domingo, julio 08, 2007

Sicko: el doctor Moore contra el American Dream, según Santiago Navajas


Lawrence Kasdan filmó, con William Hurt y Geena Davis, El turista accidental. El protagonista recorría el mundo superficialmente, visitando los sitios típicos y tópicos, para llevarse a su casa un retrato amanerado y falso de los lugares pseudovisitados que mostrar a los amigos. Michael Moore, convertido en un turista accidental de la salud, ha realizado un nuevo documental de propaganda (docu-prop) sobre sus dos obsesiones: él mismo y el American way of life.
Sicko hace referencia a una conducta enferma, bizarra, obscena. Podría ser, pues, el título de una autobiografía de Moore. Pero no. Con el olfato que le caracteriza, Moore ha abordado en sus dos últimos documentales las preocupaciones más agudas del pueblo norteamericano: la guerra de Irak (Farenheit 9/11) y, en Sicko, el sistema de salud.
Moore colgó este aviso en internet: "Enviadme vuestra historia con el sistema de salud". Y, claro, recibió miles de casos sangrantes. Evidentemente, habría recibido las mismas protestas de cualquier sistema del mundo. Del español, uno de los estatalizados, habría recibido, en proporción, seguramente más: el último caso ha sido el de una mujer que ha ido de hospital público en hospital público con un feto muerto en su interior.
Este docu-prop consta de dos partes, que van alternándose de forma concéntrica alrededor de su director, el de la triste y oronda figura. En primer lugar, se exponen numerosos casos de estadounidenses que se quejan del mal funcionamiento de su seguro de salud. Mediante este método inductivo, el facultativo Moore nos ofrece su diagnóstico del sistema yanqui: muy deficiente. En la segunda parte se trata de ofrecer modelos alternativos. Es entonces cuando el doctor Moore nos ofrece su terapia de choque: sistemas estatalizados como los que rigen, por ejemplo, en Gran Bretaña, Francia y ¡Guantánamo! (EEUU y Cuba).
Música de violines: Adam, "uno de los casi cincuenta millones de americanos sin seguro de salud", se cose una fea herida en la pierna mientras lo observa impávido su gato. Rick se cortó dos dedos y, como no tenía seguro, tuvo que elegir que le implantaran sólo uno. Tampoco les va mejor a los asegurados: las compañías hacen lo imposible, en los límites de la legalidad pero mucho más allá de lo moralmente aceptable, para escamotearles los tratamientos. Por ejemplo, Larry y Donna llevaban una vida cómodamente asentada en la clase media hasta que él sufrió varios infartos y a ella le diagnosticaron un cáncer: el seguro los dejó tirados y ahora ambos pertenecen al lumpemproletariado.
A Jason no lo aseguran por ser demasiado delgado. A Stefanie, por gorda. Y así van discurriendo los casos de María, Diane, Lauren o Amy contra compañías privadas como Cigna, Blue Shield, Horizon Blue Cross, BCS o Mega Life.
¿Cómo no sentir compasión por todos estos damnificados? ¿Cómo no sentir indignación contra Michael Moore por la utilización torticera de tanto dolor para satisfacer su narcisismo patológico? Lo relevante es que en ningún momento se recoge la voz de los satisfechos con el sistema (alguno habrá entre los 250 millones que sí tienen seguro) ni la de los acusados: las compañías privadas, por conducta criminal, y los políticos, a los que sataniza e impone el sambenito de la prevaricación. Sin confrontar distintos puntos de vista, sin investigar las circunstancias de cada caso, ¿cómo sabemos que Moore no nos está dando gato por liebre?
Cuando toca hablar de los sistemas socializados, Dr. Moore arrumba el criticismo y nos pinta paraísos sanitarios en los que no hay masificación, ni listas de espera, ni imposición de médicos y tratamientos. Moore nos informa de que sólo el 17% de los estadounidenses está satisfecho con el sistema de su país, pero nos birla el dato –es un maestro de la ocultación– de que sólo el 25% de los británicos está conforme con el que les ha caído en suerte (o, por mejor decir, desgracia). No nos informa, por ejemplo, de que en Gran Bretaña es el National Institute for Clinical Excellence quien decide qué personas con problemas de visión tienen derecho a recibir tratamiento subvencionado. Y es que en todas partes cuecen habas, aunque Moore nos obligue a tragarnos su indigesta receta.
Lo que nunca dice Moore, porque no le interesa o porque considera que sus espectadores son tan estúpidos que no merece la pena explicitarlo, es que en EEUU la contratación de un seguro es voluntaria y las primas están conectadas al riesgo. En Canadá o Gran Bretaña (o España), los gastos los paga el Estado mediante los impuestos. En Francia es obligatorio contratar un seguro de vida (como en España contratar un seguro automovilístico), pero el coste del mismo está ligado a la renta y no al riesgo (de donde deriva otro problema patológico: el "riesgo moral", es decir, la proliferación de gorrones, lo que –inadvertidamente– muestra Moore con la colonia de norteamericanos residentes en París, que viven a costa del sistema de salud francés sin pagar un dólar por él y se preguntan maravillados, mientras descorchan botella tras botella de burdeos, cómo es posible que los euros crezcan de los árboles a la orilla del Sena).
Si siguiéramos el método inductivo de Moore, si recopiláramos casos de gente abandonada, mal asistida o directamente asesinada por el sistema, podríamos hacer decenas de documentales oportunistas y ventajistas sobre el sistema de salud británico, francés, canadiense o español (¿habrá oído hablar Moore de la gente que se muere en "lista de espera" en un sistema estatalista como el nuestro?). La cuestión es si para reformar los distintos sistemas hay que armarse de una visión de mercado o de una estatista. Para Tim Harford, autor del muy recomendable El economista camuflado, la orientación de mercado es necesaria... a menos que se quiera incurrir en la ineficiencia afrancesada. Por ello, el modelo que propone es el de Singapur, donde funciona una economía "mínimamente invasiva", siguiendo los criterios reformistas de mercado de Popper o Hayek.
El debate en EEUU sobre su sistema de salud es impresionante y de una gran complejidad, aunque ahora haya sido rebajado por la irrupción de Sicko. Todos están de acuerdo en calificarlo, como el profesor Nikolai Wenzel en una carta a The Economist, de "ineficiente, derrochador, excluyente e innecesariamente caro", pero el problema reside, tanto para Wenzel como para la harvardiana Regina Herzlinger (The Economist, 31 de mayo de 2007), en una mala aproximación al mercado, lo que provoca una colusión de intereses entre el Estado y el oligopolio de la industria de la salud, en perjuicio de los legítimos intereses de los consumidores. No es que el mercado no funcione y tenga que venir el Estado a sustituirlo, sino que hay que diseñar el mercado de manera que la competencia y la información fluyan sin interferencias.
El modelo de Herzlinger es Suiza. Por cierto, miente Michael Moore cuando dice que EEUU es el único país desarrollado que no tiene un sistema de salud universal y subvencionado a través de los impuestos (lo que vulgar y equivocadamente se suele denominar "gratuito"). A menos que Suiza, donde recientemente los ciudadanos han rechazado por referéndum el sistema de salud asistencial, subvencionado y mediocre que defiende Moore, haya sido expulsada de la OCDE en los últimos meses, pierde.
Michael Moore no es más que un niño grande y narcisista que ha descubierto un juguete tremendamente lucrativo: el negocio de la contracultura. Cree, y nos lo muestra a través de su práctica documental, que la verdad, la objetividad, en definitiva, los hechos, son estorbos para su destino mesiánico. A su alrededor se agitan satisfechos los golfos y los bobos, los que son incapaces de distinguir la realidad de la ficción, bien porque esperan sacar buena tajada de la confusión, bien porque no pueden alcanzar la madurez necesaria para encauzar sus vidas según el principio de realidad.
En su periplo como doctor accidental, tiene momentos hilarantes, en los que brillantemente hace el papel de estúpido benevolente, una mezcla pavorosa entre el idealismo pendenciero de Don Quijote y el rastrero sentido común de Sancho Panza. En Londres, en el cementerio de Highgate, se planta ante la tumba de Karl Marx para hacerle un homenaje, sin ser consciente de que el filósofo alemán lo retrató lúcidamente:
(...) la utopía (…) suplanta la producción colectiva, social, por la actividad cerebral de un pedante suelto (...) que, sobre todo, mediante pequeños trucos o grandes sentimentalismos (…) en el fondo no hace más que (…) imponer su propio ideal a despecho de la realidad social.
Por último, es sangrante la propaganda que hace Moore de la dictadura cubana, algo generalizado entre los radical-chic hollywoodienses, a costa de unos enfermos norteamericanos a los que usa torticeramente, para mayor gloria de Castro y de sí mismo. Así, acepta sin pestañear las estadísticas oficiales del régimen, cuando desde la caída de la Europa comunista sabemos cómo se confeccionan en las patrias del proletariado.
De la mortalidad infantil cubana, más baja que la registrada en EEUU, se puede objetar, como hace el profesor Carmelo Mesa-Lago, de la Universidad de Pittsburgh, que puede verse afectada por la altísima tasa de abortos habida en la Isla. En cuanto a la esperanza de vida, debe lo suyo a los exiliados, pues se computa su nacimiento pero no su defunción.
Si los americanos hacían turismo sexual durante la dictadura de Batista (por cierto, Castro ha convertido la Isla en el burdel de Europa, en dura pugna con Tailandia), con el dictador comunista lo que impera es lo que Juan José Sebreli denomina "turismo de la salud". Mientras los cubanos... pues eso, atendamos a Sebreli:
(...) faltan antibióticos, faltan los medicamentos importados, que no se consiguen o se dejan para turistas; (...) en las farmacias –cualquiera que haya ido a La Habana [las] ve (...) vacías– no se puede conseguir una aspirina. Además, no puede haber salud donde la alimentación es muy rudimentaria, es muy poco variada y (...) falta el jabón y la pasta dentífrica (...)
Explota hasta el paroxismo el mito de las dos Norteaméricas, la liberal-laica-culta-urbana-proeuropea-demócrata y la conservadora-ignorante-rural-religiosa-antieuropea. Y, claro, le aplauden en el Festival de Cannes, ese clímax de la con-fusión entre la farándula y la izquierda. Trujamanes de la "conciencia del pueblo", como los llama Gustavo Bueno, resentidos contra la economía de mercado, como decía Robert Nozick, han encontrado en el capitalismo, paradójicamente, un nicho de mercado semejante al de las prostitutas o los presentadores-estrella de televisión: el de la satisfacción de las necesidades más bajas.
Autoproclamado tribuno de la plebe, todavía en sus orígenes (v. el documental Roger and me) parecía tener una preocupación genuina por los mansos, los débiles y los pobres de espíritu. Pero, docu-prop a docu-prop, se ha ido convirtiendo en un pesado delirante, un mentiroso compulsivo y un demagogo recalcitrante, mitad teólogo de la liberación, mitad telepredicador.
En 1962 Juan Benet escribía: "El humor es una modalidad muy refinada del conocimiento crítico que necesita, para desarrollarse, el campo más fértil y valioso de la persona: la voluntad de conocer, la audacia, la sinceridad, la objetividad, el sentido de la elegancia y del ridículo, la rectitud de conciencia y la independencia moral deben estar siempre presentes para sazonar este fruto cuyas áreas de cultivo son cada día más escasas". Ahora, den la vuelta a esas ocho condiciones: obtendrán un fiel retrato del doctor accidental Michael Moore.
Sicko(EEUU; 123 minutos. Dirección, guión y producción: Michael Moore. Calificación: Patológica (4/10). Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

viernes, julio 06, 2007

El siglo de Revel según Horacio Vázquez-Rial

Voltaire llamó al XVII el siglo de Luis XIV. Al parecer, fue su admirador, Federico II de Prusia, quien decidió que el XVIII era el siglo de Voltaire. Jean-Paul Sartre contribuyó a la idea de que el XIX había sido el siglo de Víctor Hugo. Y, por fin, Bernard-Henry Lévy colocó en el mercado la fórmula "el siglo de Sartre" para hablar del XX.
Todo muy francés, si bien algunos de los evocados en tan encomiosas consignas fueron realmente importantes para la humanidad en general. Podríamos universalizar un poco la cosa y afirmar que el XV fue el siglo de Colón, el XVI el de Carlos V o el de Felipe II, el XX el de Churchill, o el propio volteriano XVIII el de Washington. Después de todo, es gracias a todos ellos que yo escribo estas líneas y usted, lector, se indigna justificadamente al leerlas. Ellos nos hicieron y están mucho más presentes en nuestras almas y en nuestras vidas materiales de lo que somos capaces de comprender.
También es verdad que el finado siglo XX fue el más productivo de la historia en materia de monstruos determinantes y de gurús influyentes, y que el XXI ha nacido con cierto cansancio esencial: ni figuras intelectuales de la talla de los mencionados, ni personajes públicos de la trascendencia de un Zola o un Bertrand Russell, ni dirigentes con las capacidades de un Lenin o un Mussolini, grandes líderes de las izquierdas. Aaron proyectará su sombra sobre esta centuria, como todos los filósofos del liberalismo, de Hayek a Von Mises, pero ninguno de ellos, excelentes críticos de su tiempo, lo habrán soñado: la utopía no es liberal.
Sin embargo, hay un hombre que, con su trayectoria ideológica y la realidad de su existencia, ha concebido un futuro: me refiero a Jean-François Revel. El siglo XXI puede ser, debería ser, el siglo de Revel. El siglo para el cual Revel sirva de modelo, si la estupidez reinante en la clase política no impide la continuidad de nuestra civilización, si Occidente no despierta una mañana sometido a la sharia.
No sé si usted ha leído a Revel, si ha leído La tentación totalitaria, La gran mascarada o La obsesión antiamericana (el mejor libro que conozco sobre el tema), pero si no lo ha hecho y decide comenzar por Memorias. El ladrón en la casa vacía, que acaba de publicar en español Gota a Gota, en versión de Juan Antonio Vivanco Gefaell, no sólo tendrá una puerta de entrada excepcional a la obra de uno de los grandes pensadores franceses de esta época, sino que se encontrará con un hombre del que hacerse amigo, hijo, discípulo.
Al rememorar la misa en la boda de su hija Eve, el 3 de diciembre de 1972, en una iglesia ortodoxa, Revel reflexiona:
A pesar de que Eve y su prometido eran católicos, habían tenido el antojo de convertirse a la religión ortodoxa griega [...] Mi hijo mayor Matthieu acababa de abandonar la investigación científica para abrazar el budismo, y eso después de haberse doctorado en biología [...] En 1967 me casé con Claude Sarraute, judía, y nuestro hijo Nicolas resultó ser también judío porque, según la ley de Moisés, la religión de la madre determina la de los hijos. Sin renegar jamás de esas raíces, jamás llegó a albergar sentimientos religiosos, no más que su madre, por otra parte [...] tuve el placer de meditar sobre las vueltas que da la vida. Qué endeble es la influencia paterna. Yo, antiguo alumno de los jesuitas, convertido en ateo; yo, discípulo de Voltaire, animado desde mis dieciocho años por ese agnosticismo virulento que sabe suscitar la Compañía de Jesús, ¡tenía una hija ortodoxa griega, un hijo budista tibetano y otro hijo judío! [...] Desde hacía unos años la indiferencia había atenuado, y más tarde extenuado, mi anticlericalismo [...] He renunciado a encontrar un sentido a la frase de Malraux: "El siglo XXI será religioso o no será", y no creo que tenga ninguno. De hecho, religioso o no, el siglo XXI será. Pero corre el riesgo (y aquí es posible que Malraux tuviese razón) de ser más religioso que el XX, en el que las ideologías desplazaron un poco la fe para justificar la necesidad humana de exterminar a los infieles y de inventárselos en casos de necesidad. La madurez había desgastado mi intolerancia hasta tal extremo que incluso sentía gratitud hacia mis maestros, porque a fin de cuentas les debía unos buenos estudios.
La extensión de la cita me parecía imprescindible porque en ese solo párrafo, muy mutilado (no hay puntos y aparte en una larga página y media), se expone, en esencia, lo que es un hombre civilizado, un occidental de nuestro tiempo, cuando decide asumir y llevar hasta sus últimas consecuencias su legado cultural.
Freud, tan cuestionable en su concepción científica general, pero tan brillante en muchas de sus aseveraciones puntuales, decía que en cada familia hay un miembro por generación que se hace cargo del legado, de la memoria común y hasta de los recuerdos materiales de sus antepasados: es el que ordena las fotos en álbumes, el que mantiene la biblioteca y hace encuadernar o encuaderna los libros deteriorados, el que no lleva en el bolsillo el reloj del abuelo, sino que lo conserva en el primer cajón de la cómoda, por miedo a perderlo, y de tanto en tanto lo limpia y le da cuerda. Eso mismo sucede en la sociedad intelectual. Revel fue un fiel curador de las joyas de Occidente, mientras los Ramonet, los Chomsky, los cínicos de todo pelaje nacidos por generación espontánea de los despojos de Sartre, se dedicaban a desmontarlas y llevarlas por piezas a las casas de préstamos, si no a los peristas.
Las Memorias de Revel son el minucioso y amoroso catálogo de esas joyas, y del modo en que las fue recibiendo, una a una, a medida que la experiencia se las iba revelando. Era un ateo convencido (ni siquiera emplea la palabra agnóstico a la hora de definirse), pero capaz de gratitud por lo que había aprendido de los jesuitas, y del todo acrítico con las opciones religiosas de sus hijos y de los hombres en general. Era, en ese sentido, todo lo que puede ser un buen cristiano, aunque no por medio de la fe, sino de la bondad misma: era un hombre bueno sin un átomo de buenismo, era un hombre libre y, por tanto, respetuoso con la libertad de todos y enemigo de cualquier forma de intolerancia. Un liberal radical, en todos los órdenes de la existencia. Por lo cual, naturalmente, estaba lleno de contradicciones, que viven de nosotros y en nosotros, y nos enfurecen mientras están allí y a veces, cuando logramos superarlas, vemos que nos han hecho crecer.
La adolescencia es la edad de las contradicciones, y para muchos dura toda la vida. Otros, como Revel, alcanzan la madurez, la edad en la que nos conllevamos con nuestras contradicciones porque hemos aprendido que no siempre conviene acabar con ellas.
Subtituló este libro El ladrón en la casa vacía, con ese punto de culpa que se experimenta al hablar del pasado y comprender que ese pasado no nos pertenece en exclusiva, que ha sido y sigue siendo compartido con otros, muchos de los cuales ya sólo viven en nuestro recuerdo y, por tanto, son juzgados a través de la evocación. Ésa es la tragedia de la mayoría de los libros de memorias: el miedo a que nos juzguen, sí, pero también el miedo a juzgar, que Revel supera mediante el humor, con cuyo auxilio se pueden decir cosas terribles sin que parezcan tales. Es una constante discretamente presente en toda la obra del autor, que en algún momento descubrió que las ideas de lógica aplastante suelen mover a la sonrisa: La obsesión antiamericana es una buena prueba de ello, desde su título.
La vida de un francés libre y honesto, contada por él mismo con una distancia que no excluye la pasión, y que termina siendo la historia de un individuo a la vez que de la política y de la cultura de su tiempo: lo mismo que podría decirse de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. Dos siglos más tarde. No es poco.
JEAN-FRANÇOIS REVEL: MEMORIAS. EL LADRÓN EN LA CASA VACÍA. Gota a Gota (Madrid), 2007, 672 páginas.

El Ladrón en la casa vacía, reseña de Carlos Semprún Maura

Gota a Gota publica el texto. Pese a su bello título, este libro de memorias no es, a mi entender, el más importante de Jean-François Revel. Porque El reto democrático, Ni Marx, ni Jesús, La tentación totalitaria, ¿Porqué los filósofos? o El conocimiento inútil, entre otros, constituyen desde mi punto de vista, libros esenciales del pensamiento liberal francés. Dicho pensamiento, sin necesidad de remontarnos a Montaigne, y por dar sólo alguna pista contemporánea, puede basarse en la obra de Alain, tan olvidado, no por casualidad, y pese a los comentarios favorables de Raymond Aron en varios de sus libros, que hubieran debido sacarle del "infierno". No ha sido así. El propio Raymond Aron, claro, algunos ensayos de Albert Camus, lo esencial de la obra de François Furet y algunos más. No está mal. Dos observaciones: todos estos autores proceden de lo que se califica generalmente de "izquierda". Alain, del radical-socialismo de antes de la II Guerra Mundial, Aron del PS, Camus y Furet del PC. Esa voluntad juvenil de "cambiar el mundo" se enfrentó en muchos casos con una evidencia: cambiar el mundo, bien, pero no para peor. Otra observación aparentemente contradictoria -pero no nos asustan las contradicciones- se refiere a Raymond Aron -personaje importante de estas memorias- y al propio Revel. Es verdad que pronto fueron reconocidos como autores inteligentes, y que sus libros se vendían y se venden bien, tanto en Francia como en el extranjero, pero aun así su influencia en la Universidad, en los medios de comunicación o en la opinión pública, por no citar a la clase política, fue durante decenios infinitamente menor que la que tuvieron los maestros de la mentira burocrática y totalitaria: Althusser, Sartre, Foucault, por ejemplo. Es cierto que este último es más ambiguo, o más incoherente, porque si en sus libros sobre "la historia de la locura" critica las soluciones represivas y carcelarias en el tratamiento de la enfermedad durante siglos, exaltó al mismo tiempo la revolución islámica iraní, que ha convertido todo el país en una cárcel-manicomio y se negó a condenar el uso criminal de la psiquiatría contra los disidentes en la URSS, como recuerda nuestro autor.
O sea, que no ha existido un "partido aroniano" como hubo, dicen, un partido "marxista", "maoísta" y hasta "castrista". Menos mal.
Jean-François Revel también procede de la izquierda, pero su paso por el Partido Comunista Francés sólo duró tres días: uno de sus profesores le convenció para que se adhiriera cuando tenía 21 años, pero al leer un texto sobre el realismo socialista, rompió su carnet en el Jardín del Luxemburgo. También participó en la Resistencia, experiencia que relata con una humildad ejemplar, y luego en diferentes movimientos de la izquierda, incluso anticomunista. Colaboró con François Mitterrand cuando éste estaba en la oposición, pero rompió con él cuando se alió con los comunistas en la "Unión de la Izquierda" y su juicio sobre el difunto presidente de la República se resume en esta frase: "Ha convertido el Palacio del Elíseo en una cueva de malhechores".
Como fiel lector de Revel que admira su obra y su estilo, lo cual para un escritor no es cualquier cosa, me permitiré dos leves reservas sobre sus memorias. Aunque relata con buen humor y con soltura su precoz e intenso interés por las damas, sus personajes femeninos, trátese de sus esposas o de Paola, en Florencia, resultan en cambio muy tibios. No es que le falte garra escribiendo, no, pero pienso que al hablar de sus amores le entra de pronto una extraña timidez, un pudor excesivo.
Asimismo, en un terreno totalmente diferente, dedica demasiadas páginas, siempre a mi modo de ver, claro, a los líos que tuvo con Raymond Aron, cuando era director del semanario L'Express y Aron su principal editorialista, a finales de los años setenta. Se entiende que, entre su admiración por la inteligencia de Aron y su enfado debido al pésimo carácter de éste, intente justificarse detalladamente, pero esas vueltas y revueltas sobre el asunto, esa acumulación de datos justificativos resultan, a veces, pesadas.
De todos modos, ¡qué maravilla de libro! Toda la vida política, cultural, periodística de Francia entre 1943 y 1997 está contada, analizada, criticada con un talento estimulante. Pero no sólo de Francia. Revel ha viajado mucho y nos habla de Argelia, Italia, México, EE.UU., España y otros países como un goloso inteligente que da muy a menudo en el clavo. Su talento de polemista no se limita a criticar violentamente los totalitarismos o a retratar a Mitterrand y a los suyos, esa semi social-democracia corrupta y burocrática. Además, lo que cuenta del presidente Giscard y su cobardía y su total incomprensión de los problemas de la URSS y del PCF, constituye una verdadera joya. También sobre el ex ministro y académico Alain Peyrefitte, y su cinismo, tan rentable comercialmente, en favor de la China comunista. O sea que su búsqueda de la verdad, de la realidad de los hechos, no se detiene según sea el color o la etiqueta de los políticos o de los intelectuales. Eso le ha valido, estos últimos años toda suerte de insultos por parte de los tenores de la izquierda pseudo radical, empezando por Régis Debray, ese sepulturero que se dedica a elogiar al mismo tiempo, o casi, los cadáveres de Ernesto Guevara y del general De Gaulle.
No voy a resumir este libro de memorias, sería absurdo, tratándose además de un libro de 649 páginas, repleto de anécdotas, de personajes, de libros, de cuadros, de ciudades y paisajes. Sólo me permitiré decir dos cosas sobre su "camino de Damasco" o su "educación sentimental", señalando cómo a través de tantas experiencias ha llegado, desde hace ya bastantes años, a defender lo que él mismo califica de "revolución liberal".
Esto, una vez más, indigna a muchos, sobre todo en un país como Francia, tan apegado al control, la subvención y la protección del Estado. Pero además, como indica el propio Revel, si bien es cierto que los sistemas totalitarios se derrumban por doquier, el pensamiento totalitario sigue asimismo vigente por doquier, y el liberalismo -o el neoliberalismo, o el ultraliberalismo- se considera en ciertos sectores como expresiones de la extrema derecha, cuando es exactamente lo contrario. Hitler, como Lenin y Stalin, Mussolini -el inventor del término totalitarismo, como nos lo recuerda Revel-, Franco mismo, como varios monarcas absolutos y muchos Papas, han odiado, censurado o asesinado a los liberales. La democracia, consustancial con el liberalismo, siempre tuvo, y tiene, dos enemigos: el fascismo rojo y el fascismo pardo, ambos, hoy de capa caída, lo cual permite abrigar modestas esperanzas para el futuro.
Para Revel el liberalismo es una forma de pragmatismo: las buenas soluciones económicas y sociales son las que dan buenos resultados, reduciendo el paro y aumentando la producción y el nivel de vida. Sobran los ejemplos sobre los resultados positivos del liberalismo en economía. Pero el liberalismo es también un ideal que yo casi calificaría de romántico, un ideal de libertad y tolerancia. Exactamente lo mismo que lo que preconizaba Queipo de Llano, diría Anguita. Pues no.
Jean-François Revel, Le voleur dans la maison vide. Paris, Fayard, 1998

jueves, julio 05, 2007

El tenis


El tenis, como cualquier deporte, es mucho mas que sudar evolucionando ante gente desconocida que aplaude o jalea episodicamente. Pat fue expulsado del tenis. Hoy cuenta en que se ha convertido el deporte. En que se ha convertido todo. La reproducción mecánica de la obra de arte fue el comienzo de este final.
  • Nadie quería nada conmigo. Me refiero a los torneos y a la ATP, a gente que antes me ofrecía de todo y que consideraba mis amigos. Les pedía una 'wild card' sólo para la fase previa, pero ni eso; el tenis se ha convertido en un asco, una atmósfera amarga donde todo el mundo lucha por su propio interés.
  • Durante mi último año como profesional, solicité unas 30 invitaciones y sólo obtuve cuatro para el cuadro principal y dos para la fase previa.
  • La cosa va cada vez peor. Cuando yo era joven jugaba para un equipo, para un país, y lo hacía con el mismo entrenador durante años. Siempre tuve una gran relación con él, igual que Henman o Agassi, algunos de los buenos tipos que había entonces.
  • El tenis se ha convertido en un deporte sin ninguna moral. Hay madres y padres que pegan a sus hijas. Lo leemos desde hace mucho tiempo en los titulares y sigue pasando. Es ridículo.
  • A algunos les puede gustar la programación de hoy en los medios, pero no a mí. ¡Y luego está Paris Hilton! Si ella es el mayor fenómeno de todos los tiempos, algo extraño sucede. Lo que quiero decir es que me siento feliz alejado de los focos. Así soy yo ahora.
  • Ahora vemos a estos jóvenes que cambian de técnico o de agente cada semana. Cambian esto, cambian lo otro, siempre protestando y quejándose. Así es el tenis de hoy, desafortunadamente.
  • Estuve este año en Roland Garros y ves al público en los restaurantes, al lado de los júniors y los veteranos, como yo, sin mostrar ningún respeto por el juego. Esta gente tiene entradas para las finales y en realidad no les importa una mierda el tenis.

miércoles, julio 04, 2007

Si Dios no quiere mi honra, yo tampoco!

A la mitad del destartalado discurso del genial por imprevisible Ruiz-Mateos, soltó esa frase como sin buscarla y se me saltó una lágrima. Cuando estoy enfermo, como pasaba a papá en sus días peores, me apetece llorar con todo. La frase de Ruizma ha hecho reir a muchos. Dice en gran medida en que nos hemos convertido. Dios no cuenta si no está en Supervivientes o House no lo mienta. De la honra ni hablo.
Luego lloré también con dos peliculones de vaqueros. No saben que tengo, pero entre los mocos verdes que cago como un geiser, las vomitonas, las sudadas y las lloreras me estoy quedando en los huesos. No sé estar sin trabajar y la culpa de una baja me hace daño.
The Professionals (1966), que se pasa por los cojones ese timo del "yo trabajo por ideales y tu por sucio dinero", me dejó helado como la primera vez. Helado de voracidad. Que bestia es todo. La lectura del subtexto repipi ese te come con la trama misma y a la vez. Lloré dos veces.
La otra llorera la tuve hoy con The Hanging Tree (1959). El Dr. House encuentra en esta película su origen. Me juego los huevos ya... Allí se prestan fieras a las máximas potencias de la vida el mítico Gary Cooper y la austriaca María Schell (madre del totem de la interpretación Maximillian) que hace nada falleció a los 79 años. Yo la descubrí en su carnalidad mas límpida y creible en The Brothers Karamazov. Vamos, Paz Vega.

sábado, junio 30, 2007

Busco este DVD: Echos Of Enlightenment


Solo lo encuentro en DVD USA. Quiero región Europa. Echos Of Enlightenment de Dan Coplan; HAY QUIEN DICE QUE ES HORROROSA.
Everyday, somewhere in America, a middle aged man leaves his home, his family, and never returns. Daniel, who knows the meaning of dreams and visions, is one such man. 60 days after Daniel disappears, his wife Mary, is determined to find him. She retraces his path, meets all the people he touched before he vanished, and makes a startling discovery. The answer to what happened to Daniel is resolved in a remarkable life affirming ending.

'Ordinary Citizens, las víctimas de Stalin'

Fue este rostro el que me llevó a fijarme en esta exposición. Las mujeres asustadas paralizan mi atención.
Se trata de más de cien imágenes procedentes de las colecciones Memorial Society de Moscú, David King Collection de Londres y Reinhard Schultz de Berlín.
Las víctimas de Stalin es una producción del Centro Andaluz de Fotografía.
Compila un conjunto de retratos de personas asesinadas durante la dictadura estalinista.
Exposición comisariada por David King que puede verse en el Teatro Circo Price hasta el 22 de julio.

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jueves, junio 28, 2007

Paul Johnson segun J.M. Marco

Paul Johnson enhebra una historia del siglo XX que combina con soltura los datos –apabullantes en cantidad y precisión– y las biografías. De las que conozco, Tiempos modernos es la historia del siglo XX mejor escrita y la que mejor se lee, y eso que la primera edición data de 1985.
En sí misma, Tiempos modernos es toda una declaración. La historia del siglo XX ha suscitado interpretaciones de todas clases, en particular marxistas. El pasado fue, además, un siglo fecundo en nuevas formas de hacer historia, como la de los Anales en Francia. En realidad, retomaban concepciones muy antiguas, desde la cristiana (Bossuet) a la hegeliana. Eso no les resta valor, y de hecho reivindicaban un hecho central: la desaparición del individuo de la escena de la Historia. La Historia la protagonizaron desde entonces ideologías, clases, tendencias sociales o económicas, últimamente “narrativas”.
Para Johnson es al revés. El individuo es la clave última de la Historia. El oficio de historiador requiere cierta humildad: sin Churchill, Roosevelt, Hitler, Lenin o Stalin, el siglo XX habría sido distinto. Hay un núcleo inexplicable ante el que sólo queda la constatación y, como insiste el propio Johnson, la cronología. En otras palabras, la narración. Ahí está el arte del historiador.
Johnson parte del principio de que nada está predeterminado. Y lo más asombroso es que consigue contar una historia que conocemos como si nos colocara en el punto en que todavía está haciéndose. Es la señal de los historiadores de primera fila. Si se suma esta calidad a la de la primacía otorgada al individuo y a la narración, empieza a entenderse la causa de la amenidad de Tiempos modernos, como la de muchas otras obras suyas.
¿Quiere esto decir que la historia que cuenta Johnson no tiene sentido alguno? No, claro que no. Está primero el esqueleto de la cronología, un punto sobre el que el autor insiste, y con razón. Es ese hilo, el del tiempo, lo que permite entender mucho mejor que todas las teorías las razones de lo que ocurre. Se necesita un narrador de temple para sacar adelante la urdimbre de una historia tan monstruosa, en apariencia, como la del siglo XX. Johnson lo consigue.
Y además está lo que el Novecientos ha aportado a la Humanidad. La hipótesis del marxista Hobsbawm de que el pasado fue un siglo corto que empezó en 1914 y terminó en 1989 ha gozado de gran predicamento. Johnson, más respetuoso con la cronología, fija su fecha de nacimiento en otro momento. Quien haya leído Tiempos modernos ya sabe de lo que estoy hablando; quien no lo haya hecho… mejor que lo descubra por su cuenta. Lo dejaremos aquí, por tanto. Pero hay que aclarar que Johnson está hablando de lo que algunos llaman “nihilismo” y él denomina “relativismo”.
Es la idea de que todo vale, de que no hay valores morales fuertes, absolutos; de que la ley natural se ha volatilizado; de que, de alguna manera, todo es posible. Una vez desplomada la fe cristiana, no hay límite alguno para la voluntad del hombre. Ese núcleo fundamental permite a Johnson explicar fenómenos tan variados como los totalitarismos, la forma de la guerra en el siglo XX (con los bombardeos masivos de ciudades, por ejemplo) y el terrorismo; incluso una organización tan surrealista, como no sea entendida desde la desaparición de cualquier fundamento moral de la acción política, como la ONU.
En este breve muestrario el lector habrá encontrado fenómenos nuevos, propios del siglo XX, y otros ya conocidos antes de 1900. El totalitarismo, por ejemplo, no es nuevo: véanse las páginas dedicadas al islam, en la última parte del libro; sí lo son, en cambio, los medios técnicos, o el gigantesco e irreversible crecimiento del Estado, que multiplica hasta el infinito la capacidad destructiva o asesina del individuo. También lo es la emergencia de las “ciencias sociales” –entre ellas la Historia– que justifican la “ingeniería social”, como si el ser humano fuera un material maleable sin límite alguno. Y lo es, sin duda, el desplome de la religión cristiana en Occidente, como lo es la incapacidad o la negativa a resistir al proyecto totalitario.
Paul Johnson insiste en este último punto, que constituye uno de los hilos de su obra. Eso explica la actitud de buena parte de Occidente ante la revolución soviética y ante la toma del poder por los nazis, así como lo que Johnson llama el intento de “suicidio” de la última Arcadia, es decir de Estados Unidos. Es lo que Pascal Bruckner ha llamado, en un reciente ensayo, el “masoquismo occidental”. Lo ejemplifican a la perfección los años 70 y la actual Europa pacifista, rendida preventivamente ante casi cualquier grupo terrorista.Hay que leer o releer las páginas que Johnson dedica al pacifismo en su capítulo sobre “El fin de la vieja Europa”. O la larga cita de las líneas que escribió Goebbels en 1940 acerca de la actitud de sus enemigos, que se negaron a dar crédito a lo que Hitler, como ahora los etarras o los terroristas islámicos, había proclamado una y otra vez: que su objetivo único era acabar con la democracia, con la libertad, con cualquier asomo de civilización.
El recuento de las atrocidades que lleva a cabo Johnson es siniestro, y aunque obras posteriores, propiciadas por la apertura de muchos archivos, han permitido perfilarlos, las líneas generales y casi todos los detalles siguen siendo los correctos. Como Johnson rechaza el principio de las leyes históricas, los individuos quedan siempre enfrentados a su responsabilidad. Johnson, en este aspecto, no se arredra ante el antiguo papel asignado a la Historia: aprender de los ejemplos morales que nos dieron nuestros antepasados.
Por eso Tiempos modernos no se reduce a un catálogo de catástrofes y al llanto sobre el abismo de sufrimiento provocado por el “relativismo” del siglo XX. También incita a un cierto optimismo. Como dice Aznar en el prólogo de esta nueva edición, nada está jugado de antemano. Sin salir de la historia del siglo XX, y a modo de ejemplo, es una realidad que Estados Unidos no sucumbió a la tentación del suicidio, que los disidentes consiguieron triunfar sobre el totalitarismo comunista y que la religión, en lo que quizá sea el hecho más asombroso del siglo XX, no ha desaparecido. Al contrario.
Yo añadiría otra cosa. El solo hecho de que se haya escrito una obra como Tiempos modernos es de por sí una demostración de que el ser humano no tiene por qué resignarse a la derrota de la civilización. Leerla nos invita a resistir a esa ola de “todo vale” que ahora mismo, en España, ha reventado las madrigueras de los departamentos universitarios y de los terroristas hasta inundar las más altas instancias del Estado. Imprescindible.
PAUL JOHNSON: TIEMPOS MODERNOS. Homo Legens (Madrid), 2007, 1.124 páginas. Prólogo de JOSÉ MARÍA AZNAR. Pinche aquí para acceder a la web de JOSÉ MARÍA MARCO, autor de LA NUEVA REVOLUCIÓN AMERICANA.

domingo, junio 24, 2007

AZAÑA, UNA BIOGRAFÍA por José María Marco

Efectivamente, como se le acusó en 1934, en octubre de 1932 Azaña estuvo implicado en un intento de suministrar armas a un grupo de revolucionarios portugueses que aspiraban, o eso decían, a instalar un régimen "amigo" en el país vecino. Azaña justificó aquella voluntad de intromisión en la política de un país soberano en nombre de la democracia y los intereses de la República. El ensayo revela un amateurismo notable, como muchas cosas en Azaña, y una voluntad de injerencia que, con toda probabilidad, los progresistas encontrarán justificable por ser quien era su promotor.
Se ha aclarado aún más el papel de Azaña en los días posteriores a las elecciones de 1933. En su espléndido estudio Los orígenes de la Guerra Civil Española, Pío Moa ha subrayado que Azaña, como ya se tenía noticia a través de otros documentos, quiso que el jefe del Estado, Alcalá-Zamora, suspendiera la reunión de las Cortes recién elegidas, constituyera un gabinete con los partidos de izquierda y organizara otra consulta electoral. Era la propuesta, dice Pío Moa con razón, de "un golpe de Estado en regla".
Azaña, siguiendo el reflejo clásico de la izquierda progresista española, no reconocía a la derecha legitimidad ninguna para gobernar en democracia. Más aún, la República, según Azaña, sólo podía ser gobernada por los republicanos. Resultaba inconcebible que la derecha llegara al poder. Conocemos el resultado de este designio al que se sometieron las instituciones, por llamarlas de alguna manera, de la Segunda República. También hay que intentar imaginar cómo Azaña pensaba gobernar "en republicano" con las Cortes cerradas por decreto presidencial y luego ganar unas elecciones habiendo censurado el resultado de las que habían dado por resultado una estrepitosa derrota de la izquierda, en particular de su propio partido…
Aparece aquí otro rasgo fundamental del personaje, que es la frivolidad. Esa misma frivolidad caracteriza su posición a primeros de octubre de 1934, cuando se queda en Barcelona tras el entierro de Carner, ministro de Hacienda con él y uno de los escasos personajes que no trata en tono despectivo en las Memorias. Eran los días previos al intento de revolución socialista y a la proclamación del Estado catalán en Barcelona. Los estudios posteriores a la edición de 1998 de esta biografía confirman lo que aquí se dice. Que Azaña, sin adherirse a lo que le parecía una estupidez y, además, la quiebra de cualquier consenso constitucional por parte de la izquierda, no se quedó del todo en vano en Barcelona. Tal vez podía aprovechar lo que se ha llamado un "pronunciamiento pacífico".
¿Qué será eso de un "pronunciamiento pacífico"? ¿Se puede violentar las instituciones sin recurrir a la fuerza? ¿Qué valor tienen entonces las instituciones democráticas? ¿Y a quién o a qué recurren quienes se sienten amparados, en su vida y su libertad, por esas mismas instituciones violentadas "pacíficamente"? El caso es que aquel "pronunciamiento pacífico", al que Azaña tan ambiguamente no prestó nunca su apoyo, arruinó cualquier credibilidad democrática que le quedara a la izquierda española en los años treinta y socavó, en consecuencia, los fundamentos mismos del régimen republicano. También provocó la muerte de unas cincuenta personas en Barcelona.
La inconsistencia de la posición de Azaña en aquellos momentos aclara el alcance de su voluntad de participar y encabezar el Frente Popular. A él le gustaba hablar del Frente Popular como de una "coalición electoral". No era sólo eso. Azaña, que no podía dejar de saber la naturaleza revolucionaria de la sublevación socialista del año 34, se alió con el PSOE en un proyecto sobre cuya voluntad antiliberal y antidemocrática tampoco albergaba la menor duda.
Los estudios más recientes sobre las víctimas y la represión de la Guerra Civil, en particular la ejercida en el Madrid republicano, han precisado la atrocidad de la violencia desatada por los "defensores de la legalidad republicana". Confirman todas y cada una de las observaciones que Azaña dejó anotadas en sus cuadernos de Memorias, en los llamados Apuntes de memoria y en La velada en Benicarló.
Está claro que Azaña dio por terminada la Segunda República al derrumbarse el Estado tras la sublevación del 18 de julio. Entonces llegó aquella extraña revolución que no quería tomar el poder y se desvaneció cualquier asomo de legalidad. Azaña mismo, presidente de una revolución que había hecho suya sabiendo que no lo era, se sabía acosado, maniatado y censurado. No albergaba duda alguna acerca de la suerte que le tocaría correr a él mismo si ganaban "los suyos". Como mínimo, el exilio.
Así que huyó de Madrid a Cataluña en vez de a Valencia, donde ejercía el gobierno, que también había huido del Madrid asediado. Azaña ni siquiera se instaló en Barcelona. Lo hizo en la abadía de Montserrat. Quien se había puesto al frente de los "batallones populares" para guiarlos en el camino de la libertad y el progreso se preparaba con cuidado la vía de salida. Se fiaba tan poco de sus correligionarios como de los adversarios, aquellos que había hecho todo lo posible por convertir en enemigos. Aquella tragedia era, en muy buena parte, obra suya y Azaña, a diferencia de muchos de sus seguidores, lo sabía bien.
Más aún, se había propuesto expiar su responsabilidad. Probablemente por eso, descontada la cobardía, no dimitió de la Presidencia de una República en la que ya no creía, como no creyó nunca en el Frente Popular. Sabía el papel que estaba jugando, que era prestar legitimidad a una causa que consideraba derrotada y peor aún, perdida ante la Historia. Pero es que antes había puesto todo su empeño en convertirse en el rostro de un régimen que se propuso desde el primer momento, desde el mismo 14 de abril de 1931, eliminar a una parte de España de la vida pública.
En pura lógica, aquel régimen desembocó en una guerra civil y acabada esta en otro régimen que debía ser radical, represivo y duradero, fuera cual fuera el desenlace del conflicto. Después de la experiencia de la Segunda República y la guerra civil –un bloque, como dijo Clemenceau de la Revolución Francesa–, no quedaba otra alternativa.
A Azaña le atormentaba, mucho antes de la guerra civil, una culpabilidad avasalladora. Se especializó en proyectarla sobre los demás y sobre la realidad que le rodeaba, sin llegar a anularla nunca. La inteligencia –la inteligencia republicana– quedó así convertida en resentimiento, un resentimiento contra todo o contra nada, incapaz de ser satisfecho. Azaña hizo de esa tensión, jamás resuelta, entre la voluntad de exoneración y la seguridad íntima de ser el protagonista de algo inconfesable, la raíz de su literatura y de su posición política. La aplica a los agustinos del Escorial en El jardín de los frailes, pulverizados en una pura parodia. También al liberalismo español –y a la figura de su padre– en la novela inacabada Fresdeval. A la historia entera de España y sus tradiciones, sobre las cuales "ninguna obra podemos fundar". A sus colaboradores en el proyecto de rectificación que fue la Segunda República y, una vez desplomado el nuevo régimen, a las ruinas que aquella "empresa de demoliciones" había dejado en el camino.
Un proyecto parecido se ha puesto en marcha desde 2004, con la legislatura socialista. El presidente del Gobierno español vuelve a querer hacer borrón y cuenta nueva de la historia de España. Como Azaña, aunque sin su talento literario, alucina la fundación de una España inédita y se permite soñar, en democracia, con el arrinconamiento definitivo de sus adversarios políticos, a los que, según el, la democracia española nada debe. Será una nueva versión de otros "pronunciamientos pacíficos".
Las referencias a la Segunda República (...) han abundado cada vez más en estos últimos años. Salen a relucir banderas y retratos, algunas invocaciones, ciertas frases y eslóganes escogidos. No todas, ni mucho menos. Hay medio-biografías de Azaña que se han quedado sin completar, por lo que se ve para siempre. Es curioso que los progresistas demuestren tan poco interés por biografiar en serio a sus héroes. Bien es cierto que el caso Azaña resulta particularmente peligroso. Pocas críticas más duras se habrán formulado de la Segunda República y del proceso revolucionario y criminal que se puso en marcha en 1936.
No es sólo un análisis claro y contundente, como cuando Azaña se declara "absolutamente incompatible" con un documento en que "se habla de republicanos españoles, catalanes y vascos". Hay más. Azaña nunca dejó de hablar, con nombres y apellidos, de los llamados "defensores de la legalidad republicana". El "gordo", el "corchotaponero", el "piafante", "Napoleonchu" y el "yerno del cochero" son algunos de los motes que le merecen los más eminentes miembros de aquella elite que iba a salvar la libertad en España.
El progresismo español, que prefiere ignorar estos accidentes, construye un altar a un santo (laico, obvio es decirlo) cuya santidad jamás habría sido reconocida por el propio beatificado. En el fondo, los que se salvan a sí mismos son los propios progresistas. Más felices que Azaña, carecen de su mala conciencia y se reconcilian a su costa con un pasado falsificado. Se ve que estos neorrepublicanos no siguen el consejo de su mentor:
Si hemos de pasar como españoles de muerte a vida –recomendó Azaña–, si nuestro país no ha de ser un pudridero donde la víctima y el verdugo se corrompan juntos, si ha de lograrse una transfiguración del espíritu nacional (…) será volviéndose de cara a la realidad del sentir español (…), quemando no solamente las bambalinas y los bastidores, sino la letra y la solfa de las representaciones caducadas.
Hay quien dice que esa actitud es nueva, propia de estos últimos años del nuevo socialismo radicalizado en torno al 2002. Es posible, pero el sectarismo estaba ahí mucho antes. Los progresistas españoles no han aceptado jamás ninguna versión de los hechos, en particular de la Segunda República y la guerra civil, que no fuera la suya, aquella que los deja limpios de cualquier responsabilidad. Mi primer libro sobre Azaña, que estudiaba la evolución de su pensamiento hasta 1930, fue bien acogido. No planteaba, obviamente, ningún problema. La primera versión de esta biografía fue acogida ya con silencio. La segunda, así como los estudios previos, ni siquiera aparece en algunas bibliografías presuntamente académicas o universitarias. Lo mismo ocurre con otros trabajos, míos también y de otros muchos. Ese es y ha sido siempre el auténtico rostro de la tolerancia y la fidelidad a la verdad de que hacen gala los progresistas en España. La historia de este libro es también la biografía de ese otro resentimiento inagotable. Sus obras conforman hoy el paisaje vital y político de los españoles.
El resultado, en cuanto al pasado, es paradójico y un poco grotesco. No se puede hablar de ciertas cosas, porque sólo los progresistas tienen la legitimidad para hacerlo, pero como los progresistas no lo van a hacer, porque si se ponen a trabajar se enfrentarán a una verdad que no quieren ver, buena parte de los abuelos de los progresistas se quedan en el limbo de los intocables. Por ejemplo, está prohibido hablar de la posible homosexualidad de Azaña… excepto desde postulados progresistas. O bien es un asunto irrelevante (pero en una biografía nada lo es: vuelven aquí los prejuicios contra la homosexualidad vigentes en la izquierda hasta hace bien poco), o bien se convierte al personaje en protomártir del Orgullo gay… Mejor dejarlo aquí.
No era esa la actitud de algunos españoles que nos dejamos fascinar, hace años, por la figura de Azaña. Compartí esa atracción con personas como Federico Jiménez Losantos y José María Aznar, aunque hablo única y exclusivamente, como es natural, de mi propia experiencia. A mí me atrajo en primer lugar la prosa de Azaña, tan clásica y al tiempo tan castiza, tan profundamente española, encerrada en los cuatro gruesos volúmenes que destacaban por su cubierta morada en la biblioteca del estudio de mi padre, que se los hizo traer de México a finales de los años sesenta.
También fue un desafío comprender de verdad lo que se estaba diciendo en aquel español nuevo para mí. Había, era obvio, algo oscuro y profundamente contradictorio en lo que allí se estaba expresando. Desentrañarlo no fue tarea fácil. La prosa de Azaña, como la de los grandes escritores autobiográficos, esconde aquello a lo que apunta. En su caso, da forma a una violencia inaudita, siempre dirigida contra un objeto espléndidamente adornado, para mejor disimular el íntimo alivio con que el autor recibe la brutalidad con la que le rebota el improperio.
Al final, una vez apurado el esfuerzo de comprensión de la auténtica realidad que toda aquella escenografía ocultaba y desvelaba a la vez, quedó el patriotismo de Azaña, la evocación de una España por encima de cualquier régimen y fundada en la voz de los muertos, los muertos por España, que imploran "paz, piedad y perdón" de sus compatriotas empeñados en continuar la carnicería.
La posibilidad de un patriotismo liberal, racionalizado y al tiempo enraizado en una vivencia histórica, inmediata y sentimental de la identidad nacional fue lo que nunca dejó de atraerme de Azaña. Hoy, después de muchos años sin volver a tratar la figura, y a pesar de que los estudios más recientes han ennegrecido aún más el personaje, esa emoción sigue ejerciendo su seducción. Es posible que surja sólo de un fabuloso dominio de los medios expresivos. También lo es que allí se expresara algo más.
El caso es que nosotros nos acercamos, con curiosidad, con interés, con respeto e incluso con devoción, a la obra y a la figura de Azaña. Pronto, en cuanto aparecieron las contradicciones del personaje y de su legado, llegaron las descalificaciones personales, los insultos, el silencio. Ni una sola vez ha habido un intento de diálogo, una aproximación amistosa o movida por la simple curiosidad. Los progresistas, ya lo sabemos, no se resignan a perder el monopolio de la historia y aspiran a promulgar la ley del silencio.
No ha sido así, gracias a Dios. Sin duda que Azaña no es ni representa aquello que yo creí en un momento dado. Pero ni su prosa, ni su obra memorialística, ni sus discursos ni su significado en la historia de mi país van a depender de lo que digan de él unos progresistas empeñados en falsificar y en mentir. No hay monopolios sobre la historia de España. Tampoco sobre la vida y la obra de don Manuel.
NOTA: Este texto es una versión editada del epílogo de la nueva edición de AZAÑA, UNA BIOGRAFÍA, que acaba de publicar la editorial
Libros Libres.
Pinche aquí para acceder a la web de
JOSÉ MARÍA MARCO.

Ética de Spinoza según Albiac


La Ética no quiere ser fragmento o espejo del universo. Es universo. ¿Cómo puede glosarse el infinito?
Yo he anotado la Ética en vagones de metro que cruzaban París de Neuilly a Vincennes hace treinta y cinco años, en hoteles de una noche, en largos vuelos transatlánticos, que imponen un paréntesis al mundo donde nada de uno mismo permanece, en oscuros despachos de desconchadas paredes, sobre mesas que devora el polvo, en playas más cegadoras que ninguna luz soñada, en el intervalo muerto de una cafetería de la plaza Edmond Rostand entre dos citas, en una sombría chambre de bonne junto a Boulogne-Billancourt, en la casi ceguera que queda tras la noche en blanco de los días de exámenes, anfetas y diecisiete años, en un banco del Luxemburgo, buscando un parapeto huidizo cuando el tiempo corría demasiado despacio, anclado a su inmovilidad grave cuando el vértigo de los relojes revestía el aliento entrecortado de algunas de las imágenes de Jean-Luc Godard, acotando como un metrónomo las pocas horas en que fui feliz (o me inventé serlo, es lo mismo), las muchas en que no.
Desde hace veintiséis años, el ejemplar sobre el cual anoté ha sido el mismo: la primera edición en la Editora Nacional de la traducción que hizo Vidal Peña. Cuatro o cinco veces ha visitado al encuadernador. Ahora, se me deshoja a cada página que paso y que subrayo de nuevo. Salvo por una mínima errata (afecto por efecto en el escolio de la proposición IV de la Parte V), que sobrevivió a los sucesivos correctores y las numerosas reediciones, es perfecta. La osadía de soñar mejorarla está excluida. Para quien sepa, al menos, lo que se trae entre manos.[...]
El recelo hacia las derivas utópicas marca el nacimiento de ética y política, modernas, sobre la consigna lanzada por Maquiavelo: "conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos". A ese llamamiento a favor de una desengañada cautela (...) tendrá que dar concepto el siglo XVII.
¿Es pensable una ética que se ajuste a las solas exigencias de la razón? ¿Y una política? No otro es el envite cuya entidad dibujará Spinoza al comienzo de esa inacabada prolongación de la Ética que quiso ser el Tratado Político. "Si la naturaleza humana estuviera dispuesta en el modo adecuado para hacer vivir a los hombres bajo el solo imperio de la razón, sin tender a cosa otra alguna, entonces el derecho de naturaleza... no estaría determinado más que por la potencia de la razón. Pero...".
Y en ese pero se juega el primordial antiutopismo spinoziano: ... pero ... no es el intellectus quien rige las relaciones humanas. Muy al contrario: "los hombres son conducidos más por el deseo ciego que por la razón". La política no apuntará, pues, a establecer entre los individuos relaciones verdaderas: no concierne la verdad a la política. Lo suyo es descifrar y manufacturar las estrategias afectivas que tejen la determinación de las mentes. "De ahí que la potencia natural de los hombres (es decir, su derecho) deba ser definida, no por la razón, sino por todo apetito que los determine a actuar y mediante el cual se esfuercen por conservarse". No será, así, la política, virtud de esa potencia autodeterminativa del hombre libre a la cual Spinoza llama –con ambigüedad calculada– amor intelectual de Dios. No podría serlo, a no ser que se ignore hasta qué punto "los deseos que no provienen de la razón son más bien pasiones que acciones humanas".
La fundamentación conceptual de lo político, y las paradojas que, al cabo, de ello resultan, han sido tópico mayor de la filosofía del siglo XVII. En el límite, recae sobre los arquetipos paralelos de Pascal y Spinoza el mérito de haberle dado sus formas extremas: las menos plegadas a componenda programática. Desde sus respectivos desiertos personales, el paradojista de Port-Royal y el óptico de Rijnsburg han asentado los límites irrebasables en que pensar lo político encierra al hombre moderno. Hasta nosotros.[...]
(...) aun cuando se tan raro "que los hombres vivan bajo la guía de la razón", aun cuando "tan pronto cuanto dejan de padecer dejen también de ser", esa insostenible soledad de los hombres habrá impuesto a la política spinoziana su trágico envite: organizar las cosas "de manera que de la sociedad común de los hombres" nazcan "muchos más beneficios que daños". Pero la beatitud se juega en otro sitio. Allá donde ese zarandeo por las "causas externas", mediante el cual la "casi inconsciencia" de nosotros mismos nos despoja del "verdadero contento del ánima", cede ante una apuesta muy otra:
El sabio..., considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.
NOTA: Este texto es un fragmento editado del epílogo de GABRIEL ALBIAC a la edición de la ÉTICA DEMOSTRADA SEGÚN EL ORDEN GEOMÉTRICO que acaba de publicar la editorial Tecnos.

Jessica Biel´s Big Asset


Jessica Biel es una actriz nefasta. The Illusionist fué una ocasión malograda. Ponen en la tele estos dias "7th Heaven", una serie horrorosa que la dio a conocer a la masa como adolescente puritana y en la que obedecia a un perfil de machirulo. Sus años en serie B (culminados en Blade: Trinity) han dado un resultado grotesco: es el cuerpo mas deseado de América. Su culo no envidia nada al de Jesse Jane, ToryLane, Shyla Stylez,Lanni Barbie, Angelica Sin, Sunny Lane o Stormy Daniels. 

Es su Big Asset.

Rorty


Dicen en ABC (El secreto de Rorty) que Rorty murió hace dias: el 8 de junio de 2007 en Palo Alto, California, de cancer de pancreas. Modeló (paralelamente a su floja carrera filosófica derivada del pragmatismo de William James, Dewey y Ludwig Wittgenstein ) toda una teoria literaria en torno a Henry James, Marcel Proust y Walt Whitman.

domingo, junio 17, 2007

El mejor curro en la ciudad, con Gemma Atkinson


Así es como definen el empleo del joven de la foto. Asistente aguador de Gemma Atkinson. La modeluqui británica ataca el mercado americano con sus buenas razones. Al menos dos...

"Whose only job seems to be to sprinkle water on her chest. And then when he’s finished his long, hard work day, he gets to chill with Gemma in the hot tub". Cuanta envidia...

miércoles, junio 13, 2007

De donde sacamos a esta gente?

a) Ramón Calderón: Ya sabemos como llegó a Presidente este nota con apellido atlético y varios pisos de protección oficial. Ojala fuera recordado como el presidente que hablaba demasiado. Merece la pena rescatar la intervención de Roberto Palomar, redactor jefe de Marca, anoche en el programa ‘El Mirador’ de Punto Radio, y más tras la aparición estelar del presidente blanco en la mismísima pista central Roland Garros. Hace no mucho humilló a una gloria madridista como Manolo Santana (ganó Wimbledon con el escudo madridista de gratis) por no lograrle unas entradas.
En Paris superó la vergüenza de Zaragoza. Sólo sale en la prensa catalana, en El Periódico para ser más precisos, Calderón se situó en el camino de su celebración y fue la cuarta persona a la que el tricampeón se abrazó -brevemente y por compromiso, eso sí- cuando saltó a la tribuna, después de Toni Nadal (su tío y entrenador) y Carlos Costa (su representante), y antes incluso que a sus padres y su abuela Bel, que por primera vez se desplazó a al torneo parisino. Tras el empate de su equipo en Zaragoza, Calderón nos avergonzó con su celebración y, de corrido, se presentó el domingo en París para asistir a la final, pretextando la buena relación que mantiene con Nadal y su madridismo, públicamente reconocido por el jugador en varias ocasiones y pidió dos entradas para él y su mujer.
Los colaboradores de Nadal gestionaron dos plazas en el palco de autoridades. Una vez iniciada la final, Calderón pretextó alguna incomodidad y se situó en la zona destinada a los acompañantes del tenista mallorquín, unas 50 plazas que ya estaban ocupadas. Una de esas personas tuvo que sentarse en las escaleras para dejarle sitio.
"La familia Nadal no invitó a Calderón, pero él se cambió al palco familiar", aclaró Toni Nadal.
Calderón aprovechó su viaje para invitar al jugador al palco del Bernabéu el domingo, en el decisivo partido de Liga, precisamente ante el Mallorca: "Si quiere, puede subirse al autocar de los campeones para celebrar el título en la Cibeles". "Me parecería muy grave que Rafa subiera al autocar del Madrid; es un autocar que no le corresponde y donde no pinta nada", replicó Toni Nadal.
El jugador ha declinado esta segunda invitación, aunque quizá esté en el palco para presenciar el partido si no debe jugar en el torneo de Queen's. Nadal, además, se mostró muy respetuoso con el club azulgrana. "Soy del Madrid, pero en el Barça jugó mi tío y siempre se ha portado muy bien con todos nosotros".
Lissavetzky siempre en la foto...
b) Lissavetzky: No entramos en lo de ser la salsa en todas partes o en lo de meter de gañote a la parienta y amistades en cinco estrellas y aviones millonarios en el Mundial de Japón, aún sin pagar.
La mujer del secretario de Estado para el Deporte, Pilar Tijeras, el director general del Consejo Superior de Deportes, Rafael Blanco, su mujer María Antonia Carmona y el hijo de estos viajaron a Japón a costa de la manteca pública. Y no han hecho como "La gran familia" cuando se desplazaban a Torrevieja, los tíos, no. Los Lissavetzky and cia. han pillado un fardo público de 22.000 euros, que hace un total de 3.652.000 pesetas, duro arriba, duro abajo. "Código de buen gobierno" lo titularon. Con un par. Administrador que administra y enfermo que enjuaga, algo traga...
En Yakutia (Siberia), la selección catalana de fútbol sala -no reconocida por ninguna entidad oficial deportiva- venció (5-3) a un combinado español, organizado por una presunta Asociación Mundial (ente privado). Los jugadores de la selección española -que ni son los seleccionados ni están entre los mejores, pero tienen su orgullo- amenazaron con no disputar el encuentro si antes no sonaba el himno español. En un primer momento, sonó el himno catalán de Els Segadors y, acto seguido, en vez del español, el inglés God save the Queen. Tras un cuarto de hora de espuera la organización puso el himno español por la megafonía del pabellón de Yakutia.
La expedición española firmó antes del partido una carta de protesta en la que manifiestan a la AMF su "profundo malestar" por presentar "al combinado de Cataluña como nación". En el escrito aseguran que han decidido participar para «evitar cualquier tipo de problemas organizativos a los responsables del evento como compensación al trato recibido desde nuestra llegada al país". También reconocen que temían quedarse tirados a 12.000 kilómetros de España tras haberse costeado el viaje ellos mismos (480 euros) sin subvenciones.
Todo esto es muy grave, ya que los jugadores que se presentaron como la selección española y sus promotores usurparon una representatividad que no les corresponde, utilizando de forma ilegal el himno y la bandera de nuestro país en una competición no oficial. El Consejo Superior de Deportes afirmó que la selección española que disputa la Copa del Mundo de Yakutia es "un combinado de jugadores que no representan a España y que no tienen derecho a emplear el himno y los símbolos del Estado", que forman "una asociación privada" y no son "el fútbol sala de nuestro país".
El portavoz de Deportes del PP en el Congreso, Francisco Antonio González, calificó de "payaso" al vicepresidente Carod-Rovira: "Lo triste es que haya una persona con representatividad institucional que actúe como un auténtico payaso. El señor Carod-Rovira es un clown que nos hace reír a todos con sus declaraciones, pero no puede jugar con sentimientos ni con legalidades".
Carod comentó que Cataluña iba a jugar "con una selección del Sur de Europa que queda muy cerca".
El silencio y la aquiescencia del Gobierno catalán puede enojar, pero no sorprender, puesto que ERC forma parte de él. Lo que, desde luego, no es de recibo es la pasividad con la que el Consejo Superior de Deportes y el secretario de Estado del ramo han contemplado esta parodia.
Lissavetzky asistió a la final del Roland Garros y pasó de trabajarselo.

lunes, junio 11, 2007

Lesbianas


Leisha Hailey ha sido elegida en la cima de las The Lesbian Hot 100. Es protagonista de una serie de TV llamada The L Word

La buenorra de 300(: Lena Headey) tambien triunfa, así como una tal Sarah Shahi, tambien de The L Word. Solo la primera es lesbiana. La verdad es que tienen un gusto exquisito.

Lena Headey
La homosexualidad es toda una industria en otros paises. Las lesbianas yankees no son como las de aquí: formato tamaño tanqueta, indumentaria de operario de caballerizas, pelao marine, hombros cuadrados, amargura masculina...
Sarah Shahi
Tienen su red de hoteles, sus webs (Lesbian life) su emisora de radio en la red (Lesbian Fun World), iconos mas atractivos que la clásica Martina Navratilova, Amelie Mauresmo o Sheryl Swoopes, su serie de televisión (The L Word,) su lista de jamonas (The Lesbian Hot 100 o la criticada The Maxim Hot 100 List), aunque parece que han diseñado su mundo apartado...

Basura ágrafa