El hombre establece en su inicio de vida, acaso casualmente, cual será el nivel de sus exigencias y la altura desde la que observará al mundo y sus habitantes. Debe decidir en qué rellano del escalafon se moverá, donde estará bien; saberlo es un don milagroso. El calculo de su capacidad para subir o bajar escalones será determinante. El cambio será casi imposible en el futuro.
A veces, un oficinista gris representa un éxito milagroso para ciertos dictámenes que desestimaban su vida. En otras ocasiones, un astrofísico de la NASA descubre que el rostro que ha perseguido toda su vida se encontraba en el huerto de su madre y es tarde. La mayoría de los ciudadanos se conducen por sus días caminando azarosamente como en una cinta mecánica de aeropuerto, arrastrando bultos inútiles. Yo no se ya nada de escalones y me desplazo con pasos cansinos por una planicie polvorienta. Ya ni sueño con elevar mis piernas del suelo. Esa perspectiva es maravillosa, si tu estómago está lleno, porque evitas caídas. Solo muy tarde alcanzas ciertas certezas. Son pocas pero su profundidad es terrible.
Puede que nuestra vida solo tenga sentido gracias a momentos que desestimamos. Puede que los escalones solo sean el decorado de esa misión. Y ese gran destino será un mero transitar de inesperadas glorias anodinas. El tropezón entre peldaños será visto por alguien y esa observación resucitará atisbos de salvación en futuros indeterminados, en vidas puede que aún no gestadas. Y aquel error de cálculo que nos ubicó en una altura impropia, mas alta o mas baja, tendrá una razón en ese dia de orfandad de significado, en ese dia en que la cerveza será nuestro amor genuino y, balbuciente, añores tu misión, esa función única que te demuestre que el gran Dios, en su gloria, y aún viendote beodo como un pobre cabrón, siempre te amó.
A veces, un oficinista gris representa un éxito milagroso para ciertos dictámenes que desestimaban su vida. En otras ocasiones, un astrofísico de la NASA descubre que el rostro que ha perseguido toda su vida se encontraba en el huerto de su madre y es tarde. La mayoría de los ciudadanos se conducen por sus días caminando azarosamente como en una cinta mecánica de aeropuerto, arrastrando bultos inútiles. Yo no se ya nada de escalones y me desplazo con pasos cansinos por una planicie polvorienta. Ya ni sueño con elevar mis piernas del suelo. Esa perspectiva es maravillosa, si tu estómago está lleno, porque evitas caídas. Solo muy tarde alcanzas ciertas certezas. Son pocas pero su profundidad es terrible.
Puede que nuestra vida solo tenga sentido gracias a momentos que desestimamos. Puede que los escalones solo sean el decorado de esa misión. Y ese gran destino será un mero transitar de inesperadas glorias anodinas. El tropezón entre peldaños será visto por alguien y esa observación resucitará atisbos de salvación en futuros indeterminados, en vidas puede que aún no gestadas. Y aquel error de cálculo que nos ubicó en una altura impropia, mas alta o mas baja, tendrá una razón en ese dia de orfandad de significado, en ese dia en que la cerveza será nuestro amor genuino y, balbuciente, añores tu misión, esa función única que te demuestre que el gran Dios, en su gloria, y aún viendote beodo como un pobre cabrón, siempre te amó.