiempo leyendo su poesía, acaba por sentirse un personaje, una voz de su poesía. Y al cerrar el libro y salir a la calle y disponerse a vivir, se da cuenta de que el libro sigue ahí, en la calle, en la vida, abierto de par en par. En España acaban de darle un premio. Es Leonard Cohen.



EL CULTURAL: 01/06/2011

Las sumisiones voluntarias de Gabriel Albiac





Maquiavelo y Guicciardini, como una buena parte de los políticos de su generación, admiran a Savonarola. La dimensión del personaje es grandiosa, y en estos analistas del siglo XVI florentino prima una virtud intelectual envidiable: el absoluto equilibrio, la absoluta magnanimidad con la que buscan analizar los hechos. Savonarola era un personaje grandioso, culto, inteligente y moralmente impecable; fue catastrófico por ser grande, culto, inteligente y moralmente impecable; lo que es lo mismo, por tener la capacidad de poner en marcha algo que en sí mismo sólo puede producir catástrofe: la idea, delirante, de la posición hegemónica de la teología en política. Es la lección que todos los de la generación maquiaveliana han extraído de esos años de Savonarola, sin que ello implique la menor degradación del personaje. Si ustedes leen lo que Maquiavelo escribe sobre Savonarola, en la "Correspondencia" o en la "Historia de Florencia", la línea conductora es nítida: un gran personaje; fatídico. Si ustedes leen lo que escribe Guicciardini sobre Savonarola, en la "Historia florentina" o en "La historia de Italia", lo es en la misma medida: Savoranola aparece allí como el más brillante de los hombres de su tiempo; fatídico. Pues bien, lo que todos ellos han aprendido de esa historia de santidad desastrosa es esto: nunca más, bajo ningún concepto, la intervención de la teología en política. Nunca más, bajo ningún concepto, la proyección de modelos moralizantes sobre la política. Nunca más, la santidad en la Señoría. Nunca más, bajo ningún concepto, la utopía del reino de Dios sobre la tierra. La santidad, en política, sólo acarrea muerte.
Escribirá Spinoza que quien domina por la fuerza ejerce un dominio precario, limitado, y que puede en algún momento quebrar. El dominio por la esperanza es, por el contrario, un dominio casi invulnerable, porque lo que consigue es la identificación del siervo con el amo, y la identificación de cada una de sus expectativas con las expectativas del amo. (Pág. 52).

GABRIEL ALBIAC: SUMISIONES VOLUNTARIAS. LA INVENCIÓN DEL SUJETO POLÍTICO. Tecnos (Madrid), 2011, 285 págs. Edición a cargo de Alberto Mira Almodóvar.

Espejismos de libertad Por José Sánchez Tortosa