sábado, junio 12, 2010
El 6 a las 6, un poco de libertad.
miércoles, junio 09, 2010
Paul Vunak, que malito...
lunes, junio 07, 2010
Kluge
Gary Marcus -- home page
How much would you pay to have a small memory chip implanted in your brain if that chip would double the capacity of your short-term memory? Or guarantee that you would never again forget a face or a name?
There’s good reason to consider such offers. Although our memories are sometimes spectacular — we are very good at recognizing photos, for example — our memory capacities are often disappointing. Faulty memories have been known to lead to erroneous eyewitness testimony (and false imprisonment), to marital friction (in the form of overlooked anniversaries) and even death (sky divers have been known to forget to pull their ripcords — accounting, by one estimate, for approximately 6 percent of sky-diving fatalities). The dubious dynamics of memory leave us vulnerable to the predations of spin doctors (because a phrase like “death tax” automatically brings to mind a different set of associations than “estate tax”), the pitfalls of stereotyping (in which easily accessible memories wash out less common counterexamples) and what the psychologist Timothy Wilson calls “mental contamination.” To the extent that we frequently can’t separate relevant information from irrelevant information, memory is often the culprit.
All this becomes even more poignant when you compare our memories to those of the average laptop. Whereas it takes the average human child weeks or even months or years to memorize something as simple as a multiplication table, any modern computer can memorize any table in an instant — and never forget it. Why can’t we do the same?
Much of the difference lies in the basic organization of memory. Computers organize everything they store according to physical or logical locations, with each bit stored in a specific place according to some sort of master map, but we have no idea where anything in our brains is stored. We retrieve information not by knowing where it is but by using cues or clues that hint at what we are looking for.
In the best-case situation, this process works well: the particular memory we need just “pops” into our minds, automatically and effortlessly. The catch, however, is that our memories can easily get confused, especially when a given set of cues points to more than one memory. What we remember at any given moment depends heavily on the accidents of which bits of mental flotsam and jetsam happen to be active at that instant. Our mood, our environment, even our posture can all influence our delicate memories. To take but one example, studies suggest that if you learn a word while you happen to be slouching, you’ll be better able to remember that word at a later time if you are slouching than if you happen to be standing upright.
And it’s not just humans. Cue-driven memory with all its idiosyncrasies has been found in just about every creature ever studied, from snails to flies, spiders, rats and monkeys. As a product of evolution, it is what engineers might call a kluge, a system that is clumsy and inelegant but a lot better than nothing.
If we dared, could we use the resources of modern science to improve human memory? Quite possibly, yes. A team of Toronto researchers, for example, has shown how a technique known as deep-brain stimulation can make small but measurable improvements by using electrical stimulation to drive the cue-driven circuits we already have.
But techniques like that can only take us so far. They can make memories more accessible but not necessarily more reliable, and the improvements are most likely to be only incremental. Making our memories both more accessible and more reliable would require something else, perhaps a system modeled on Google, which combines cue-driven promptings similar to human memory with the location-addressability of computers.
However difficult the practicalities, there’s no reason in principle why a future generation of neural prostheticists couldn’t pick up where nature left off, incorporating Google-like master maps into neural implants. This in turn would allow us to search our own memories — not just those on the Web — with something like the efficiency and reliability of a computer search engine.
Would this turn us into computers? Not at all. A neural implant equipped with a master memory map wouldn’t impair our capacity to think, or to feel, to love or to laugh; it wouldn’t change the nature of what we chose to remember; and it wouldn’t necessarily even expand the sheer size of our memory banks. But then again our problem has never been how much information we could store in our memories; it’s always been in getting that information back out — which is precisely where taking a clue from computer memory could help.
Gary Marcus, professor of psychology at New York University, is the author of “Kluge: The Haphazard Construction of the Human Mind.”
martes, junio 01, 2010
Permanecer en la provincia, en Martin H
En 1933 se ofreció a Heidegger por segunda vez una cátedra en la Universidad de Berlín, pero decidió quedarse en la pequeña Friburgo. Para justificar tal decisión escribió el texto cuya traducción ofrecemos. Este artículo de Heidegger apareció en 1934 en una obscura hoja periodística de provincia y no se volvió a publicar hasta los años 60.
En una abrupta cuesta de un amplio y alto valle de la Selva Negra, se levanta un pequeño refugio de esquiadores a 1.150 metros de altura sobre el nivel del mar. Su planta mide de seis a siete metros. El bajo techo recubre tres cuartos: la cocina, el dormitorio y un gabinete de estudio. En el estrecho fondo del valle y en la ladera opuesta, igualmente abrupta, yacen dispersos los cortijos de los campesinos, ámpliamente emplazados, con el gran techo que pende sobre ellos. Cuesta arriba se extienden las praderas y las dehesas hasta el bosque con sus viejos, enhiestos y oscuros abetos. Todo lo domina un claro cielo soleado en cuyo resplandeciente espacio dos azores se elevan trazando círculos.
Éste es mi mundo de trabajo visto con los ojos mirones del huésped o del veraneante. Yo mismo nunca miro realmente el paisaje. Siento su transformación contínua, de día y de noche, en el gran ir i venir de las estaciones. La pesadez de la montaña y la dureza de la roca primitiva, el contenido crecer de los abetos, la gala luminosa y sencilla de los prados florecientes, el murmullo del arroyo de la montaña en la vasta noche del otoño, la austera sencillez de los llanos totalmente recubiertos de nieve, todo esto se apiña y se agolpa y vibra allá arriba a través de la existencia diaria. Y, nuevamente, esto no ocurre en los instantes deseados de una sumesión gozosa o de una compenetración artificial, sino, solamente, cuando la propia existencia se encuentra en su trabajo. Sólo el trabajo abre el ámbito de la realidad de la montaña. La marcha del trabajo permanece hundida en el acontecer del paisaje.
Cuando en la profunda noche del invierno una bronca tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno del albergue y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la filosofía. Su preguntar debe entonces tornarse sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta.
Y el trabajo filosófico no transcurre cual la apartada ocupación de un extravagante, sino que tiene una íntima relación con el trabajo de los campesinos. Mi trabajo se asemeja al del joven campesino cuando sube la pendiente remolcando el trineo de la montaña y luego, una vez bien cargado con leños de aya, lo dirije a su cortijo en peligroso descenso; al del pastor cuando con su andar lentamente meditabundo arrea su ganado pendiente arriba; al del campesino cuando en su cuarto dispone en forma adecuada las innumerables tablillas para su techo. Allí arraiga su inmediata pertenencia a los campesinos.
El hombre de la ciudad piensa que "se mezcla con el pueblo" tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino. Por las tardes, cuando durante la pausa del trabajo me siento con los campesinos en torno de la estufa o en la mesa junto al rincón donde está la imagen del Señor, casi nunca hablamos. En silencio fumamos nuestras pipas. Entretanto quizá cruza una palabra. Que el trabajo se termina en el bosque, que en la noche anterior se metió una marta en el gallinero, que posiblemente mañana una vaca parirá, que el campesino Oehmi ha tenido un ataque, que el tiempo pronto "se muda". La íntima pertenencia del propio trabajo a la Selva Negra y a sus moradores viene de un centenario arraigo suabo-alemán a la tierra que nada puede reemplazar.
Al hombre de la ciudad una estadía en el campo, como se dice, a lo más, lo "estimula". Pero la totalidad de mi trabajo está sostenida y guiada por el mundo de estas montañas y sus campesinos. Ahora, mi trabajo allá arriba se ve interrumpido a menudo por largo tiempo debido a gestiones, viajes para dictar conferencias, discusiones y la actividad docente aquí abajo. Pero tan pronto retorno arriba se aglomera, ya desde las primeras horas de estadía en el albergue, todo el mundo de las antiguas preguntas y, por cierto, en el mismo cuño con que las dejé.
Sencillamente, soy trasladado al ritmo propio del trabajo y, en el fondo, no domino en ningún caso su ley oculta. Los hombres de la ciudad se maravillan a menudo de este largo y monótono quedarse solo entre los campesinos y las montañas. Sin embargo esto no es ningún mero quedarse solo; pero sí soledad. En verdad en las grandes ciudades el hombre puede quedarse solo como apenas le es posible en ninguna otra parte. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia que no nos aísla, sino que arroja la existencia humana total en la extensa vecindad de todas las cosas.
Es posible convertirse en una "celebridad" en un santiamén mediante los periódicos y revistas. Éste es siempre, por cierto, el camino más seguro por el que el querer más auténtico sucumbe al malentendido y llega al olvido profunda y rápidamente.
Por el contrario, la memoria campesina tiene su fidelidad sencilla, segura e incesable. Hace poco le llegó la hora de la muerte a una campesina allá arriba. Ella conversaba conmigo a menudo y de buena gana, y me enseñaba viejas historias del pueblo. En su lenguaje enérgico y lleno de imágenes conservaba todavía muchas palabras viejas y diversas sentencias que habían llegado a ser ininteligibles para los actuales jóvenes del pueblo y, así, han desaparecido del lenguaje vivo. Todavía el año pasado, cuando yo vivía solo semanas enteras en el refugio, esta campesina con sus 83 años, subía a menudo la abrupta cuesta que conduce a él. Quería ver, como decía, si yo todavía estaba allí y si no me había robado de improviso "algún duende". La noche que murió la pasó conversando con sus parientes y, hora y media antes de su fin, envió todavía un saludo al "señor profesor". Tal recuerdo vale incomparablemente más que el más hábil "reportaje" de un periódico de circulación mundial sobre mi pretendida filosofía.
El mundo de la ciudad está en peligro de sucumbir a una falsa creencia corruptora. Una impertinencia muy ruidosa y muy activa y muy delicada parece, a menudo, preocuparse por el mudo y la existencia del campesino. Pero con ello se niega precisamente lo que ahora sólo hace falta: mantener la distancia de la existencia campesina; abandonarla -ahora más que nunca- a su propia ley; ¡fuera las manos!, para no arrastrarla en una falsa habladuría de literatos sobre lo popular y el amor a la tierra. El campesino ni quiere ni necesita en ningún caso esta exagerada amabilidad ciudadana. Lo que ciertamente necesita y quiere es el tacto reservado respecto a su propio ser y a su independencia. Pero muchos de los procedentes de la gran ciudad y de los transeúntes -y no en último término los esquiadores- se comportan a menudo en el pueblo o en la casa del campesino como si se "divirtieran" en sus salones de recreo de la gran ciudad. Tal ajetreo destruye en una noche más de lo que puede fomentar jamás un adocenamiento científico de varios decenios sobre lo popular y las costumbres y usos del pueblo.
Dejemos toda intimidación condescendiente y todo falso culto de lo popular; aprendamos a tomar en serio allá arriba aquella existencia sencilla y dura. Sólo entonces nos podrá volver a decir algo.
Hace poco recibí la segunda llamada de la Universidad de Berlín. En una ocasión semejante me retiro de la ciudad a mi refugio. Escucho lo que dicen las montañas, los bosques y los cortijos. En esto vengo a donde mi viejo amigo, un campesino de 73 años. En los periódicos ha leído sobre el llamado a Berlín. ¿Qué irá a decir? Lentamente desliza la segura mirada de sus claros ojos en los míos, mantiene los labios fuertemente apretados, me coloca su mano fielmente circunspecta sobre el hombro y sacude su cabeza en forma apenas perceptible. Esto quiere decir: ¡irrevocablemente no!
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lunes, mayo 03, 2010
Lolo en bici y en el teatro
domingo, mayo 02, 2010
Bloom, lecciones de ensayo. ABC
MICHEL DE MONTAIGNE (1533-1592) Hasta el advenimiento de Shakespeare, Montaigne es la gran figura del Renacimiento europeo, comparable en poder cognitivo y en influencia a Freud, en nuestros días. [...]
La crítica literaria del siglo XVI, dado que se inscribe en lo que bien podría llamarse manifiesto humanista, requiere que la lectura se haga desde un cierto espíritu de «desidealización» afectuosa. Los principales escritores del siglo se encargaron, ellos mismos, de la «desidealización», y si dicha actividad puede considerarse crítica (como en efecto se considera), entonces Montaigne se convierte en el gran crítico del Primer Renacimiento [...]. Decir que los Ensayos de Montaigne son una inmensa obra de crítica literaria es un juicio meramente revisionista, pero sólo en un sentido: ahora creemos que Sigmund Freud, que murió en 1939, parecía ser en 1987 el crítico más importante del siglo XX. La defensa que Montaigne hace del yo es también un análisis del yo y Montaigne parece ser ahora el predecesor no sólo de Emerson y Nietzsche, que reconocieron su valía, sino también de Freud, que no lo hizo. [...]
BLAISE PASCAL (1623-1662) Pascal nunca pierde su capacidad de ofender y, al mismo tiempo, de edificar. [...]
Pascal es, en esencia, un polemista, más que un escritor religioso o meditativo. Sus Pensées no son, en definitiva, menos tendenciosos que las Cartas provinciales. Un polemista cristiano de nuestro tiempo debería buscar a su auténtico antagonista en Freud, pero ninguno lo hace: o bien ignoran a Freud, o bien tratan de apropiarse de él. El Freud de Pascal fue Montaigne, al que no se podía ni evitar ni asumir, y que apenas puede ser refutado. [...]
Lo que resulta perturbador es que Pascal no huye de Montaigne ni lo enmienda: simplemente, lo repite, tal vez inconsciente de su sometimiento hacia el escéptico precursor. Y como el tono de Pascal es polémico, y el de Montaigne es de reflexión y especulación, el margen retórico es diferente. Pascal enfatiza la acción moral, mientras Montaigne se centra en el ser moral. [...]
SAMUEL JOHNSON (1709-1784) El doctor Samuel Johnson es, a juicio de muchos (incluido yo mismo), el mayor crítico de la variopinta Historia de la cultura literaria occidental. En la tradición angloamericana, el único rival que le iguala parece ser William Hazlitt, que tiene algo de la energía, el intelecto y el conocimiento de Johnson, pero carece del amplio abanico de cualidades humanas que tiene Johnson y, simplemente, no es tan sabio. Johnson nos muestra que la crítica, como arte literaria, se vincula al antiguo género de los escritos sapienciales [...].
Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano y no de la corrección, o incorrección, de alguna teoría o praxis. [...]
Johnson, el más grande de los críticos, puede enseñarnos a todos nosotros que la esencia de la poesía es la invención. La invención es el impulso que activa el significado, y Johnson demuestra, de forma implícita, que Shakespeare, incluso más que Homero o que la Biblia, es el autor que más abunda en invención original. [...]
JEAN-JACQUES ROUSSEAU (1712-1778) Van den Berg atribuye a Emilio la invención del tropo de la «maduración» psíquica, asignando a Rousseau la autoría de la adolescencia como tal. Este puede ser, en parte, un irónico tributo de Van den Berg, pero a mí me parece acertado. Antes de Rousseau, ¿dónde encontramos representaciones de la adolescencia? [...]
El gran Rousseau [...] era simplemente un monstruo sagrado, especialmente pernicioso para las mujeres. En cuanto al poder literario de la representación de sí mismo, por la originalidad de su sensibilidad y por la fuerza de la influencia que tuvieron sobre todo lo que vino después, las Confesiones escapan a la comparación con cualquiera de sus posibles rivales de la literatura del siglo XVIII, independientemente de lo que cualquiera de nosotros piense de Rousseau como individuo. [...]
RALPH WALDO EMERSON (1803-1882) Emerson es un crítico experimental, y un ensayista, pero no es un filósofo trascendental. Nunca está de más reafirmar esta verdad obvia y, tal vez, es más necesario que nunca ahora que la crítica literaria está influida en exceso por los franceses, herederos de la tradición alemana de la filosofía trascendental o idealista. Emerson es la mente de nuestro clima, la principal fuente del toque americano en poesía, crítica y postfilosofía pragmática. Esta verdad es menos obvia, pero también es necesario reafirmarla, ahora y siempre. Emerson, en modo alguno el mejor escritor americano, tal vez mejor orador que escritor, es el teórico inevitable de toda la literatura americana posterior a él. Desde su tiempo al nuestro, los autores americanos han seguido su estela, o bien la contraestela que se originó en oposición a él. [...]
FRIEDRICH NIETZSCHE (1844-1900) Origen y propósito deben mantenerse separados, en aras de la vida. Esta firme exhortación constituye el centro de la obra de Nietzsche. Pero ¿pueden de verdad mantenerse separados durante mucho tiempo, en la psicología de cualquier individuo? El punto fuerte de Nietszche es su conocimiento de la psicología; pero lo que él nos pide es, en definitiva, algo que no nos exigiría ningún psicólogo, pues el retorno cíclico del objetivo, o el propósito, al origen, es algo que no puede dejarse de lado, una lección oscura que ya nos enseñaron poetas y especuladores a lo largo de la Historia. Los comienzos suelen tener algo más que prestigio: albergan la ilusión perpetua de la libertad, aunque invadir esa ilusión tenga como consecuencia la muerte.
La enseñanza más importante que obtengo de Nietzsche, cada vez que lo leo, es que el auténtico significado es doloroso y el dolor mismo es el significado. Entre el dolor y el significado se sitúa el recuerdo, un recuerdo de dolor que se convierte en un significado memorable [...].
SIGMUND FREUD (1856-1939) [...] un sueño, por elaborado que sea, no es más que un sustituto de un texto más real, un sustituto interpretativo en realidad y, por lo tanto, especialmente sospechoso.
En la visión freudiana, un sueño es un texto postergado, un comentario inadecuado a un poema que falta. Su argumento es, seguramente, irrelevante: lo que importa es algún elemento que sobresale, alguna imagen que resulta difícil de asociar al texto. Y en este sentido, Freud es el padre legítimo de Lacan y Derrida, con sus deconstrucciones del impulso, excepto en que él, Freud, les hubiera instado a ahondar en los abismos del sueño y no en sus propios textos. [...]
Los sueños, como el psicoanálisis, parodian y simplifican los poemas, si seguimos a Freud al tratar los sueños en términos de su contenido latente, o «significado». Pero los sueños, en su contenido manifiesto, en su argumento y en su imaginería, comparten los elementos poéticos que tienden a desafiar la simplificación y el reduccionismo.
Freud deseaba y necesitaba esta simplificación, porque su búsqueda era científica y terapéutica. Como terapeuta adivinador de sueños está más allá de toda comparación, antigua o moderna, aún más a pesar de su exceso de confianza interpretativa. [...]
ALDOUS HUXLEY (1894-1963) No se puede decir que Aldous Huxley consiguiera llegar a un lugar eminente en el que se haya mantenido, ni como novelista ni como guía espiritual. Sus mejores novelas fueron Danza de sátiros y Contrapunto, que yo disfruté en mi juventud, pero que ahora considero obras de su tiempo, si bien muy elaboradas. Su obra de ficción más famosa, Un mundo feliz, apenas resiste una relectura: su metáfora básica, en la que Henry Ford sustituye a Jesucristo, parece ahora forzada, incluso ingenua. La gran obra de Huxley son sus Ensayos, que incluyen ejemplos soberbios, como «Wordsworth en los trópicos», «La tragedia y toda la verdad» y «Música en la noche». [...]
Los nuevos tiempos siempre están abocados a convertirse en viejos tiempos, y la espiritualidad huxleiana ahora nos parece anticuada. Aldous Huxley era extraordinario como ensayista, pero no como novelista. Y tampoco era un sabio.
JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980) El triunfo de Sartre comenzó en 1938, con su primera novela, La náusea. Pero en la actualidad, ¿qué queda de Sartre? Las modas pasan, y el Existencialismo ya no es más que un recuerdo borroso. Las novelas de Sartre, con la posible excepción de La náusea, ya no se leen. Mejor dramaturgo que narrador, sus obras de teatro aún tienen vida: A puerta cerrada se sigue representando, con cierto éxito.
Como pensador político y como moralista Sartre tuvo en tiempos una enorme repercusión, pero aquella supremacía ha decaído. ¿No fue, después de todo, una buena obra de su época, de gran éxito en los años cincuenta y principios de los sesenta, que dejó de ser relevante con el advenimiento de la Contracultura, entre 1967 y 1970?
[...] No hay mucho en la narrativa de Sartre que pueda resistir una comparación con Dostoievsky, con Conrad o Faulkner. Sartre siempre sabe demasiado bien lo que hace, y sus personajes nunca se alejan de él. En este sentido es como Camus, su amigo y rival, que escribió ensayos morales y los llamó «ficción». [...]
No se puede comparar a Sartre con Molière o Racine; él no era un gran dramaturgo. Tal vez debió dedicarse antes a la biografía literaria y a la autobiografía, pero su deseo de alterar las vidas de sus lectores era demasiado fuerte. La suya será sólo una supervivencia parcial, pero Las palabras bastará, por sí misma, para que le recordemos mientras pasamos a otra era.
ALBERT CAMUS (1913-1960) La auténtica influencia que se ve en El extranjero es, a mi juicio, la del Moby-Dick de Melville: Camus sustituye la blancura de la ballena por la del sol. Y Mersault no es un buscador, no es Ahab; Ahab no le hubiera dejado subir a bordo del Pequod. Pero el cosmos de El extranjero es en esencia el cosmos de Moby-Dick, aunque en muchos de sus aspectos externos el de Meursault se haya formado en el terror. [...]
Cuarenta años después de su publicación, La peste (1947) de Camus ha adquirido una especial intensidad en esta era de la nueva peste, de ambigua denominación, que es el SIDA. La peste es una novela tendenciosa, más parcial incluso que El extranjero. Un autor requiere una enorme exuberancia para sostener esa parcialidad; Dostoievsky la tenía, pero Camus no. O bien es un maestro de la evasión, como Kafka, que puede evadirse de sus propias compulsiones, pero Camus es demasiado fácil de interpretar. La comparación más oscura sería con Beckett, cuya trilogía de Molloy, Malone muere y El innombrable contiene ese aire de amenaza y de angustia, metafísica y psicológica, que deja en nada a La peste. [...]
Camus fue un admirable, aunque confundido, moralista, y el heredero legítimo de una larga tradición de lucidez racional. No escribió un Cándido, ni siquiera un Zadig, no consigo recordar ni siquiera un momento de humor en toda su ficción. El extranjero y La peste, como el resto de sus novelas, son grandes obras de su tiempo, reflejo crucial de la moral y las preocupaciones de Francia y de Occidente en los años 40, antes y después de la Liberación de los nazis, poderosas representaciones de una era que tienen su propio uso y justificación, y ofrecen valores que no son estéticos en sí mismos.
De la crítica a la caña por Juan Malpartida.
Este volumen de Harold Bloom reúne diversos ensayos sobre profetas y ensayistas. Aunque el subtítulo reza como El canon del ensayo, no lo es ni lo pretende. De canónico tiene la obsesión de Bloom, ya muy conocida por sus lectores, de jerarquizar y medir. Consiste en textos de distintas épocas a los que el autor ha querido dar alguna unidad, especialmente cronológica. Él mismo dice en una página introductoria que es difícil vincular a un ensayista con otro, «aunque Sartre y Camus eran amigos, hasta que discutieron». Se le cae a uno el alma a los pies al leer una frase así viniendo de un hombre de su cultura. La amistad o enemistad importa en lo biográfico, pero es evidente que ambos escritores son vinculables, al menos en cuanto a las actitudes intelectuales que mantuvieron ante la Historia.
Poética del fragmento. Además de Huxley y Freud, no hay más ensayistas pertenecientes al siglo XX. Por cierto, a Sartre le dedica tres páginas, y no precisamente a sus ensayos, y algunas más a Camus, pero para considerar algo de su narrativa. ¿Cómo justifica esto? Tampoco parece muy acertado que en el capítulo sobre Freud discuta con el libro de Charles Rycroft The Innocence of Dreams.
El mundo de los ensayistas lo empieza con Montaigne. Se deja llevar por su temperamento al recordarnos que el autor de los Ensayos reconoció sólo a dos maestros, Plutarco y Cicerón. No ignora que la mímesis de nuestro primer ensayista tiene el valor de convertirse en una poética del fragmento, además de tomar su propia vida como modelo de observación, opuesto a la idealización que el humanismo había infligido al sujeto.
Hermosa defensa. Hay una observación que revela su modernidad: al igual que Shakesperare, Montaigne «cambia porque escucha lo que él mismo ha dicho». Cervantes, cercano, le parece, igual que a Auerbach, un optimista, y poco problemático en su retrato de la vida cotidiana. Pero yo creía que una de las cosas que nos enseñó Cervantes fue el conflicto con la realidad. Bloom no descubre nada nuevo al señalar la enorme influencia de Montaigne sobre Pascal, y, como hombre religioso, sitúa a éste en la esfera de lo cordial.
Samuel Johnson: «El crítico más grande de la tradición occidental». Bueno, hombre. Su único «rival»: Haz- litt. Creo que Sainte-Beuve le debe de parecer poca cosa, o Baudelaire. Pero en estas páginas hay una hermosa defensa del crítico: «Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano».
Invención de sí mismo. La tradición francesa más o menos reciente ha abogado por la objetividad crítica, y Bloom, apoyado en Johnson, es un defensor de la «subjetividad crítica», concepto valioso que roza lo ambiguo. Además, ve en él al gran lector de Shakesperare. Johnson nos muestra que Shakesperare, con mayor fuerza que los metafísicos y los moralistas barrocos, «inventó nuestra psicología». En cuanto al Johnson de Boswell, Bloom prefiere al que se deduce de su propia obra (porque Johnson es, sobre todo, una «invención de sí mismo»), pero considera que la de Boswell es la mejor biografía que se ha escrito en lengua inglesa.
Entre Montaigne y Freud, el puente es Rousseau en las Confesiones, pero ¿no es un error pensar que Hazlitt es el mejor intérprete del filósofo francés? ¿Y qué ocurre con Starobinski? Enamorado de los poetas, dramaturgos y novelistas, Bloom no perdona a los críticos que idealizan el texto, porque valora la dimensión creativa, fundante, de lo poético y prefiere a los críticos no ideológicos: ni a los norteamericanos apegados a los social studies ni a los europeos que, apoyados en la erudición o las ciencias humanas, hacen de la obra un pretexto para sus elucubraciones. Por eso le gusta Hazlitt, porque es lo opuesto. Aconsejo leer las largas citas que hace de este autor.
Todos los hombres. Emerson: no hay Historia, sólo biografía, con lo cual habría que conocer, a lo Unamuno, a todos los hombres. Claro que el maravilloso Emerson tenía una enorme idea de sí mismo. Ruskin (crítico y profeta) y Shelley, escritores atrapados por la obra de Wordsworth. El trabajo sobre Nietzsche es muy parcial, pero gira sobre la idea del dolor como significado profundo de su obra. Sin embargo, el autor de Más allá del bien y del mal creo que apostó, trágicamente, por la vivacidad. Nos habla de Du Bois, pero no del penetrante crítico francés sino del activista a favor de los negros. El apartado sobre Huxley es tan innecesario como parcial, pero recomiendo el dedicado a Scholem y la Cábala.
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Que nos inventen ellos, en ABC, de Rafael Reig
Siempre he dicho que un novelista no necesita imaginación, sino cuñados (o imaginación para lo real). Sin embargo, hay tres cosas que no tiene más remedio que inventarse: a sí mismo, su tradición literaria y a sus lectores. Para escribir hay que crear una voz narrativa y convertirse en otro. Es indispensable desaparecer: por eso toda obra es póstuma. Escribir es también una forma de leer la tradición, de elegirla y proponer una nueva Historia de la literatura. Y, por último, toda novela original necesita inventarse a sus propios lectores, puesto que reclama una nueva forma de leer. La fuerza, pongamos, de Faulkner no está sólo en que escribe de una manera diferente, sino sobre todo en que nos enseña a leer de una manera diferente. Leer a uno de los grandes es como aprender una lengua extranjera, nos convierte en lectores distintos (y por lo general mejores). Leer después a un autor menor no cuesta ningún esfuerzo: ya conocemos esa gramática. En mi juventud era corriente ser bilingüe: leíamos con la misma admiración a Borges y a Cortázar. Nos provocaba la misma sorpresa El Aleph que las Historias de cronopios y de famas, y la misma incrédula y entusiasta pregunta: Ah, pero ¿esto valía? ¿Se puede escribir así? ¿Aceptamos a Borges como narrador y pulpo como animal de compañía? Es el mismo estupor que dice García Márquez que sintió al leer a Kafka: ¡Pero si así contaba las cosas mi abuela! ¡Yo no sabía que esto se podía hacer, que valía! Pedantería y papanatismo. Borges inventó una legión de lectores (y no pocos autores sucedáneos), pero no sé si muchos habrán logrado sobrevivir a la epidemia de pedantería y papanatismo que nos asola. Por ejemplo, hace poco leí en un suplemento dominical que ahora hay restaurantes en los que se come en la más absoluta oscuridad, para saborear los alimentos sin reconocerlos de antemano ni dejarse influir por su aspecto. ¿De qué me sonaba eso? Fui a la biblioteca más cercana y, aunque cada vez tienen menos libros (y más tonterías, a las que llaman multimedia), encontré las Crónicas de Bustos Domecq, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Allí estaba, en efecto, en una (falsa) crónica sobre gastronomía donde se relata cómo se le ocurrió la idea al genial (aunque inventado) chef Darracq, que «con la seguridad que el genio otorga, ejecuta el acto somero que lo fijará para siempre en la más angulosa y alta cúspide de la cocina. Apaga la luz. Queda así inaugurado, en aquel instante, el primer tenebrarium». Borges y Bioy ya habían inventado, a finales de los sesenta, los tenebrarium: alta cocina a oscuras. Sí, pero ¡ellos lo hacían de broma! Ahora estas pamplinas se hacen en serio y de buena fe. En este libro, Bustos Domecq (el detective de Bioy y Borges) escribe sobre arte y eso que ahora se llama «tendencias». Cada crónica parodia un estilo periodístico, desde la entrevista a la crítica literaria. Hay arquitectura (edificios tan funcionales que resulta imposible vivir en ellos), pintura (cuadros borrados y después pintados por encima de negro, y que se venden a precios de escándalo), lo que ahora se llaman «propuestas» (un artista que firma el «espacio» entre dos calles), poderosas nuevas tecnologías («la máquina descansa y el hombre, retemplado, trabaja») y espectaculares avances médicos (la inmortalidad, ni más ni menos, aunque eso sí: convertidos en piezas de mobiliario). Lengua extranjera. En resumen: el libro, de 1967, trata (en broma) más o menos los mismos asuntos de los que cualquier suplemento dominical contemporáneo habla completamente en serio. Es una pequeña, casi imperceptible diferencia: la ironía (visionaria, por cierto). En 1967 la ironía se percibía de inmediato. Un ejemplo: el libro está dedicado «A esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce y Le Corbusier». Ahora, tras tantos (y tan acerbos) años de corrección política, tras tanto «buenismo» timorato y tras tanta defensa del sagrado derecho de llamarse a agravio, ¿quedará algún lector que pueda disfrutar un texto irónico? ¿Alguno todavía capaz de reírse de sí mismo? Borges y Bioy siguen siendo un excelente manual de esa lengua extranjera: al leerlos nos inventan como lectores irónicos, tolerantes y un punto maliciosos. Tal y como (a veces) nos gustaría ser.
lunes, abril 26, 2010
Contact Title Sequence Remake take 2.0
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Conozco hoy esto freak de la Red Mundial de Triangulos
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domingo, abril 25, 2010
Videos de Maria
Viejo y mierdoso
Salida a las 9:00.
Estirando delante de la Biblioteca Nacional. Dentro, los rojos no dejan.
Lo cuento como una parte buena de un CV largo, pero en realidad es una puta mierda.
Dieta y control con unos resultados bien mediocres. De viejo.
Dieta y control con unos resultados bien mediocres. De viejo.
Hoy en los 10K, la Maratón de Madrid, 54:45.
23 de Abril, 41:01.
22 de Abril, 43:03.
18 de Abril, 23:34.
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miércoles, abril 21, 2010
Maruja Torres, la intelectual
- "El alma del Partido Popular es tortuosa, astuta y ladina
- El cuento del dragón Garrzón
- "Al Papa le tengo ganas"
- "Habría que abofetear a quienes pusieron en el poder" a Berlusconi
- "¿Por qué tenemos una oposición tan tonta?"
- "Deberían sedar" a Aguirre en el hospital de Leganés
- Tan amenazada por el PP como por ETA
- Los votantes del PP: "Hijos de puta"
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Ultimo relevo: muere Samaranch.
El Libro Negro del Comunismo, para los que llevan camisetas del Che
Revel, Jean-François - El conocimiento inútil
Albert Esplugas, en su peich bien buena, escribe:
El Mises Institute ha puesto a la venta en su tienda una obra impresindible: El Libro Negro del Comunismo ($43). A lo largo de sus 900 páginas el Libro Negro repasa los crímenes cometidos por los distintos regímenes comunistas alrededor del mundo en el siglo XX, desde la Rusia soviética a la China de Mao, pasando por Europa del Este, Camboya, Vietnam, Laos, Corea del Norte, Cuba o Etiopía. El riguroso cómputo de víctimas y la detallada y aséptica descripción del terror comunista es apabullante y no deja al lector indiferente. La represión, las ejecuciones sin juicio, las hambrunas como arma política, las deportaciones, los trabajos forzosos, la "reeducación" de los "aburguesados"... arrojan un saldo espeluznante que lleva al editor de la obra a comparar en la introducción el nazismo con el comunismo y a concluir que el segundo es, en caso de que tenga sentido hacer estas comparaciones macabras, más genocida que el primero.
El Libro Negro estima la magnitud de la tragedia en 94 millones de víctimas en todo el mundo, y esta cifra no incluye el "exceso de muertes" (reducción de la población) asociado a una mayor mortalidad y a un descenso de la natalidad imputables al comunismo. El libro no considera la hecatombe económica que suposo la planificación central de la economía, ni el sufrimiento en términos de restricciones a las libertades personales. Su objeto de estudio es la represión de signo político y civil en su aspecto más crudo, la clase de crímenes que son políticamente injustificables hoy en día. Los impuestos y nacionalizaciones son un crimen defendible en el ámbito académico, el asesinato de millones de personas por motivos políticos o ideológicos no. El Libro Negro del Comunismo deslegitima el comunismo por sus pecados menos abstractos (el terror y la represión), pero no es toda ni la mitad de la historia. El que quede abrumado con esta mitad, que piense además en la otra.
El libro está sólidamente documentado y echa mano de los archivos soviéticos disponibles tras la caída del muro. Cada capítulo, dedicado a una región concreta, está escrito por un historiador distinto especializado en esa región. Es remarcable que la mayoría de los autores del Libro Negro provienen de la izquierda, varios de ellos de la izquierda radical, y no la han abandonado, lo cual les hace poco sospechosos de sesgo derechista.
Devoré este libro hace seis años o siete años, antes de tener plena conciencia de liberal (aunque para entonces ya era firmemente anti-comunista). Es uno de mis libros de cabecera y siempre que veo a todos estos chavales (y no tan chavales) con la camiseta del Che pienso cuánta falta les hace leerlo. A lo mejor entonces se darían cuenta de que llevar al Che en una camiseta es como llevar el rostro de Hitler, que levantar el puño es como extender el brazo y la palma, y que la hoz y el martillo son como la cruz gamada. Me parece inaudito que aún haya partidos que se declaren comunistas sin avergonzarse o que todavía excusen a los comunistas del pasado. No hace ni 20 años que la mayoría de intelectuales de izquierda y los partidos comunistas occidentales salían en defensa de la Unión Soviética, en algunos países excomunistas los propios criminales y valedores de la represión se han "democratizado" y ocupan cargos de poder. No en vano cuando esta obra salió publicada en Francia en 1997 causó un enorme revuelo en los círculos intelectuales y políticos. Tengo entendido que Jean-François Revel habla de esta polémica en los primeros capítulos de La Gran Mascarada (¿alguno de vosotros puede confirmármelo y sabe cómo puedo hacerme con un ejemplar de la obra en castellano? La edición parece estar agotada).
- Aportación mia: Sigue la Gran Mascarada sin edición y el Libro Negro se va a reeditar en estos días
1. Introducción: Los crímenes del comunismo - Stéphane Courtois
2. Un estado contra su pueblo
3. Violencias, terrores y represiones en la Unión Soviética - Nicolas Werth
4. Revolución mundial, guerra civil y terror
5. La Komitern en acción - Stéphane Courtois y Jean-Louis Panné
6. La sombra del NKVD proyectada en España - Stéphane Courtois y Jean-Louis Panné
7. Comunismo y terrorismo - Rémi Kauffer
8. La otra Europa víctima del comunismo
9. Polonia, la «nación-enemigo» - Andrzej Paczkowski
10. Europa central y del sureste - Karel Bartosek
11. Comunismos de Asia: entre la «reeducación» y la matanza
12. China: una larga marcha hacia la noche - Jean-Louis Margolin
13. Corea del Norte, Vietnam, Laos: la semilla del dragón - Jean-Louis Margolin e Pierre Rigoulot
14. Camboya: en el país del crimen desconcertante - Jean-Louis Margolin
15. El tercer mundo
16. América Latina, campo de pruebas de todos los comunismos - Pascal Fontaine
17. Afrocomunismos: Etiopía, Angola y Mozambique - Yves Santamaria
18. El comunismo en Afganistán - Sylvain Boulouque
19. ¿Por qué? - Stéphane Courtois
Lenin dixit (y no lo olvideis nunca): "Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo (...) Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y millares de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede apoyarnos, o, más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales Cien Negros y de pequeño-burgueses reaccionarios... Podemos así proporcionarnos un tesoro de varios centenares de millones de rublos-oro (¡soñad en las riquezas de ciertos monasterios!). (...) Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas en relación con nosotros... También, llego a la conclusión categórica de que es el momento de aplastar a los Cien Negros clericales de la manera más decisiva y despiadada, con tal brutalidad que se recuerde durante décadas. (...) cuanto más elevado sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria pasados por las armas, mejor será para nosotros. Debemos dar inmediatamente una lección a todas esas gentes, de tal manera que no sueñen ya en ninguna resistencia durante décadas...".
martes, abril 20, 2010
Ciudad de vida y muerte
Impresionante.
domingo, abril 18, 2010
Principio de Pareto
Conocido como la regla del 80-20.
viernes, abril 16, 2010
Lolo & Maria & 3D
jueves, abril 15, 2010
Preceptos de la gestalt. Claudio Naranjo.
- Vive ahora, es decir, preocúpate del presente más que del pasado o el futuro.
- Vive aquí, es decir, relaciónate más con lo presente que con lo ausente.
- Deja de imaginar: experimenta lo real.
- Abandona los pensamientos innecesarios; más bien siente y observa.
- Prefiere expresar antes que manipular, explicar, justificar o juzgar.
- Entrégate al desagrado y al dolor tal como al placer; no restrinjas tu percatarte.
- No aceptes ningún otro debería o tendría más que el tuyo propio
- Responsabilízate plenamente de tus acciones, sentimientos y pensamientos.
- Acepta ser como eres.
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