sábado, septiembre 15, 2007

Emilio Ruiz se va a falsear otro mundo

Falleció este viernes, a los 84 años. Emilio Ruiz me hizo el Valle de los Caidos con 2 palos.

jueves, septiembre 13, 2007

Amy Winehouse, grande y cracked

Dicen que es una borracha con la cabeza perdida...

Eterno retorno segun un Drexler

Cada uno da lo que recibe,
luego recibe lo que da
nada es mas simple
no hay otra norma.
nada se pierde
todo se transforma.
Ay Friedrich, como te versionan...

miércoles, septiembre 12, 2007

Una musa y mil traidores

Las tetas formidables de Bethanie Mattek

Bergman en EL MUNDO

El frágil hilo de la vida, de Carlos Saura en El Mundo

Es doloroso escuchar la noticia de la muerte de una persona admirada y querida. Con la desaparición de Ingmar Bergman, termina un ciclo de cine europeo de una creatividad sin parangón. Ya no están ni Luis Buñuel, ni Federico Fellini, dos visionarios que acompañaron a Bergman en la búsqueda de las profundas raíces de una tradición creativa. Suecia, Italia, España...

Cuando fui al Festival de Cannes con mi primera película, Los golfos, me encontré con que en aquella memorable edición del año 1960 participaban tres de los directores cinematográficos que más admiraba y que consideraba inabordables porque estaban en otro sistema planetario. Los tres tenían algo en común, una forma de ver la realidad sesgada utilizando la imaginación que sorprendía en una época en donde campeaban un realismo puro y duro. Por suerte, Luis Buñuel tuvo la amabilidad de venir a la proyección de mi película y fue el inicio de una amistad que duró hasta su muerte.

Fellini es para mí el amigo cálido al que nunca llegué a conocer bien, el excesivo y admirado, el hombre que generosamente dilapidó su vida mostrándonos un universo en donde lo cotidiano, lo epidérmico y visceral trasciende, añadiendo al cine un sabor pagano y oriental, una vuelta a ese cristianismo que tiene su norte en la extremosa rigidez puritana de Dreyer y Bergman y su sur en Federico Fellini. Descanse en paz, Federico Fellini en su siesta eterna.

Luis Buñuel fue mi amigo y compañero de viaje. El espacio en donde transitaban sus personajes eran en parte reflejos de las imágenes de su infancia: el paisaje austero y a veces desértico de Aragón; la vida cotidiana marcada por una Iglesia inquisitorial que recordaba con campanadas las horas, los oficios y también la muerte; la Semana Santa de Calanda, con sus tambores, ahora famosos, que se tocaban con enorme seriedad e intensidad hasta hacerse sangre en los nudillos, vestigios bárbaros, primitivas costumbres que Buñuel conservó en su mente toda la vida. Un erotismo soterrado y violento se escondía en los pliegues de una religión que hablaba de virginidad, del pecado y de la muerte. El mismo Buñuel dijo que los dos sentimientos básicos de su niñez fueron un profundo erotismo, al principio sublimado por una gran fe religiosa, y la conciencia de la muerte.

El director aragonés poco o nada tenía de Mediterráneo: más del terruño de una España de montes y llanos, de secarrales, calores asfixiantes y fríos esteparios. Espejos deformantes de una realidad, un cierto humor aragonés, una vuelta de tuerca a una tradición anclada en el pasado fueron sus armas. Tampoco Fellini, en su delirio de imágenes en donde el primer impulso colorido y fantasioso estaba colmado de mujeres-madres, de imágenes soñadas con el mar Mediterráneo al fondo, tiene que ver con Bergman. Ingmar Bergman representa al cine del norte, ese que desveló Carl Dreyer. Cine puritano de brumas y espejismos, de intensos sentimientos, de preguntas sobre la existencia: el sexo, la vida en pareja, la enfermedad y la muerte. Una tradición ya probada en el teatro de Ibsen, en la música de Grieg o de Sibelius, en la atormentada pintura de las telas de Munch...

En el universo de Ingmar Bergman los bosques de árboles se yerguen hasta el cielo en una fría bruma desorientadora, bosques interminables en donde uno se pierde para siempre, de no ser por el frágil hilo que dejamos para indicar el camino de vuelta, y que nos conducirá de nuevo al redil, al hogar acogedor que invita a la reflexión en los largas penumbras del invierno. Ese hilo frágil que conduce a la vida preocupaba a Ingmar Bergman hasta atormentarle.

Sus películas están ahí. Desde Fresas salvajes hasta Persona, Gritos y susurros o Fanny y Alexander... Ahí están, tan meticulosamente realizadas, con la magnífica fotografía de Sven Nykvist, que por cierto murió también no hace mucho.

Conocí personalmente a Ingmar Bergman porque era el presidente de la Academia Europea de Cinematografía y hablé con él en alguna ocasión, fue siempre amable y cariñoso conmigo y me halagaba que le gustaran mis películas. Recuerdo que cuando fui nominado para los Oscar por Carmen, Bergman envió a Los Angeles a su esposa para defender la candidatura de Fanny y Alexander. Ella me dijo, muy simpática, que el Oscar se lo iban a dar a Carmen porque les había gustado mucho. Yo sabía que el Oscar no iba a ser para mí, sino para Bergman. Y así fue.

Leí sus libros y redescubrí que él estaba en sus películas, como debe ser en cualquiera que hable de las cosas que le preocupan. Cineasta sincero y honesto, se buscaba a sí mismo a través de una obra densa y a veces atormentada, que reflejaba sus dudas y sus preocupaciones. Fue, además, director de maravillosas actrices que nos fascinaron dejándonos una huella difícil de olvidar: Liv Ullmann, Henriette Anderson, Ingrid Thulin... Mujeres bellas y también de intenso erotismo que trasladaron al cine las preocupaciones de Bergman con la magnificencia, la sabiduría y la sensibilidad de uno de los más grandes creadores del cinema de todos los tiempos.

Después del ensayo final, de Álvaro del Amo en El Mundo
Ningún cinéfilo sesentón puede olvidar la llegada de las películas de Ingmar Bergman a nuestro país. Terminaba la década de los 50 y el cineasta que irrumpía, enigmático y misterioso, nada tenía de principiante. Antes de El séptimo sello, El manantial de la doncella y Fresas salvajes, su filmografía contaba con una decena larga de títulos, que fueron asomando después, completando la primera impresión.
Bergman aparecía como un cineasta críptico y sombrío, preocupado por asuntos transcendentes, propietario de unas claves de extraordinaria complejidad, poco menos que imposibles de descifrar por el común de los mortales.
Tal impresión resulta sorprendente desde la perspectiva actual, que observa las películas supuestamente abstrusas como fábulas diáfanas en donde se habla, sí, de cosas muy serias, como la muerte, el sentido de la vida, la existencia de Dios, la angustia y la violencia, pero con un rigor dramático y una potencia plástica capaces de comunicar con cualquiera.
Pero entonces la cuestión religiosa se vivía con una contradicción, tan enriquecedora como desconcertante, capaz de exacerbar lo problemático y proclive a escudriñar más allá.
Vivíamos en un país confesionalmente católico, con todo lo que ello tenía de represivo, y al mismo tiempo la religión era objeto de una serie de interpelaciones que llegaban de la novela, del teatro y, con Bergman, también del cine. Las novelas del inglés Graham Greene, de los franceses François Mauriac, Georges Bernanos o Juliene Green, indagaban sobre las tensiones entre la fe y la moral, especulaban sobre lo que se llamó el silencio de Dios.
E igualmente, los dramaturgos italianos Ugo Betti y Diego Frabbri, también el español Alfonso Sastre, se zambulleron en un existencialismo de resonancia católica, que prepararía el terreno al cine de Bergman. En un local que programaba El séptimo sello se llegó a repartir una hoja explicativa destinada a orientar al público sobre el arcano que nada tenía de tal.
Pero el gran creador ha seguido en activo hasta casi el final de sus días y disponemos de su magna obra, rica, variada, múltiple en su coherencia y admirable en su capacidad para ahondar en el pobre ser humano.
Bergman ha sintetizado como nadie su doble vocación de director teatral y cinematográfico gracias al caudal dramático de su paisano Strindberg, el autor que con Chéjov abrió el camino del teatro moderno, y por el danés Dreyer, cuyas películas establecieron una estética donde lo sagrado y lo profano podían cohabitar en el mismo movimiento de cámara.
Con tales antecedentes, Bergman, autor de la mayoría de sus guiones, ha llevado el teatro, su tensión dramática, sus personajes de carne y hueso, su capacidad simbólica, a unas películas que entran por los ojos, a través de una plástica que atiende por igual la visión de un paisaje o la descripción de un interior.
Bergman ha seguido, como el caballero de El séptimo sello, increpando, interrogando, absorto ante un cielo mudo, al tiempo que se maravillaba, como el viejo profesor de Fresas salvajes, del milagro de la vida que, tras la muerte de la doncella, brotaba en forma de manantial.
Aunque quizá el gran tema de uno de los directores esenciales de la Historia no haya sido otro que la guerra de sexos, como Strindberg define la relación entre hombre y mujer.
Destinados el uno a la otra, amando u odiando la una al otro, todo el cine de Bergman es un doloroso, lacerante recorrido sobre la dificultad, casi se diría imposibilidad, de entenderse de la pareja de animales, sólo intermitentemente racionales. Él y ella, ella y él, buscándose, repeliéndose, adorándose, detestándose, reconciliándose, torturándose, exultando, ahogándose, levitando y continuamente en pie para volver a empezar, entregados ambos sin remedio a la más furiosa y gozosa desolación.
Séptimo sello por ELIAS QUEREJETA
Sesión de noche. Cine azul. Pocos espectadores. La pantalla se ilumina: El séptimo sello. He ido solo. Desde el principio me meto en la película y a lo largo de la narración no soy capaz de salir de ella. Fin. Luces que se encienden. Cruzo hacia la salida y me encuentro con Rafael. Ninguno de los dos se había dado cuenta de la presencia del otro. Caminamos juntos en silencio unos cuantos minutos. No se quién es el primero que comienza a hablar. Pero sí sé que a partir del silencio roto la conversación dura horas. Y pasado el tiempo, cada vez que nos vemos, continúa.
Ingmar Bergman ha llenado de pasión horas, pensamientos y sentimientos.
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martes, septiembre 11, 2007

lunes, septiembre 10, 2007

Federico olvidado en mis 42 ruinas


No he seguido al alemán loco en mis 42. La soledad solo duele en la derrota. En la victoria todo se soporta.

 






domingo, agosto 19, 2007

Me duele mucho

La tendinitis de Aquiles puede ser causada por:
  • uso excesivo del tendón de Aquiles
  • músculos tensos en la pantorrilla
  • tendón de Aquiles tenso
  • correr mucho en subidas
  • aumento de la cantidad o intensidad del entrenamiento deportivo, a veces usando calzado que tiene la suela poco elevada
  • pronación excesiva, un problema en el que los pies giran hacia adentro y se hacen más planos que lo normal cuando uno camina o corre
  • uso de tacos altos en el trabajo y zapatos de taco bajo para hacer ejercicio.
  • El tendón de Aquiles se puede romper cuando se comienza una actividad de golpe. Por ejemplo el tendón se puede romper cuando uno salta o empieza a correr.

Manu, el pobre y patético diablo

Memorandum de contradicciones o como ser un simbolo sin saber nada de nada y estando todo el día colgado.
Son las cinco de la tarde y Manu confiesa que acaba de levantarse.
"A veces, algún músico se queja. Puede que, tras seis horas de ensayo, hagamos un concierto de tres horas. Además, luego sigue la fiesta y podemos terminar a las siete de la mañana".
"Cuando me sienta demasiado seco o cansado, dejaré la música y estudiaré medicina, para curar dolores musculares, de huesos. Por ejemplo, los que trabajan en un estudio de grabación tienden a terminar con la espalda destrozada y yo sé arreglarlo. Lo hago de forma intuitiva, pero quisiera tener más conocimientos".
"Para grabar funciona muy bien algo de marihuana. Sin embargo, fumar no le viene bien al directo, es preferible un chupito de algo. El alcohol es peligroso en el estudio; al rato, lo que quieres es dejar la computadora e irte a un bar. La maría también tiene consecuencias: no te deja soñar, puede darte pesadillas".
"No les concedo el derecho a regular lo que yo hago con mi cuerpo".
"En Cuba funciono con ron, como todos los nativos. Sé que hay marihuana, y dicen que muy buena, pero nunca he hecho nada por conseguir algo".
"En Mexico, yo paseaba empeyotado por sus calles y nada me pasó".
"Yo he recurrido a un brujo cuando alguien me quería hacer mal. Me dijo que debía blindarme, para que el odio rebotara hacia quien me lo enviaba. Y resultó, te lo aseguro".
"Después de todo, yo también me formé con copias piratas, casetes que nos intercambiábamos".
"Estaba en Madrid con Fernando [León de Aranoa] y me puso su Princesas. Me quedé tan emocionado que inmediatamente, raaak, me salió la canción para la película, Me llaman calle. De un tirón, como un orgasmo. Lo menciono ya que no es lo normal".
"Las prostitutas son personas muy fuertes, con humor y un sentido auténtico de la solidaridad. Cuando vivía en Madrid, las veía en la calle del Desengaño -vaya sarcasmo- y me salió el tema Malegría. Diez años después estaba en la misma calle, donde ha abierto la sede su asociación, Hetaira. Iba a llevarles el goya que me dieron por su canción y aproveché para tocarles unas rumbitas. Uno de esos momentos en que sientes que hay una lógica en la vida".
"Celentano me mandó llamar a su casa del lago de Como, una mansión muy... celentanesca. Tiene el estudio de grabación en el salón, nada de sótanos sin luz. Charlamos de música, no tocamos la política. Para mí, Celentano está por encima del bien y del mal, como Elvis o Maradona".
"De Maradona me gustó su forma de ser: tiene interiorizados los códigos del barrio pobre donde creció. Y vive a flor de piel, vive al momento".
"Detesto que me consideren el líder de los antiglobalización, los altermundialistas o como quieras llamarlo. Primero, es un movimiento que no admite líderes. Perfecto: lo más fácil del mundo es corromper a un líder. Segundo, nadie me ve como líder, a algunos les gustará mi música y otros pensarán que soy un payaso. Tercero, es peligroso. Estuve en los actos contra el G-8, en Génova, donde la represión fue fortísima, hubo hasta un muerto. Ahora, los policías han reconocido que tenían orden de machacarnos. No quiero que me confundan con lo que no soy y vayan contra mí".
"En Mali descubrí que lo lento no es negativo, como nos enseñan en la escuela. Para un drogadicto de la velocidad como yo, supone una bofetada en la cara. Debes entender que quedar para tomar un té y comer puede ocuparte todo el día. Aprendí que dormir no es perder el tiempo; es un derecho, al que no voy a renunciar. Dormir diez horas, pasar un día sin hacer nada son libertades bonitas".
Y el gran remate de la irresponsabilidad en su entrevista (como no) en EL PAIS:
"Yo rechazaba la paternidad, no quería esa responsabilidad. Aún hoy, con 46 años, me niego a reconocerme como adulto: siempre odié la idea del núcleo familiar, los padres y el niño encerrados en su pisito o en su chalé. Tampoco creo que padres e hijos deban estar todo el tiempo juntos. Vi la última vez a mi niño en diciembre, pero sé que está bien y eso me basta. A veces, cuando voy allí, sólo me le encuentro a la hora de comer: tiene su vida, anda con su pandilla, va a la playa. Allí, igual que en África, los niños son un proyecto de la comunidad entera, los adultos cuidan de todos. A su lado he revivido algo que había perdido: el sentido poético de la existencia, la capacidad para vivir lo onírico, el reino de la fantasía. Veo una chispita en sus ojos que me maravilla: así era yo... Y me alegro de ser padre".

José Tomas el sábado 18 de agosto

DOS COGIDAS EN MALAGA Y SERENIDAD.

miércoles, agosto 15, 2007

Semana UFO

Me roban este sábado en mi coche en Lavapies, durante el curro y me quedo sin mi movil atómico. Rompieron dos ventanas. En Haiti aparece esto. Supongo que hay un sitio donde no pasan estas cosas. Mas allá de Marte. Al menos se ha confirmado la demencia de XIRINACS en la misma semana. Algo de certeza tenía que dar a luz en periodos tan oscuros.

miércoles, agosto 01, 2007

El sueco murió ayer. Y el italiano.

Muere el cineasta que dio voz al silencio
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Reseña de Los monstruos de la razón

En 1978 se suicidaron en la Guyana, "por la gloria del socialismo", 912 personas. Se trataba de los felices habitantes del Templo del Pueblo, Jonestown. Allí, en plena selva, había asentado su secta el antiguo pastor baptista James Jones, tras verse obligado a abandonar EEUU. Antes de darse al suicidio colectivo, Jones y los suyos asesinaron a Leo Ryan y a parte de quienes habían acompañado a este congresista hasta Jonestown para investigar las prácticas del reverendo. La tragedia comenzó a gestarse en 1956, cuando Jones fundó en Indianápolis su particular paraíso terrenal; "la primera sociedad comunista americana", según sus propias palabras. Semejante hazaña no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración de esa izquierda exquisita magistralmente retratada por Tom Wolfe; de hecho, la esposa del presidente Carter contribuyó a recolectar los fondos para el traslado del Templo a la Guyana.
¿Que cómo vivían? La propiedad privada no existía (bueno, la del reverendo sí). Jones se ocupaba de la manutención de sus adeptos, así como de formalizar y disolver sus matrimonios. Naturalmente, Dios no existía. Los hijos se repartían según las necesidades del Templo, y todos trabajaban prácticamente de sol a sol –sobra decirlo, a las órdenes del reverendo–. Se promovía la delación, y se impartían lecciones de ruso, la lengua de la "tierra prometida".
La de Jonestown es una de las utopías, felizmente fracasadas o tan sólo planeadas, que se reseñan en Los monstruos de la razón, amenísima obra del periodista italiano Rino Cammilleri. No estamos ante una enciclopedia de las utopías y las sociedades secretas, sino ante un repaso personalísimo de algunas de ellas.
Desde la ironía y el "catolicismo militante" (tal adscripción corre por cuenta del prologuista de la obra, Vittorio Messori), Cammilleri se suma a lo postulado en su día por Tocqueville:
"Es preferible siempre un modesto administrador, un político mediocre, al más brillante de los intelectuales. Mejor, mucho mejor para todos es la prosa del burócrata que el brillo, por fascinante que sea, de aquello que por oficio hacen los inteligentes."
Al político se le censura en las urnas; en cambio, al intelectual utopista que interviene en política resulta casi imposible pasarle factura. Y ya se sabe que, como reza el célebre grabado de Goya en el que se inspira el título de esta obra, "el sueño de la razón produce monstruos".
Por estas páginas desfilan variopintas propuestas de ingeniería social, a cuál más extravagante y liberticida. Así, se nos habla de El testamento de Jean Meslier (a juicio de Voltaire, "un catecismo perfecto para Belcebú"), de El verdadero sistema y La voz de la razón de Deschamps; del reinado de los anabaptistas en Münster, con el sastre y tabernero Jan Bockelson en el trono (duró un año, de 1534 a 1535); hasta de la aterradora Reorganización de la sociedad europea propuesta por Saint-Simon, que también diseñó una sociedad tecnócrata en la que la no asistencia al Mausoleo de Newton, que habría de erigirse en Roma, sería objeto de "gravísimas sanciones" .
Como apunta Cammilleri, "la obstinación utópica ha tenido siempre las mismas connotaciones, siempre viene presentada como novedad, pero las ideas que subyacen en ella son muy antiguas". Por ejemplo, para parir al hombre nuevo siempre hace falta lo mismo: abolir la propiedad privada y el matrimonio, suprimir o modificar la religión, dejar el Gobierno en manos de los sabios, poner en marcha un ejército de comisarios y delatores...
Cammilleri dedica un capítulo especial a "las costumbres del joven Marx". Apoyado en las revelaciones del pastor protestante rumano
Richard Wurmbrand, en tiempos militante marxista, da cuenta del extraño cambio de comportamiento que experimentó aquél tras padecer una enfermedad que a punto estuvo de llevárselo a la tumba.
Durante su paso por las Escuelas Superiores, el joven Marx escribirá poesías como la "Invocación de un desesperado":
Quiero vengarme del que reina por encima de nosotros (...)Quiero construirme un trono en las alturas, su cima será glacial y gigantesca, tendrá por baluarte un terror supersticioso, por mariscal la agonía más tétrica.
En Sobre Hegel será aún más explícito: "Enseño palabras enroscadas en una confusión diabólica, así cada uno puede creer verdadero lo que quiera pensar". También en Oulanem (anagrama invertido de "Manuelo", Emmanuel): "Mira esta espada: el Príncipe de las tinieblas me la ha vendido".
Sociedades secretas, el mito de Esparta, la masonería, el polvorín francés prerrevolucionario... Cammilleri aborda decenas de personajes y delirios y nos muestra la perversidad de la pulsión liberticida que anida en la planificación social. Ahora bien, hay ocasiones en que desliza opiniones harto discutibles: así, deja entrever, por ejemplo, que no desautoriza la posibilidad de la existencia de un plan oculto desde la noche de los tiempos, y no descarta identificarlo con el mismísimo Apocalipsis... Además de esta más que opinable elucubración, cae en cierta confusión terminológica a la hora referirse al liberalismo y al capitalismo, y muestra cierta aversión a la revolución tecnológica. También resultan confusas sus reflexiones sobre la tecnocracia.
En fin, más allá de alguna que otra exageración, como por ejemplo citar a los Beatles en el contexto del satanismo, Cammilleri ha elaborado un particular, recomendable y divertido ensayo repleto de anécdotas y batallas de buena parte de "lo mejor de cada casa", esos que están siempre dispuestos a organizarnos la vida "dejando aparte los hechos", como quería Rousseau.
RINO CAMMILLERI: LOS MONSTRUOS DE LA RAZÓN. Homo Legens (Madrid), 2007, 228 páginas. MIGUEL GIL.