viernes, marzo 21, 2008

El tio mas listo del mundo.

Para tí es la vida, castor Lorenzo. El año que viene, tropa en los Scouts. Aquí el día 15 de marzo, partiendo de acampada.

jueves, marzo 20, 2008

Y Dios observa y Pessoa soy yo

Corre mi cuerpo y yo no estoy presente. Observo ficciones lejos de la cadera oxidada y el tendón ardiendo. Escucho a una lesbiana cantando country de forma impecable. La perfección de ese instante obvia las mundanas miserias de un trozo de carne castigado durante 55 minutos continuos, que de noche cuchichea con Marco Aurelio. Someto a una disciplina severísima al pobre amasijo de grasas, huesos huecos y fibras mediocres que solo conocen eso, la acción punitiva ambulatoria cada unos años. Mi cuerpo cambió a los 33 y ya superados los 40 necesita el dolor. La vida necesita dolor. Sin lo uno no acontece lo otro. En esa estoica sumisión, en plena fatiga rememoro los textos ad hoc de Pessoa, en los que uno se cuestiona la existencia de la idea de AUTOR. Solo existe un creador que ilumina a aquel que con mayor eficacia se ha aproximado a la esencia que trata de representar. Dios está en mi y mi vanidad es la que me aleja. Pessoa es un vehiculo triste pero afortunado. Yo soy Pessoa. Aquí mas que nunca. Y todo es vanidad.
"Recuerdo todavía (...) la tarde en que, meditando sobre estas cosas, decidí renunciar al amor como si renunciara a un problema irresoluble. (...) De repente se apoderó de mi un deseo de intensa abdicación, de clausura firme y última, una repugnancia por haber tenido tantos deseos, tantas esperanzas, con tanta facilidad externa para realizarlos, y tanta imposibilidad íntima para poder quererlo. Data de eso momento suave y triste el principio de mi suicidio"
Y otra reflexión brutal, cristalina:
¨la represión del amor ilumina sus propios fenómenos con mucha mas claridad que la experiencia misma".
El amor "es un concepto nuestro -es en suma a nosotros mismos- lo que amamos.

Pero esta teoría no deja de ser "un complejo ruido que hago llegar a los oídos de mi inteligencia, como para que no perciba que, en el fondo, no hay otra cosa que mi timidez y mi incompetencia para la vida".

La cadera me duele y corro en cámara lenta reflexionando mantras patéticos. Mi historia ya ha sido narrada. No me debe preocupar ese area de mi fracaso. Vanidad y dolor de cadera cabalgan juntos. Pessoa como instrumento de Dios. Yo en esos 55 minutos soy su sherpah mas voluntarioso.

miércoles, marzo 12, 2008

Depresión

El Porvenir para Zeta se inicia este pasado martes 11 de marzo. Ya tengo derecho a paro. Leo unas preciosas confesiones de Tolstoi. Leo las dietas de Montignac y Sears. Leo al padre Keating. Leo a Montaigne. Echo de menos correr. Y a Alario. Esto es un agujero. De cojones.

lunes, marzo 03, 2008

Stefany Hohnjec

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La tercera virgen de Fred Vargas

Fred Vargas. El fantasma de una monja del siglo XVIII que degollaba a sus víctimas, cadáveres de vírgenes profanados, pociones mágicas que aseguran la vida eterna, un rival del pasado más lejano que habla en verso... Con todo esto se encontrará el comisario Adamsberg en esta inquietante y negrísima novela de Fred Vargas. La resolución de este complicado puzzle podría volver loco a cualquiera, pero no a Adamsberg. El comisario conseguirá descubrir la verdad, aunque ello le cueste no la razón sino el corazón. Leer fragmento (101,00 Kb).
BIOGRAFÍA Fred (Frédérique) Vargas (París, 1957) estudió Historia y Arqueología y ha publicado una serie de novelas policiacas que ha obtenido un gran éxito de crítica y público. Ha recibido, entre otros, el Prix mystère de la critique (1996 y 2000), el Gran premio de novela negra del Festival de Cognac (1999), el Trofeo 813 y el Giallo Grinzane (2006).

La mística salvaje de Michel Hulin. En los antípodas del espíritu

Aunque sean abundantes los estudios consagrados a lo largo del último siglo a la mística religiosa, ha sido muy escasa la atención prestada a aquellas formas de experiencia que, sin adscribirse a ninguna tradición religiosa particular, parecen merecer indiscutiblemente la consideración de «místicas». Una mística, pues, de difícil definición, ajena a la ortodoxia, y que Michel Hulin califica de «salvaje». Se trata de experiencias con frecuencia súbitas, inesperadas, que aparecen incluso en personas ajenas a toda preocupación religiosa: una repentina sensación de comunión espiritual con la naturaleza, la entrada en una realidad atemporal provocada por un recuerdo de la infancia en principio tal vez intranscendente, la fugaz percepción de un olor o un sabor... modalidades diversas de enfrentamiento inesperado con una realidad numinosa que procura la vivencia de un «sentimiento oceánico» ajena al universo religioso y que nos sitúa fuera de las coordenadas habituales de la realidad cotidiana. Pueden ser también experiencias inducidas por el consumo de determinadas substancias, tema que es analizado aquí con rigor y lucidez implacables.

sábado, marzo 01, 2008

Las Redes Humanas, Una Historia Global del Mundo, de JR McNeill y William H McNeill, editorial Crítica.


Me embaulo esto.
La caratula dice:
¿Por qué, cuándo y dónde surgieron las primeras civilizaciones? ¿Cómo se convirtió el Islam en una fuerza unificadora allí donde nació? ¿Qué es lo que permitió a Occidente llevar sus mercancías, y su poder, a todo el mundo desde el siglo XV? ¿Por qué se inventó la agricultura siete veces y la máquina de vapor tan sólo una?A preguntas como éstas, y a otras muchas, responden aquí dos reconocidos historiadores, padre e hijo, que se han propuesto escribir una historia totalmente renovada de las sociedades humanas. Para ello han recurrido a una aproximación original e ingeniosa: explorar las redes que, desde la noche de los tiempos, han ido tejiendo los seres humanos para la interacción y el intercambio, para la cooperación y la competición. Grandes o pequeñas, densas o tenues, estas redes han proporcionado el medio para que dentro de las distintas culturas, sociedades y naciones, y a través de ellas, circularan las ideas, las mercancías, el poder y el dinero. Desde las tenues redes locales que, hace doce mil años, caracterizaron las comunidades agrícolas, pasando por las redes metropolitanas más tupidas que conocieron Sumer, Atenas o Tombuctú, hasta la red electrificada global que hoy sitúa virtualmente al mundo entero en una corriente de cooperación y competición, los profesores McNeill nos enseñan que las redes humanas son un componente fundamental de la historia del mundo, y una formidable herramienta de análisis. .Alejados de cualquier determinismo, medioambiental o cultural, los autores nos ofrecen en Las redes humanas un espléndido panorama de las grandes pautas de la historia universal que ha merecido el siguiente comentario del profesor Alfred W. Crosby: "Si tuvieran ustedes que leer un solo libro sobre la historia del mundo, éste es el que deben escoger".
Las redes humanas, de McNeill y McNeill no es de redes, ni se parece en nada a Smart Mobs o a Emergence. Es un libro de historia que hace énfasis en las conexiones que ha habido entre las culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, o dentro de cada cultura, entre sus diferentes componentes: urbano-rural, dirigentes-dirigidos, ricos-pobres.
Es un libro de la historia del mundo mundial. No hay ni gráficos de leyes de potencia, ni habla de los 6 grados de Milgram, ni siquiera se menciona a Pareto. Establecido lo que no es, el libro resulta interesante, porque muestra los efectos que produce el pertenecer a la red humana (que es web, no network en el original), o el cortar los lazos con ella, como hicieron los chinos en el siglo XVI o Brasil y los paises comunistas en el siglo pasado con sus medidas proteccionistas. En ese sentido, el libro es, en general, un alegato a favor de la globalización, aunque también se mencionan sus efectos negativos: la pérdida de diversidad (que es, ni más ni menos, una condensación de Bose-Einstein, aunque no lo digan) en todos los sentidos: desaparición de lenguas, de religiones, de especies comestibles, y de formas de gobierno (p. 364); se menciona que, en el año 2000, se extingue una lengua cada dos semanas. Sin embargo, la difusión de información en esa misma red hace que caigan los imperios. Por otro lado, es curioso ver cómo los primeros órganos internacionales surgieron precisamente de la red: la Unión Telegráfica Internacional, (ITU, pero ahora es de Telecomunicaciones, y se pueden mandar telegramas por Internet) surgió en 1868, incluso antes que la Unión Postal Universal (1874).En resumen, un libro bastante interesante, con una visión original (y amplia) de la historia, que resultará bastante legible hasta a quien no le interesen nada los reyes godos.

Poder terrenal de MICHAEL BURLEIGH

En las últimas décadas, Europa se está transformando en una sociedad posreligiosa que ha llegado a excluir de su futura constitución las referencias al papel del cristianismo en la historia del continente. Paradójicamente, este fenómeno va acompañado de llamadas a una renovada «religión política» basada en los valores de la democracia liberal para mantener unidas nuestras diversas sociedades en una época de amenazas externas impredecibles.
Ante esta situación, Michael Burleigh se ha propuesto indagar cómo hemos llegado a este punto crucial desde el punto de vista de la Historia, pues para comprender la situación actual de nuestra sociedad resulta imprescindible un estudio a fondo de las intensas luchas en torno a las creencias, y de la tendencia paralela hacia la secularidad.
Con un estilo vívido y estimulante, este libro presenta un vasto panorama del inextricable vínculo que ha unido política y religión desde la Revolución Francesa hasta la Gran Guerra, así como de los diferentes credos que han intentado desplazar al cristianismo. Algunos fueron breves y violentos, como el experimento jacobino. Otros, como el liberalismo o el socialismo, forman parte de nuestra cultura política reciente. Por otra parte, para que también quede patente la contribución del arte, la cultura y la ciencia al «desencanto» de nuestro mundo, Burleigh examina la obra de pintores como Zoffany y Jacques-Louis David, repasa las hazañas de Mazzini y Garibaldi, y analiza las luchas épicas entre Iglesia y Estado a través de la literatura inglesa y rusa del siglo XIX.
Revelador y original, Burleigh maneja con absorbente maestría y seguridad un maremágnum de ideas y detalles históricos para profundizar en el funcionamiento de la Historia de una forma nunca vista hasta ahora y que le confirma como uno de los mejores historiadores actuales.
Colección: TAURUS HISTORIA. ISBN y EAN 8430605932. 9788430605934. 624 pages. 23,50 € Caroooooooooooooooooo.
    • Creía que vivíamos en una democracia en libertad, ¿es tan chocante oír hablar a un liberal? Algunos libros de historia hacen oídos sordos al tema de la religión, en parte porque creen que se trate de una fuerza social reaccionaria, y cuando la mencionan es para descalificarla. Son libros basados en ideas previas. Yo tengo relación con muchas personas en Europa –Alemania, Francia, Italia– que no parten de estos supuestos. También con el mundo polaco que presenta una cultura muy interesante.Mi intento de salir de la corriente principal de la historiografía hace patente el provincianismo de quien habla así de religión.
    • Cuando comencé a escribir mi libro sobre el Tercer Reich me interesaba escarbar en cuál era el origen de semejante barbarie. Y eran los jacobinos. Estudiando otros momentos de la historia moderna comencé a darme cuenta de que todas estas teorías, desde la revolución francesa hasta el nazismo, eran intentos de reemplazar a la religión. Avanzando en mi investigación comenzaron a surgir dudas sobre otros temas, dudas que en ocasiones llegaron a ser casi irresolubles. Este libro es el fruto de estas investigaciones y su tesis es que los poderes políticos en la Europa moderna se sitúan como intentos de suplantar al cristianismo. Así, por ejemplo, me pregunté si realmente existió una secularización en el siglo XIX. La secuela de este libro, que irá desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, se llamará “causas sagradas”.
    • ¿El lugar de la religión política lo ocupan los regímenes estatalistas? Si tomamos los dos principales regímenes políticos del siglo XX, nazismo y comunismo, vemos que tienen patologías similares. En los nazis no encontramos la necesidad de que los perseguidos confesaran su “fe” en la ideología nazista antes de matarles. No necesitaban meterles las piernas en agua hirviendo o torturarles para que confesaran su “fe” en el régimen antes de pegarles un tiro. Entre los comunistas, sí. Hermann Göring, ministro de aviación, era protestante; Bernhard Rust, el ministro de cultura nazi era, formalmente, un católico y el mismo Heinrich Himmler, en 1943 nombrado ministro del Interior creía que el mundo estaba cubierto por una capa de hielo y que del cosmos surgió un rayo que rompió esta capa y de ella salió el primer ario. Sus colegas pensaban que estaba un poco loco, pero lo cierto es que existía una cierta pluralidad de opiniones en el consejo de ministros.Si pretendías ser herético en un consejo de ministros con Stalin, de un momento a otro acabarían contigo y era como si nunca hubieras existido. Esto es lo que le pasó a Yesov, quien mató a 600.000 personas por fidelidad al régimen y después terminó siendo asesinado por orden de Stalin. Increíble ¿no? Eso no pasaba ni en la Alemania nazi. Una vez me enteré de la historia del jefe de una fábrica textil soviética que no hacía más que mirar a sus telas. En un momento se dio cuenta de que en las telas, por un error, se podía entrever algo que parecía una cruz gamada. Tenía que destruir toda la tela, pero decidió colgarse, ahorcarse. Lo hizo por miedo. ¿No es asombroso que esto pueda sucederle a alguien? El hombre tiene la necesidad de reconocer un significado para su vida y para la realidad.Hay muchísimos científicos interesados en esto en Gran Bretaña, genetistas y neurólogos que investigan la razón por la que necesitamos creer en algo. Parece que es algo constitutivo del hombre, como el hard disc de un ordenador. No sé mucho de esto, pero parece un área de la ciencia muy interesante.
    • ¿Se identifica esta exigencia racional de significado con la dimensión religiosa de los hombres?Sí, ciertamente. A lo largo de la historia moderna, ¿cómo se resistieron los hombres a la pretensión del poder de llenar su necesidad religiosa?En la mayoría de las democracias occidentales el número de afiliados a partidos políticos disminuye casi tan rápidamente como bajan las personas que frecuentan las iglesias. Se están descolectivizando tanto la religión como la política. El jefe de los rabinos de Inglaterra, que me parece el líder religioso más interesante de Gran Bretaña con diferencia, dijo el otro día que nuestra sociedad empieza a parecerse a un hotel barato para agentes comerciales y debería ser como una casa de campo aristocrática en la que tanto el anfitrión como el invitado se conociesen y el invitado pudiese apreciar los cuadros del anfitrión y hacer preguntas sobre ellos, en lugar de quedarse en hoteles baratos. Es una metáfora muy interesante. Probablemente no he contestado a tu pregunta…
    • En una reciente entrevista en La Razón usted dijo: «Si se elimina la religión no hay nada que limite el poder». Toda la Modernidad, sin embargo, sostiene lo contrario. Sitúa la fuente de la libertad en el Estado y no en la persona…La historia ha sido trono y altar. La religión normalmente siempre ha estado al lado del poder político, como sabemos bien en España. Pero cuando un rey hacía un juramento ante Dios tenía que responder dentro de unos límites y en ello se jugaba también su paso al cielo. La religión, además, distingue las características entre un rey y un tirano. Yo no soy católico practicante, pero soy cristiano de cultura y hay cosas de esa cultura que están en nuestra vida y que se las debemos al cristianismo.
    • Tradición cristiana, Europa…Si vas al Prado y no conoces la mitología clásica el cincuenta por ciento de los cuadros te pasan desapercibidos, y si no conoces el cristianismo el otro cincuenta tampoco lo entenderás… Llegará un día en el que tengamos una generación de personas a las que les gustarán estos cuadros pero les resultarán tan incomprensibles como lo son para nosotros los jeroglíficos egipcios. No les dirán nada, y esto es muy triste.
    • Y sobre el valor de la persona, ¿qué aportación ha hecho el cristianismo?El cristianismo ha hecho explícito el valor absoluto de la persona al margen de su condición social, política o económica. Ninguna persona agresiva o malvada en su vida privada dirige comedores para pobres…

Michael Burleigh ha sido investigador en las universidades de Oxford y Cardiff, y en la London School of Economics. También ha sido profesor en diversas universidades norteamericanas, como Rutgers, Washington & Lee, y Stanford. Ha escrito siete libros, entre ellos, El Tercer Reich (Taurus, 2002). Su séptimo libro publicado es Poder terrenal (Taurus, 2005). Escribe habitualmente para el Sunday Times y el Times Literary Supplement.

PODERES TERRENALES. BURGESS, ANTHONY

La acción comienza en Malta. Kenneth Marchal, escritor encumbrado de 82 años y ya improductivo, agnóstico, homosexual y declarado apóstata, es requerido para que confirme una supuesta curación milagrosa de la que fue testigo hace medio siglo. El autor del prodigio es su amigo Carlo Campanati, elegido Papa con el nombre de Gregorio XVII y en proceso de canonización tras su fallecimiento. "Una novela grande y agustiniana", según sus propias palabras, que retoma el camino de Tolstoi, tras el "intento de Joyce de destruir la novela".
Anthony Burgess (1917-1993), compositor, novelista, poeta, periodista y guionista, no publicó su primera novela, Trilogí­a malaya, hasta casi los cuarenta años.
Anthony Burgess nació en Manchester (Inglaterra), el 25 de febrero de 1927. Especialista en fonética y literatura inglesa, fue profesor de la Universidad de Birmingham. Posteriormente trabajó para el servicio británico de Educación, primero en Inglaterra y posteriormente en Malasia y Borneo, donde escribió su Trilogía malaya. Autor de un buen número de novelas, bajo el seudónimo de Anthony Burgess y Joseph Kell, utiliza su nombre completo, John Burgess Wilson, para los estudios de crítica literaria.

viernes, febrero 29, 2008

The Method of Centering Prayer by Thomas Keating

Theological Background
The grace of Pentecost affirms that the risen Jesus is among us as the glorified Christ. Christ lives in each of us as the Enlightened One, present everywhere and at all times. He is the living Master who continuously sends the Holy Spirit to dwell within us and to bear witness to his resurrection by empowering us to experience and manifest the fruits of the Spirit and the Beatitudes both in prayer and action.
Lectio Divina
Lectio Divina is the most traditional way of cultivating friendship with Christ. It is a way of listening to the texts of scripture as if we were in conversation with Christ and he were suggesting the topics of conversation. The daily encounter with Christ and reflection on his word leads beyond mere acquaintanceship to an attitude of friendship, trust and love. Conversation simplifies and gives way to communing, or as Gregory the Great (6th century), summarizing the Christian contemplative tradition, put it, "resting in God." This was the classical meaning of contemplative prayer for the first sixteen centuries.
Contemplative Prayer
Contemplative Prayer is the normal development of the grace of baptism and the regular practice of Lectio Divina. We may think of prayer as thoughts or feelings expressed in words. But this is only one expression. Contemplative Prayer is the opening of mind and heart - our whole being - to God, the Ultimate Mystery, beyond thoughts, words and emotions. We open our awareness to God whom we know by faith is within us, closer than breathing, closer than thinking, closer than choosing - closer than consciousness itself. Contemplative Prayer is a process of interior purification leading, if we consent, to divine union.
The Method of Centering Prayer
Centering Prayer is a method designed to facilitate the development of contemplative prayer by preparing our faculties to cooperate with this gift. It is an attempt to present the teaching of earlier time (e.g. The Cloud of Unknowing) in an updated form and to put a certain order and regularity into it. It is not meant to replace other kinds of prayer; it simply puts other kinds of prayer into a new and fuller perspective. During the time of prayer we consent to God's presence and action within. At other times our attention moves outward to discover God's presence everywhere.
The Guidelines
  1. Choose a sacred word as the symbol of your intention to consent to God's presence and action within.
  2. Sitting comfortably and with eyes closed, settle briefly and silently introduce the sacred word as the symbol of your consent to God's presence and action within.
  3. When you become aware of thoughts, return ever-so-gently to the sacred word.
  4. At the end of the prayer period, remain in silence with eyes closed for a couple of minutes.

Explanation of the Guidelines

"Choose a sacred word as the symbol of your intention to consent to God's presence and action within." (cf. Open Mind, Open Heart, chap. 5)

The sacred word expresses our intention to be in God's presence and to yield to the divine action. The sacred word should be chosen during a brief period of prayer asking the Holy Spirit to inspire us with one that is especially suitable for us. Examples: Lord, Jesus, Abba, Father, Mother. Other possibilities: Love, Peace, Shalom.

Having chosen a sacred word, we do not change it during the prayer period, for that would be to start thinking again.

A simple inward gaze upon God may be more suitable for some persons than the sacred word. In this case, one consents to God's presence and action by turning inwardly toward God as if gazing upon him. The same guidelines apply to the sacred gaze as to the sacred word.

"Sitting comfortably and with eyes closed, settle briefly and silently introduce the sacred word as the symbol of your consent to God's presence and action within."

By "sitting comfortably" is meant relatively comfortably; not so comfortably that we encourage sleep, but sitting comfortably enough to avoid thinking about the discomfort of our bodies during this time of prayer.

Whatever sitting position we choose, we keep the back straight.

If we fall asleep, we continue the prayer for a few minutes upon awakening if we can spare the time.

Praying in this way after a main meal encourages drowsiness. Better to wait an hour at least before Centering Prayer. Praying in this way just before retiring may disturb one's sleep pattern.

We close our eyes to let go of what is going on around and within us.

We introduce the sacred word inwardly and as gently as laying a feather on a piece of absorbent cotton. "When you become aware of thoughts, return ever-so-gently to the sacred word."

"Thoughts" is an umbrella term for every perception including sense perceptions, feelings, images, memories, reflections, and commentaries.

Thoughts are a normal part of Centering Prayer.

By "returning ever-so-gently to the sacred word", a minimum of effort is indicated. This is the only activity we initiate during the time of Centering Prayer.

During the course of our prayer, the sacred word may become vague or even disappear.

"At the end of the prayer period, remain in silence with eyes closed for a couple of minutes."

If this prayer is done in a group, the leader may slowly recite the Our Father during the additional 2 or 3 minutes, while the others listen.

The additional 2 or 3 minutes give the psyche time to readjust to the external senses and enable us to bring the atmosphere of silence into daily life.

Some Practical Points

The minimum time for this prayer is 20 minutes. Two periods are recommended each day, one first thing in the morning, and one in the afternoon or early evening.

The end of the prayer period can be indicated by a timer, providing it does not have an audible tick or loud sound when it goes off.

The principal effects of Centering Prayer are experienced in daily life, not in the period of Centering Prayer itself.

Physical Symptoms:

We may notice slight pains, itches, or twitches in various parts of the body or a generalized restlessness. These are usually due to the untying of emotional knots in the body.

We may also notice heaviness or lightness in the extremities. This is usually due to a deep level of spiritual attentiveness.

In either case, we pay no attention, or we allow the mind to rest briefly in the sensation, and then return to the sacred word.

Lectio Divina provides the conceptual background for the development of Centering Prayer. A support group praying and sharing together once a week helps maintain one's commitment to the prayer.

Extending the Effects of Centering Prayer into Daily Life

Practice 2 periods of Centering Prayer daily.

Read Scriptures regularly and study Open Mind, Open Heart.

Practice one or two of the specific methods for everyday, suggested in Open Mind, Open Heart, chapter 12.

Join a Centering Prayer Support Group or Follow-up Program (if available in your area.)

It encourages the members of the group to persevere in private.

It provides an opportunity for further input on a regular basis through tapes, readings, and discussion.

Points for Further Development

During the prayer period various kinds of thoughts may be distinguished. (cf. Open Mind, Open Heart, chapters 6 through 10):

Ordinary wanderings of the imagination or memory.

Thoughts that give rise to attractions or aversions.

Insights and psychological breakthroughs.

Self-reflections such as, "How am I doing?" or, "This peace is just great!"

Thoughts that arise from the unloading of the unconscious.

During this prayer, we avoid analyzing our experience, harboring expectations or aiming at some specific goal such as:

  • Repeating the sacred word continuously
  • Having no thoughts.
  • Making the mind a blank.
  • Feeling peaceful or consoled.
  • Achieving a spiritual experience.
  • What Centering Prayer is not:
  • It is not a technique.
  • It is not a relaxation exercise.
  • It is not a form of self-hypnosis.
  • It is not a charismatic gift.
  • It is not a para-psychological phenomenon.
  • It is not limited to the "felt" presence of God.
  • It is not discursive meditation or affective prayer.

TRADUCCIÓN CASTELLANA AQUÍ y en la web de super Thomas Keating, OCSO.

Reel Geezers

Ser viejo te lleva a esto. El que mas sabe solo puede opinar desde su casa. Un dueto de profesionales jubilados (reel geezers), y cito al demonio, (Dos octogenarios renuevan la crítica en la era YouTube · ELPAÍS.com) la lían en youtube y, en medio de preciosas broncas, comentan el cine actual. Eso lo haría aquí la prima de la Bardem y Lopez-Vazquez, pero cobrando.

Un dia en la demencia mas divertida

ARRETXE, actor!!

En Un tiro en la cabeza (rodaje de Jaime Rosales) todo está rodado con teleobjetivos, de lejos y no se escuchan los diálogos. Menos mal, con Ion Arretxe de actor.

Yo conozco a Bauluz


"Rajoy es el nuevo Milosevic español". Rajoy tiene "un discurso que es más venenoso que el gas de los nazis". "Yo he visto los resultados en Bosnia y en Ruanda y en otros sitios". Lo dice en la SER a la NIERGA.
Se trata de un fotógrafo. Un señor que aprieta la cámara como una pistola acusado de falsificar fotos de negritos agonizantes para ganar premios (nota: Aquí se recuerda el rifirrafe entre Bauluz y Arcadi Espada por una presunta manipulación de fotografías.) Este pájaro nos informa de lo que ocurre en el mundo: así nos hacemos una idea de que "turba" intelectual nos llena la cabeza de basura panfletaria.
Si matan a 4 mujeres, EL PAIS dice que los partidos se ven "obligados a reaccionar". Yo creía que gobernaba en ese palo la PSOE. Cuando todo se jode, todos deben reaccionar. Cuando todo va bien: la PSOE actúa. Que colección de mediocres. En la guerra civil decían a los pobres que en la URSS les daban tierras, alimento y propiedad: en Ucrania había canibalismo. La mentira iluminada, la nueva religión. El buenismo. Llamar imbécil al paganini.

miércoles, febrero 27, 2008

Kraus según Tomas Cuesta o «Bambi» en Viena

KARL Kraus fue uno de esos hombres que pasan a la historia en la repesca pero dejando tras de sí una huella indeleble. El drama de Karl Kraus (y el aval de su grandeza) es que fue un escritor para escritores, un genio a la medida de los genios. Wittgenstein, Canetti, Valéry (tres nombres entre tantos, aunque ahí queda eso) reivindicaron al guía y al maestro, sin conseguir, no obstante, que, al cabo de los años, su memoria no se agostara en el silencio. Karl Kraus -que detestaba los periódicos y sus banalidades flatulentas- nunca perdonaría que se usara su nombre para hilvanar una parábola tirando de una anécdota. ¡Qué le vamos a hacer! «Herr» Kraus, a estas alturas, ni siente ni padece y, allá donde se encuentre, resulta harto improbable que el ABC le llegue. O sea, que a lo nuestro. Hace un siglo, Karl Kraus entraba en los salones de la cultura vienesa -la altísima cultura, la que murió con la Gran Guerra- igual que un pistolero en un garito del Oeste. Disparando adjetivos a diestra y a siniestra (sobre todo a siniestra; el socialismo, a Kraus, no le gustaba un pelo) y haciéndoles catar la tralla de la sátira a los prestigios más señeros. Al pobre Rilke -Reiner María Rilke, príncipe de los poetas- le condenó a ser «la María», sin redención de pena. De Freud se choteaba sin el más mínimo complejo. Y a los gacetilleros, su presa favorita, nos desnudó en una sentencia: «No tener una idea y poder expresarla: un periodista es eso». Y ahí nos duele.
Llegados a este punto, pasemos a exponer dos conclusiones evidentes. La primera es que a usted, estimado lector, «mon semblable, mon fr_re», le adorna la virtud de la paciencia. La segunda es que Kraus no era de esas personas -carentes de interés, generalmente- que van haciendo amigos a boleo; de esos que te colocan entre el abrazo y la pared con una efusividad grotesca. Por el contrario, Kraus no regalaba palmaditas, sino que repartía palmetazos de los de la vieja escuela. Incluso un alma pía, que le tenía en buen concepto, le regaló un consejo que jamás tuvo en cuenta: O cambiaba radicalmente de escritura o acudía a un gimnasio y se convertía en un atleta. Ni varió el estilo, ni cargó con las pesas, ni se compró una chichonera. Hasta que llegó el día en que un tal Felix Salten le dijo qué opinaba sobre sus descarnados textos. Lo malo es que se lo dijo con los puños y con tanta elocuencia que a Kraus, no siendo obispo, le hicieron cardenal de buenas a primeras.
El chiste del asunto es que el tal Felix Salten, que solventaba a mamporrazos las diferencias de criterio, presumía de ser el campeón de la ternura, de la lágrima fácil, de la bondad sin excipientes. Su criatura más lograda era un amor, atendía por «Bambi» (a lo mejor les suena) y todavía hoy, después de tanto tiempo, continúa empapando montañas de pañuelos. «Por sus obras los conoceréis», afirma el Evangelio. Pero, si hay que tomar a Salten como ejemplo, la máxima no cuela. Y menos todavía sus secuelas, tan notorias algunas como Rodríguez Zapatero. Al señor Zapatero le motejaron como «Bambi» antes de que enseñara los cuernos y los dientes. Y «Bambi» ha sido siempre -según ha confesado reiteradas veces- su animal totémico. Tirando del ovillo de Karl Kraus, se puede concluir que el líder socialista tiene mucho de Salten aunque quiera esconderlo. Los lobos revestidos con pieles de cordero son menos peligrosos que quienes se disfrazan de cervatillos huérfanos. Es cierto que «Bambi», a estas alturas de la historia, disimula lo justo y exhibe una sonrisa de pega en los carteles (porque la de la tele, el lunes, no era una sonrisa, sino una cuchillada en plena jeta). Aún así, no echen en saco roto esa sabrosa anécdota de la literatura vienesa. Reparen en que «Bambi», por entrañable que parezca, esconde tras de sí a un matón de taberna. Y sigan la receta que ha empleado Rajoy para comerse con patatas a la nefasta bestezuela: Musculatura y argumentos. A Karl Kraus, por ejemplo, le hubiese ido de perlas.

Whitney Stevens, talento nuevo

El resentido atormentado. AZAÑA, UNA BIOGRAFÍA de J.M. Marco

Esta biografía se publicó en 1998, habiendo tenido una edición anterior, revisada luego, en 1989. Desde entonces se han aclarado algunas cuestiones confusas acerca de la acción política de Manuel Azaña.
Efectivamente, como se le acusó en 1934, en octubre de 1932 Azaña estuvo implicado en un intento de suministrar armas a un grupo de revolucionarios portugueses que aspiraban, o eso decían, a instalar un régimen "amigo" en el país vecino. Azaña justificó aquella voluntad de intromisión en la política de un país soberano en nombre de la democracia y los intereses de la República. El ensayo revela un amateurismo notable, como muchas cosas en Azaña, y una voluntad de injerencia que, con toda probabilidad, los progresistas encontrarán justificable por ser quien era su promotor.
Se ha aclarado aún más el papel de Azaña en los días posteriores a las elecciones de 1933. En su espléndido estudio Los orígenes de la Guerra Civil Española, Pío Moa ha subrayado que Azaña, como ya se tenía noticia a través de otros documentos, quiso que el jefe del Estado, Alcalá-Zamora, suspendiera la reunión de las Cortes recién elegidas, constituyera un gabinete con los partidos de izquierda y organizara otra consulta electoral. Era la propuesta, dice Pío Moa con razón, de "un golpe de Estado en regla".
Azaña, siguiendo el reflejo clásico de la izquierda progresista española, no reconocía a la derecha legitimidad ninguna para gobernar en democracia. Más aún, la República, según Azaña, sólo podía ser gobernada por los republicanos. Resultaba inconcebible que la derecha llegara al poder. Conocemos el resultado de este designio al que se sometieron las instituciones, por llamarlas de alguna manera, de la Segunda República. También hay que intentar imaginar cómo Azaña pensaba gobernar "en republicano" con las Cortes cerradas por decreto presidencial y luego ganar unas elecciones habiendo censurado el resultado de las que habían dado por resultado una estrepitosa derrota de la izquierda, en particular de su propio partido…
Aparece aquí otro rasgo fundamental del personaje, que es la frivolidad. Esa misma frivolidad caracteriza su posición a primeros de octubre de 1934, cuando se queda en Barcelona tras el entierro de Carner, ministro de Hacienda con él y uno de los escasos personajes que no trata en tono despectivo en las Memorias. Eran los días previos al intento de revolución socialista y a la proclamación del Estado catalán en Barcelona. Los estudios posteriores a la edición de 1998 de esta biografía confirman lo que aquí se dice. Que Azaña, sin adherirse a lo que le parecía una estupidez y, además, la quiebra de cualquier consenso constitucional por parte de la izquierda, no se quedó del todo en vano en Barcelona. Tal vez podía aprovechar lo que se ha llamado un "pronunciamiento pacífico".
¿Qué será eso de un "pronunciamiento pacífico"? ¿Se puede violentar las instituciones sin recurrir a la fuerza? ¿Qué valor tienen entonces las instituciones democráticas? ¿Y a quién o a qué recurren quienes se sienten amparados, en su vida y su libertad, por esas mismas instituciones violentadas "pacíficamente"? El caso es que aquel "pronunciamiento pacífico", al que Azaña tan ambiguamente no prestó nunca su apoyo, arruinó cualquier credibilidad democrática que le quedara a la izquierda española en los años treinta y socavó, en consecuencia, los fundamentos mismos del régimen republicano. También provocó la muerte de unas cincuenta personas en Barcelona.
La inconsistencia de la posición de Azaña en aquellos momentos aclara el alcance de su voluntad de participar y encabezar el Frente Popular. A él le gustaba hablar del Frente Popular como de una "coalición electoral". No era sólo eso. Azaña, que no podía dejar de saber la naturaleza revolucionaria de la sublevación socialista del año 34, se alió con el PSOE en un proyecto sobre cuya voluntad antiliberal y antidemocrática tampoco albergaba la menor duda.
Los estudios más recientes sobre las víctimas y la represión de la Guerra Civil, en particular la ejercida en el Madrid republicano, han precisado la atrocidad de la violencia desatada por los "defensores de la legalidad republicana". Confirman todas y cada una de las observaciones que Azaña dejó anotadas en sus cuadernos de Memorias, en los llamados Apuntes de memoria y en La velada en Benicarló.
Está claro que Azaña dio por terminada la Segunda República al derrumbarse el Estado tras la sublevación del 18 de julio. Entonces llegó aquella extraña revolución que no quería tomar el poder y se desvaneció cualquier asomo de legalidad. Azaña mismo, presidente de una revolución que había hecho suya sabiendo que no lo era, se sabía acosado, maniatado y censurado. No albergaba duda alguna acerca de la suerte que le tocaría correr a él mismo si ganaban "los suyos". Como mínimo, el exilio.
Así que huyó de Madrid a Cataluña en vez de a Valencia, donde ejercía el gobierno, que también había huido del Madrid asediado. Azaña ni siquiera se instaló en Barcelona. Lo hizo en la abadía de Montserrat. Quien se había puesto al frente de los "batallones populares" para guiarlos en el camino de la libertad y el progreso se preparaba con cuidado la vía de salida. Se fiaba tan poco de sus correligionarios como de los adversarios, aquellos que había hecho todo lo posible por convertir en enemigos. Aquella tragedia era, en muy buena parte, obra suya y Azaña, a diferencia de muchos de sus seguidores, lo sabía bien.
Más aún, se había propuesto expiar su responsabilidad. Probablemente por eso, descontada la cobardía, no dimitió de la Presidencia de una República en la que ya no creía, como no creyó nunca en el Frente Popular. Sabía el papel que estaba jugando, que era prestar legitimidad a una causa que consideraba derrotada y peor aún, perdida ante la Historia. Pero es que antes había puesto todo su empeño en convertirse en el rostro de un régimen que se propuso desde el primer momento, desde el mismo 14 de abril de 1931, eliminar a una parte de España de la vida pública.
En pura lógica, aquel régimen desembocó en una guerra civil y acabada esta en otro régimen que debía ser radical, represivo y duradero, fuera cual fuera el desenlace del conflicto. Después de la experiencia de la Segunda República y la guerra civil –un bloque, como dijo Clemenceau de la Revolución Francesa–, no quedaba otra alternativa.
A Azaña le atormentaba, mucho antes de la guerra civil, una culpabilidad avasalladora. Se especializó en proyectarla sobre los demás y sobre la realidad que le rodeaba, sin llegar a anularla nunca. La inteligencia –la inteligencia republicana– quedó así convertida en resentimiento, un resentimiento contra todo o contra nada, incapaz de ser satisfecho. Azaña hizo de esa tensión, jamás resuelta, entre la voluntad de exoneración y la seguridad íntima de ser el protagonista de algo inconfesable, la raíz de su literatura y de su posición política. La aplica a los agustinos del Escorial en El jardín de los frailes, pulverizados en una pura parodia. También al liberalismo español –y a la figura de su padre– en la novela inacabada Fresdeval. A la historia entera de España y sus tradiciones, sobre las cuales "ninguna obra podemos fundar". A sus colaboradores en el proyecto de rectificación que fue la Segunda República y, una vez desplomado el nuevo régimen, a las ruinas que aquella "empresa de demoliciones" había dejado en el camino.
Un proyecto parecido se ha puesto en marcha desde 2004, con la legislatura socialista. El presidente del Gobierno español vuelve a querer hacer borrón y cuenta nueva de la historia de España. Como Azaña, aunque sin su talento literario, alucina la fundación de una España inédita y se permite soñar, en democracia, con el arrinconamiento definitivo de sus adversarios políticos, a los que, según el, la democracia española nada debe. Será una nueva versión de otros "pronunciamientos pacíficos".
Las referencias a la Segunda República (...) han abundado cada vez más en estos últimos años. Salen a relucir banderas y retratos, algunas invocaciones, ciertas frases y eslóganes escogidos. No todas, ni mucho menos. Hay medio-biografías de Azaña que se han quedado sin completar, por lo que se ve para siempre. Es curioso que los progresistas demuestren tan poco interés por biografiar en serio a sus héroes. Bien es cierto que el caso Azaña resulta particularmente peligroso. Pocas críticas más duras se habrán formulado de la Segunda República y del proceso revolucionario y criminal que se puso en marcha en 1936.
No es sólo un análisis claro y contundente, como cuando Azaña se declara "absolutamente incompatible" con un documento en que "se habla de republicanos españoles, catalanes y vascos". Hay más. Azaña nunca dejó de hablar, con nombres y apellidos, de los llamados "defensores de la legalidad republicana". El "gordo", el "corchotaponero", el "piafante", "Napoleonchu" y el "yerno del cochero" son algunos de los motes que le merecen los más eminentes miembros de aquella elite que iba a salvar la libertad en España.
El progresismo español, que prefiere ignorar estos accidentes, construye un altar a un santo (laico, obvio es decirlo) cuya santidad jamás habría sido reconocida por el propio beatificado. En el fondo, los que se salvan a sí mismos son los propios progresistas. Más felices que Azaña, carecen de su mala conciencia y se reconcilian a su costa con un pasado falsificado. Se ve que estos neorrepublicanos no siguen el consejo de su mentor:
Si hemos de pasar como españoles de muerte a vida –recomendó Azaña–, si nuestro país no ha de ser un pudridero donde la víctima y el verdugo se corrompan juntos, si ha de lograrse una transfiguración del espíritu nacional (…) será volviéndose de cara a la realidad del sentir español (…), quemando no solamente las bambalinas y los bastidores, sino la letra y la solfa de las representaciones caducadas.
Hay quien dice que esa actitud es nueva, propia de estos últimos años del nuevo socialismo radicalizado en torno al 2002. Es posible, pero el sectarismo estaba ahí mucho antes. Los progresistas españoles no han aceptado jamás ninguna versión de los hechos, en particular de la Segunda República y la guerra civil, que no fuera la suya, aquella que los deja limpios de cualquier responsabilidad. Mi primer libro sobre Azaña, que estudiaba la evolución de su pensamiento hasta 1930, fue bien acogido. No planteaba, obviamente, ningún problema. La primera versión de esta biografía fue acogida ya con silencio. La segunda, así como los estudios previos, ni siquiera aparece en algunas bibliografías presuntamente académicas o universitarias. Lo mismo ocurre con otros trabajos, míos también y de otros muchos. Ese es y ha sido siempre el auténtico rostro de la tolerancia y la fidelidad a la verdad de que hacen gala los progresistas en España. La historia de este libro es también la biografía de ese otro resentimiento inagotable. Sus obras conforman hoy el paisaje vital y político de los españoles.
El resultado, en cuanto al pasado, es paradójico y un poco grotesco. No se puede hablar de ciertas cosas, porque sólo los progresistas tienen la legitimidad para hacerlo, pero como los progresistas no lo van a hacer, porque si se ponen a trabajar se enfrentarán a una verdad que no quieren ver, buena parte de los abuelos de los progresistas se quedan en el limbo de los intocables. Por ejemplo, está prohibido hablar de la posible homosexualidad de Azaña… excepto desde postulados progresistas. O bien es un asunto irrelevante (pero en una biografía nada lo es: vuelven aquí los prejuicios contra la homosexualidad vigentes en la izquierda hasta hace bien poco), o bien se convierte al personaje en protomártir del Orgullo gay… Mejor dejarlo aquí.
No era esa la actitud de algunos españoles que nos dejamos fascinar, hace años, por la figura de Azaña. Compartí esa atracción con personas como Federico Jiménez Losantos y José María Aznar, aunque hablo única y exclusivamente, como es natural, de mi propia experiencia. A mí me atrajo en primer lugar la prosa de Azaña, tan clásica y al tiempo tan castiza, tan profundamente española, encerrada en los cuatro gruesos volúmenes que destacaban por su cubierta morada en la biblioteca del estudio de mi padre, que se los hizo traer de México a finales de los años sesenta.
También fue un desafío comprender de verdad lo que se estaba diciendo en aquel español nuevo para mí. Había, era obvio, algo oscuro y profundamente contradictorio en lo que allí se estaba expresando. Desentrañarlo no fue tarea fácil. La prosa de Azaña, como la de los grandes escritores autobiográficos, esconde aquello a lo que apunta. En su caso, da forma a una violencia inaudita, siempre dirigida contra un objeto espléndidamente adornado, para mejor disimular el íntimo alivio con que el autor recibe la brutalidad con la que le rebota el improperio.
Al final, una vez apurado el esfuerzo de comprensión de la auténtica realidad que toda aquella escenografía ocultaba y desvelaba a la vez, quedó el patriotismo de Azaña, la evocación de una España por encima de cualquier régimen y fundada en la voz de los muertos, los muertos por España, que imploran "paz, piedad y perdón" de sus compatriotas empeñados en continuar la carnicería.
La posibilidad de un patriotismo liberal, racionalizado y al tiempo enraizado en una vivencia histórica, inmediata y sentimental de la identidad nacional fue lo que nunca dejó de atraerme de Azaña. Hoy, después de muchos años sin volver a tratar la figura, y a pesar de que los estudios más recientes han ennegrecido aún más el personaje, esa emoción sigue ejerciendo su seducción. Es posible que surja sólo de un fabuloso dominio de los medios expresivos. También lo es que allí se expresara algo más.
El caso es que nosotros nos acercamos, con curiosidad, con interés, con respeto e incluso con devoción, a la obra y a la figura de Azaña. Pronto, en cuanto aparecieron las contradicciones del personaje y de su legado, llegaron las descalificaciones personales, los insultos, el silencio. Ni una sola vez ha habido un intento de diálogo, una aproximación amistosa o movida por la simple curiosidad. Los progresistas, ya lo sabemos, no se resignan a perder el monopolio de la historia y aspiran a promulgar la ley del silencio.
No ha sido así, gracias a Dios. Sin duda que Azaña no es ni representa aquello que yo creí en un momento dado. Pero ni su prosa, ni su obra memorialística, ni sus discursos ni su significado en la historia de mi país van a depender de lo que digan de él unos progresistas empeñados en falsificar y en mentir. No hay monopolios sobre la historia de España. Tampoco sobre la vida y la obra de don Manuel.
NOTA: Este texto es una versión editada del epílogo de la nueva edición de AZAÑA, UNA BIOGRAFÍA, que acaba de publicar la editorial
Libros Libres. JOSÉ MARÍA MARCO.

Baruch

Van para cuarenta años de mi encuentro con la Ética de Spinoza. Anotarla ha sido, pues, anotar mi vida. Lo único que cuenta de mi vida. Si es que algo cuenta: hoy, lo dudo. Monólogo nada fácil de sostener en el silencio, cada día que pasa más cerrado, de la biblioteca.
Más de una vez, en estos cuatro últimos años de trabajo, decidí abandonar el encargo de la editorial Tecnos. Cada una de esas decisiones era irrevocable. Mi vida no me interesaba: ¿a quién en su sano juicio puede interesar eso, pasados los cincuenta? No me interesa. La Ética, sin embargo, sí. Y en esa frontal paradoja se me fueron tiempo y ojos sobre la pantalla del ordenador. Nunca he salido del todo de la biblioteca. Aunque tantas de mis horas hayan surcado sitios tan ajenos. Nunca he salido de la biblioteca. Menos que nunca, cuando creí abandonarla.
La Ética no quiere ser fragmento o espejo del universo. Es universo. ¿Cómo puede glosarse el infinito?
Yo he anotado la Ética en vagones de metro que cruzaban París de Neuilly a Vincennes hace treinta y cinco años, en hoteles de una noche, en largos vuelos transatlánticos, que imponen un paréntesis al mundo donde nada de uno mismo permanece, en oscuros despachos de desconchadas paredes, sobre mesas que devora el polvo, en playas más cegadoras que ninguna luz soñada, en el intervalo muerto de una cafetería de la plaza Edmond Rostand entre dos citas, en una sombría chambre de bonne junto a Boulogne-Billancourt, en la casi ceguera que queda tras la noche en blanco de los días de exámenes, anfetas y diecisiete años, en un banco del Luxemburgo, buscando un parapeto huidizo cuando el tiempo corría demasiado despacio, anclado a su inmovilidad grave cuando el vértigo de los relojes revestía el aliento entrecortado de algunas de las imágenes de Jean-Luc Godard, acotando como un metrónomo las pocas horas en que fui feliz (o me inventé serlo, es lo mismo), las muchas en que no.
Desde hace veintiséis años, el ejemplar sobre el cual anoté ha sido el mismo: la primera edición en la Editora Nacional de la traducción que hizo Vidal Peña. Cuatro o cinco veces ha visitado al encuadernador. Ahora, se me deshoja a cada página que paso y que subrayo de nuevo. Salvo por una mínima errata (afecto por efecto en el escolio de la proposición IV de la Parte V), que sobrevivió a los sucesivos correctores y las numerosas reediciones, es perfecta. La osadía de soñar mejorarla está excluida. Para quien sepa, al menos, lo que se trae entre manos. [...]
El recelo hacia las derivas utópicas marca el nacimiento de ética y política, modernas, sobre la consigna lanzada por Maquiavelo: "conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos". A ese llamamiento a favor de una desengañada cautela (...) tendrá que dar concepto el siglo XVII.
¿Es pensable una ética que se ajuste a las solas exigencias de la razón? ¿Y una política? No otro es el envite cuya entidad dibujará Spinoza al comienzo de esa inacabada prolongación de la Ética que quiso ser el Tratado Político. "Si la naturaleza humana estuviera dispuesta en el modo adecuado para hacer vivir a los hombres bajo el solo imperio de la razón, sin tender a cosa otra alguna, entonces el derecho de naturaleza... no estaría determinado más que por la potencia de la razón. Pero...".
Y en ese pero se juega el primordial antiutopismo spinoziano: ... pero ... no es el intellectus quien rige las relaciones humanas. Muy al contrario: "los hombres son conducidos más por el deseo ciego que por la razón". La política no apuntará, pues, a establecer entre los individuos relaciones verdaderas: no concierne la verdad a la política. Lo suyo es descifrar y manufacturar las estrategias afectivas que tejen la determinación de las mentes. "De ahí que la potencia natural de los hombres (es decir, su derecho) deba ser definida, no por la razón, sino por todo apetito que los determine a actuar y mediante el cual se esfuercen por conservarse". No será, así, la política, virtud de esa potencia autodeterminativa del hombre libre a la cual Spinoza llama –con ambigüedad calculada– amor intelectual de Dios. No podría serlo, a no ser que se ignore hasta qué punto "los deseos que no provienen de la razón son más bien pasiones que acciones humanas".
La fundamentación conceptual de lo político, y las paradojas que, al cabo, de ello resultan, han sido tópico mayor de la filosofía del siglo XVII. En el límite, recae sobre los arquetipos paralelos de Pascal y Spinoza el mérito de haberle dado sus formas extremas: las menos plegadas a componenda programática. Desde sus respectivos desiertos personales, el paradojista de Port-Royal y el óptico de Rijnsburg han asentado los límites irrebasables en que pensar lo político encierra al hombre moderno. Hasta nosotros.[...]
(...) aun cuando se tan raro "que los hombres vivan bajo la guía de la razón", aun cuando "tan pronto cuanto dejan de padecer dejen también de ser", esa insostenible soledad de los hombres habrá impuesto a la política spinoziana su trágico envite: organizar las cosas "de manera que de la sociedad común de los hombres" nazcan "muchos más beneficios que daños". Pero la beatitud se juega en otro sitio. Allá donde ese zarandeo por las "causas externas", mediante el cual la "casi inconsciencia" de nosotros mismos nos despoja del "verdadero contento del ánima", cede ante una apuesta muy otra:
El sabio..., considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.
NOTA: Este texto es un fragmento editado del epílogo de GABRIEL ALBIAC a la edición de la ÉTICA DEMOSTRADA SEGÚN EL ORDEN GEOMÉTRICO que acaba de publicar la editorial Tecnos.

jueves, febrero 21, 2008

La cuaresma de un ateo

Hace días tuvo lugar un encuentro público, organizado por la Asociación Cultural Charles Peguy, sobre la esperanza y el mayo del 68. Participaban el filósofo Gabriel Albiac, el escritor Jon Juaristi y el editor José Miguel Oriol. Impresionó la capacidad de atracción que genera el pensamiento de Benedicto XVI y la frescura con que la razón purificada de ideologías es capaz de hablar con el lenguaje común de las preocupaciones de nuestro tiempo.
Más allá de los preámbulos sobre la confesión pública de los intervinientes –materialista consecuente en el caso de Albiac, judío confeso de salvación intramundana en el de Juaristi y católico atractivo, por decirlo more hispano, en el de Oriol–, la apreciación común de que el mayo del 68 había supuesto el cierre de una época y el inicio de la confusión de otra fue un magnífico punto de encuentro y de partida entre los participantes.
Albiac sostuvo que con el mayo del 68 se daba por periclitada una época de esperanza intramesiánica, de sacralización de las ideologías inmanentes, de confusión antropológica y de engaño sostenido, sólo mantenido por las teologías de la liberación revestidas de revelación teológica. Para Albiac –un intelectual atrevido, polemizador, sugerente–, la esperanza pertenece al campo de juego de la teología de la trascendencia; no hay más salida, no hay más respuesta que la de la elección entre el materialismo lógico de la positiva realidad o la confesión de la fe en la trascendencia, y ahí se encuentra con el Benedicto XVI de las primeras páginas de la encíclica Spe Salvi, en las que nos describe cómo la fe y la esperanza se identifican en el sentido bíblico. Otras incursiones del pensamiento de Albiac discurrieron por los predios de la discusión, máxime cuando establecía la relación profunda, casi freudiana, entre miedo y esperanza, entre libertad y verdad. La apuesta por la verdad le parecía como una especie de erotismo de gran intensidad, incompatible con el sentido y la sensibilidad del presente.
Si nuestro tiempo es el primero en el que somos masivamente negadores de Dios y de la trascendencia; si la filosofía del laicismo social es el caldo de cultivo adecuado para el ateísmo de vida y de pensamiento; la afirmación cristiana, que lo es siempre de lo fundamental, debe ser una afirmación de Dios en la historia. Para los participantes en la mesa sobre la esperanza y el mayo del 68, lo que pesaba en la gravedad de la existencia es la historia, la encarnación.
Paradójicamente vivimos en un retorno de lo religioso según la moda de la new age, de las nuevas formas de gnosticismo. Es un retorno en clave de percepciones, de ideas consentidas en la levedad del ser. Es un retorno religioso sin mediaciones. Es un período de religión escéptica que nos conduce al estado de postración y estancamiento y a una afirmación religiosa no basada en la teología sino en la narración literaria.
La publicación en español de una entrevista que Benjamín Wilker ha hecho al filósofo Anthony Flew es una muestra más de la afirmación de una esperanza en la razón del hombre y en la posibilidad de un encuentro con Dios. Flew había llenado la historia del pensamiento reciente con argumentos y afirmaciones que negaban la existencia de Dios o, para ser más exactos, la evidencia de Dios. Ahora confiesa que "debo decir que el viaje de mi descubrimiento de lo divino ha sido hasta ahora un peregrinaje de la razón. He seguido el argumento hasta donde me ha conducido".
La apología del ateísmo es hoy una nueva cuaresma de la razón. Michel Onfray, André Compte-Sponville, Richard Dawkins, Robien Le Poidevin por el partido ateo y Anthony Kenny y Daniel Denett por el defensor del agnosticismo son los máximos exponentes de la divulgación de esa ausencia de Dios, de esa inquietud expresa de los ateos en el Occidente secularizado por el revival de la religión.
Varios de ellos se preguntan por la razón que tuvo Dios para crear. No tiene sentido preguntarse por la razón que explica la acción de Dios, ya que la acción de Dios es la razón que lo explica todo. Y ahí aparece Benedicto XVI en su primera encíclica sobre el amor y en su segunda sobre la esperanza. Sólo el amor es digno de fe, y de esperanza. Y no hay otra manera de llegar a la Pascua que pasar por la cuaresma, también por la cuaresma del ateo.