La vida se apropia de todo. Existen fuerzas feroces. El amor, la lealtad, el orgullo. El odio. Y la vida se compone de todas ellas. No somos seres con albedrío. Somos vulgares manifestaciones de ellas. Las plantas pueden hacerse con un edificio. Reventar Madison Sq Garden. Las fieras enseñorearse en Champs Elisees. El humano hace lo mismo. Pero no sigue un instinto único. Imita. El ser humano es un Zelig. Y hoy la codícia es la gran fuerza. Los grandes espejos de esas fuerzas que en otro tiempo eran la leyenda de Carlomagno, Cesar, Francisco de Asis, hoy no encuentran correlato. La vida está en manos de pocos.
Hace no mucho existía el mal con rostro. Nadie se reía de su presencia/existenca. Los enemigos competían por la primacía. Hoy vivimos la falacia pre/trans. La auténtica lucha la ejercían los mejores, los seres mas evolucionados de cada raza que alcanzaron los estados trans-racionales, de auténtica realización. Hoy ocupan las referencias sociales seres en plena involución, en estados regresivos pre-racionales que suelen tener naturaleza patológica. Ken Wilber relata esta confusión en la que el estado místico de Santa Teresa de Avila es confundido hoy con un ataque de histeria de una folclórica. Hoy nadie conoce el mal. Y esas referencias grotescas se imitan. Como decía el psiquiatra Valter Cascioli de la gran jugada del mal, “la astucia del diablo es hacernos creer que no existe”.
Recuerdo al gran Bill Cunninghan, cuando recorria las calles, desde las mas elitistas hasta las alternativas, cazando tendencias. Hoy a los 80 años, sigue paseando todos los días por Manhattan en bicicleta capturando en fotos la moda en las calles. Capturó el espíritu de los hippies, las high-society madames, de los ejecutivos más extravagantes, las modelos bohemias. Y el mundo imitó sus dictados. Las manifestaciones en Genova, en Davos, en Río, eran un preanuncio gratuito de la colección del año siguiente. Los shorts rotos con medias de las modelos desastradas serían la vestimenta de las adolescentes del próximo invierno. Hasta la fuerza de la serendipia era domesticada. Las naciones hoy son equipos de cualquier deporte, y se venden camisetas. La pasión se vende en El Corte Inglés. La igualdad es un negocio para lograr votos. El feminismo un ministerio. La tradición ya es ocultismo. Y el derecho un papelucho. Lynch dirige periodicos digitales.
Recuerdo al gran Bill Cunninghan, cuando recorria las calles, desde las mas elitistas hasta las alternativas, cazando tendencias. Hoy a los 80 años, sigue paseando todos los días por Manhattan en bicicleta capturando en fotos la moda en las calles. Capturó el espíritu de los hippies, las high-society madames, de los ejecutivos más extravagantes, las modelos bohemias. Y el mundo imitó sus dictados. Las manifestaciones en Genova, en Davos, en Río, eran un preanuncio gratuito de la colección del año siguiente. Los shorts rotos con medias de las modelos desastradas serían la vestimenta de las adolescentes del próximo invierno. Hasta la fuerza de la serendipia era domesticada. Las naciones hoy son equipos de cualquier deporte, y se venden camisetas. La pasión se vende en El Corte Inglés. La igualdad es un negocio para lograr votos. El feminismo un ministerio. La tradición ya es ocultismo. Y el derecho un papelucho. Lynch dirige periodicos digitales.
Es tal la conquista de las fuerzas (hoy en manos del mal) que hasta las catástrofes, las tragedias, los mas descarnados dramas se convierten en marcas efimeras, en titulares, en opúsculos teatrales de locutores, directores de periódico, artistas ágrafos. Y la indignación. Ay la indignación. Pura falacia pre/trans. El capricho de lo inmediato sostenido en aforismos, pero sin la iluminada locura de Nietsche. Las entidades financieras personifican al anticristo. Pero en ellas se ha sostenido el progreso de occidente.
El populacho quiere aranceles que defienda sus posiciones. Y al tiempo no desea fronteras. Se llama holocausto a cualquier suceso nefasto y genocidio a la muerte del toro. En el vaciamiento del lenguaje se encuentra una de las claves de la conquista de las fuerzas por parte de una inteligencia que no podemos localizar. Un locutor de radio en Sicilia se gustaba en la tragedia de unos cadáveres africanos, tratando de demostrar que él lo sufría mas que nadie, en esa teatralidad vacua que llena de fragilidad este mundo infantil. Al cerrar el programa se fue a un gran restaurante.
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