domingo, septiembre 16, 2007

La ruina de este cuerpo viejo

Aproximadamente dos tercios de todas las lesiones deportivas pueden evitarse. La mayoría de las lesiones no se debe a accidentes como caídas o choques entre participantes, sino simplemente a una distensión. Cuando una articulación, músculo o tendón sufren una distensión, el cuerpo reacciona con una inflamación; una reacción similar a la que causa una infección bacteriana. En el caso de una lesión deportiva no intervienen bacterias, pero la reacción inflamatoria se inicia debido a la distensión. La inflamación es un elemento necesario de defensa del cuerpo y una condición previa para la regeneración del tejido dañado.
Una inflamación produce: Hinchazón debida al derrame de líquidos en el tejido. Eritemas y sensación de calor, causadas por el aumento de la circulación sanguínea. Dolores y sensibilidad al tacto debidos a la hinchazón. Función reducida debido al dolor, la rigidez e hinchazón.
¡Un círculo vicioso!Si el ejercicio y la distensión continúan, aumentará el dolor y por consiguiente la inflamación: se ingresa en un círculo vicioso, el círculo de dolor. Una lesión producida por una distensión a menudo se inicia gradualmente, con dolor y rigidez en las mañanas, y disminuye después de varios ejercicios de calentamiento, para volver con mayor intensidad si continúa ejercitándose. Para romper el círculo de dolor debe tomar un descanso, para que la zona afectada se recupere. El dolor es una señal de advertencia, una señal de que se está desarrollando una lesión. En el caso de lesiones graves producidas por distensión, el tratamiento consiste en lo que se conoce como principio RICE.
Estas cuatro letras significan en inglés:
  • R(rest): (descansar), asegúrese de descansar para recuperarse de la lesión,
  • I(ice): (hielo), mantenga fría la lesión. Coloque una bolsa de hielo sobre la zona lesionada, envuelta en un paño. Esto baja la hinchazón y reduce el dolor.
  • C(compression): (compresión), presione la zona lesionada utilizando una venda elástica. Esto restringe la hinchazón. Después de algunas horas puede retirar la venda elástica y utilizar una venda de sostén. La venda no debe estar tan apretada que restrinja la circulación sanguínea.
  • E(elevation):(elevación), levante el miembro inferior o superior lesionado. Puede elevar los brazos con un cabestrillo. Debe colocar la pierna sobre una mesa y sostenerla con un par de cojines. Esto reduce la hinchazón y la acumulación de sangre.
    Cómo se lesionan las personas que trotan
    La siguiente sección trata tres lesiones producidas por distensión, que sufren las personas que trotan:
    Rodilla de trotador:En la parte externa del muslo hay un ligamento fuerte que va desde la cadera hasta la tibia justo debajo de la rodilla. Si se realiza un trote demasiado intenso, a menudo se producirá una distensión del ligamento en el punto en que pasa por la articulación de la rodilla. Con frecuencia esto se denomina rodilla de trotador, aunque no es la articulación de la rodilla propiamente dicha la que se ve afectada. La rodilla de trotador puede evitarse mediante el uso de zapatos deportivos para correr de buena calidad, que permitan la entrada de aire a través de la suela y cuenten con buenos soportes del pie en su interior. Es recomendable relajar los músculos de los muslos tanto antes como después de trotar. La mayoría de las lesiones desaparecerá cuando elimine la presión que se ejerce en la pierna. Si el problema persiste después de un mes, debe consultar a su médico.Rodilla de saltador:Si siente dolor debajo de la rótula, en el tendón ubicado entre la parte de la extremidad inferior comprendida entre la rodilla y el pie, y la rótula, esto es lo que se conoce como rodilla de saltador. El dolor es causado por el desgarre de las fibras tendinosas donde están unidas a la rótula. La distensión causa molestias y habitualmente ocurre cuando se corre y salta. En general, el suministro de sangre a los tendones es pobre, y la lesión demora mucho en curarse. El cuerpo tarda más tiempo en curar el tejido de un tendón lesionado que un hueso quebrado. El mejor tratamiento es reducir los esfuerzos.No debe esforzarse durante aproximadamente dos meses, pero puede mantenerse en forma nadando o andando en bicicleta, por ejemplo. El ejercicio no debe causar dolor y si éste persiste después de 6-8 semanas, es necesario consultar al médico.
    Lesión del tendón de Aquiles:El tendón ubicado en talón se denomina tendón de Aquiles. El tendón de Aquiles es el tendón del peroné. Está fijado al calcáneo y asegura que el peroné pueda flexionar el pie hacia abajo. Si el tendón se distiende, se produce una reacción inflamatoria, en particular en la zona de 3-4 cm sobre el calcáneo.
    Esta lesión se ve en particular en las personas que no están acostumbradas a hacer ejercicio, y aumentan con rapidez la distancia que recorren al correr. La distensión causará dolor, hinchazón y sensibilidad al tacto en el tendón. Al principio el dolor se experimenta después de hacer ejercicio y comienza a desaparecer gradualmente cuando se descansa y se hace calentamiento. En el caso de una lesión severa y continua, debida posiblemente a la idea errónea de que la dolencia se “quitará con más ejercicio”, se producirán dolor e hinchazón constantes. Debe dejar de hacer ejercicio, descansar el tendón o colocar un plantilla especial para el talón en su zapato, que aumente dos centímetros a la altura del talón, y comprar calzado con una plantilla para el talón que absorba los impactos fuertes. Si la afección no mejora después de un mes, debe consultar a su médico.
    Grande pagina sobre ESPALDA, dolor de y sus dramas.
    Segunda lesión: Músculo psoas ilíaco
    Por ser un músculo biarticular, que involucra la columna, la pelvis y el mismo, tiene como el grupo anterior una gran importancia en la estática, dinámica, en la postura del tronco en general y de la región lumbar en particular.
    Consta de dos porciones: El Psoas, que se inserta proximalmente en las apófisis transversas y cara anterior de los cuerpos de las vértebras lumbares y termina distalmente en la tuberosidad menor del fémur. El ilíaco, que toma su inserción proximal en la fosa ilíaca interna, uniéndose distalmente con el tendón del psoas para insertarse como él, en el trócanter menor. Aqui una buena descripción del PSOAS ILIACO.
    La acción de este músculo es doble, por una parte es el principal flexor y rotador externo de la cadera; por otra parte, es flexor y rotador del tronco. Estando el individuo de pie, cuando toma como base su inserción distal femoral, es un potente flexor del tronco. Al contraerse sólo el de un lado, además de flejar el tronco, lo rota hacia el lado opuesto. Estando el individuo en posición erecta complementa la acción de los músculos abdominales y de los extensores vertebrales, asegurando el equilibrio del tronco sobre la pelvis. Por todos estos motivos se le considera un músculo muy importante en la estática del tronco. Su retracción, hecho muy frecuente en el paciente con lumbalgia, ocasiona una mala postura flejando el tronco y la cadera y aumentando la lordosis lumbar. El test de Thomas también pone de manifiesto esta deformidad.
    El psoas ilíaco se encuentra inervado por ramas del plejo y por el nervio femoral.

Mito Escobar

Gran información en EL PAIS en torno al libro The memory of Pablo Escobar, de James Mollison (web del autor).

Heroina Natasha Lyonne


UNA BIOGRAGÍA DE WALTER LIPPMANN: reseña de JM Marco

Del periodista Walter Lippmann (1899-1974) circulan multitud de anécdotas. De joven, cuando era progresista, se relacionó con círculos estético-socialistas. Así que un día se le ocurrió llevar al alcalde de Nueva York al estudio de Isadora Duncan.
El periodista pretendía ayudar a la bailarina, por así llamarla, a encontrar un local público donde actuar. El alcalde iba cambiando de color a medida que la Duncan iba desgranando sus teorías sobre cómo arreglar definitivamente la sociedad mediante la abolición de la institución familiar y la instauración de lo que entonces se llamaba amor libre. (Hoy, Zapatero la habría nombrado ministra de Planificación para Encauzar el Ansia Infinita de Felicidad). Cuando hubo escuchado bastante, cogió su sombrero y, sin decir una sola palabra, se largó del loft que la Duncan llamaba "el Templo de la Belleza y el Arte".
Lippmann, de familia judía neoyorquina de medios sobrados, acabó también desencantado de ese círculo de estafadores profesionales que iban a protagonizar el denominado arte moderno. Tardó algo más en deshacerse de su fascinación por el socialismo de tendencia fabiana –nunca marxista– que le había llevado a presidir el club socialista de Harvard, donde estudió. En realidad, quemó etapas a toda velocidad, y antes de cumplir los 30 ya había sido confidente de Woodrow Wilson, el presidente que hizo entrar a Estados Unidos en la Gran Guerra, y ayudado a fundar la revista de centroizquierda The New Republic, que todavía subsiste, si bien con un tono algo menos (algo) aburrido y respetable del que tuvo entonces.
Walter Lippmann fue siempre un hombre seguro de sí mismo, consciente de pertenecer a una elite respetada y convencido de que ocupaba el papel que le correspondía. No le perturbó su condición de judío descreído y partidario de la asimilación, tampoco los gigantescos retos a que su país se hubo de enfrentar: las dos guerras mundiales, la crisis del 29, la puesta en marcha del New Deal, la Guerra Fría (una expresión que popularizó él, como tantas otras), los conflictos de Corea y Vietnam...
Sabedor de que era un gran articulista, mantuvo una disciplina férrea y era perfectamente consciente de ser uno de los columnistas más leídos y mejor pagados del mundo. Cuando se mudó del World neoyorquino al Washington Post, su sueldo anual llegó a ser de un millón de dólares (de 1962). Viajaba a Europa todos los años, con una agenda espectacular. Una vez obligó al intratable Nikita Jrushchov a cumplir la cita que tenían programada desde hace meses, a pesar de que el ruso tenía un asunto imprevisto que resolver. Todos los años celebraba en su casa de Washington una de las parties más sonadas del año, termómetro infalible de cómo andaba el poder en la ciudad. Y cada año se reservaba tres meses para escribir sus libros.
Algunas de sus obras se cuentan entre las más influyentes en el periodismo del siglo XX. Langre, la misma editorial que publica esta biografía clásica de Lippmann, ha publicado el casi canónico La opinión pública, además de un estudio sobre Santayana, maestro de nuestro protagonista en Harvard, ante el tema de la opinión pública. Lippmann, como saben muchos estudiantes de Periodismo, se interrogó acerca del significado de la palabra democracia en sociedades tan complejas como las que emergían a principios del Novecientos. ¿En qué medida es legítimo confiar en los juicios sobre política hechos por personas que no pueden estar ni siquiera mínimamente bien informadas de las circunstancias y el posible alcance de las decisiones que se han de tomar?
La pregunta era clave porque para Lippmann la naturaleza misma de la democracia liberal había variado desde los tiempos de la fundación de Estados Unidos. El eje se había desplazado del equilibrio entre las instituciones a la relación no siempre sencilla entre Gobierno y opinión pública; y como ésta estaba compuesta de individuos que no podían estar informados, dada la complejidad de la realidad, el papel del periodista cambiaba.
Lippmann se enfrentó a este asunto en muchos de sus artículos y en bastantes de sus numerosos libros. Él mismo dudó, como demuestra su clásico análisis de la cobertura que The New York Times realizó de la revolución bolchevique, de la capacidad de sus colegas, y por tanto de él mismo, para reflejar la realidad. De hecho, su posición ante la democracia no deja de ser ambigua, y entraña un núcleo conservador en un perfil, en general, moderadamente progresista.
Esta biografía se centra sobre todo, como es natural, en cómo Lippmann se enfrentó a la responsabilidad que a él mismo, como periodista, editorialista y columnista, le correspondía en este nuevo mundo democrático. Por una parte está su carrera profesional, la forma de enfocar la relación con sus lectores. Lippmann sigue siendo un modelo en cuanto a la claridad y la elegancia en la expresión, la precisión en los datos y la capacidad para exponer con sencillez realidades a veces muy complejas. A pesar de su escepticismo ante la formación de la opinión pública, siempre actuó, incluso en sus momentos más pesimistas, con confianza en la racionalidad y la sensatez del lector. Siempre moderó, siempre argumentó, siempre se dirigió a la zona templada donde es posible el diálogo. Empezó en el Boston Common, contribuyó a crear The New Republic, frivolizó un poco en Vanity Fair, se implicó en el World de Nueva York, publicó durante más de treinta años su famosa columna T&T ("Today and Tomorrow") y, casi al final, se pasó al Washington Post y a Newsweek. En todos estos lugares se atuvo a una exigencia profesional y a una cortesía con el lector que siguen siendo ejemplares.
Otra cosa son sus relaciones con el poder, derivadas, en parte, de su teoría de la opinión pública. En realidad, sus teorías venían a respaldar sus gustos, debilidades y aficiones. Le fascinaban los poderosos, en particular los políticos. Y su análisis de la naturaleza de la democracia moderna le llevaba, por pura lógica, a intentar convertirse en consejero del príncipe, cuando no a sustituirlo en nombre de la racionalidad. A diferencia del hombre común, él sí estaba bien informado. Era, por utilizar una de sus expresiones favoritas, un insider.
Así que si a veces se oponía al poder, otras intentaba influir en los poderosos, que pertenecían de alguna manera a su misma categoría. Ni que decir tiene que los políticos se la jugaron una y otra vez. Era fácil halagar su vanidad. Las páginas dedicadas a su relación con el presidente Johnson son fascinantes. Lippmann, miembro de la elite de la Costa Este, empezó despreciando al burdo texano; luego se dejó seducir por aquel prodigio de energía, para acabar dándose cuenta de que le estaban contando lo que quería oír. Esta biografía resulta un auténtico manual para futuros periodistas.
Nunca se insistirá bastante en lo que el propio Lippmann preconizaba y no siempre cumplía: resulta imprescindible mantener las distancias con los políticos y, además de eso, no creer nunca que el periodista podrá llegar a sustituir a quienes toman las decisiones. Por volver a la primera anécdota, el alcalde de Nueva York acabaría dándose cuenta de que las Isadoras Duncan de este mundo están dispuestas a dejarse manipular, sobre todo cuando llegan al estatus de estrellas mediáticas a lo Lippmann.
El propio Lippmann no lo aprendió del todo jamás. Pero esa ceguera constituye, justamente, otro de los aspectos más atractivos de esta biografía. Además de una lección de ética periodística, también es un retrato de una elite que lideró Estados Unidos en las décadas centrales, y determinantes, del siglo XX. Por muy apasionados y duros que fueran algunos debates, esa elite se apoyaba en un consenso social muy firme. Y estaba convencida de que se podía ahormar la realidad según criterios racionales, como un ingeniero diseña un puente o una presa. Es un mundo desaparecido, muchos dirán que felizmente.
Por si fuera poco, esta biografía resulta también atractiva, y casi de obligada lectura, para quienes se interesan por la política internacional. Era el campo en que Lippmann se movía con más soltura, el que siguió con más atención, y en el que sus posiciones resultan más reveladoras. Más de un lector, sobre todo joven, se sorprenderá de ver cómo algunos debates en apariencia inéditos vienen de muy lejos. Aún hoy las posiciones de Lippmann suelen resultar interesantes. Y también, con los años, contradictorias.
Esta es, en definitiva, una biografía magnífica de un gran periodista, un hombre completa y absolutamente volcado en su tiempo.
RONALD STEEL: EL PERIODISTA Y EL PODER. UNA BIOGRAGÍA DE WALTER LIPPMANN. Langre (San Lorenzo de El Escorial, Madrid), 2007, 672 páginas.

sábado, septiembre 15, 2007

A buscar en DVD: El buen nombre

CARL SCHMITT: TIERRA Y MAR. Segun Agapito Maestre.

Esta nueva edición de Tierra y mar mantiene la magnífica traducción que Rafael Fernández-Quintanilla hizo para el Instituto de Estudios Políticos en 1952. Aunque las anotaciones que se han añadido no aportan demasiado, el prólogo (de Ramón Campderrich) y el epílogo (de Franco Volpi) sí ayudarán al lector a interpretar el pensamiento de Carl Schmitt, uno de los grandes nombres de la filosofía política del siglo XX.
Lejos de ser una obra menor, un ensayo más o menos ocurrente sobre la historia universal, Tierra y mar representa una muestra inapreciable del estilo, de la forma magistral de expresión utilizada por Schmitt para pensar. Este pensador, en efecto, no puede comprenderse si previamente no nos detenemos en su estilo. Ahí reside una de sus principales contribuciones a la filosofía política contemporánea. Por eso, si tomamos como punto de referencia de su grandioso estilo este texto hallaremos fácilmente que la prosa de Schmitt está en los antípodas del caduco academicismo. No tiene nada que ver con la fría objetividad de su maestro Weber, y menos aún con la cortante sequedad de su enemigo intelectual Kelsen.
El estilo de Schmitt, y este libro es un ejemplo de lo que digo, seduce y envuelve al lector más frío. Schmitt es un católico, un latino, apasionado que utiliza la lengua alemana para construir más una pinacoteca de la política que un diccionario del devenir histórico. Schmitt quiere ser el gran pintor político de nuestra época. A él se le podrían aplicar sus propias palabras:
Los grandes pintores no son tan sólo gentes que nos muestran cosas bellas. El arte acusa en cada momento la conciencia espacial de la época, y el verdadero pintor es un hombre que ve las cosas y las personas mejor y con más exactitud que los demás hombres, con mayor exactitud sobre todo en el sentido de la realidad histórica de su tiempo.
Como ha dicho Sartori, Schmitt nos deja sin aliento, porque sus conceptos están más allá de los rigores lógicos. Las imágenes y las metáforas son las bases de su filosofía política. Es un creador del pensamiento político. Ha creado todo un vocabulario para la ciencia política contemporánea, que si no es utilizado con cautela resultará imposible de superar. He aquí unos cuantos ejemplos:
La política es la distinción de amigo y enemigo. El soberano es quien decide en la excepción. La Constitución es decisión. Democracia es identidad entre gobernantes y gobernados. El liberalismo es antipolítico.
Este libro es una muestra magistral de ese estilo. Más que su asunto, una narración llena de filosofía sobre la historia universal desde el punto de vista de la relación del hombre con los cuatro grandes elementos: tierra, mar, aire y fuego, nos deslumbra por su composición. Antes que hablar de Hegel, se refiere a Shakespeare; antes que recurrir a un archivo histórico, o a una hemeroteca, prefiere usar como fuente privilegiada de la historia un libro de piratas; y, por supuesto, cuando habla de los grandes protagonistas de la historia, antes que Napoleón aparecen la ballena de Moby Dick y su horrible perseguidor, geniales creaciones de Melville. Y, en fin, desde el comienzo hasta el fin de la obra, no podemos dejar de sustraernos a sus provocaciones, entre las que ocupa un lugar clave la siguiente definición:
La historia universal es la historia de la lucha de las potencias marítimas contra las terrestres y de las terrestres contra las marítimas.
Si dejamos aparte que esta obra muestra con precisión una "aplicación", o mejor, una prueba de la categoría básica creada por Schmitt, a saber, que la política no puede comprenderse sin la distinción amigo-enemigo, diría que Tierra y mar es un antecedente de su madura y definitiva obra: El nomos de la tierra, del año 1950. En las dos aparece nuestro Francisco de Vitoria como un paso decisivo en el Derecho de Gentes del Ius Publicum Euopaaeum. Sólo por eso merecería la pena leer este libro.
Además, todo liberal está obligado a leer a Schmitt; sencillamente, porque quien logre superar sus "certeras" objeciones a esta doctrina podrá llamarse con justicia "hombre libre". Al margen de prejuicios, es menester releer Tierra y mar para reconocer que estamos ante el pensador existencialista más grande del siglo XX.
CARL SCHMITT: TIERRA Y MAR. CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIA UNIVERSAL. Trotta (Madrid), 2007, 112 páginas.

Emilio Ruiz se va a falsear otro mundo

Falleció este viernes, a los 84 años. Emilio Ruiz me hizo el Valle de los Caidos con 2 palos.

jueves, septiembre 13, 2007

Amy Winehouse, grande y cracked

Dicen que es una borracha con la cabeza perdida...

Eterno retorno segun un Drexler

Cada uno da lo que recibe,
luego recibe lo que da
nada es mas simple
no hay otra norma.
nada se pierde
todo se transforma.
Ay Friedrich, como te versionan...

miércoles, septiembre 12, 2007

Una musa y mil traidores

Las tetas formidables de Bethanie Mattek

Bergman en EL MUNDO

El frágil hilo de la vida, de Carlos Saura en El Mundo

Es doloroso escuchar la noticia de la muerte de una persona admirada y querida. Con la desaparición de Ingmar Bergman, termina un ciclo de cine europeo de una creatividad sin parangón. Ya no están ni Luis Buñuel, ni Federico Fellini, dos visionarios que acompañaron a Bergman en la búsqueda de las profundas raíces de una tradición creativa. Suecia, Italia, España...

Cuando fui al Festival de Cannes con mi primera película, Los golfos, me encontré con que en aquella memorable edición del año 1960 participaban tres de los directores cinematográficos que más admiraba y que consideraba inabordables porque estaban en otro sistema planetario. Los tres tenían algo en común, una forma de ver la realidad sesgada utilizando la imaginación que sorprendía en una época en donde campeaban un realismo puro y duro. Por suerte, Luis Buñuel tuvo la amabilidad de venir a la proyección de mi película y fue el inicio de una amistad que duró hasta su muerte.

Fellini es para mí el amigo cálido al que nunca llegué a conocer bien, el excesivo y admirado, el hombre que generosamente dilapidó su vida mostrándonos un universo en donde lo cotidiano, lo epidérmico y visceral trasciende, añadiendo al cine un sabor pagano y oriental, una vuelta a ese cristianismo que tiene su norte en la extremosa rigidez puritana de Dreyer y Bergman y su sur en Federico Fellini. Descanse en paz, Federico Fellini en su siesta eterna.

Luis Buñuel fue mi amigo y compañero de viaje. El espacio en donde transitaban sus personajes eran en parte reflejos de las imágenes de su infancia: el paisaje austero y a veces desértico de Aragón; la vida cotidiana marcada por una Iglesia inquisitorial que recordaba con campanadas las horas, los oficios y también la muerte; la Semana Santa de Calanda, con sus tambores, ahora famosos, que se tocaban con enorme seriedad e intensidad hasta hacerse sangre en los nudillos, vestigios bárbaros, primitivas costumbres que Buñuel conservó en su mente toda la vida. Un erotismo soterrado y violento se escondía en los pliegues de una religión que hablaba de virginidad, del pecado y de la muerte. El mismo Buñuel dijo que los dos sentimientos básicos de su niñez fueron un profundo erotismo, al principio sublimado por una gran fe religiosa, y la conciencia de la muerte.

El director aragonés poco o nada tenía de Mediterráneo: más del terruño de una España de montes y llanos, de secarrales, calores asfixiantes y fríos esteparios. Espejos deformantes de una realidad, un cierto humor aragonés, una vuelta de tuerca a una tradición anclada en el pasado fueron sus armas. Tampoco Fellini, en su delirio de imágenes en donde el primer impulso colorido y fantasioso estaba colmado de mujeres-madres, de imágenes soñadas con el mar Mediterráneo al fondo, tiene que ver con Bergman. Ingmar Bergman representa al cine del norte, ese que desveló Carl Dreyer. Cine puritano de brumas y espejismos, de intensos sentimientos, de preguntas sobre la existencia: el sexo, la vida en pareja, la enfermedad y la muerte. Una tradición ya probada en el teatro de Ibsen, en la música de Grieg o de Sibelius, en la atormentada pintura de las telas de Munch...

En el universo de Ingmar Bergman los bosques de árboles se yerguen hasta el cielo en una fría bruma desorientadora, bosques interminables en donde uno se pierde para siempre, de no ser por el frágil hilo que dejamos para indicar el camino de vuelta, y que nos conducirá de nuevo al redil, al hogar acogedor que invita a la reflexión en los largas penumbras del invierno. Ese hilo frágil que conduce a la vida preocupaba a Ingmar Bergman hasta atormentarle.

Sus películas están ahí. Desde Fresas salvajes hasta Persona, Gritos y susurros o Fanny y Alexander... Ahí están, tan meticulosamente realizadas, con la magnífica fotografía de Sven Nykvist, que por cierto murió también no hace mucho.

Conocí personalmente a Ingmar Bergman porque era el presidente de la Academia Europea de Cinematografía y hablé con él en alguna ocasión, fue siempre amable y cariñoso conmigo y me halagaba que le gustaran mis películas. Recuerdo que cuando fui nominado para los Oscar por Carmen, Bergman envió a Los Angeles a su esposa para defender la candidatura de Fanny y Alexander. Ella me dijo, muy simpática, que el Oscar se lo iban a dar a Carmen porque les había gustado mucho. Yo sabía que el Oscar no iba a ser para mí, sino para Bergman. Y así fue.

Leí sus libros y redescubrí que él estaba en sus películas, como debe ser en cualquiera que hable de las cosas que le preocupan. Cineasta sincero y honesto, se buscaba a sí mismo a través de una obra densa y a veces atormentada, que reflejaba sus dudas y sus preocupaciones. Fue, además, director de maravillosas actrices que nos fascinaron dejándonos una huella difícil de olvidar: Liv Ullmann, Henriette Anderson, Ingrid Thulin... Mujeres bellas y también de intenso erotismo que trasladaron al cine las preocupaciones de Bergman con la magnificencia, la sabiduría y la sensibilidad de uno de los más grandes creadores del cinema de todos los tiempos.

Después del ensayo final, de Álvaro del Amo en El Mundo
Ningún cinéfilo sesentón puede olvidar la llegada de las películas de Ingmar Bergman a nuestro país. Terminaba la década de los 50 y el cineasta que irrumpía, enigmático y misterioso, nada tenía de principiante. Antes de El séptimo sello, El manantial de la doncella y Fresas salvajes, su filmografía contaba con una decena larga de títulos, que fueron asomando después, completando la primera impresión.
Bergman aparecía como un cineasta críptico y sombrío, preocupado por asuntos transcendentes, propietario de unas claves de extraordinaria complejidad, poco menos que imposibles de descifrar por el común de los mortales.
Tal impresión resulta sorprendente desde la perspectiva actual, que observa las películas supuestamente abstrusas como fábulas diáfanas en donde se habla, sí, de cosas muy serias, como la muerte, el sentido de la vida, la existencia de Dios, la angustia y la violencia, pero con un rigor dramático y una potencia plástica capaces de comunicar con cualquiera.
Pero entonces la cuestión religiosa se vivía con una contradicción, tan enriquecedora como desconcertante, capaz de exacerbar lo problemático y proclive a escudriñar más allá.
Vivíamos en un país confesionalmente católico, con todo lo que ello tenía de represivo, y al mismo tiempo la religión era objeto de una serie de interpelaciones que llegaban de la novela, del teatro y, con Bergman, también del cine. Las novelas del inglés Graham Greene, de los franceses François Mauriac, Georges Bernanos o Juliene Green, indagaban sobre las tensiones entre la fe y la moral, especulaban sobre lo que se llamó el silencio de Dios.
E igualmente, los dramaturgos italianos Ugo Betti y Diego Frabbri, también el español Alfonso Sastre, se zambulleron en un existencialismo de resonancia católica, que prepararía el terreno al cine de Bergman. En un local que programaba El séptimo sello se llegó a repartir una hoja explicativa destinada a orientar al público sobre el arcano que nada tenía de tal.
Pero el gran creador ha seguido en activo hasta casi el final de sus días y disponemos de su magna obra, rica, variada, múltiple en su coherencia y admirable en su capacidad para ahondar en el pobre ser humano.
Bergman ha sintetizado como nadie su doble vocación de director teatral y cinematográfico gracias al caudal dramático de su paisano Strindberg, el autor que con Chéjov abrió el camino del teatro moderno, y por el danés Dreyer, cuyas películas establecieron una estética donde lo sagrado y lo profano podían cohabitar en el mismo movimiento de cámara.
Con tales antecedentes, Bergman, autor de la mayoría de sus guiones, ha llevado el teatro, su tensión dramática, sus personajes de carne y hueso, su capacidad simbólica, a unas películas que entran por los ojos, a través de una plástica que atiende por igual la visión de un paisaje o la descripción de un interior.
Bergman ha seguido, como el caballero de El séptimo sello, increpando, interrogando, absorto ante un cielo mudo, al tiempo que se maravillaba, como el viejo profesor de Fresas salvajes, del milagro de la vida que, tras la muerte de la doncella, brotaba en forma de manantial.
Aunque quizá el gran tema de uno de los directores esenciales de la Historia no haya sido otro que la guerra de sexos, como Strindberg define la relación entre hombre y mujer.
Destinados el uno a la otra, amando u odiando la una al otro, todo el cine de Bergman es un doloroso, lacerante recorrido sobre la dificultad, casi se diría imposibilidad, de entenderse de la pareja de animales, sólo intermitentemente racionales. Él y ella, ella y él, buscándose, repeliéndose, adorándose, detestándose, reconciliándose, torturándose, exultando, ahogándose, levitando y continuamente en pie para volver a empezar, entregados ambos sin remedio a la más furiosa y gozosa desolación.
Séptimo sello por ELIAS QUEREJETA
Sesión de noche. Cine azul. Pocos espectadores. La pantalla se ilumina: El séptimo sello. He ido solo. Desde el principio me meto en la película y a lo largo de la narración no soy capaz de salir de ella. Fin. Luces que se encienden. Cruzo hacia la salida y me encuentro con Rafael. Ninguno de los dos se había dado cuenta de la presencia del otro. Caminamos juntos en silencio unos cuantos minutos. No se quién es el primero que comienza a hablar. Pero sí sé que a partir del silencio roto la conversación dura horas. Y pasado el tiempo, cada vez que nos vemos, continúa.
Ingmar Bergman ha llenado de pasión horas, pensamientos y sentimientos.
Docs

martes, septiembre 11, 2007

lunes, septiembre 10, 2007

Federico olvidado en mis 42 ruinas


No he seguido al alemán loco en mis 42. La soledad solo duele en la derrota. En la victoria todo se soporta.

 






domingo, agosto 19, 2007

Me duele mucho

La tendinitis de Aquiles puede ser causada por:
  • uso excesivo del tendón de Aquiles
  • músculos tensos en la pantorrilla
  • tendón de Aquiles tenso
  • correr mucho en subidas
  • aumento de la cantidad o intensidad del entrenamiento deportivo, a veces usando calzado que tiene la suela poco elevada
  • pronación excesiva, un problema en el que los pies giran hacia adentro y se hacen más planos que lo normal cuando uno camina o corre
  • uso de tacos altos en el trabajo y zapatos de taco bajo para hacer ejercicio.
  • El tendón de Aquiles se puede romper cuando se comienza una actividad de golpe. Por ejemplo el tendón se puede romper cuando uno salta o empieza a correr.

Manu, el pobre y patético diablo

Memorandum de contradicciones o como ser un simbolo sin saber nada de nada y estando todo el día colgado.
Son las cinco de la tarde y Manu confiesa que acaba de levantarse.
"A veces, algún músico se queja. Puede que, tras seis horas de ensayo, hagamos un concierto de tres horas. Además, luego sigue la fiesta y podemos terminar a las siete de la mañana".
"Cuando me sienta demasiado seco o cansado, dejaré la música y estudiaré medicina, para curar dolores musculares, de huesos. Por ejemplo, los que trabajan en un estudio de grabación tienden a terminar con la espalda destrozada y yo sé arreglarlo. Lo hago de forma intuitiva, pero quisiera tener más conocimientos".
"Para grabar funciona muy bien algo de marihuana. Sin embargo, fumar no le viene bien al directo, es preferible un chupito de algo. El alcohol es peligroso en el estudio; al rato, lo que quieres es dejar la computadora e irte a un bar. La maría también tiene consecuencias: no te deja soñar, puede darte pesadillas".
"No les concedo el derecho a regular lo que yo hago con mi cuerpo".
"En Cuba funciono con ron, como todos los nativos. Sé que hay marihuana, y dicen que muy buena, pero nunca he hecho nada por conseguir algo".
"En Mexico, yo paseaba empeyotado por sus calles y nada me pasó".
"Yo he recurrido a un brujo cuando alguien me quería hacer mal. Me dijo que debía blindarme, para que el odio rebotara hacia quien me lo enviaba. Y resultó, te lo aseguro".
"Después de todo, yo también me formé con copias piratas, casetes que nos intercambiábamos".
"Estaba en Madrid con Fernando [León de Aranoa] y me puso su Princesas. Me quedé tan emocionado que inmediatamente, raaak, me salió la canción para la película, Me llaman calle. De un tirón, como un orgasmo. Lo menciono ya que no es lo normal".
"Las prostitutas son personas muy fuertes, con humor y un sentido auténtico de la solidaridad. Cuando vivía en Madrid, las veía en la calle del Desengaño -vaya sarcasmo- y me salió el tema Malegría. Diez años después estaba en la misma calle, donde ha abierto la sede su asociación, Hetaira. Iba a llevarles el goya que me dieron por su canción y aproveché para tocarles unas rumbitas. Uno de esos momentos en que sientes que hay una lógica en la vida".
"Celentano me mandó llamar a su casa del lago de Como, una mansión muy... celentanesca. Tiene el estudio de grabación en el salón, nada de sótanos sin luz. Charlamos de música, no tocamos la política. Para mí, Celentano está por encima del bien y del mal, como Elvis o Maradona".
"De Maradona me gustó su forma de ser: tiene interiorizados los códigos del barrio pobre donde creció. Y vive a flor de piel, vive al momento".
"Detesto que me consideren el líder de los antiglobalización, los altermundialistas o como quieras llamarlo. Primero, es un movimiento que no admite líderes. Perfecto: lo más fácil del mundo es corromper a un líder. Segundo, nadie me ve como líder, a algunos les gustará mi música y otros pensarán que soy un payaso. Tercero, es peligroso. Estuve en los actos contra el G-8, en Génova, donde la represión fue fortísima, hubo hasta un muerto. Ahora, los policías han reconocido que tenían orden de machacarnos. No quiero que me confundan con lo que no soy y vayan contra mí".
"En Mali descubrí que lo lento no es negativo, como nos enseñan en la escuela. Para un drogadicto de la velocidad como yo, supone una bofetada en la cara. Debes entender que quedar para tomar un té y comer puede ocuparte todo el día. Aprendí que dormir no es perder el tiempo; es un derecho, al que no voy a renunciar. Dormir diez horas, pasar un día sin hacer nada son libertades bonitas".
Y el gran remate de la irresponsabilidad en su entrevista (como no) en EL PAIS:
"Yo rechazaba la paternidad, no quería esa responsabilidad. Aún hoy, con 46 años, me niego a reconocerme como adulto: siempre odié la idea del núcleo familiar, los padres y el niño encerrados en su pisito o en su chalé. Tampoco creo que padres e hijos deban estar todo el tiempo juntos. Vi la última vez a mi niño en diciembre, pero sé que está bien y eso me basta. A veces, cuando voy allí, sólo me le encuentro a la hora de comer: tiene su vida, anda con su pandilla, va a la playa. Allí, igual que en África, los niños son un proyecto de la comunidad entera, los adultos cuidan de todos. A su lado he revivido algo que había perdido: el sentido poético de la existencia, la capacidad para vivir lo onírico, el reino de la fantasía. Veo una chispita en sus ojos que me maravilla: así era yo... Y me alegro de ser padre".

José Tomas el sábado 18 de agosto

DOS COGIDAS EN MALAGA Y SERENIDAD.