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lunes, junio 16, 2008

Melancolia segun el clérigo Burton



Que un clérigo amante de la sabiduría y los libros escriba un tratado de medicina es cosa rara. Que el tratado se convierta en un texto literario fundamental es más que raro, asombroso. Que el libro haya terminado convirtiéndose en un tratamiento de elección para curar, mediante el deleite y la admiración, la “patología” que lo ocupa (la melancolía), es una verdadera maravilla. Finalmente, que hayan sido médicos quienes hayan puesto al alcance de los lectores de habla hispana este libro monumental, la Anatomía de la Melancolía, de Robert Burton, cierra el círculo con un acto de justicia que las editoriales comerciales no habían sabido cumplir.

“¿Por qué un teólogo melancólico que no puede conseguir nada, si no es por medio de la simonía, no tendría derecho a cultivar la medicina?”, se preguntó Burton. Afirmaba que la melancolía es una enfermedad del alma, la cual pertenece tanto al teólogo como al médico: “Un buen teólogo debería ser un buen médico, por lo menos un médico del alma”. En su refugio vitalicio de la Universidad de Oxford disponía no sólo del inmenso caudal bibliográfico de la Biblioteca Bodleiana, sino de miles de volúmenes de su pertenencia, que lo rodeaban en sus habitaciones.
Más aún, tras la publicación de la primera edición de su Anatomía fue designado bibliotecario vitalicio en Christ Church. A esto se añade un detalle de no poca importancia: había leído todos esos libros y muchos más. Anticipándose a Walter Benjamin, quien hacia 1930 abogaría por un libro compuesto exclusivamente de citas de otros autores, Burton lo escribió, pero no pudo con su genio, y entretejió citas, glosas y referencias con su propia prosa, produciendo, no una mera antología de textos, sino un libro inmortal, al que se ha pretendido definir de muchas maneras (todas las cuales resultaron insuficientes): “mina de curiosísima información”, “asombrosa revelación de las ideas filosóficas y psicológicas de su tiempo”, “El Superlibro”, “anomalía gargantuélica”. Es un libro cuya densidad desafía la forma tradicional de la lectura, y cuyo calidoscópico contenido no permite dar cuenta de él mediante resúmenes o reseñas.
“Tiene el título más bello que se haya inventado para un libro. Pero es indigesto.”, dijo Emil Cioran. Acaso este aforista del suicidio se habría curado leyendo la Anatomía como corresponde, en pequeñas dosis, en muchísimas veces, según posología indicada por Jorge Luis Borges. Así lo leía el Dr. Samuel Johnson, quien a menudo se levantaba dos horas más temprano para consagrarlas a su lectura; así lo entendió Charles Lamb, que confesaba haber leído el libro cien veces, sintiendo cada una de ellas que para terminar de leerlo le faltaban otras mil. Desaforadamente expresó su admiración John Keats, cuando dijo: “Daría mi pierna preferida por haber escrito este libro”. Otros que admiraron (y saquearon) la obra de Burton fueron Laurence Sterne (para su Tristram Shandy) y Samuel Beckett. Reflejos de ella iluminan Moby Dick. Anthony Burgess, el autor de La naranja mecánica, la calificó “el más espléndido libro de la historia de la literatura”.
Burton, “el Montaigne inglés”, nació en Leicestershire, bajo el melancólico signo de Saturno, el 8 de febrero de 1577. Fue educado en escuelas donde padeció las vejaciones de rutina (que luego incluiría en su libro entre las posibles causas de melancolía), y a los dieciséis años ingresó en el Brasenose College, donde sólo se hablaba latín. En 1599 fue admitido en Christ Church College, donde recibió una severa educación clásica, y en 1614 concluyó sus estudios de teología. En 1616 fue designado vicario de la Iglesia de Santo Tomás, Oxford; en 1626, cuando ya había publicado la primera edición de su Anatomía, obtuvo un cargo que le importaba mucho más: el de bibliotecario de Oxford. Burton prácticamente no salió de Oxford, donde gozaba de una residencia vitalicia similar a la que obtendría Lewis Carroll, el autor Los Libros de Alicia. En realidad casi no salió de su biblioteca. En su obra dice que no viajó sino sobre libros y mapas. Anatomía de la Melancolía apareció en 1621, y cinco ediciones subsiguientes (1624, 1628, 1632, 1638 y 1641) incorporaron sucesivas revisiones y alteraciones.
“Melancolía” es una palabra polivalente. Desde la antiguedad se distinguió entre la causada por “bilis negra” y la más benigna y “prestigiosa”, que aquejaba con frecuencia a los poetas: según Aulio Gelio la melancolía es la enfermedad del héroe. La casi sinonimia de melancolía y tristeza perduró hasta nuestros días. Victor Hugo dijo que “melancolía es la felicidad de estar triste”, e Italo Calvino que es “tristeza que se ha vuelto luminosa”. También se incorporó la melancolía al concepto de la depresión, la manía y la locura. Burton la llama “el óxido del alma”, englobando en sus análisis los tormentos gemelos del decaimiento espiritual y sus manifestaciones físicas. La melancolía “grave” amenaza al cuerpo con un maligno despliegue de sensaciones, que Burton enumera en prodigioso catálogo. Señala que la melancolía es inherente al hecho de ser criaturas mortales. Inquiere si es enfermedad o síntoma. A quienes la definían como un delirio sin fiebre acompañado por temor y tristeza les señala que no toman en cuenta la imaginación y el cerebro. A los maniáticos del ejercicio físico (que no deja de recomendar) les recuerda que la ociosidad del espíritu es mucho peor que la del cuerpo; que la desocupación mental es una enfermedad; que la imaginación tiene una fuerza muy peculiar entre los melancólicos, y que para que la imaginación no nos aniquile la mente debe estar activa. Observa que no hay ser humano inmune a las tendencias melancólicas, y que la melancolía es inseparable de la idea de la muerte. Asienta el hecho de que la melancolía parece favorecer el mecanismo de la ideación y la meditación profunda, y de que hay hombres a quienes resulta placentera. Pero lo que hace del libro una obra inigualable es lo incidental: la melancolía es el trampolín, pero lo que interesa es la totalidad de la experiencia humana. Burton trata todos los ítems imaginables y muchísimos imaginarios. Los trasgos, la belleza, la geografía de América, la digestión, las pasiones, la bebida, el beso, los celos, la erudición y mil otras “atracciones” surgen a cada paso, aludidas con sabiduría y gracia inigualables. Incidentalmente, también, Burton dice: “Escribo sobre la melancolía para eludir la melancolía”.
Pasó su vida corrigiendo y aumentando la obra. Para dar idea de su vastedad basta decir que la primera edición tenía 900 páginas (unas 350.000 palabras) y la última 1.500 (más de medio millón); 13.333 citas de 1.598 autores se acomodan en los tres volúmenes. (Alguien palió su melancolía recopilando estos datos.) Sólo el prefacio tiene más de cien páginas, y el índice de temas (inexistente en la edición española) es tan copioso y llamativo que co nstituye por sí mismo una antología del detalle cómico y el florilegio erudito que hubiera querido escribir cualquiera de los surrealistas. Contiene gemas como “Calvicie, una desgracia”; “Ateísmo, entre los Papas”, “Bohemia, la licantropía en”, “Cerebro, sus excrementos”, “Cocodrilos, celosos”; “Golondrinas, cucos, dónde están en invierno”; “Músicos, locos”. Sinopsis laberínticas preceden cada una de las tres partes.
A menudo Burton parece burlarse de sí mismo, pero sus proyectiles apuntan a otros blancos: “El estilo improvisado, las tautologías, las imitaciones simiescas, toda la rapsodia esa de andrajos que amontono, después de haberlos recogido en cada basurero, excrementos de los autores, bicocas y tonterías, vertido en desorden, sin arte ni juicio, mal digerido, vano, vulgar, ocioso, aburrido y seco”, dice, refiriéndose al contenido de los volúmenes. En otro punto añade: “No me gustaría que se supiera quien soy”.
Firmó el libro como "Demócrito Junior”, en homenaje al filósofo que se reía de la necedad humana. No obstante, en el texto deja pistas que revelan claramente su identidad. Una de sus mayores astucias la constituye el uso de las citas, en las que son otros los que dicen cosas que un clérigo no debería decir. Deambula a través de mil materias: medicina, astronomía, astrología, filosofía, artes, política, ciencias naturales, sin que el libro sucumba al caos metodológico. Hizo solo todo su trabajo, sin contar siquiera con un amanuense. Anatomía de la melancolía apareció cuando corría el tercer año de la guerra que con el tiempo se llamaría “de los Treinta años”, en la que la crueldad de los ejércitos mercenarios, las pestes y el hambre, devoraron prácticamente a un 30% de la población civil europea.
Burton fue de los primeros en señalar que hay naciones enfermas como hay hombres enfermos, y que las patologías de los gobernantes suelen conducir a las naciones a verdaderas catástrofes. “Nada más peligroso para los hombres comunes que la flatulencia de los monarcas.” “Los reinos, provincias y cuerpos sensibles están sujetos a enfermedad, y hay muchas enfermedades en una república”. “¿No es este un mundo loco?”, pregunta Burton en su larga introducción Demócrito Junior al lector. “¿No están locos los que legan batallas tan brutales como memoriales perpetuos de su locura para todas las épocas?”. “Normalmente, a las sanguijuelas más cerebro de mosquito, a los más ladrones, a los villanos más desesperados, a los bribones traicioneros, a los asesinos inhumanos, a los miserables temerarios, crueles y disolutos, se los llama espíritus valientes y generosos, capitanes heroicos y valerosos, hombres bravos en las armas, soldados valientes y renombrados.”
Tras los prolegómenos da comienzo el Gran Show de la Melancolía. El primer tomo expone, define y distingue el trastorno, y enuncia sus causas. “En vano se hablará de curaciones, o se pensará en remedios, hasta que no se hayan considerado las causas.” Estas son: Dios, los espíritus, los ángeles malos o demonios, las brujas y magos, los astros, la edad avanzada, los padres, la mala dieta, la retención y evacuación, los malos aires, el ejercicio inmoderado, la soledad y la ociosidad, el sueño y la vigilia, las pasiones y turbaciones de la mente, la fuerza de la imaginación, la tristeza, el temor, la vergüenza, la desgracia, la envidia, la malicia, el odio; la emulación, la facción, el deseo de venganza, la ira, el descontento, las preocupaciones y miserias; el apetito concupiscible, los deseos y la ambición, la avaricia y la codicia, el gusto por el juego y los placeres inmoderados, el estudio excesivo (contiene una jugosa digresión sobre la miseria de los estudiosos).
Entre las causas “no necesarias, remotas, externas, adventicias o accidentales”, el primer lugar lo ocupa la nodriza. Siguen la educación, los terrores y pavores, las burlas, las calumnias, pérdida de libertad, servidumbre y prisión, la pobreza y necesidad. Al considerar los síntomas o señales de la melancolía en el cuerpo y en la mente, discierne entre los producidos por la educación, el flujo del tiempo, la influencia de las estrellas y de nuestra propia condición, combinados o no con otras enfermedades. Distintos son los de la “melancolía de la cabeza”, la “melancolía flatulenta hipocondríaca” y la “melancolía de las doncellas, monjas y viudas”, que no olvida. El segundo tomo instruye sobre la curación de la melancolía. Tras agotar el tema de la “Dietética”, con sus “correcciones” y “rectificaciones” (de la dieta, de la retención y la evacuación, del aire, de los ejercicios del cuerpo y de la mente, del despertar y de los sueños terribles), se ocupa Burton de “la medicina que cura con medicamentos” o “Farmacéutica”. “Muchos –señala—ponen objeciones a esta modalidad de medicina y sostienen que es innecesaria y poco provechosa para ésta y para cualquier enfermedad, porque los países que menos la utilizan viven más tiempo y tienen mejor salud”. No obstante, ofrece detallada exposición de diversos preparados, entre ellos “los que purgan la melancolía por arriba”, los que lo hacen “por abajo” y los compuestos, así como de “remedios quirúrgicos”. Este volumen cierra con pintorescas exposiciones sobre la melancolía “hipocondríaca” y la “ventosa o flatulenta”.
La melancolía amorosa es el tema más importante del tercer tomo. Maestro de la narrativa, Burton proporciona como ejemplos la mayoría de las grandes historias de amor, exhibe un enfoque moderno de los problemas psicológicos, y permanentemente hace sonreír al lector. Especulando desde su celibato académico sobre los placeres, ventajas y lacras del matrimonio, nos conduce a fantasías de infinitos besos, lista todas las posibilidades y artificios de la atracción femenina, antes de llegar a la conclusión de que se puede aceptar el matrimonio, sin desestimar la melancólica posibilidad de que uno termine encadenado a “un mero simulacro, un verdadero monstruo, un zopenco imperfecto”. El rosario de anécdotas y opiniones en pro y contra de la institución matrimonial es sencillamente desopilante. Su visión de lo erótico es tanto más atractiva cuando se tiene en cuenta que habiendo sido toda su vida un clérigo, todo es enteramente imaginario. Se explaya sobre la distinción entre el amor y otras pasiones, sobre el amor “heroico”, sobre los “atractivos artificiales del amor”, sobre las mil formas de cautivar y engañar que practican hombres y mujeres, sobre las “causas de la provocación a la lascivia”, sobre “alcahuetes” y “filtros”. “Quien se desploma desde lo alto de una montaña no corre tanto peligro como quien se hunde en el golfo del amor”. Muerte, traición, asesinato “son con frecuencia actos y escenas de esta tragicomedia”. No obstante, tomada a tiempo la melancolía amorosa puede aliviarse y, con diferentes y buenos remedios, corregirse. Son fundamentales el trabajo, la dieta, las medicinas, el ayuno. Cita a Charles de Lorme, quien sostuvo que los enamorados y los locos deben ser tratados con remedios idénticos. La terapéutica es amplísima y el vademécum copioso: hay quien mejora con sólo llevar un anillo de topacio, pero también hay procedimientos más drásticos, como la administración de testículo derecho de lobo, o de polvo de rana decapitada, machacados en agua de rosas. Lo cual conduce a pensar que más vale seguir las instrucciones del capítulo siguiente, que aconseja resistir desde un comienzo, evitar las oportunidades, huir del lugar donde la seducción amenaza, y acudir a “pasiones contrarias y trucos ingeniosos que estimulen una nueva pasión que neutralice la primera”. Pero el último y más eficaz recurso contra la melancolía amorosa –dice—“es dejar que los amantes colmen su deseo”. Esto conduce al tema del matrimonio, que expone con gracia insuperable.
“Puede ser malo o bueno, pues, por un lado, constituye una cruz y una auténtica calamidad, pero por otro lado es un dulce placer, una felicidad incomparable, un estado bienaventurado, un beneficio indescriptible, un absoluto contento. Todo depende de como salga.” Burton murió el 25 de enero de 1640 en Christ Church. Había anticipado la fecha de su deceso con notable precisión mediante un cálculo de su natividad. Un rumor que llegó hasta nuestros días dice que puso fin a su vida voluntariamente, para cumplir su propia predicción y no dejar tras sí un error de cálculo. Dejó, en cambio, un libro que tiene la extraordinaria virtud de quitar a sus lectores la melancolía.
Estamos aquí para agregar lo que podamos a la vida, no para extraer todo lo que podamos de ella. WILLIAM OSLER

lunes, febrero 18, 2008

Richard Tarnas: nuevo libro en España

"Hay una íntima conexión entre las cosas de los hombres y los planetas"



Para Richard Tarnas hay una delicada conexión entre lo micro y lo macro, entre las cosas de las criaturas humanas y la marcha de los planetas. Nunca pude encontrar su The Passion of the Western Mind. Acaba de salir en Expaña su Cosmos and Psyche (2006-Cosmos y Psique). 

Richard Tarnas es un profesor de filosofía y psicología en California, formado en Harvard y doctorado en Filosofía en 1976 en el Instituto Saybrook. Durante diez años vivió y trabajó en el Esalen Institute, Big Sur, California, estudiando junto al mítico (nunca mejor dicho) Joseph Campbell, y grandes maestros como Gregorio Bateson, Huston Smith, y Stanislav Grof, trabajando más tarde como director de programas y educación. 

Es la época de las drogas experimentales y Leary, de Hoffman y el LSD, de la contracultura enfrentada a la tradición con su nueva visión de los valores sagrados.


Entre 1980 a 1990 escribió The Passion of the Western Mind (La pasión de la mente occidental), una historia narrativa sobre el pensamiento occidental que llegaría a ser un superventas, aún plenamente utilizado en las universidades de todo el mundo. Sigue la estela de la maravillosa joya de Jacques Martin Barzun (From Dawn to Decadence: 500 Years of Western Cultural Life, 1500 to the Present) aunque en otro ámbito más psicologicista. 
The Passion of the Western Mind (La Pasión de la Mente Occidental), proporciona un marco interdisciplinario para "entender las ideas que han formado nuestra visión del mundo", que él describe como "una nueva perspectiva para entender la historia intelectual y espiritual de nuestra cultura... focalizando la esfera crucial de interacción entre la filosofía, la religión, y la ciencia", así como su concepto clave de Epistemología Participativa, discutido más tarde en relación con la Psicología transpersonal por Jorge Ferrer, Cristóbal Bache, y otros. Se ha sugerido que el trabajo de Tarnas es una importante contribución a los movimientos denominados de Pensamiento Integral o Teoría Integral.


«El hombre occidental protagonizó una dialéctica extraordinaria en el curso de la era moderna, pasando de una confianza casi ilimitada en sus propios poderes, su potencial espiritual, su capacidad para un conocimiento cierto, su dominio sobre la naturaleza, y su destino de progreso, a lo que frecuentemente aparece como una condición marcadamente opuesta: un debilitante sentido de insignificancia metafísica y futilidad personal, una pérdida espiritual de fe, una incertidumbre en el conocimiento, una relación mutuamente destructiva con la naturaleza, y una intensa inseguridad con respecto al futuro de la humanidad»


lunes, octubre 22, 2007

G. K. CHESTERTON: EL HOMBRE ETERNO por Agapito Maestre


Este libro (sobre Chesterton, "EL HOMBRE ETERNO") da todo lo que promete en la introducción. Es una discusión a tumba abierta con el pensamiento hegemónico, dominante y políticamente correcto de su época y la nuestra; ése que dice: el pensamiento es ateo o no es pensamiento; o, peor todavía: o se vive al modo pagano o estamos sujetos al desprecio y la mofa.
De ahí al anticlericalismo salvaje, a la persecución del hombre creyente, del hombre eterno, hay sin duda alguna una larga distancia, que por desgracia nuestra época ha cubierto con extremada rapidez, a veces de modo cruel, como en la Alemania nazi y la URSS estalinista, por no citar las crueldades contra los cristianos en la España de la Segunda República y la Guerra Civil. Hoy, huelga decirlo, abundan en los medios de comunicación los modos despectivos, incultos y ofensivos, propios de gentes sin humor ni ironía, contra el creyente cristiano.
En todo caso, y esto es lo terrible desde el punto de vista intelectual, la persecución contra el cristiano es ejercida desde una supuesta superioridad moral. Los perseguidores viven instalados en unas consignas, unas falsas religiones, que brindan apoyo psicológico a su locura. La supuesta superioridad moral del pagano, o del ateo, o del agnóstico, sobre el creyente, es lo que este libro pone en cuestión de principio a fin; pero sin hacer sangre, y mira que tiene Chesterton oportunidades para rematar a sus adversarios, quienes, en su camino de destrucción del hombre eterno, paradójicamente han aportado a éste vías para asegurarse en su eternidad. Ésta no es, en mi opinión, una de las menores aportaciones de El hombre eterno a la cultura occidental contemporánea.
He aquí todo un magnífico vademécum, casi un diccionario piadoso al alcance de todo buen cristiano, para enfrentarse al pensamiento políticamente correcto de nuestro tiempo, que es el mismo que el que regía cuando Chesterton escribió estas páginas, en 1930. Digo "piadoso" porque Chesterton dignifica algunos tópicos de los críticos del cristianismo; se los toma en serio y entabla una discusión sincera, honrada y contundente con el credo del izquierdismo excluyente y totalitario, pero siempre políticamente correcto, que ataca al cristianismo, bien equiparándolo a otras religiones, bien sirviéndose de la frase de Marx "La religión es el opio del pueblo", bien diciendo que aquél no es "científico".
El enfrentamiento de Chesterton con esa mentalidad anticristiana nos trae un sabroso argumento: el cristiano que debate y se enfrenta racionalmente a ese argumentario ramplón pone en evidencia que el mucho o poco pensamiento que mantiene el anticristianismo, o peor, el paganismo, corre el peligro de convertirse en tópico, lugar común y falsedad si no es capaz de medirse a las objeciones del cristianismo, o sea, a las razones del pensador cristiano, del creyente, que utiliza todas sus capacidades, sus razones, sin ponerse jamás en el lugar de Dios.
Nunca juzga Chesterton a los hombres –ni sus argumentos– arguyendo que él está en posesión de la verdad, de una verdad ante la que sus interlocutores tienen que someterse. Nunca cae en dogmatismo alguno. Sencillamente, porque todo el libro es una grandiosa muestra de la lucha, del afán de un escritor por dar pruebas racionales de su fe.
Sí, sí: la fe del cristiano, lejos de darnos seguridades holgazanas, exige permanentemente la búsqueda de la razón. Chesterton da cuenta con sabiduría y pasión de una de las mayores originalidades del catolicismo frente a las demás religiones; a saber: hay una separación absoluta y radical entre el ámbito de la fe y el de la ciencia, el de la creencia y el de la razón. A la vez, postula, por decirlo en términos de Ortega, la una para la otra sin allanar violentamente su fecunda diferencia.
Este libro es toda una filosofía cristiana de la historia. Es toda una visión de conjunto. Es una recreación de la sensibilidad católica partiendo de los problemas del tiempo en que fue escrito. De nuestro tiempo.
Lejos de cualquier pretensión renovadora del cuerpo dogmático del catolicismo, estamos ante un cristiano que se acerca a la historia de la Humanidad partiendo del tiempo que le ha tocado vivir. Chesterton, como a su modo hicieron Scheler, Guardini, Przywara y otros católicos en el siglo XX, ha conseguido, sin pérdida alguna del tesoro tradicional, alumbrar, como diría el ateo Ortega, en nuestro propio fondo una predisposición católica que desconocíamos.
G. K. CHESTERTON: EL HOMBRE ETERNO. Cristiandad (Madrid), 2007, 348 páginas.

sábado, julio 21, 2007

El testimonio de Simone Weil por Agapito Maestre y yo mismo





Simone Weil: Escritos históricos y políticos. Trotta


He intentado leer varias veces el libro de Sylvie Cortine-Denamy Tres Mujeres En Tiempos Sombríos. Dicen que fue el sospechoso Brecht quien acuñó el término 'tiempos sombríos'  para referirse a la década de 1933 a 1943. Y es que duele asistir a las vicisitudes de estas tres damas entregadas en soledad a sus hercúleas causas morales con semejante heroicidad, bajo el estigma añadido de ser judías y filósofas. Un artículo del gran Agapito Maestre sobre este libro de Trotta me hace revisitar las tres gigantescas figuras. Todas mantuvieron una relación muy estrecha con sus mentores (Alain, Jaspers y Heidegger) pero siempre desde el plano de la disquisición mas rigurosa, el intercambio de ideas igualitario y, en ocasiones, la disputa mas recia. No necesitaron la tutela de nadie, ni el amparo de ninguna institución del estado. Las tres fueron mentes brillantes desde la infancia. Ninguna abandonó jamas la defensa del pueblo judío.


Edith Stein, reconocida como autora de La ciencia de la cruz, era alumna de Husserl. Se convirtió al catolicismo (fue decisiva en su vida la figura de San Juan de la Cruz) y se hizo monja, uniéndose al Carmelo. En 1998, fue canonizada por Juan Pablo II y la convirtió en Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Era la primera vez en la historia que se convertía en santa a una judía. Para gran dolor del feminismo actual dedicó grandes esfuerzos a la lucha por los derechos de las mujeres, pero apenas si consta en el imaginario progresista por esta labor. Pereció en Auschwitz en 1942. Merece varios volúmenes.


Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt, es la única que sobrevive a la oscura década. Es la que más ejerce la política. Destaca como un extraordinario talento desde su rebelde primera juventud. El régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad en 1937 (tras encarcelarla brevemente en 1933), por lo que fue apátrida hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951. Sus días terminaron en 1975 en Nueva York. Su intensa relación con el gran filósofo del siglo XX, Martin Heidegger, llena de admiración, respeto, crítica feroz (su admirado maestro se posicionó cerca del nazismo) y casi enamoramiento, es lo mas conocido de ella para el gran público. Su obra sobre el fin del nazismo (esencial su retrato del célebre juicio en Eichmann en Jerusalén ) y la banalidad del mal aporta una visión analítica, fría (criticó duramente la actitud de los propios consejos judíos en connivencia con Eichmann en los campos de exterminio) acerca de la condición humana. Su obra magna, que la situa entre los pensadores mas relevantes del siglo es Los orígenes del totalitarismo. Mantuvo también una intensa relación académica con Karl Jaspers en torno a la alemanidad y el sionismo como opciones vitales. Mantuvo viva su lucha política en defensa del pueblo judío (siempre desde el análisis incómodo) y su pasión  filosófica hasta el final.



Y llegamos a la mujer que propicia estas lineas.

Hay quien dice que Simone Weil, se deja morir en un hospital inglés cuando en abril de 1943 se le diagnostica tuberculosis. Este desenlace explica mucho de la identidad de esta mujer. Se niega a consumir los alimentos que su enfermedad recomienda y muere el 24 de agosto, a los 34 años. Simone había huido hacia los Estados Unidos con su familia. Era 1942 y la ocupación alemana triunfaba en Francia. Weil pasó un tiempo en Harlem viviendo con los pobres. Luego retornaba hasta Londres y se unía a la resistencia francesa. Se sometió a una gran intensidad de trabajo y sacrificio. En 1943 contrajo tuberculosis.  Weil se negó a recibir un trato diferente al que consideraba propio de los franceses sometidos a la ocupación alemana. Rechaza la comida que se le ofrecía y muere ese verano de insuficiencia cardíaca a los 34 años en el sanatorio británico de Kent.

El certificado de defunción decía: “la difunda se mató al negarse a comer al sufrír de trastornos mentales”. Se había negado a alimentarse como expresión de solidaridad hacia las víctimas de la guerra. Otros piensan que Weil murió de hambre luego de haber leído a Schopenhauer y sus capítulos sobre ascetismo y sacrificio santo (tal vez Parerga y Paralipómena). Las cartas del personal médico explicaban que Weil había pedido comida varias veces y que había comido días antes de morir y que fue la fragilidad de su salud la que impidió que Weil pudiera alimentarse adecuadamente. Falleció siendo una completa desconocida como autora.


Weil fue una estudiante precoz, como Stein y Arendt.  La pasión obsesiva acompañaba todos sus empeños. Así 1915, con seis años, no quiso tomar azúcar en solidaridad con las tropas atrincheradas en el frente occidental. En 1919, a los diez años, se declaró bolchevique. A los 12, dominaba el griego antiguo. Aprendió sánscrito luego de leer el Bhagavad Gita. Con dieciocho años se involucró en el movimiento de los trabajadores y se consideraba marxista, pacifista y gremialista. Se crió en un entorno intelectualmente privilegiado, con un padre médico y un único hermano, André Weil, que se convertiría en uno de los más prominentes matemáticos del siglo XX. A pesar de pertenecer a una familia intelectual, hebrea/judía y agnóstica, siempre sintió un gran interés por las religiones y las tradiciones en materia de sabiduría trascendente. Ese afán por la espiritualidad no resultó incompatible con lo cotidiano, con su lucha política en favor de trabajadores.


Tras estudiar filosofía y literatura clásica al abrigo del célebre Alain (Émile Chartier, un mentor que la llamaba la “virgen roja” e incluso “la marciana”). a los 19 años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su carrera docente.


“Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dones como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”.  Simone de Beauvoir

Conoce a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin (se convirtió en antistalinista) y la doctrina marxista. A los 25 años, deja un tiempo su carrera docente e ingresa como obrera en Renault para conocer de primera mano el sentido de su vocación sindical. Su débil condición física forzó la renuncia tras unos meses. "Allí recibí la marca del esclavo", dirá . En 1935, retomó la enseñanza y donó gran parte de su salario a las causas políticas y las causas benéficas. Allí se significa como Sindicalista de la educación. 
Su lucha ideológica sufre un duro e íntimo revés cuando en 1936 decide unirse a las tropas republicanas españolas en completa contradicción con sus creencias pacifistas. Aunque Simone Weil se identificaba entonces como anarquista, el rechazo de la fuerza es una constante de su pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la no-iolencia preconizada por Gandhi  siempre tendrá presente a Lanza del Vasto. Empieza como periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Su compromiso con la columna Durruti le deja un amargo sentimiento. Aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo.  Tras quemarse en la cocina deja España. Los horrores de la guerra llevan a la heroina a la profunda desilusión con las ideologías. Tomó conciencia de que el comunismo llevaba a la formación de dictaduras. Se inicia una visión  desideologizada de los conflictos humanos. Crítica ejemplar es su comparación entre el comunismo y el nacionalsocialismo: 
"Por sorprendente que pueda parecer, se encuentran semejanzas tan sorprendentes entre el movimiento hitleriano y el movimiento comunista que después de las elecciones la prensa hitleriana ha tenido que dedicar un largo artículo a desmentir el rumor de conversaciones entre hitlerianos y comunistas con vistas a un gobierno de coalición."


La entonces voluntaria anarquista Simone Weil, después del 19 de julio, reconoce que la mentira organizada también existe. La ocultación del crimen por razones de ideologización de los revolucionarios republicanos  (con la ayuda de la NKVD, el GRU y el amparo moral del propio Hemingway) es denunciada por Weil ya en 1936.  Su crítica no se dirige a los comunistas y socialistas, que aplicaban los mismos métodos que Lenin en Rusia durante la guerra civil para imponer la revolución, sino a sus compañeros anarquistas:

"Por desgracia también aquí en Cataluña vemos producirse formas de coacción, casos de inhumanidad directamente contrarios al ideal libertario y humanista de los anarquistas (...) Aquí se da la coacción militar. A pesar de la afluencia de voluntarios, se ha decretado la movilización (...) Hay constricciones en el trabajo. El consejo de la Generalitat, en el que nuestros camaradas detentan los ministerios económicos, acaba de decretar que los obreros que no produzcan con un ritmo determinado serán considerados como rebeldes y tratados como tales; lo cual significa, ni más ni menos, la aplicación de la pena de muerte en el sector de la producción industrial. 
Por lo que atañe a la coacción policial, la policía anterior al 19 de julio ha perdido casi todo su poder. Por el contrario, durante los tres primeros meses de la guerra civil, los militantes responsables y, con demasiada frecuencia, algunos individuos irresponsables, han venido ejecutando fusilamientos sin mediar el más mínimo simulacro de juicio y, por lo tanto, sin que pudiera darse algún control sindical o de cualquier otro orden." 

Durante la última parte de su vida, sólo fue capaz de entenderse intelectualmente con sacerdotes católicos. Su obra se gestará en un permanente vínculo con el cristianismo. Su camino de perfección es como siempre ovsesivo, y de tal exigencia que no llega a bautizarse por no considerarse digna de tal grandeza. Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos, muy cercanos al gnosticismo cristiano, al catarismo. 


Tres grandes ideas vertebran su pensamiento: 1) sólo es posible pensar de verdad a contracorriente; 2) nada es compresible intelectualmente si no pasa por nuestra constitución ontológica: el sufrimiento; 3) quien desprecia la religión no sólo se instala en el oscurantismo, sino que trabaja a favor del totalitarismo. Persigue la reconciliación entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego. 

Es en este período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o el de Blas Pascal la noche del Memorial. 


Con los textos de Weil, comprobamos que España vivía antes del 18 de julio de 1936 una situación de violencia prerrevolucionaria, muy lejos de la idea de una república burguesa plenamente asentada en un ejemplar Estado de Derecho. A pesar de la violencia que soportaba la nación española, la fuerza de la propaganda republicana convirtió el Alzamiento en un acto singular y único de criminalidad, surgido de la mente perversa de unos pocos, contra una república idílica y pacífica. La realidad muestra lo contrario: que el Alzamiento, el golpe de Estado, surgió en un contexto de violencia revolucionaria generalizada y obtuvo el respaldo de millones de españoles. Los voceros de la propaganda republicana cuestionan la realidad apelando a múltiples formas de engaño. Un elemento central de esa propaganda consiste en resaltar que los intelectuales estuvieron con el Gobierno de la República. 
"Abandoné España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde no hice nada, tras decidirlo así voluntariamente. No sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me había parecido en un principio, una guerra de campesinos hambrientos contra los propietarios de las tierras y un clero cómplice de los latifundistas, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. He reconocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende vuestro libro; yo lo había respirado (...) Una última historia; ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron en una ocasión cómo, con algunos camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; mataron a uno allí mismo, en presencia del otro, de un pistoletazo, y luego le dijeron al otro que podía irse. Quien me contó la historia se extrañó enormemente de no verme reír. En Barcelona las expediciones de castigo mataban a una media de cincuenta personas cada noche (...) Mas las cifras no pueden ser lo esencial en casos así. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Nunca vi, ni entre los españoles, ni tampoco entre los franceses venidos ya para combatir, ya para pasearse –estos últimos solían ser intelectuales tiernos e inofensivos–, jamás vi –decía– a nadie expresar ni tan siquiera en la intimidad una muestra de repulsión, hastío o desaprobación (...) Hombres aparentemente valerosos (...) contaban con una sonrisa fraternal cuántos habían matado entre sacerdotes y "fascistas" (palabra que se utilizaba en un sentido extremadamente lato). Albergué el sentimiento de que, mientras las autoridades espirituales y temporales sigan estableciendo una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuya vida tiene un valor, no hay nada más natural para el hombre que matar." 

SIMONE WEIL: ESCRITOS HISTÓRICOS Y POLÍTICOS. Trotta (Madrid), 2007, 539 páginas.

martes, mayo 29, 2007

Dinesh D'Souza


Dinesh D'Souza, miembro de la Hoover Institution, es autor de varios libros y ensayos, algunos tan exitosos como Illiberal education, The virtue of prosperity y What´s so great about America. No logro una traducción de El enemigo en casa.
Dinesh D’Souza ha sido una de las estrellas intelectuales de la derecha norteamericana. Llegó a Estados Unidos en 1978 procedente de la India. En la Universidad –el Darmouth College, una de las más antiguas universidades norteamericanas-, colaboró en una revista estudiantil de derechas y empezó a hacerse un nombre con sus análisis y, más de una vez, por sus provocaciones. Escribió un best seller ácido sobre la educación universitaria (Illiberal Education: The Politics of Race and Sex on Campus), que recuerda en algo la primera obra importante de una de las grandes figuras de la derecha norteamericana, William F. Buckley.
Se trata de un autor que con sólo 45 años ha sido ya capaz de transmitir con claridad y conocimiento los valores innatos y los principios claves del pensamiento conservador norteamericano. Llegado a Estados Unidos como estudiante de intercambio desde su India natal, D'Souza es hoy una referencia de primer orden y un autor a tener en cuenta tanto por su claridad de ideas como por el modo de transmitirlas.
Cartas a un joven conservador no aspira a ser un denso estudio de teoría política, sino una primera introducción a los conceptos claves del conservadurismo. El libro se estructura a modo de epistolario: el autor escribe a un joven universitario una treintena de cartas sobre distintos aspectos del pensamiento conservador, con ejemplos reales de la vida occidental y los modos de enfrentarse a todo ello desde la visión conservadora estadounidense. Se trata, en último término, de una suerte de introducción que inspira y motiva para comprender los fundamentos básicos del ideario conservador y lo que significa ser de derechas en el contexto norteamericano. Sería deseable una traducción al español, para convencer a muchos liberales de la necesidad de hablar, pese a las lógicas diferencias, de una derecha liberal-conservadora.

En su capítulo inicial, D'Souza muestra cómo el moderno conservadurismo norteamericano es muy diferente a la idea europea de "conservador" absolutista. El primero desecha la idea reaccionaria de mantener el viejo régimen y negar las formas de la democracia moderna. Ser conservador significa conservar los principios de la revolución americana, la que dio la primera gran Constitución liberal al mundo. En esos principios conservadores norteamericanos se hallan la defensa de la unidad nacional, el sentido de comunidad local, la importancia de la familia, la espiritualidad y la creencia en el mérito y en la responsabilidad individual. En el ámbito religioso se respetan la decisión personal y cualquier creencia, bajo la premisa de que existen unos principios morales compartidos por los humanos que, a través de la libertad, nos llevan a la búsqueda de la felicidad.
El verdadero conservador vela y respeta también los principios del liberalismo clásico en su preocupación por las cuestiones cívicas y sociales. En esto, D'Souza acierta al diferenciar el verdadero liberalismo de la falacia en que las izquierdas lo han querido convertir tras apropiándoselo, en una maniobra que ha confundido a muchos. Es así que la diferenciación entre las izquierdas y la derecha liberal-conservadora (o conservadora-liberal) resulta harto evidente.
Las derechas, según plantea D'Souza, enfatizan ideas y políticas dirigidas al individualismo (no al socialismo), al crecimiento económico (no a la redistribución de la riqueza), a la igualdad de oportunidades (no al igualitarismo totalitario), al amor por la nación y la tierra (no al desmembramiento de la unidad nacional ni a la vaguedad de la alianza de civilizaciones), a la defensa militar como medio de asegurar la paz (no al imposible diálogo con el terrorismo).
Capítulo a capítulo, D'Souza desgrana algunas de las ideas fundamentales de nuestro tiempo y abre los ojos a quienes, a inicios del siglo XXI, confunden lo que significa la verdadera defensa de los valores de la libertad. Es así como en este libro hallamos, por ejemplo, un desmantelamiento de lo "políticamente correcto", esa forma de represión bajo manto de liberación. Los liberales clásicos –en línea con los conservadores– rechazan tal concepto porque creen realmente en la libertad de expresión y en la individualidad. Las izquierdas, en cambio, pretenden servirse de él para suprimir los puntos de vista de aquellos a los que odian. De ahí que, por ejemplo, en los círculos universitarios de la progresía se impida hablar a cuantos no comulgan con las tesis impuestas por las izquierdas y su falacia del "multiculturalismo" –especialmente tratado en el capítulo 6–, la "diversidad", los programas de "Acción Afirmativa" (cap. 11), los reclamos radicales de ciertos "feminismos" (cap. 12) o la vaguedad del "postmodernismo" (cap. 13).
Conforme vamos deshojando Letters to a young conservative entendemos la fuerza de las razones de la ideología conservadora y su permanente lucha contra los modelos totalitarios estalinistas, maoístas, castristas… precisamente los mismos que las izquierdas han acariciado y mimado desde la ceguera marxista, en una confusión ideológica y moral de lamentables consecuencias. Es en este punto donde D'Souza incluye unas magníficas páginas (cap. 8) sobre la importancia histórica de la figura de Ronald Reagan, personaje al que el autor ya dedicó un libro completo y para quien trabajó como analista político en la Casa Blanca.
Otro aspecto de sumo interés es la crítica demoledora de D’Souza a los grandes gobiernos. Nuestro autor rompe con el tópico izquierdista de que el sector privado está motivado por la usura y el sector público por un noble idealismo y lanza una llamada a la urgente necesidad de reducir el tamaño del Gobierno norteamericano, tanto en el plano federal como en el local.
También se ocupa de la falsa idea de la polarización económica y la distancia entre ricos y pobres. D'Souza deja claro, con pruebas más que convincentes, que el capitalismo –no el Gran Gobierno– es el único medio para generar riqueza y prosperidad entre los ciudadanos, tanto individual como colectivamente. El 80% de los millonarios que hay actualmente en Estados Unidos partieron de la nada, y se hicieron ricos por iniciativa propia y por unos mecanismos fiscales –justo los que apoyan los conservadores– basados en la reducción de impuestos y el aliento de la iniciativa privada y la creación de riqueza.
Interesantes son, asimismo, las valoraciones que vierte sobre la manipulación de las izquierdas en diversos frentes de la vida pública norteamericana: en algunos sectores universitarios (cap. 14), en buena parte de los medios de comunicación (cap. 15), en el sistema judicial (cap. 16); y las páginas que dedica a cuestiones latentes como el derecho a llevar armas (cap. 17), el matrimonio homosexual (cap. 23), el aborto (cap. 25), la globalización (cap. 26) o la inmigración (cap. 27).

Letters to a young conservative es una primera entrada para conocer los valores conservadores estadounidenses, algunos de los cuales no están muy lejos de lo que en España hemos calificado como derecha liberal-conservadora. A su vez, sirve para acallar la mala fama de dicho ideario.


Dinesh D'Souza, Letters to a young conservative. Basic Books (Nueva York), 2005. 229 páginas.

domingo, mayo 13, 2007

Retrato del monstruo como joven artista, o Coetzee sobre el último libro de Mailer.

En su doble biografía de dos de los carniceros más cruentos y peores monstruos morales del siglo XX, Stalin y Hitler (¿pero no está Mao a su altura? ¿Y Pol Pot no merece un análisis?), Alan Bullock reproduce, una junto a la otra, fotografías grupales escolares del pequeño Iosif y el pequeño Adolf tomadas en 1889 y 1899 respectivamente; en otras palabras, cuando ambos tenían unos diez años.(1) Al examinar ambos rostros, uno trata de percibir cierta esencia, un halo oscuro, algún indicio de los horrores futuros; pero las fotografías son viejas, la definición es pobre, no se puede tener ninguna certeza y, por otra parte, una cámara no es un instrumento adivinatorio.
La prueba de la fotografía grupal escolar —¿Cuál será el destino de esos chicos? ¿Cuál de ellos llegará más lejos?— tiene una significación especial en los casos de Stalin y Hitler. ¿Es posible que algunos seamos malos desde el momento en que abandonamos el útero materno? De lo contrario, ¿cuándo ingresa el mal en nosotros, y cómo? O, para plantear la pregunta en términos menos metafísicos, ¿cómo es que algunos nunca desarrollamos una conciencia moral restrictiva? ¿En el caso de Stalin y Hitler el problema residió en la forma en que los criaron? ¿En las prácticas educativas de Georgia y Austria de fines del siglo XIX? ¿O fue que los chicos desarrollaron una conciencia y que más adelante la perdieron? ¿Iosif y Adolf eran todavía muchachos dulces y normales en la época en que los fotografiaron y se convirtieron en monstruos después, tal vez como consecuencia de los libros que leyeron, de las compañías que frecuentaron o de la presión de su época? ¿O no tenían nada de especial, después de todo, ni antes ni después, y sólo fue que el guión de la historia exigía dos carniceros, un Carnicero de Alemania y un Carnicero de Rusia y, de no haber estado Iosif Dzhugashvili y Adolf Hitler en el lugar y el momento oportunos, la historia habría encontrado otro par de actores, tan buenos como ellos (vale decir, tan malos), para desempeñar esos papeles?
Por cierto que éstas no son preguntas que a los biógrafos les guste abordar. Existen límites a lo que podemos saber con certeza sobre el pequeño Stalin y el pequeño Hitler, sobre su entorno familiar, su educación, sus primeras amistades, sus influencias tempranas. El salto del mero registro fáctico a la vida interior es enorme, y es comprensible que historiadores y biógrafos (el biógrafo pensado como historiador del individuo) se muestren renuentes a practicarlo. Por lo tanto, si queremos saber qué pasaba en esas dos almas infantiles, tendremos que recurrir al poeta y al tipo de verdad que ofrece el poeta, que no es la misma que la del historiador.Es ahí donde Norman Mailer entra en escena. Mailer nunca consideró que la verdad poética fuera una verdad de una variedad inferior. Desde Un sueño americano, pasando por Los ejércitos de la noche y La canción del verdugo hasta Marilyn, se sintió en libertad de valerse del espíritu y los métodos de la investigación literaria para acceder a la verdad de nuestra época, en una empresa que, si bien puede ser más arriesgada que la del historiador, brinda mayores compensaciones. El tema de su nuevo libro es Hitler. Hitler puede pertenecer al pasado, pero el pasado al que pertenece sigue vivo, o por lo menos no está muerto. En The Castle in the Forest (El castillo en el bosque), Mailer escribe la historia del joven Hitler, y específicamente la historia de cómo el pequeño Hitler terminó poseído por las fuerzas del mal.
El árbol genealógico de Hitler es enmarañado y, para los parámetros de Nuremberg, no del todo adecuado. Su padre, Alois, era hijo ilegítimo de una mujer llamada Maria Anna Schicklgruber. El candidato más probable a su paternidad, Johann Nepomuk Hüttler, era también abuelo, a través de otra relación, de Klara Pölzl, sobrina y tercera esposa de Alois y madre de Adolf. Alois Schicklgruber se autolegitimó con el nombre de Alois Hitler (su opción de escritura) a los cuarenta años de edad, unos años antes de casarse con Klara, que era mucho más joven que él.Sin embargo, nunca se acallaron del todo los rumores de que el verdadero padre de Alois —y, por lo tanto, el abuelo de Adolf— era un judío llamado Frankenberger. Llegó a deslizarse incluso que Klara era hija natural de Alois. Una vez que ingresó a la vida política, en la década de 1920, Adolf Hitler hizo todo lo que pudo por ocultar y hasta falsear su genealogía. Eso puede haberse debido o no a que consideraba que tenía un antepasado judío. A principios de la década de 1930, los diarios opositores trataron de desacreditar al Hitler antisemita señalando que en su armario familiar había un judío oculto, intentos que llegaron a su fin de forma abrupta cuando los nazis tomaron el poder.
Mediante sus propios esfuerzos, Alois Hitler se elevó del campesinado al estrato medio del servicio aduanero austríaco. Tuvo tres hijos con Klara, y también incorporó a la familia a dos hijos de un matrimonio anterior. Uno de esos hijos, Alois, se escapó de la casa para llevar una vida errante y en parte ilegal (también bígamo). El hijo de ese Alois, William Patrick Hitler (de madre irlandesa) trató sin éxito de extorsionar al Führer en relación con secretos familiares antes de emigrar en 1939 a los Estados Unidos, donde, luego de pasar por el circuito de conferencias como especialista en su tío, se incorporó a la Marina.
En Mein Kampf (Mi lucha), el libro que escribió en la cárcel en 1924, Hitler da una versión muy diluida de sus orígenes. Nada de incesto, nada de ilegitimidad, por cierto nada de ancestros judíos, tampoco nada sobre hermanos. En lugar de ello, nos presenta la historia de un niño brillante que opone resistencia a un padre dominante (pero querido) que quiere que el hijo siga sus pasos en la administración pública. Decidido a convertirse en artista, el niño reprueba deliberadamente los exámenes escolares y frustra así los planes del padre. En este momento, el padre muere de forma providencial y, con el apoyo de la madre, el chico se encuentra en libertad de seguir su destino.
La historia del fracaso escolar deliberado es una evidente racionalización. Adolf era un chico inteligente pero no, como le gustaba pensar, un genio. Convencido de que tendría éxito tan sólo por ser quién era, despreciaba el estudio. Una vez que pasó de la escuela primaria a la Realschule, el colegio secundario técnico, se fue quedando cada vez más rezagado en relación con sus compañeros y terminaron por expulsarlo.
El mundo habría sido un lugar más feliz si Alois padre se hubiera salido con la suya y Adolf se hubiera transformado en un oficinista en los rincones más oscuros de la burocracia austríaca, pero no fue así. Sin duda Alois castigaba a su hijo; los golpes y otras muestras del poder paterno engendraron en el hijo la decisión de no convertirse en padre de familia sino de asumir en la imaginación del pueblo alemán la identidad del hijo rebelde implacable, objeto de la admiración de millones de otros hijos e hijas en cuyo pecho bullía el recuerdo de las humillaciones pasadas. La lección parece ser que el castigo corporal es una mala idea, que una cultura en la que se humilla el orgullo de los varones jóvenes corre el riesgo de provocar el retorno de lo reprimido, pero mil veces magnificado.
El conflicto entre Alois padre y Adolf está presente en la novela de Mailer, si bien esta vez tanto desde el punto de vista del padre como del hijo. Se describe al vilipendiado tirano doméstico Alois de forma más compasiva, como un sagaz funcionario aduanero, un marido orgulloso de su virilidad, un hombre de escasa educación que ascendía socialmente con gran esfuerzo. El Adolf de Mailer, en cambio, es un chico manipulador, llorón y nada atractivo, embargado por deseos incestuosos y celos edípicos, así como profundamente rencoroso. Tiene un mal olor del que no puede librarse; también tiene el hábito de evacuar el intestino cuando siente miedo. El más indignante de sus actos es contagiarle el sarampión a su hermano menor, un chico atractivo y muy querido. Edmund se muere, tal como estaba previsto. Adolf queda en plena posesión del nido.Cuando el joven Adolf decía que quería ser artista, no era porque sintiera una vehemente pasión por el arte, sino porque quería que se lo considerara un genio, y convertirse en un gran artista le parecía la forma más rápida de que un muchacho ignoto, de escaso dinero y sin relaciones obtuviera ese reconocimiento. Cuando ingresó a la política, en la década de 1920, ya había abandonado sus pretensiones artísticas y hallado un modelo más compatible. Hitler estaba obsesionado con su lugar en la historia, vale decir, con el tema de cómo se verían en el futuro sus actos del presente. "Para mí hay dos posibilidades", le dijo a Albert Speer: "triunfar por completo con mis planes o fracasar. Si triunfo, seré uno de los hombres más importantes de la historia. Si fracaso, me condenarán, rechazarán y maldecirán".
La conjugación del concepto de genio con la idea del gran hombre, contaminada aún más con el concepto del gran criminal, el rebelde cuyos actos luciferinos desafían las normas de la sociedad, tuvo un fuerte efecto formativo en el carácter de Hitler. Al llegar a los quince años, se sentía plenamente un genio. En cuando a los grandes crímenes (que, como señala Stavrogin, bien pueden ser crímenes en apariencia menores siempre y cuando sean lo suficientemente viles, miserables, perversos y sórdidos), la vida en la casa de Hitler, por lo menos en la versión de Mailer, le proporcionó al joven Adolf bastantes oportunidades de practicarlos. Hitler no tenía la conciencia histórica ni el distanciamiento de sí necesarios para reconocer hasta qué punto estaba inmerso en la teoría romántica del gran hombre. Tampoco es probable que, de haberlo reconocido, hubiera querido abandonarla.
Una vez que el padre dejó de estar presente para oponérsele, y con una madre complaciente que cubría sus necesidades, Adolf se tomó un descanso de dos años después del colegio secundario, durante los cuales se quedó en su casa y se dedicó a leer toda la noche, a levantarse tarde, dibujar y aporrear el piano sin método alguno. Es en ese punto donde The Castle in the Forest llega a su fin.Según sus editores, Mailer proyecta escribir una trilogía que cubrirá toda la vida terrenal de Hitler. De todos modos, lo que sugiere The Castle in the Forest es que el germen maligno de la calamidad que se desataría sobre el mundo ya estaba bien desarrollado para 1905, cuando Hitler tenía dieciséis años. Si buscamos la verdad de Adolf Hitler, la verdad poética, parecería decir Mailer, los años que van desde su concepción y nacimiento hasta la finalización de sus estudios proporcionan material suficiente.Sin duda es una trivialidad decir que el carácter se forma en los primeros años de vida, que el niño es el padre del hombre. Pero en Austria había miles de chicos que querían a su madre, se llevaban mal con el padre y tenían un mal rendimiento escolar, y no todos se convirtieron en asesinos masivos. A menos que se esté dispuesto a dar un salto como el que da Mailer, de la fidelidad a la realidad a una actitud intuitiva, ninguna investigación de los escasos documentos históricos sobre la infancia de Hitler revelará qué era lo que tenía de especial, qué lo diferenciaba de sus contemporáneos.
Hasta 1918 Hitler fue uno más de los miles de soñadores semieducados que tenían la cabeza llena de disparates místicos racistas. Después de 1918 se convirtió en un verdadero peligro para la humanidad. ¿Podemos decir, entonces, que a fines de 1918, en ocasión de su juramento de "a cualquier precio", hizo un pacto con el diablo y el mal ingresó a su alma?Esa pregunta puede tener poco sentido para el historiador. "La mayor parte de la gente educada —escribe Mailer a través de su portavoz anónimo— está dispuesta a rechazar la idea de algo como el Diablo. (...) No hay que extrañarse, entonces, de que el mundo tenga una comprensión muy pobre de la personalidad de Adolf Hitler. Aborrecimiento, sí, pero no comprensión. Después de todo, es el ser humano más misterioso del siglo." La pregunta: ¿Cuándo ingresó el mal en el alma de Hitler? tiene un indudable significado para Mailer. Su respuesta es: En el momento mismo de su concepción. En la historia de Mailer, el diablo estuvo en posesión de Adolf Hitler desde nueve meses antes de su nacimiento en abril de 1889 hasta el día de 1945 en que murió, y éste hizo siempre su voluntad en el mundo.
Una respuesta semejante exige cierto sostén teológico y metafísico que Mailer no duda en proporcionar. Así como hay un Dios, en la versión de Mailer, también hay un demonio en jefe al que sus subordinados llaman el Maestro.(2) Los doce años del Tercer Reich representan uno de los triunfos del Maestro. Sin duda también Dios tiene sus victorias, si bien ninguna aparece en el libro de Mailer. La historia del joven Adolf está narrada por uno de los demonios de rango medio de la organización infernal, un funcionario encargado de vigilarlo y asegurarse de que no abandone el camino del mal.
El tipo de existencia que llevan los inmortales nunca significa gran cosa para los mortales. El relato que hace Mailer, a través de su narrador, de una eterna lucha cotidiana entre las fuerzas celestiales e infernales y de enfrentamientos entre reparticiones de la burocracia infernal, está planteado con habilidad pero constituye el aspecto menos interesante de la novela. Sin embargo, por lo menos la respuesta que da a la pregunta por Adolf en la fotografía escolar es muy directa. Sí, Adolf era malo ya en 1899. Era un niño malo antes de ser un hombre malo, y era un bebé malo antes de ser un chico malo. Alois y Klara Hitler son retratos convincentes de personas que hacen su máximo esfuerzo como padres, teniendo en cuenta que son humanos y que la naturaleza humana es débil, y también que hay fuerzas sobrenaturales que conspiran en su contra. Adolf resulta igualmente convincente como un chico escalofriante y repulsivo. A pesar de las intervenciones sobrenaturales, Mailer no cae en escribir una novela de lo sobrenatural, una novela gótica. Las fuerzas siniestras podrán haber ingresado a su alma, pero Adolf sigue siendo siempre un ser humano, uno de nosotros.Mailer tiene ahora ochenta y tantos años. Su prosa puede no tener la intensidad eléctrica que la caracterizaba hace cuarenta años, pero no perdió nada de su audacia transgresora. Y sin duda hay que coincidir con él: ayudarnos a entender al "ser humano más misterioso del siglo" es sin duda una tarea oportuna. ¿Pero de qué forma la novela mejora nuestra comprensión? Al adentrarnos en la mente de un niño nada querible que se excita ante el espectáculo de abejas quemadas vivas y se masturba al escuchar la tos hemorrágica del padre, ¿Mailer está afirmando que empezamos a entender a Hitler cuando vemos que los actos viles del hombre adulto no son diferentes en esencia —si bien lo son, y mucho, en magnitud— de los actos de su infancia, y que ambos son expresión de una psicopatología intrincada, temible hasta el punto de la maldad? ¿Todo mal es en esencia banal, y caemos en una de las hábiles trampas del diablo cuando tratamos el mal con respeto, cuando lo tomamos en serio?
En otras palabras: ¿qué tan serio es el libro de Mailer sobre Hitler, que se publica después de El evangelio según el Hijo (1997), una biografía del representante terrenal de un Dios en absoluto todopoderoso, un joven atormentado que oye voces pero no siempre sabe con certeza de dónde proceden? ¿El tono de The Castle in the Forest, que por momentos es tan liviano que raya en lo cómico, es un indicio de que deberíamos tomar con reservas las alternativas celestiales e infernales? ¿Por qué, a pesar del demonio que lleva dentro, no parece haber motivos para temerle más al joven Adolf que a un perro bravo y traicionero? ¿Y por qué el Dios de Mailer es un inútil (los diablos se refieren a él con desprecio y lo llaman der Dummkopf)?(3)"La lección que nos enseña Adolf Eichmann —escribió Hannah Arendt en la conclusión de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal— es la de "la temible banalidad del mal, que desafía a la palabra y el pensamiento" (el énfasis es de Arendt). Desde 1963, cuando Arendt la acuñó, la fórmula "la banalidad del mal" adquirió vida propia. En la actualidad tiene el valor de cliché que tuvo "gran criminal" en la época de Dostoievski.En el pasado Mailer manifestó una y otra vez sus sospechas en relación con esa fórmula. En su condición de liberal secular, dice Mailer, Arendt se muestra ciega a la fuerza del mal en el universo. "Pensar (...) que el mal es banal me parece dar muestras de una prodigiosa pobreza de imaginación." "Si Hannah Arendt tiene razón y el mal es banal, entonces eso es mucho peor que la posibilidad opuesta de que el mal sea satánico", peor en el sentido de que no hay lucha entre el bien y el mal y, por lo tanto, la existencia no tiene sentido.
No es exagerado decir que la discusión de Mailer con Arendt es un subtexto presente en The Castle in the Forest. ¿Pero Mailer le hace justicia a Arendt? En 1946 Arendt mantuvo un intercambio epistolar con Karl Jaspers a raíz del uso que éste hacía de la palabra "criminal" para caracterizar las políticas nazis. Arendt disentía. En comparación con la mera culpabilidad criminal, le escribió a Jaspers, la culpa de Hitler y sus cómplices "excede y frustra todos y cada uno de los sistemas legales".
Jaspers se defendió: si se sostiene que Hitler fue más que un criminal, dijo, se corre el riesgo de atribuirle la misma "grandeza satánica" a la que aspiraba. Arendt se tomó la crítica muy en serio. Cuando escribió el libro sobre Eichmann, trató de mantener viva la paradoja de que, si bien los actos de Hitler y sus cómplices pueden desafiar nuestra capacidad de comprensión, no había en ellos ningún pensamiento profundo, ninguna grandeza de intenciones. Eichmann, un hombre nada interesante en el plano humano, un burócrata de pies a cabeza, nunca tuvo ningún tipo de conciencia filosófica de lo que hacía. Lo mismo podría decirse, mutatis mutandis, del resto de la banda.
Tomar la frase "la banalidad del mal" para resumir el veredicto de Arendt sobre los actos del nazismo, como parece hacer Mailer, supone obviar la complejidad del pensamiento subyacente: lo que es peculiar a la banalidad cotidiana de una política de exterminio masivo organizada en términos industriales y administrada de forma burocrática, es que también "desafía la palabra y el pensamiento", que excede nuestra capacidad de comprensión o descripción.Ante la magnitud de la muerte, el sufrimiento y la destrucción de la que fue responsable el Adolf Hitler histórico, la comprensión humana retrocede aturdida. De forma diferente, nuestra comprensión puede retroceder cuando Mailer nos dice que Hitler fue responsable del Tercer Reich sólo en un sentido mediato, que en última instancia la responsabilidad recae en un ser invisible conocido como el Diablo o el Maestro. El problema aquí es la naturaleza de la explicación que se nos ofrece: "El Diablo lo obligó a hacerlo" no apela a la comprensión, sino sólo a cierto tipo de fe. Si se toma en serio la lectura que hace Mailer de la historia mundial como una guerra entre el bien y el mal en la que los seres humanos actúan como instrumentos de agentes sobrenaturales —vale decir, si se toma esa lectura de forma literal en lugar de como una metáfora extendida y no muy original de un conflicto no resuelto e insoluble de la psiquis humana—, entonces el principio de que los seres humanos son responsables de sus actos queda subvertido, y también la ambición de la novela de buscar y decir la verdad de nuestra vida moral.
Por suerte, The Castle in the Forest no exige una lectura literal. Más allá de la superficie, se advierte que Mailer está en lucha con la misma paradoja que Arendt. Al invocar lo sobrenatural, puede dar la impresión de que afirma que las fuerzas que animaban a Adolf Hitler eran más que simplemente criminales. Sin embargo, el joven Adolf Hitler que él resucita en estas páginas no es satánico, ni siquiera demoníaco, sino sólo desagradable. Mantener viva la paradoja infernal-banal con toda su carga insondable y angustiante puede ser el máximo logro de este considerable aporte a la ficción histórica.
Notas:
(1) Bullock, Alan. Hitler and Stalin: Parallel Lives. Londres: HarperCollins: 1991, p. 27. (Trad. esp.: Hitler y Stalin. Vidas paralelas. Barcelona: Plaza & Janés, 1994.)(2) (N. del T.: en castellano en el original.)(3) (N. del T.: el idiota.)








Ayn Rand


I am often asked whether I am primarily a novelist or a philosopher. The answer is: both. In a certain sense, every novelist is a philosopher, because one cannot present a picture of human existence without a philosophical framework. . . . In order to define, explain and present my concept of man, I had to become a philosopher in the specific meaning of the term. — Ayn Rand, “Preface,”  For the New Intellectual



Leo mucho de Ciudadela (incluyo dos portadas importantes) y me encuentro en Arquitectos de la cultura de la muerte y en La nueva revolución americana (este libro del gran José María Marco, guru de La Ilustración Liberal) referencias a esta mujer, que hasta tiene un The Ayn Rand Institute, y una vida que abarca de guionista de Hollywood fugada de Rusia a referencia esencial del liberalismo yankee. El mismo Marco me glosa su figura con este texto:

Ayn Rand -de nombre de pila, Alissa Rosenbaum- nació en San Petersburgo el 2 de febrero de 1905. Pronto decidió ser escritora, aunque, instintivamente ajena al misticismo y al colectivismo característicos de la cultura rusa, siempre tuvo como modelos los escritores europeos occidentales. Durante sus estudios en el instituto fue testigo del paso por el poder de Kerensky, al que apoyó, y de la Revolución bolchevique de 1917, que denunció como un golpe de Estado desde el primer momento. La familia huyó de los desórdenes y de la guerra civil a Crimea, donde Alissa terminó la enseñanza secundaria. Tras el triunfo bolchevique, la farmacia de los Rosenbaum fue confiscada y la familia sufrió privaciones.En 1921 Alissa se matriculó en la Universidad de San Petersburgo para estudiar Filosofía e Historia. Allí tuvo la oportunidad de conocer de primera mano la degradación de la Universidad y del saber impuesta por los comisarios políticos y descrita, como la expropiación del negocio familiar, en su primera novela, la autobiográfica We, the Living (Los que vivimos, Barcelona, Plaza y Janés, 1992). La protagonista, Kira Argounova, estudia ingeniería pero tiene que asistir a cursos sobre "Mujeres proletarias y analfabetismo", "Electrificación proletaria" y "El camarada Lenin y el camarada Marx". Kira Argounova, enfrentada a una vida sin perspectivas, intenta salir de la Unión Soviética pero es muerta a tiros por la policía fronteriza.
Alissa Rosenbaum tuvo más suerte y a finales de 1925 consiguió un permiso para visitar a unos familiares en Estados Unidos. El permiso era temporal, pero Alissa estaba decidida a no volver a pisar la Unión Soviética. A los 21 años está en Berlín y tras una breve estancia en París, llega a Chicago, donde pasa seis meses: los suficientes para que le amplíen el visado. Decidida a seguir su vocación de escritora, y fascinada por el cine, Ayn Rand -todavía Alissa Rosenbaum-, se muda a Los Ángeles con la intención de trabajar de guionista. Cecil B. De Mille le ofrece un trabajo como extra y más tarde como lectora de guiones.
En Hollywood conoce a Frank O'Connor, un joven actor con el que se casa pronto. El matrimonio duró hasta la muerte de Frank 50 años más tarde, a pesar de la larga relación que Ayn Rand mantuvo con un colaborador y discípulo suyo casado con Barbara Felden, autora de la excelente biografía The Passion of Ayn Rand. Como Frank pasa largas temporadas sin trabajar, Ayn Rand acepta cualquier trabajo, incluido uno en el departamento de vestuario de RKO, aunque por fin logra vender un primer guión a Universal. Termina Los que vivimos, un estremecedor retrato de los primeros años de socialismo real en San Petersburgo, pero no se lo publican hasta tres años después, en 1933, con un recibimiento reticente por parte de una crítica infestada de progresismo. Ayn Rand dirá más tarde, cuando preste testimonio ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas en 1947:
"Es casi imposible dar a entender a personas libres lo que es la vida bajo una dictadura totalitaria... (El pueblo ruso) intenta vivir una vida humana, pero es una vida completamente inhumana. Intenten ustedes imaginar lo que es vivir bajo un terror permanente desde la mañana hasta la noche, y por la noche seguir esperando a que suene el timbre en cualquier momento, un país en el que se tiene miedo de todo y de todos, donde la vida no cuenta nada, menos aún que nada...".
En 1935 empezó a escribir The Fountainhead (El manantial, Barcelona, Orbis, 1988), para lo que se documentó en el estudio del arquitecto de origen estonio Louis Isadore Kahn. Howard Roark, el arquitecto protagonista de El manantial, es el primer gran protagonista épico de la obra de Ayn Rand, un hombre como "puede y ha de ser un hombre", que consigue triunfar imponiendo su propia concepción de la arquitectura. Rechazada por doce editoriales, este canto al individualismo y a la independencia fue publicado por fin en 1943 y se convirtió, sin apenas publicidad, en uno de los grandes best-sellers del siglo XX. Cinco años después se estrenó la versión cinematográfica, también titulada El manantial, con Gary Cooper como protagonista. Trabajando a tiempo completo de guionista, Ayn Rand empezó a escribir Atlas Shrugged (La rebelión de Atlas, en Obras Completas, Barcelona, Luis de Caralt, 1961) que se publicó en 1957, y tiene por protagonistas a dos empresarios, Dagny Taggart y Hank Rearden, que intentan sacar adelante sus respectivos negocios en una Norteamérica arrasada por la intervención gubernamental masiva y el caos social subsiguiente. A medida que se intensifica la devastadora intrusión del Estado, algunos eminentes empresarios, intelectuales y profesionales liberales empiezan a desaparecer. Negándose a colaborar con el totalitarismo, fundan en el Estado de Colorado una utopía capitalista con un símbolo: el signo del dólar. Además de ficción menor (entre la que se cuenta el relato Anthem, protagonizado por Equality 7-2521, un ser que ha de aprender a decir yo en un mundo dominado por la colectividad), Ayn Rand escribió numerosas colaboraciones periodísticas, conferencias y ensayos de muy diversa índole, entre los que están For the New Intellectual (1961), Capitalism: The Unknown Ideal (1966), The Romantic Manifesto (1970) y The New Left: The Anti-Industrial Revolution (1971). En ellos, como en su obra de ficción, fue elaborando un pensamiento que llamó "Objetivismo", basado en la afirmación de la razón como principio de conocimiento. Su defensa radical del "egoísmo racional", opuesto a la irracionalidad de cualquier altruismo, y la del capitalismo libertario como único medio de lograr el solo objetivo posible de la vida humana, que es la felicidad individual, le llevaron a distanciarse de los grandes grupos políticos y de las corrientes contraculturales e irracionalistas, presuntamente libertarias, de los años 60 y 70.
Fumadora impenitente, como muchos de sus personajes, falleció de una enfermedad pulmonar en Nueva York, el 6 de marzo de 1982 a los 77 años de edad. Su legado, de gran influencia en el pensamiento liberal norteamericano, ha venido siendo difundido y reivindicado por varias organizaciones, entre ellas el Ayn Rand Institute. Su obra se sigue reeditando con éxito, hasta tal punto que figura todavía en las listas de libros más vendidos. En las librerías españolas se encuentra aún alguna edición de Los que vivimos y de El manantial. El resto de la obra de Ayn Rand está agotado, o no ha sido publicado en España. Entre las muchas páginas web que le están dedicadas, destaca http://www.aynrand.org.
"Civilización es el proceso por el que el hombre se libera de los hombres.""La pobreza no es una hipoteca sobre el trabajo de los demás; la desventura no es una hipoteca sobre la felicidad: el fracaso no es una hipoteca sobre el éxito; el sufrimiento no es un cheque en blanco, y su alivio no es el fin de la existencia; el hombre no es un animal que haya de ser sacrificado en el altar de los demás; la vida no es un inmenso hospital.""Cuando el 'bienestar común' de una sociedad se contempla como algo aparte y superior al bienestar individual de sus miembros, el bienestar de algunos hombres prevalece sobre el bienestar de otros, y esos otros son destinados al sacrificio."
Capitalism: The Unknown Ideal
"El principio básico del altruismo es que el hombre no tiene derecho a vivir por su propio bien, que el servicio a los demás es la única justificación de su existencia, y que el sacrificio es el más alto deber moral, la más alta virtud, el valor más alto. No debemos confundir altruismo con generosidad, buena voluntad o respeto por los derechos de los demás. Estos no son valores primeros, sino consecuencias que el altruismo, de hecho, hace imposibles. El valor irreductible, primero y básico del altruismo es el sacrificio propio, que quiere decir: inmolación de uno mismo, abnegación, negación de uno mismo, autodestruccción, es decir: el yo es el mal y los demás el bien."
Philosophy: Who Needs It
"Si algunos hombres disfrutan de algún derecho sobre el producto del trabajo de los demás, entonces estos están despojados de sus derechos y condenados al esclavismo.""La mayor virtud: la capacidad de hacer dinero.""La riqueza es producto de la capacidad del hombre para pensar.""Cualquier compromiso entre el alimento y el veneno conduce a la victoria de la muerte. Cualquier compromiso entre el bien y el mal lleva a la victoria del mal."
Capitalism: The Unknown Ideal
"La racionalidad es el reconocimiento de que la existencia es un hecho en sí, que nada puede alterar la verdad y que nada puede prevalecer sobre el hecho de comprenderla, que es en lo que consiste el pensamiento."
La rebelión de Atlas
"El único propósito del gobierno es proteger los derechos del hombre, es decir, protegerlo de la violencia física. Un auténtico gobierno no es más que un policía, que actúa en nombre del derecho a la autodefensa del ser humano y, como tal, sólo puede recurrir a la violencia contra aquellos que han hecho uso de ella."
La rebelión de Atlas
"Quien quiere a todos los hombres odia a la humanidad. No espera nada de ella.""No hay que decirle a nadie que sea orgulloso; te odiarán. No lo dirán, pero te odiarán. Dirán que los odias a ellos."
El manantial
"El socialismo es la doctrina según la cual el hombre no tiene derecho a vivir por su propio bien, que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino a la sociedad, que la única justificación de su existencia es el servicio a la sociedad, y que la sociedad puede disponer de él según le plazca, con tal de conseguir su propio bienestar colectivo, tribal."
The New Intellectual
"No hay diferencia entre comunismo y socialismo, salvo en los medios para conseguir un mismo objetivo final: el comunismo se propone esclavizar a los hombres por la fuerza; el socialismo, por el voto. Es la misma diferencia que existe entre el asesinato y el suicidio."
Foreign Policy Drains U.S. of Main Weapons
"El país que ha alcanzado los mayores logros, la mayor prosperidad, la mayor libertad, se construyó sobre el derecho del hombre a perseguir su felicidad. Su propia felicidad, no la de los demás."
El manantial.