Mostrando entradas con la etiqueta crítica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta crítica. Mostrar todas las entradas

jueves, junio 02, 2011

Leonard Cohen segun AINHOA SÁENZ DE ZAITEGUI

Parece una persona corriente. No es una estrella. Tiene algo de Clint Eastwood (lo tierno) y de Patti Smith (lo duro). Aires de filósoso francés postmoderno. Da la impresión de estar permanentemente roto. Escribe. Básicamente, escribe. El qué es lo de menos. Empezó por la poesía, como los héroes: Comparemos mitologías nació 22 años después que él, en 1956. Luego vinieron ocho o doce más: no es sencillo contar sus versos. Los hay bastante ortodoxos, casi normales, a pesar de llamarse Flores para Hitler (1964) o La energía de los esclavos (1972). Otros son más elusivos, al interactuar con las artes visuales (Libro del anhelo, 2006) o con la música. De hecho, su mejor poema es una canción. En Hallelujahcoinciden todos los hombres que él es: el poeta, el profeta, el rapsoda, el hombre que eclipsó a Handel. El místico. Su escritura es siempre palimpsesto de la Escritura: inmersión en el imaginario universal, no importa el credo, judío, cristiano, budista, todos, uno. Concibe la creación como la Creación: si los pitagóricos creían que la materia era numérica, si Yahvé inventó el mundo diciéndolo, él forja lo humano cantándolo, con o sin música. Para entender cuál es su religión, lo mejor es leer a Whitman. También su fe es el hombre. Cada poema, un templo. La construcción de su poesía se basa en las ruinas: es un discurso inacabado, siempre derrumbado. Las palabras esconden más de lo que comunican, abriendo monstruosos abismos en el texto y en nuestra mente. Surgen voces de no se sabe dónde, hombres y mujeres entran y salen de escena sin razón aparente, la narración es un silencio sólo aliviado por las vigas maestras, los puntos de anclaje: las ideas. Para contar la Historia, hay que callar la historia. Se considera un redactor de salmos, oraciones, apocalipsis. No es poeta para agradar, entretener, ser mediático. Es poeta porque puede. Asume que (como dice Spiderman) un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Evita manipularnos mostrándonos las piezas, no el puzzle. En sus versos se exhiben trozos de vida, pedazos de mundo, tragedias shakespearianas interrumpidas por anuncios de la tele. Leerle es un proceso de reconstrucción perpetua. Las combinaciones posibles se miden en cifras borgesianas: somos absolutamente libres de interpretarle o malinterpretarle a nuestro antojo. No podemos equivocarnos. Su complejidad nos salva de nuestra simpleza. Es un mito. Un ídolo. No tiene edad (77 años). No tiene patria (Canadá). Parece impermeable a su propia inmortalidad. Enseña que la poesía se escribe en vinilo, se escucha en el iPod. Nos ha redimido para siempre de nuestra manía de distinguir entre literatura y no literatura, ficción y realidad. Si uno pasa demasiado tiempo leyendo su poesía, acaba por sentirse un personaje, una voz de su poesía. Y al cerrar el libro y salir a la calle y disponerse a vivir, se da cuenta de que el libro sigue ahí, en la calle, en la vida, abierto de par en par. En España acaban de darle un premio. Es Leonard Cohen.



EL CULTURAL: 01/06/2011

domingo, mayo 02, 2010

Bloom, lecciones de ensayo. ABC




MICHEL DE MONTAIGNE (1533-1592) Hasta el advenimiento de Shakespeare, Montaigne es la gran figura del Renacimiento europeo, comparable en poder cognitivo y en influencia a Freud, en nuestros días. [...]
La crítica literaria del siglo XVI, dado que se inscribe en lo que bien podría llamarse manifiesto humanista, requiere que la lectura se haga desde un cierto espíritu de «desidealización» afectuosa. Los principales escritores del siglo se encargaron, ellos mismos, de la «desidealización», y si dicha actividad puede considerarse crítica (como en efecto se considera), entonces Montaigne se convierte en el gran crítico del Primer Renacimiento [...]. Decir que los Ensayos de Montaigne son una inmensa obra de crítica literaria es un juicio meramente revisionista, pero sólo en un sentido: ahora creemos que Sigmund Freud, que murió en 1939, parecía ser en 1987 el crítico más importante del siglo XX. La defensa que Montaigne hace del yo es también un análisis del yo y Montaigne parece ser ahora el predecesor no sólo de Emerson y Nietzsche, que reconocieron su valía, sino también de Freud, que no lo hizo. [...]
BLAISE PASCAL (1623-1662) Pascal nunca pierde su capacidad de ofender y, al mismo tiempo, de edificar. [...]
Pascal es, en esencia, un polemista, más que un escritor religioso o meditativo. Sus Pensées no son, en definitiva, menos tendenciosos que las Cartas provinciales. Un polemista cristiano de nuestro tiempo debería buscar a su auténtico antagonista en Freud, pero ninguno lo hace: o bien ignoran a Freud, o bien tratan de apropiarse de él. El Freud de Pascal fue Montaigne, al que no se podía ni evitar ni asumir, y que apenas puede ser refutado. [...]
Lo que resulta perturbador es que Pascal no huye de Montaigne ni lo enmienda: simplemente, lo repite, tal vez inconsciente de su sometimiento hacia el escéptico precursor. Y como el tono de Pascal es polémico, y el de Montaigne es de reflexión y especulación, el margen retórico es diferente. Pascal enfatiza la acción moral, mientras Montaigne se centra en el ser moral. [...]
SAMUEL JOHNSON (1709-1784) El doctor Samuel Johnson es, a juicio de muchos (incluido yo mismo), el mayor crítico de la variopinta Historia de la cultura literaria occidental. En la tradición angloamericana, el único rival que le iguala parece ser William Hazlitt, que tiene algo de la energía, el intelecto y el conocimiento de Johnson, pero carece del amplio abanico de cualidades humanas que tiene Johnson y, simplemente, no es tan sabio. Johnson nos muestra que la crítica, como arte literaria, se vincula al antiguo género de los escritos sapienciales [...].
Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano y no de la corrección, o incorrección, de alguna teoría o praxis. [...]
Johnson, el más grande de los críticos, puede enseñarnos a todos nosotros que la esencia de la poesía es la invención. La invención es el impulso que activa el significado, y Johnson demuestra, de forma implícita, que Shakespeare, incluso más que Homero o que la Biblia, es el autor que más abunda en invención original. [...]
JEAN-JACQUES ROUSSEAU (1712-1778) Van den Berg atribuye a Emilio la invención del tropo de la «maduración» psíquica, asignando a Rousseau la autoría de la adolescencia como tal. Este puede ser, en parte, un irónico tributo de Van den Berg, pero a mí me parece acertado. Antes de Rousseau, ¿dónde encontramos representaciones de la adolescencia? [...]
El gran Rousseau [...] era simplemente un monstruo sagrado, especialmente pernicioso para las mujeres. En cuanto al poder literario de la representación de sí mismo, por la originalidad de su sensibilidad y por la fuerza de la influencia que tuvieron sobre todo lo que vino después, las Confesiones escapan a la comparación con cualquiera de sus posibles rivales de la literatura del siglo XVIII, independientemente de lo que cualquiera de nosotros piense de Rousseau como individuo. [...]
RALPH WALDO EMERSON (1803-1882) Emerson es un crítico experimental, y un ensayista, pero no es un filósofo trascendental. Nunca está de más reafirmar esta verdad obvia y, tal vez, es más necesario que nunca ahora que la crítica literaria está influida en exceso por los franceses, herederos de la tradición alemana de la filosofía trascendental o idealista. Emerson es la mente de nuestro clima, la principal fuente del toque americano en poesía, crítica y postfilosofía pragmática. Esta verdad es menos obvia, pero también es necesario reafirmarla, ahora y siempre. Emerson, en modo alguno el mejor escritor americano, tal vez mejor orador que escritor, es el teórico inevitable de toda la literatura americana posterior a él. Desde su tiempo al nuestro, los autores americanos han seguido su estela, o bien la contraestela que se originó en oposición a él. [...]
FRIEDRICH NIETZSCHE (1844-1900) Origen y propósito deben mantenerse separados, en aras de la vida. Esta firme exhortación constituye el centro de la obra de Nietzsche. Pero ¿pueden de verdad mantenerse separados durante mucho tiempo, en la psicología de cualquier individuo? El punto fuerte de Nietszche es su conocimiento de la psicología; pero lo que él nos pide es, en definitiva, algo que no nos exigiría ningún psicólogo, pues el retorno cíclico del objetivo, o el propósito, al origen, es algo que no puede dejarse de lado, una lección oscura que ya nos enseñaron poetas y especuladores a lo largo de la Historia. Los comienzos suelen tener algo más que prestigio: albergan la ilusión perpetua de la libertad, aunque invadir esa ilusión tenga como consecuencia la muerte.
La enseñanza más importante que obtengo de Nietzsche, cada vez que lo leo, es que el auténtico significado es doloroso y el dolor mismo es el significado. Entre el dolor y el significado se sitúa el recuerdo, un recuerdo de dolor que se convierte en un significado memorable [...].
SIGMUND FREUD (1856-1939) [...] un sueño, por elaborado que sea, no es más que un sustituto de un texto más real, un sustituto interpretativo en realidad y, por lo tanto, especialmente sospechoso.
En la visión freudiana, un sueño es un texto postergado, un comentario inadecuado a un poema que falta. Su argumento es, seguramente, irrelevante: lo que importa es algún elemento que sobresale, alguna imagen que resulta difícil de asociar al texto. Y en este sentido, Freud es el padre legítimo de Lacan y Derrida, con sus deconstrucciones del impulso, excepto en que él, Freud, les hubiera instado a ahondar en los abismos del sueño y no en sus propios textos. [...]
Los sueños, como el psicoanálisis, parodian y simplifican los poemas, si seguimos a Freud al tratar los sueños en términos de su contenido latente, o «significado». Pero los sueños, en su contenido manifiesto, en su argumento y en su imaginería, comparten los elementos poéticos que tienden a desafiar la simplificación y el reduccionismo.
Freud deseaba y necesitaba esta simplificación, porque su búsqueda era científica y terapéutica. Como terapeuta adivinador de sueños está más allá de toda comparación, antigua o moderna, aún más a pesar de su exceso de confianza interpretativa. [...]
ALDOUS HUXLEY (1894-1963) No se puede decir que Aldous Huxley consiguiera llegar a un lugar eminente en el que se haya mantenido, ni como novelista ni como guía espiritual. Sus mejores novelas fueron Danza de sátiros y Contrapunto, que yo disfruté en mi juventud, pero que ahora considero obras de su tiempo, si bien muy elaboradas. Su obra de ficción más famosa, Un mundo feliz, apenas resiste una relectura: su metáfora básica, en la que Henry Ford sustituye a Jesucristo, parece ahora forzada, incluso ingenua. La gran obra de Huxley son sus Ensayos, que incluyen ejemplos soberbios, como «Wordsworth en los trópicos», «La tragedia y toda la verdad» y «Música en la noche». [...]
Los nuevos tiempos siempre están abocados a convertirse en viejos tiempos, y la espiritualidad huxleiana ahora nos parece anticuada. Aldous Huxley era extraordinario como ensayista, pero no como novelista. Y tampoco era un sabio.
JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980) El triunfo de Sartre comenzó en 1938, con su primera novela, La náusea. Pero en la actualidad, ¿qué queda de Sartre? Las modas pasan, y el Existencialismo ya no es más que un recuerdo borroso. Las novelas de Sartre, con la posible excepción de La náusea, ya no se leen. Mejor dramaturgo que narrador, sus obras de teatro aún tienen vida: A puerta cerrada se sigue representando, con cierto éxito.
Como pensador político y como moralista Sartre tuvo en tiempos una enorme repercusión, pero aquella supremacía ha decaído. ¿No fue, después de todo, una buena obra de su época, de gran éxito en los años cincuenta y principios de los sesenta, que dejó de ser relevante con el advenimiento de la Contracultura, entre 1967 y 1970?
[...] No hay mucho en la narrativa de Sartre que pueda resistir una comparación con Dostoievsky, con Conrad o Faulkner. Sartre siempre sabe demasiado bien lo que hace, y sus personajes nunca se alejan de él. En este sentido es como Camus, su amigo y rival, que escribió ensayos morales y los llamó «ficción». [...]
No se puede comparar a Sartre con Molière o Racine; él no era un gran dramaturgo. Tal vez debió dedicarse antes a la biografía literaria y a la autobiografía, pero su deseo de alterar las vidas de sus lectores era demasiado fuerte. La suya será sólo una supervivencia parcial, pero Las palabras bastará, por sí misma, para que le recordemos mientras pasamos a otra era.
ALBERT CAMUS (1913-1960) La auténtica influencia que se ve en El extranjero es, a mi juicio, la del Moby-Dick de Melville: Camus sustituye la blancura de la ballena por la del sol. Y Mersault no es un buscador, no es Ahab; Ahab no le hubiera dejado subir a bordo del Pequod. Pero el cosmos de El extranjero es en esencia el cosmos de Moby-Dick, aunque en muchos de sus aspectos externos el de Meursault se haya formado en el terror. [...]
Cuarenta años después de su publicación, La peste (1947) de Camus ha adquirido una especial intensidad en esta era de la nueva peste, de ambigua denominación, que es el SIDA. La peste es una novela tendenciosa, más parcial incluso que El extranjero. Un autor requiere una enorme exuberancia para sostener esa parcialidad; Dostoievsky la tenía, pero Camus no. O bien es un maestro de la evasión, como Kafka, que puede evadirse de sus propias compulsiones, pero Camus es demasiado fácil de interpretar. La comparación más oscura sería con Beckett, cuya trilogía de Molloy, Malone muere y El innombrable contiene ese aire de amenaza y de angustia, metafísica y psicológica, que deja en nada a La peste. [...]
Camus fue un admirable, aunque confundido, moralista, y el heredero legítimo de una larga tradición de lucidez racional. No escribió un Cándido, ni siquiera un Zadig, no consigo recordar ni siquiera un momento de humor en toda su ficción. El extranjero y La peste, como el resto de sus novelas, son grandes obras de su tiempo, reflejo crucial de la moral y las preocupaciones de Francia y de Occidente en los años 40, antes y después de la Liberación de los nazis, poderosas representaciones de una era que tienen su propio uso y justificación, y ofrecen valores que no son estéticos en sí mismos.


De la crítica a la caña por Juan Malpartida.
Este volumen de Harold Bloom reúne diversos ensayos sobre profetas y ensayistas. Aunque el subtítulo reza como El canon del ensayo, no lo es ni lo pretende. De canónico tiene la obsesión de Bloom, ya muy conocida por sus lectores, de jerarquizar y medir. Consiste en textos de distintas épocas a los que el autor ha querido dar alguna unidad, especialmente cronológica. Él mismo dice en una página introductoria que es difícil vincular a un ensayista con otro, «aunque Sartre y Camus eran amigos, hasta que discutieron». Se le cae a uno el alma a los pies al leer una frase así viniendo de un hombre de su cultura. La amistad o enemistad importa en lo biográfico, pero es evidente que ambos escritores son vinculables, al menos en cuanto a las actitudes intelectuales que mantuvieron ante la Historia.
Poética del fragmento. Además de Huxley y Freud, no hay más ensayistas pertenecientes al siglo XX. Por cierto, a Sartre le dedica tres páginas, y no precisamente a sus ensayos, y algunas más a Camus, pero para considerar algo de su narrativa. ¿Cómo justifica esto? Tampoco parece muy acertado que en el capítulo sobre Freud discuta con el libro de Charles Rycroft The Innocence of Dreams.
El mundo de los ensayistas lo empieza con Montaigne. Se deja llevar por su temperamento al recordarnos que el autor de los Ensayos reconoció sólo a dos maestros, Plutarco y Cicerón. No ignora que la mímesis de nuestro primer ensayista tiene el valor de convertirse en una poética del fragmento, además de tomar su propia vida como modelo de observación, opuesto a la idealización que el humanismo había infligido al sujeto.
Hermosa defensa. Hay una observación que revela su modernidad: al igual que Shakesperare, Montaigne «cambia porque escucha lo que él mismo ha dicho». Cervantes, cercano, le parece, igual que a Auerbach, un optimista, y poco problemático en su retrato de la vida cotidiana. Pero yo creía que una de las cosas que nos enseñó Cervantes fue el conflicto con la realidad. Bloom no descubre nada nuevo al señalar la enorme influencia de Montaigne sobre Pascal, y, como hombre religioso, sitúa a éste en la esfera de lo cordial.
Samuel Johnson: «El crítico más grande de la tradición occidental». Bueno, hombre. Su único «rival»: Haz- litt. Creo que Sainte-Beuve le debe de parecer poca cosa, o Baudelaire. Pero en estas páginas hay una hermosa defensa del crítico: «Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano».
Invención de sí mismo. La tradición francesa más o menos reciente ha abogado por la objetividad crítica, y Bloom, apoyado en Johnson, es un defensor de la «subjetividad crítica», concepto valioso que roza lo ambiguo. Además, ve en él al gran lector de Shakesperare. Johnson nos muestra que Shakesperare, con mayor fuerza que los metafísicos y los moralistas barrocos, «inventó nuestra psicología». En cuanto al Johnson de Boswell, Bloom prefiere al que se deduce de su propia obra (porque Johnson es, sobre todo, una «invención de sí mismo»), pero considera que la de Boswell es la mejor biografía que se ha escrito en lengua inglesa.
Entre Montaigne y Freud, el puente es Rousseau en las Confesiones, pero ¿no es un error pensar que Hazlitt es el mejor intérprete del filósofo francés? ¿Y qué ocurre con Starobinski? Enamorado de los poetas, dramaturgos y novelistas, Bloom no perdona a los críticos que idealizan el texto, porque valora la dimensión creativa, fundante, de lo poético y prefiere a los críticos no ideológicos: ni a los norteamericanos apegados a los social studies ni a los europeos que, apoyados en la erudición o las ciencias humanas, hacen de la obra un pretexto para sus elucubraciones. Por eso le gusta Hazlitt, porque es lo opuesto. Aconsejo leer las largas citas que hace de este autor.
Todos los hombres. Emerson: no hay Historia, sólo biografía, con lo cual habría que conocer, a lo Unamuno, a todos los hombres. Claro que el maravilloso Emerson tenía una enorme idea de sí mismo. Ruskin (crítico y profeta) y Shelley, escritores atrapados por la obra de Wordsworth. El trabajo sobre Nietzsche es muy parcial, pero gira sobre la idea del dolor como significado profundo de su obra. Sin embargo, el autor de Más allá del bien y del mal creo que apostó, trágicamente, por la vivacidad. Nos habla de Du Bois, pero no del penetrante crítico francés sino del activista a favor de los negros. El apartado sobre Huxley es tan innecesario como parcial, pero recomiendo el dedicado a Scholem y la Cábala.

jueves, abril 01, 2010

Pasolini en ABC


Pasolini, la verdad sin miedo
La madrugada del 1 al 2 de noviembre de 1975 moría asesinado en el astillero de la localidad marítima de Ostia, cercana a Roma, Pier Paolo Pasolini. Hoy, 35 años después, se sigue sin saber la verdad sobre este caso. Por este motivo, el abogado de la parte civil en el proceso de primer grado por el homicidio de Pasolini, Nino Marazzita, está decidido a seguir adelante para conocer la verdad incluso en el Tribunal Europeo si es necesario, señaló a ABC.
El caso Pasolini se ha abierto y cerrado en numerosas ocasiones, pero ahora se vislumbra una posibilidad real de reapertura de las investigaciones. «Las nuevas tecnologías y los nuevos indicios acumulados en estos años nos hacen ser optimistas», explicaba el abogado calabrés a este periódico. Marazzita quiere aplicar los últimos avances en el campo de la investigación científica para analizar la camiseta llena de sangre que Pasolini llevaba la noche que le apalearon a muerte, atropellándole después con su propio vehículo. «Se conserva todavía su carné de conducir, los zapatos y la camiseta manchada de sangre, todos son restos del delito que con las tecnologías actuales pueden arrojar luz sobre el caso, por lo que realmente existe una posibilidad de conocer la identidad de los asesinos», confirmó Marazzita.
A los datos aportados por la ciencia se unen las revelaciones del presunto asesino, «Pino» Pelosi, y de uno de los amigos más cercanos a Pasolini, el actor y director de cine Sergio Citti. El caso de Pasolini se cerró con la confesión de Pelosi, que por aquel entonces tenía 17 años, como autor de los hechos. En 2005, sin embargo, hizo unas declaraciones retractándose de su culpabilidad.
«Siempre ha habido muchas partes oscuras en este proceso, pero ahora con ese testimonio y el de Sergio Citti tenemos más datos para llegar a la verdad», explicó Marazzita. El abogado hacía referencia a las importantes declaraciones de Citti, actor y cineasta compañero de Pasolini, señalando que su amigo recibió una invitación para ir a Ostia a recoger los negativos originales de «Saló o los 120 días de Sodoma» que le habían robado, quizá, grupos de la extrema derecha. Según el testimonio de Citti, Pasolini estaba pasando un mal periodo por este robo, por lo que cuando recibió la llamada no se lo pensó dos veces y acudió a la cita. Era muy valiente.
«Este testimonio demuestra que le engañaron», comentó Marazzita, señalando que «lo que hay que hacer es investigar, algo que nunca se ha querido hacer hasta el final, porque el caso se reabría y cerraba rápidamente. Espero que ahora haya voluntad de llegar a la verdad». El optimismo del abogado se debe a la carta enviada por el ministro de Justicia, Angelino Alfano, pidiendo a la fiscalía de Roma la reapertura del caso.
A lo largo de estos 35 años han sido numerosos los intelectuales que han pedido la reapertura del caso Pasolini, entre ellos la periodista y escritora Oriana Fallaci, amiga de Pasolini. Fallaci dedicó varios artículos al asesinato del cineasta, sacando a la luz testimonios de la época que hablaban de dos motoristas como autores del homicidio. Hasta su muerte en 2006, la periodista no dejó de pedir una nueva investigación sobre el caso.
Pasolini era un personaje polémico para su época, aunque según muchos expertos hubiera sido también hoy igualmente amado y odiado. «Escandalizar es un derecho, como ser escandalizados es un placer, mientras que quien rechaza el placer de ser escandalizado es un moralista», decía un Pasolini serio en su última entrevista televisiva pocos días antes de morir.
Pasolini dirigió grandes obras maestras del cine italiano como «Accatone», «El Evangelio según Mateo», «Teorema» o «El Decamerón». Todas estas cintas causaron gran revuelo en la sociedad de la época, aunque su último largometraje, «Saló o los 120 días de Sodoma», es su testamento en el que repudia la «trilogía de la vida» por la utilización comercial de su visión de una sexualidad libre de pecado. Chicos y chicas tratados como animales, violencia sexual y una crítica feroz a la Iglesia, a la política y a la burguesía. Esta fue una película prohibida en casi todo el mundo.
En torno a este filme se ha generado un debate sobre la presión que Pasolini pudo haber soportado en ese periodo. «No podemos contentarnos con la versión oficial del asesinato, porque sería convertirnos en cómplices», escriben los promotores de una iniciativa para recoger firmas y pedir la reapertura el caso.
Los familiares de Pasolini por su parte están hartas de tanta habladuría. «Son personas simples, cansadas del paso del tiempo sin respuesta», comentó Manzziti, «pero yo sé que esta vez se puede llegar a la verdad. Antes esa verdad daba miedo porque se pensaba que grandes personajes del mundo político estaban involucrados. Después se dejó de investigar por inercia. Ahora la voluntad es la de saber la verdad sin miedo, porque si se llegara a los asesinos reales, no creo que su identidad desestabilizara al país, han pasado muchos años».
Pelosi, cuyo débil físico provocó muchas dudas sobre su confesión como único asesino, fue condenado a nueve años de cárcel, pero en una entrevista concedida en 2005 retractó su versión asegurando que fueron tres desconocidos los asesinos del cineasta nacido en Bolonia. «Durante todo este tiempo he ocultado la verdad por miedo». dijo. Esta confesión, de la que ABC informó en su día, ha hecho ahora replantearse el caso a la justicia, además, de las sospechas de que la muerte del cineasta tiene que ver con el robo de unas cintas de su última película.


El azote de Dios, para ABC por TULIO DEMICHELI.
Ensayista, poeta, novelista, cineasta... Más allá de las ideologías, fue vituperado pro la derecha y por la izquierda.
Admirable y execrable ángel y demonio. Sin duda hoy no podríamos más que repudiar su pederastia. Un sacerdote rompió por animadversión ideológica -Pasolini era comunista- el secreto de confesión de un niño de doce años para acusarle de abusos sexuales, lo que enseguida le valió la expulsión del Partido Comunista de Italia, partido que siempre le odiaría, como la derecha no sólo extrema sino ortodoxa. Pasolini jamás ocultó esa baja pasión y ahí están los relatos de «Amado mío» y «Ragazzi della vita», algunas imagen de «Decamerón» y «Las mil y una noches» o la terrible e insoportable «Saló o los 120 días de Sodoma», ni su debilidad por los chaperos o los pequeños chorizos. Pelosi no fue sino otro chulito que recogió de la Estación Termini y a los que llevaba a cenar a uno de los restaurantes más famosos de Roma: el Piccolo Mondo.
Admirable filólogo, especialista en los dialectos friulano y romano. No menos admirable ensayista y periodista cultural, compañero de ruta de Moravia y Sciacia, explorador del mundo de los mitos y las tragedias («Edipo Rey», «Medea», incluso «Pocilga»), cristiano comunero o comunista arcádico (su Jesús histórico de «Il Vangelo...» protagonizado por un joven español y en el que su madre hacía de María) o «Teorema» (película premiada por la Oficina Católica Internacional cuyo galardón fue retirado por el Vaticano días después, ya que mostraba a un joven que curaba de sus fantasmas eróticos, políticos o artísticos a toda una familia burguesa)...
Temible polemista que tuvo la osadía de acusar a los estudiantes de chulitos pequeñoburgueses que agredían en sus manifestaciones a pobres diablos del lumpen: policías campesinos de Sicilia o Calabria... Y antiabortista visceral muy avant la lettre. Gran poeta en versos e imágenes, ahí están sus «Cenizas de Gramsci» o filmes como «Pajaritos y pajarracos»... Intelectual de honestidad más allá de toda prueba, tras el éxito popular de su «Trilogía de la vida» («Decamerón», «Cuentos de Canterbury» y «Las mil una noches») se despidió con la atroz «Saló...» porque la mentalidad utilitarista-totalitaria moderna había traicionado el espíritu ingenuo y libertario de tres películas que miraban el sexo y la vida sin sentido del pecado.

viernes, septiembre 12, 2008

Comentarios literarios: Koestler, el lobo solitario

Comentarios literarios: Koestler, el lobo solitario

 El escritor húngaro sigue suscitando polémicas. Este año, se publicaron varios libros sobre el autor de El cero y el infinito, la célebre narración sobre los juicios en el Moscú de los años 30. La obra de Arthur Koestler, nacido en Budapest hace un siglo, no ha tenido ni remotamente la suerte de la de Sartre, de cuyo nacimiento también se cumplió este año el centenario. No hubo largos programas conmemorativos por televisión. La plaza principal de Saint Germain-des-Prés hoy lleva los nombres de Sartre y Simone de Beauvoir, pero ninguna calle o plaza de París, Londres o Budapest lleva el de Koestler... sigue en el link









miércoles, agosto 27, 2008

+ sobre la memoria y el olvido: García-Alix.







lunes, junio 16, 2008

Melancolia segun el clérigo Burton



Que un clérigo amante de la sabiduría y los libros escriba un tratado de medicina es cosa rara. Que el tratado se convierta en un texto literario fundamental es más que raro, asombroso. Que el libro haya terminado convirtiéndose en un tratamiento de elección para curar, mediante el deleite y la admiración, la “patología” que lo ocupa (la melancolía), es una verdadera maravilla. Finalmente, que hayan sido médicos quienes hayan puesto al alcance de los lectores de habla hispana este libro monumental, la Anatomía de la Melancolía, de Robert Burton, cierra el círculo con un acto de justicia que las editoriales comerciales no habían sabido cumplir.

“¿Por qué un teólogo melancólico que no puede conseguir nada, si no es por medio de la simonía, no tendría derecho a cultivar la medicina?”, se preguntó Burton. Afirmaba que la melancolía es una enfermedad del alma, la cual pertenece tanto al teólogo como al médico: “Un buen teólogo debería ser un buen médico, por lo menos un médico del alma”. En su refugio vitalicio de la Universidad de Oxford disponía no sólo del inmenso caudal bibliográfico de la Biblioteca Bodleiana, sino de miles de volúmenes de su pertenencia, que lo rodeaban en sus habitaciones.
Más aún, tras la publicación de la primera edición de su Anatomía fue designado bibliotecario vitalicio en Christ Church. A esto se añade un detalle de no poca importancia: había leído todos esos libros y muchos más. Anticipándose a Walter Benjamin, quien hacia 1930 abogaría por un libro compuesto exclusivamente de citas de otros autores, Burton lo escribió, pero no pudo con su genio, y entretejió citas, glosas y referencias con su propia prosa, produciendo, no una mera antología de textos, sino un libro inmortal, al que se ha pretendido definir de muchas maneras (todas las cuales resultaron insuficientes): “mina de curiosísima información”, “asombrosa revelación de las ideas filosóficas y psicológicas de su tiempo”, “El Superlibro”, “anomalía gargantuélica”. Es un libro cuya densidad desafía la forma tradicional de la lectura, y cuyo calidoscópico contenido no permite dar cuenta de él mediante resúmenes o reseñas.
“Tiene el título más bello que se haya inventado para un libro. Pero es indigesto.”, dijo Emil Cioran. Acaso este aforista del suicidio se habría curado leyendo la Anatomía como corresponde, en pequeñas dosis, en muchísimas veces, según posología indicada por Jorge Luis Borges. Así lo leía el Dr. Samuel Johnson, quien a menudo se levantaba dos horas más temprano para consagrarlas a su lectura; así lo entendió Charles Lamb, que confesaba haber leído el libro cien veces, sintiendo cada una de ellas que para terminar de leerlo le faltaban otras mil. Desaforadamente expresó su admiración John Keats, cuando dijo: “Daría mi pierna preferida por haber escrito este libro”. Otros que admiraron (y saquearon) la obra de Burton fueron Laurence Sterne (para su Tristram Shandy) y Samuel Beckett. Reflejos de ella iluminan Moby Dick. Anthony Burgess, el autor de La naranja mecánica, la calificó “el más espléndido libro de la historia de la literatura”.
Burton, “el Montaigne inglés”, nació en Leicestershire, bajo el melancólico signo de Saturno, el 8 de febrero de 1577. Fue educado en escuelas donde padeció las vejaciones de rutina (que luego incluiría en su libro entre las posibles causas de melancolía), y a los dieciséis años ingresó en el Brasenose College, donde sólo se hablaba latín. En 1599 fue admitido en Christ Church College, donde recibió una severa educación clásica, y en 1614 concluyó sus estudios de teología. En 1616 fue designado vicario de la Iglesia de Santo Tomás, Oxford; en 1626, cuando ya había publicado la primera edición de su Anatomía, obtuvo un cargo que le importaba mucho más: el de bibliotecario de Oxford. Burton prácticamente no salió de Oxford, donde gozaba de una residencia vitalicia similar a la que obtendría Lewis Carroll, el autor Los Libros de Alicia. En realidad casi no salió de su biblioteca. En su obra dice que no viajó sino sobre libros y mapas. Anatomía de la Melancolía apareció en 1621, y cinco ediciones subsiguientes (1624, 1628, 1632, 1638 y 1641) incorporaron sucesivas revisiones y alteraciones.
“Melancolía” es una palabra polivalente. Desde la antiguedad se distinguió entre la causada por “bilis negra” y la más benigna y “prestigiosa”, que aquejaba con frecuencia a los poetas: según Aulio Gelio la melancolía es la enfermedad del héroe. La casi sinonimia de melancolía y tristeza perduró hasta nuestros días. Victor Hugo dijo que “melancolía es la felicidad de estar triste”, e Italo Calvino que es “tristeza que se ha vuelto luminosa”. También se incorporó la melancolía al concepto de la depresión, la manía y la locura. Burton la llama “el óxido del alma”, englobando en sus análisis los tormentos gemelos del decaimiento espiritual y sus manifestaciones físicas. La melancolía “grave” amenaza al cuerpo con un maligno despliegue de sensaciones, que Burton enumera en prodigioso catálogo. Señala que la melancolía es inherente al hecho de ser criaturas mortales. Inquiere si es enfermedad o síntoma. A quienes la definían como un delirio sin fiebre acompañado por temor y tristeza les señala que no toman en cuenta la imaginación y el cerebro. A los maniáticos del ejercicio físico (que no deja de recomendar) les recuerda que la ociosidad del espíritu es mucho peor que la del cuerpo; que la desocupación mental es una enfermedad; que la imaginación tiene una fuerza muy peculiar entre los melancólicos, y que para que la imaginación no nos aniquile la mente debe estar activa. Observa que no hay ser humano inmune a las tendencias melancólicas, y que la melancolía es inseparable de la idea de la muerte. Asienta el hecho de que la melancolía parece favorecer el mecanismo de la ideación y la meditación profunda, y de que hay hombres a quienes resulta placentera. Pero lo que hace del libro una obra inigualable es lo incidental: la melancolía es el trampolín, pero lo que interesa es la totalidad de la experiencia humana. Burton trata todos los ítems imaginables y muchísimos imaginarios. Los trasgos, la belleza, la geografía de América, la digestión, las pasiones, la bebida, el beso, los celos, la erudición y mil otras “atracciones” surgen a cada paso, aludidas con sabiduría y gracia inigualables. Incidentalmente, también, Burton dice: “Escribo sobre la melancolía para eludir la melancolía”.
Pasó su vida corrigiendo y aumentando la obra. Para dar idea de su vastedad basta decir que la primera edición tenía 900 páginas (unas 350.000 palabras) y la última 1.500 (más de medio millón); 13.333 citas de 1.598 autores se acomodan en los tres volúmenes. (Alguien palió su melancolía recopilando estos datos.) Sólo el prefacio tiene más de cien páginas, y el índice de temas (inexistente en la edición española) es tan copioso y llamativo que co nstituye por sí mismo una antología del detalle cómico y el florilegio erudito que hubiera querido escribir cualquiera de los surrealistas. Contiene gemas como “Calvicie, una desgracia”; “Ateísmo, entre los Papas”, “Bohemia, la licantropía en”, “Cerebro, sus excrementos”, “Cocodrilos, celosos”; “Golondrinas, cucos, dónde están en invierno”; “Músicos, locos”. Sinopsis laberínticas preceden cada una de las tres partes.
A menudo Burton parece burlarse de sí mismo, pero sus proyectiles apuntan a otros blancos: “El estilo improvisado, las tautologías, las imitaciones simiescas, toda la rapsodia esa de andrajos que amontono, después de haberlos recogido en cada basurero, excrementos de los autores, bicocas y tonterías, vertido en desorden, sin arte ni juicio, mal digerido, vano, vulgar, ocioso, aburrido y seco”, dice, refiriéndose al contenido de los volúmenes. En otro punto añade: “No me gustaría que se supiera quien soy”.
Firmó el libro como "Demócrito Junior”, en homenaje al filósofo que se reía de la necedad humana. No obstante, en el texto deja pistas que revelan claramente su identidad. Una de sus mayores astucias la constituye el uso de las citas, en las que son otros los que dicen cosas que un clérigo no debería decir. Deambula a través de mil materias: medicina, astronomía, astrología, filosofía, artes, política, ciencias naturales, sin que el libro sucumba al caos metodológico. Hizo solo todo su trabajo, sin contar siquiera con un amanuense. Anatomía de la melancolía apareció cuando corría el tercer año de la guerra que con el tiempo se llamaría “de los Treinta años”, en la que la crueldad de los ejércitos mercenarios, las pestes y el hambre, devoraron prácticamente a un 30% de la población civil europea.
Burton fue de los primeros en señalar que hay naciones enfermas como hay hombres enfermos, y que las patologías de los gobernantes suelen conducir a las naciones a verdaderas catástrofes. “Nada más peligroso para los hombres comunes que la flatulencia de los monarcas.” “Los reinos, provincias y cuerpos sensibles están sujetos a enfermedad, y hay muchas enfermedades en una república”. “¿No es este un mundo loco?”, pregunta Burton en su larga introducción Demócrito Junior al lector. “¿No están locos los que legan batallas tan brutales como memoriales perpetuos de su locura para todas las épocas?”. “Normalmente, a las sanguijuelas más cerebro de mosquito, a los más ladrones, a los villanos más desesperados, a los bribones traicioneros, a los asesinos inhumanos, a los miserables temerarios, crueles y disolutos, se los llama espíritus valientes y generosos, capitanes heroicos y valerosos, hombres bravos en las armas, soldados valientes y renombrados.”
Tras los prolegómenos da comienzo el Gran Show de la Melancolía. El primer tomo expone, define y distingue el trastorno, y enuncia sus causas. “En vano se hablará de curaciones, o se pensará en remedios, hasta que no se hayan considerado las causas.” Estas son: Dios, los espíritus, los ángeles malos o demonios, las brujas y magos, los astros, la edad avanzada, los padres, la mala dieta, la retención y evacuación, los malos aires, el ejercicio inmoderado, la soledad y la ociosidad, el sueño y la vigilia, las pasiones y turbaciones de la mente, la fuerza de la imaginación, la tristeza, el temor, la vergüenza, la desgracia, la envidia, la malicia, el odio; la emulación, la facción, el deseo de venganza, la ira, el descontento, las preocupaciones y miserias; el apetito concupiscible, los deseos y la ambición, la avaricia y la codicia, el gusto por el juego y los placeres inmoderados, el estudio excesivo (contiene una jugosa digresión sobre la miseria de los estudiosos).
Entre las causas “no necesarias, remotas, externas, adventicias o accidentales”, el primer lugar lo ocupa la nodriza. Siguen la educación, los terrores y pavores, las burlas, las calumnias, pérdida de libertad, servidumbre y prisión, la pobreza y necesidad. Al considerar los síntomas o señales de la melancolía en el cuerpo y en la mente, discierne entre los producidos por la educación, el flujo del tiempo, la influencia de las estrellas y de nuestra propia condición, combinados o no con otras enfermedades. Distintos son los de la “melancolía de la cabeza”, la “melancolía flatulenta hipocondríaca” y la “melancolía de las doncellas, monjas y viudas”, que no olvida. El segundo tomo instruye sobre la curación de la melancolía. Tras agotar el tema de la “Dietética”, con sus “correcciones” y “rectificaciones” (de la dieta, de la retención y la evacuación, del aire, de los ejercicios del cuerpo y de la mente, del despertar y de los sueños terribles), se ocupa Burton de “la medicina que cura con medicamentos” o “Farmacéutica”. “Muchos –señala—ponen objeciones a esta modalidad de medicina y sostienen que es innecesaria y poco provechosa para ésta y para cualquier enfermedad, porque los países que menos la utilizan viven más tiempo y tienen mejor salud”. No obstante, ofrece detallada exposición de diversos preparados, entre ellos “los que purgan la melancolía por arriba”, los que lo hacen “por abajo” y los compuestos, así como de “remedios quirúrgicos”. Este volumen cierra con pintorescas exposiciones sobre la melancolía “hipocondríaca” y la “ventosa o flatulenta”.
La melancolía amorosa es el tema más importante del tercer tomo. Maestro de la narrativa, Burton proporciona como ejemplos la mayoría de las grandes historias de amor, exhibe un enfoque moderno de los problemas psicológicos, y permanentemente hace sonreír al lector. Especulando desde su celibato académico sobre los placeres, ventajas y lacras del matrimonio, nos conduce a fantasías de infinitos besos, lista todas las posibilidades y artificios de la atracción femenina, antes de llegar a la conclusión de que se puede aceptar el matrimonio, sin desestimar la melancólica posibilidad de que uno termine encadenado a “un mero simulacro, un verdadero monstruo, un zopenco imperfecto”. El rosario de anécdotas y opiniones en pro y contra de la institución matrimonial es sencillamente desopilante. Su visión de lo erótico es tanto más atractiva cuando se tiene en cuenta que habiendo sido toda su vida un clérigo, todo es enteramente imaginario. Se explaya sobre la distinción entre el amor y otras pasiones, sobre el amor “heroico”, sobre los “atractivos artificiales del amor”, sobre las mil formas de cautivar y engañar que practican hombres y mujeres, sobre las “causas de la provocación a la lascivia”, sobre “alcahuetes” y “filtros”. “Quien se desploma desde lo alto de una montaña no corre tanto peligro como quien se hunde en el golfo del amor”. Muerte, traición, asesinato “son con frecuencia actos y escenas de esta tragicomedia”. No obstante, tomada a tiempo la melancolía amorosa puede aliviarse y, con diferentes y buenos remedios, corregirse. Son fundamentales el trabajo, la dieta, las medicinas, el ayuno. Cita a Charles de Lorme, quien sostuvo que los enamorados y los locos deben ser tratados con remedios idénticos. La terapéutica es amplísima y el vademécum copioso: hay quien mejora con sólo llevar un anillo de topacio, pero también hay procedimientos más drásticos, como la administración de testículo derecho de lobo, o de polvo de rana decapitada, machacados en agua de rosas. Lo cual conduce a pensar que más vale seguir las instrucciones del capítulo siguiente, que aconseja resistir desde un comienzo, evitar las oportunidades, huir del lugar donde la seducción amenaza, y acudir a “pasiones contrarias y trucos ingeniosos que estimulen una nueva pasión que neutralice la primera”. Pero el último y más eficaz recurso contra la melancolía amorosa –dice—“es dejar que los amantes colmen su deseo”. Esto conduce al tema del matrimonio, que expone con gracia insuperable.
“Puede ser malo o bueno, pues, por un lado, constituye una cruz y una auténtica calamidad, pero por otro lado es un dulce placer, una felicidad incomparable, un estado bienaventurado, un beneficio indescriptible, un absoluto contento. Todo depende de como salga.” Burton murió el 25 de enero de 1640 en Christ Church. Había anticipado la fecha de su deceso con notable precisión mediante un cálculo de su natividad. Un rumor que llegó hasta nuestros días dice que puso fin a su vida voluntariamente, para cumplir su propia predicción y no dejar tras sí un error de cálculo. Dejó, en cambio, un libro que tiene la extraordinaria virtud de quitar a sus lectores la melancolía.
Estamos aquí para agregar lo que podamos a la vida, no para extraer todo lo que podamos de ella. WILLIAM OSLER

sábado, diciembre 01, 2007

Mira que te mira Dios. Ignacio del Valle



Me recomiendan esto. Invierno de 1943. Frente de Leningrado. Un soldado de la División Azul es hallado sin vida en un lago, con una enigmática frase grabada en su pecho: «Mira que te mira Dios». Será el primero de una cadena de crímenes tan brutales como inconexos. La División Azul da para grandes historias pero aquí está maldita.
Un soldado de oscuro pasado y un fiel sargento del Ejército reciben la misión de encontrar el móvil y al culpable, pero no hallarán facilidades de parte de una cúpula militar llena de secretos... De su mano se irán despejando los misterios de una historia en la que nada es lo que parece, y donde los pasos nos encaminan hacia un lugar en el que reina el horror, el vacío, el absurdo, los emperadores extraños.
Ignacio del Valle integra historia y ficción en una trama dominada por el suspense y de una intensidad que nunca decae. Los inquietantes rituales masónicos que rodean los crímenes, las intrigas del poder militar, una serie de personajes a quienes la guerra despojó de toda humanidad llenan las páginas de esta sorprendente novela. Pero sólo en una se halla la respuesta al enigma. Todo ello a cuarenta grados bajo cero.

viernes, noviembre 30, 2007

Garzón, juez o parte










Este martes llega a las librerías Garzón: juez o parte, de José Díaz Herrera (La Esfera de Los Libros, 2007), un retrato no autorizado, exhaustivo e implacable (el que se merece) del juez estrella/do. LD se asomó a esta novedad editorial con un amplio resumen.



domingo, noviembre 11, 2007

Y Mailer gritó: Viva el Rey, viva España!


Seguramente muchas empresas españolas han robado en América. Con la connivencia de los lugareños. También muchas han permanecido en momentos de ruina total. Aznar ha intentado intervenir en su política. ¿Ha sido malo para el pais en cuestión?
Viendo a Chavez, el gorila rojo, creo que Aznar no es un fascista (que patética palabra vacia de todo), sino un beato incompetente en lo referente a esa materia, que no en otras. No tenía que haber cesado en sus maniobras contra semejante mongolo. Pobre Venezuela. Con semejantes lideres, ¿a donde va el sud-continente?
Aqui tenemos a Enric Sopena o Llamazares, equivalentes a esos pelanas ágrafos y timadores, pero no gobiernan ni en su casa. Ayer vi  Lions for Lambs y me dio que pensar. Me vi reflejado en el alumno cínico e incrédulo (que cómodo soy) que no acude a clase y Redford trata de rescatar de la inanidad. Es obvio que debemos cuestionar la sociedad en la que mamamos. Pero de una forma realmente transcendente. Presentar alternativas adultas. Creibles. No quemar banderitas y gritar por la calle. Todo muere desde dentro.
Vídeo El incidente completo  El Rey deja el pleno  Fotos


Norman abandonó esta dimensión terrena en plena polémica patria (de las que tanto gustaba) y España obvia el adiós de un titán gruñón, machista y pendenciero.

sábado, julio 21, 2007

El testimonio de Simone Weil por Agapito Maestre y yo mismo





Simone Weil: Escritos históricos y políticos. Trotta


He intentado leer varias veces el libro de Sylvie Cortine-Denamy Tres Mujeres En Tiempos Sombríos. Dicen que fue el sospechoso Brecht quien acuñó el término 'tiempos sombríos'  para referirse a la década de 1933 a 1943. Y es que duele asistir a las vicisitudes de estas tres damas entregadas en soledad a sus hercúleas causas morales con semejante heroicidad, bajo el estigma añadido de ser judías y filósofas. Un artículo del gran Agapito Maestre sobre este libro de Trotta me hace revisitar las tres gigantescas figuras. Todas mantuvieron una relación muy estrecha con sus mentores (Alain, Jaspers y Heidegger) pero siempre desde el plano de la disquisición mas rigurosa, el intercambio de ideas igualitario y, en ocasiones, la disputa mas recia. No necesitaron la tutela de nadie, ni el amparo de ninguna institución del estado. Las tres fueron mentes brillantes desde la infancia. Ninguna abandonó jamas la defensa del pueblo judío.


Edith Stein, reconocida como autora de La ciencia de la cruz, era alumna de Husserl. Se convirtió al catolicismo (fue decisiva en su vida la figura de San Juan de la Cruz) y se hizo monja, uniéndose al Carmelo. En 1998, fue canonizada por Juan Pablo II y la convirtió en Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Era la primera vez en la historia que se convertía en santa a una judía. Para gran dolor del feminismo actual dedicó grandes esfuerzos a la lucha por los derechos de las mujeres, pero apenas si consta en el imaginario progresista por esta labor. Pereció en Auschwitz en 1942. Merece varios volúmenes.


Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt, es la única que sobrevive a la oscura década. Es la que más ejerce la política. Destaca como un extraordinario talento desde su rebelde primera juventud. El régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad en 1937 (tras encarcelarla brevemente en 1933), por lo que fue apátrida hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951. Sus días terminaron en 1975 en Nueva York. Su intensa relación con el gran filósofo del siglo XX, Martin Heidegger, llena de admiración, respeto, crítica feroz (su admirado maestro se posicionó cerca del nazismo) y casi enamoramiento, es lo mas conocido de ella para el gran público. Su obra sobre el fin del nazismo (esencial su retrato del célebre juicio en Eichmann en Jerusalén ) y la banalidad del mal aporta una visión analítica, fría (criticó duramente la actitud de los propios consejos judíos en connivencia con Eichmann en los campos de exterminio) acerca de la condición humana. Su obra magna, que la situa entre los pensadores mas relevantes del siglo es Los orígenes del totalitarismo. Mantuvo también una intensa relación académica con Karl Jaspers en torno a la alemanidad y el sionismo como opciones vitales. Mantuvo viva su lucha política en defensa del pueblo judío (siempre desde el análisis incómodo) y su pasión  filosófica hasta el final.



Y llegamos a la mujer que propicia estas lineas.

Hay quien dice que Simone Weil, se deja morir en un hospital inglés cuando en abril de 1943 se le diagnostica tuberculosis. Este desenlace explica mucho de la identidad de esta mujer. Se niega a consumir los alimentos que su enfermedad recomienda y muere el 24 de agosto, a los 34 años. Simone había huido hacia los Estados Unidos con su familia. Era 1942 y la ocupación alemana triunfaba en Francia. Weil pasó un tiempo en Harlem viviendo con los pobres. Luego retornaba hasta Londres y se unía a la resistencia francesa. Se sometió a una gran intensidad de trabajo y sacrificio. En 1943 contrajo tuberculosis.  Weil se negó a recibir un trato diferente al que consideraba propio de los franceses sometidos a la ocupación alemana. Rechaza la comida que se le ofrecía y muere ese verano de insuficiencia cardíaca a los 34 años en el sanatorio británico de Kent.

El certificado de defunción decía: “la difunda se mató al negarse a comer al sufrír de trastornos mentales”. Se había negado a alimentarse como expresión de solidaridad hacia las víctimas de la guerra. Otros piensan que Weil murió de hambre luego de haber leído a Schopenhauer y sus capítulos sobre ascetismo y sacrificio santo (tal vez Parerga y Paralipómena). Las cartas del personal médico explicaban que Weil había pedido comida varias veces y que había comido días antes de morir y que fue la fragilidad de su salud la que impidió que Weil pudiera alimentarse adecuadamente. Falleció siendo una completa desconocida como autora.


Weil fue una estudiante precoz, como Stein y Arendt.  La pasión obsesiva acompañaba todos sus empeños. Así 1915, con seis años, no quiso tomar azúcar en solidaridad con las tropas atrincheradas en el frente occidental. En 1919, a los diez años, se declaró bolchevique. A los 12, dominaba el griego antiguo. Aprendió sánscrito luego de leer el Bhagavad Gita. Con dieciocho años se involucró en el movimiento de los trabajadores y se consideraba marxista, pacifista y gremialista. Se crió en un entorno intelectualmente privilegiado, con un padre médico y un único hermano, André Weil, que se convertiría en uno de los más prominentes matemáticos del siglo XX. A pesar de pertenecer a una familia intelectual, hebrea/judía y agnóstica, siempre sintió un gran interés por las religiones y las tradiciones en materia de sabiduría trascendente. Ese afán por la espiritualidad no resultó incompatible con lo cotidiano, con su lucha política en favor de trabajadores.


Tras estudiar filosofía y literatura clásica al abrigo del célebre Alain (Émile Chartier, un mentor que la llamaba la “virgen roja” e incluso “la marciana”). a los 19 años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su carrera docente.


“Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dones como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”.  Simone de Beauvoir

Conoce a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin (se convirtió en antistalinista) y la doctrina marxista. A los 25 años, deja un tiempo su carrera docente e ingresa como obrera en Renault para conocer de primera mano el sentido de su vocación sindical. Su débil condición física forzó la renuncia tras unos meses. "Allí recibí la marca del esclavo", dirá . En 1935, retomó la enseñanza y donó gran parte de su salario a las causas políticas y las causas benéficas. Allí se significa como Sindicalista de la educación. 
Su lucha ideológica sufre un duro e íntimo revés cuando en 1936 decide unirse a las tropas republicanas españolas en completa contradicción con sus creencias pacifistas. Aunque Simone Weil se identificaba entonces como anarquista, el rechazo de la fuerza es una constante de su pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la no-iolencia preconizada por Gandhi  siempre tendrá presente a Lanza del Vasto. Empieza como periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Su compromiso con la columna Durruti le deja un amargo sentimiento. Aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo.  Tras quemarse en la cocina deja España. Los horrores de la guerra llevan a la heroina a la profunda desilusión con las ideologías. Tomó conciencia de que el comunismo llevaba a la formación de dictaduras. Se inicia una visión  desideologizada de los conflictos humanos. Crítica ejemplar es su comparación entre el comunismo y el nacionalsocialismo: 
"Por sorprendente que pueda parecer, se encuentran semejanzas tan sorprendentes entre el movimiento hitleriano y el movimiento comunista que después de las elecciones la prensa hitleriana ha tenido que dedicar un largo artículo a desmentir el rumor de conversaciones entre hitlerianos y comunistas con vistas a un gobierno de coalición."


La entonces voluntaria anarquista Simone Weil, después del 19 de julio, reconoce que la mentira organizada también existe. La ocultación del crimen por razones de ideologización de los revolucionarios republicanos  (con la ayuda de la NKVD, el GRU y el amparo moral del propio Hemingway) es denunciada por Weil ya en 1936.  Su crítica no se dirige a los comunistas y socialistas, que aplicaban los mismos métodos que Lenin en Rusia durante la guerra civil para imponer la revolución, sino a sus compañeros anarquistas:

"Por desgracia también aquí en Cataluña vemos producirse formas de coacción, casos de inhumanidad directamente contrarios al ideal libertario y humanista de los anarquistas (...) Aquí se da la coacción militar. A pesar de la afluencia de voluntarios, se ha decretado la movilización (...) Hay constricciones en el trabajo. El consejo de la Generalitat, en el que nuestros camaradas detentan los ministerios económicos, acaba de decretar que los obreros que no produzcan con un ritmo determinado serán considerados como rebeldes y tratados como tales; lo cual significa, ni más ni menos, la aplicación de la pena de muerte en el sector de la producción industrial. 
Por lo que atañe a la coacción policial, la policía anterior al 19 de julio ha perdido casi todo su poder. Por el contrario, durante los tres primeros meses de la guerra civil, los militantes responsables y, con demasiada frecuencia, algunos individuos irresponsables, han venido ejecutando fusilamientos sin mediar el más mínimo simulacro de juicio y, por lo tanto, sin que pudiera darse algún control sindical o de cualquier otro orden." 

Durante la última parte de su vida, sólo fue capaz de entenderse intelectualmente con sacerdotes católicos. Su obra se gestará en un permanente vínculo con el cristianismo. Su camino de perfección es como siempre ovsesivo, y de tal exigencia que no llega a bautizarse por no considerarse digna de tal grandeza. Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos, muy cercanos al gnosticismo cristiano, al catarismo. 


Tres grandes ideas vertebran su pensamiento: 1) sólo es posible pensar de verdad a contracorriente; 2) nada es compresible intelectualmente si no pasa por nuestra constitución ontológica: el sufrimiento; 3) quien desprecia la religión no sólo se instala en el oscurantismo, sino que trabaja a favor del totalitarismo. Persigue la reconciliación entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego. 

Es en este período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o el de Blas Pascal la noche del Memorial. 


Con los textos de Weil, comprobamos que España vivía antes del 18 de julio de 1936 una situación de violencia prerrevolucionaria, muy lejos de la idea de una república burguesa plenamente asentada en un ejemplar Estado de Derecho. A pesar de la violencia que soportaba la nación española, la fuerza de la propaganda republicana convirtió el Alzamiento en un acto singular y único de criminalidad, surgido de la mente perversa de unos pocos, contra una república idílica y pacífica. La realidad muestra lo contrario: que el Alzamiento, el golpe de Estado, surgió en un contexto de violencia revolucionaria generalizada y obtuvo el respaldo de millones de españoles. Los voceros de la propaganda republicana cuestionan la realidad apelando a múltiples formas de engaño. Un elemento central de esa propaganda consiste en resaltar que los intelectuales estuvieron con el Gobierno de la República. 
"Abandoné España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde no hice nada, tras decidirlo así voluntariamente. No sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me había parecido en un principio, una guerra de campesinos hambrientos contra los propietarios de las tierras y un clero cómplice de los latifundistas, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. He reconocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende vuestro libro; yo lo había respirado (...) Una última historia; ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron en una ocasión cómo, con algunos camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; mataron a uno allí mismo, en presencia del otro, de un pistoletazo, y luego le dijeron al otro que podía irse. Quien me contó la historia se extrañó enormemente de no verme reír. En Barcelona las expediciones de castigo mataban a una media de cincuenta personas cada noche (...) Mas las cifras no pueden ser lo esencial en casos así. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Nunca vi, ni entre los españoles, ni tampoco entre los franceses venidos ya para combatir, ya para pasearse –estos últimos solían ser intelectuales tiernos e inofensivos–, jamás vi –decía– a nadie expresar ni tan siquiera en la intimidad una muestra de repulsión, hastío o desaprobación (...) Hombres aparentemente valerosos (...) contaban con una sonrisa fraternal cuántos habían matado entre sacerdotes y "fascistas" (palabra que se utilizaba en un sentido extremadamente lato). Albergué el sentimiento de que, mientras las autoridades espirituales y temporales sigan estableciendo una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuya vida tiene un valor, no hay nada más natural para el hombre que matar." 

SIMONE WEIL: ESCRITOS HISTÓRICOS Y POLÍTICOS. Trotta (Madrid), 2007, 539 páginas.

domingo, junio 24, 2007

Rorty


Dicen en ABC (El secreto de Rorty) que Rorty murió hace dias: el 8 de junio de 2007 en Palo Alto, California, de cancer de pancreas. Modeló (paralelamente a su floja carrera filosófica derivada del pragmatismo de William James, Dewey y Ludwig Wittgenstein ) toda una teoria literaria en torno a Henry James, Marcel Proust y Walt Whitman.

domingo, mayo 13, 2007

Retrato del monstruo como joven artista, o Coetzee sobre el último libro de Mailer.

En su doble biografía de dos de los carniceros más cruentos y peores monstruos morales del siglo XX, Stalin y Hitler (¿pero no está Mao a su altura? ¿Y Pol Pot no merece un análisis?), Alan Bullock reproduce, una junto a la otra, fotografías grupales escolares del pequeño Iosif y el pequeño Adolf tomadas en 1889 y 1899 respectivamente; en otras palabras, cuando ambos tenían unos diez años.(1) Al examinar ambos rostros, uno trata de percibir cierta esencia, un halo oscuro, algún indicio de los horrores futuros; pero las fotografías son viejas, la definición es pobre, no se puede tener ninguna certeza y, por otra parte, una cámara no es un instrumento adivinatorio.
La prueba de la fotografía grupal escolar —¿Cuál será el destino de esos chicos? ¿Cuál de ellos llegará más lejos?— tiene una significación especial en los casos de Stalin y Hitler. ¿Es posible que algunos seamos malos desde el momento en que abandonamos el útero materno? De lo contrario, ¿cuándo ingresa el mal en nosotros, y cómo? O, para plantear la pregunta en términos menos metafísicos, ¿cómo es que algunos nunca desarrollamos una conciencia moral restrictiva? ¿En el caso de Stalin y Hitler el problema residió en la forma en que los criaron? ¿En las prácticas educativas de Georgia y Austria de fines del siglo XIX? ¿O fue que los chicos desarrollaron una conciencia y que más adelante la perdieron? ¿Iosif y Adolf eran todavía muchachos dulces y normales en la época en que los fotografiaron y se convirtieron en monstruos después, tal vez como consecuencia de los libros que leyeron, de las compañías que frecuentaron o de la presión de su época? ¿O no tenían nada de especial, después de todo, ni antes ni después, y sólo fue que el guión de la historia exigía dos carniceros, un Carnicero de Alemania y un Carnicero de Rusia y, de no haber estado Iosif Dzhugashvili y Adolf Hitler en el lugar y el momento oportunos, la historia habría encontrado otro par de actores, tan buenos como ellos (vale decir, tan malos), para desempeñar esos papeles?
Por cierto que éstas no son preguntas que a los biógrafos les guste abordar. Existen límites a lo que podemos saber con certeza sobre el pequeño Stalin y el pequeño Hitler, sobre su entorno familiar, su educación, sus primeras amistades, sus influencias tempranas. El salto del mero registro fáctico a la vida interior es enorme, y es comprensible que historiadores y biógrafos (el biógrafo pensado como historiador del individuo) se muestren renuentes a practicarlo. Por lo tanto, si queremos saber qué pasaba en esas dos almas infantiles, tendremos que recurrir al poeta y al tipo de verdad que ofrece el poeta, que no es la misma que la del historiador.Es ahí donde Norman Mailer entra en escena. Mailer nunca consideró que la verdad poética fuera una verdad de una variedad inferior. Desde Un sueño americano, pasando por Los ejércitos de la noche y La canción del verdugo hasta Marilyn, se sintió en libertad de valerse del espíritu y los métodos de la investigación literaria para acceder a la verdad de nuestra época, en una empresa que, si bien puede ser más arriesgada que la del historiador, brinda mayores compensaciones. El tema de su nuevo libro es Hitler. Hitler puede pertenecer al pasado, pero el pasado al que pertenece sigue vivo, o por lo menos no está muerto. En The Castle in the Forest (El castillo en el bosque), Mailer escribe la historia del joven Hitler, y específicamente la historia de cómo el pequeño Hitler terminó poseído por las fuerzas del mal.
El árbol genealógico de Hitler es enmarañado y, para los parámetros de Nuremberg, no del todo adecuado. Su padre, Alois, era hijo ilegítimo de una mujer llamada Maria Anna Schicklgruber. El candidato más probable a su paternidad, Johann Nepomuk Hüttler, era también abuelo, a través de otra relación, de Klara Pölzl, sobrina y tercera esposa de Alois y madre de Adolf. Alois Schicklgruber se autolegitimó con el nombre de Alois Hitler (su opción de escritura) a los cuarenta años de edad, unos años antes de casarse con Klara, que era mucho más joven que él.Sin embargo, nunca se acallaron del todo los rumores de que el verdadero padre de Alois —y, por lo tanto, el abuelo de Adolf— era un judío llamado Frankenberger. Llegó a deslizarse incluso que Klara era hija natural de Alois. Una vez que ingresó a la vida política, en la década de 1920, Adolf Hitler hizo todo lo que pudo por ocultar y hasta falsear su genealogía. Eso puede haberse debido o no a que consideraba que tenía un antepasado judío. A principios de la década de 1930, los diarios opositores trataron de desacreditar al Hitler antisemita señalando que en su armario familiar había un judío oculto, intentos que llegaron a su fin de forma abrupta cuando los nazis tomaron el poder.
Mediante sus propios esfuerzos, Alois Hitler se elevó del campesinado al estrato medio del servicio aduanero austríaco. Tuvo tres hijos con Klara, y también incorporó a la familia a dos hijos de un matrimonio anterior. Uno de esos hijos, Alois, se escapó de la casa para llevar una vida errante y en parte ilegal (también bígamo). El hijo de ese Alois, William Patrick Hitler (de madre irlandesa) trató sin éxito de extorsionar al Führer en relación con secretos familiares antes de emigrar en 1939 a los Estados Unidos, donde, luego de pasar por el circuito de conferencias como especialista en su tío, se incorporó a la Marina.
En Mein Kampf (Mi lucha), el libro que escribió en la cárcel en 1924, Hitler da una versión muy diluida de sus orígenes. Nada de incesto, nada de ilegitimidad, por cierto nada de ancestros judíos, tampoco nada sobre hermanos. En lugar de ello, nos presenta la historia de un niño brillante que opone resistencia a un padre dominante (pero querido) que quiere que el hijo siga sus pasos en la administración pública. Decidido a convertirse en artista, el niño reprueba deliberadamente los exámenes escolares y frustra así los planes del padre. En este momento, el padre muere de forma providencial y, con el apoyo de la madre, el chico se encuentra en libertad de seguir su destino.
La historia del fracaso escolar deliberado es una evidente racionalización. Adolf era un chico inteligente pero no, como le gustaba pensar, un genio. Convencido de que tendría éxito tan sólo por ser quién era, despreciaba el estudio. Una vez que pasó de la escuela primaria a la Realschule, el colegio secundario técnico, se fue quedando cada vez más rezagado en relación con sus compañeros y terminaron por expulsarlo.
El mundo habría sido un lugar más feliz si Alois padre se hubiera salido con la suya y Adolf se hubiera transformado en un oficinista en los rincones más oscuros de la burocracia austríaca, pero no fue así. Sin duda Alois castigaba a su hijo; los golpes y otras muestras del poder paterno engendraron en el hijo la decisión de no convertirse en padre de familia sino de asumir en la imaginación del pueblo alemán la identidad del hijo rebelde implacable, objeto de la admiración de millones de otros hijos e hijas en cuyo pecho bullía el recuerdo de las humillaciones pasadas. La lección parece ser que el castigo corporal es una mala idea, que una cultura en la que se humilla el orgullo de los varones jóvenes corre el riesgo de provocar el retorno de lo reprimido, pero mil veces magnificado.
El conflicto entre Alois padre y Adolf está presente en la novela de Mailer, si bien esta vez tanto desde el punto de vista del padre como del hijo. Se describe al vilipendiado tirano doméstico Alois de forma más compasiva, como un sagaz funcionario aduanero, un marido orgulloso de su virilidad, un hombre de escasa educación que ascendía socialmente con gran esfuerzo. El Adolf de Mailer, en cambio, es un chico manipulador, llorón y nada atractivo, embargado por deseos incestuosos y celos edípicos, así como profundamente rencoroso. Tiene un mal olor del que no puede librarse; también tiene el hábito de evacuar el intestino cuando siente miedo. El más indignante de sus actos es contagiarle el sarampión a su hermano menor, un chico atractivo y muy querido. Edmund se muere, tal como estaba previsto. Adolf queda en plena posesión del nido.Cuando el joven Adolf decía que quería ser artista, no era porque sintiera una vehemente pasión por el arte, sino porque quería que se lo considerara un genio, y convertirse en un gran artista le parecía la forma más rápida de que un muchacho ignoto, de escaso dinero y sin relaciones obtuviera ese reconocimiento. Cuando ingresó a la política, en la década de 1920, ya había abandonado sus pretensiones artísticas y hallado un modelo más compatible. Hitler estaba obsesionado con su lugar en la historia, vale decir, con el tema de cómo se verían en el futuro sus actos del presente. "Para mí hay dos posibilidades", le dijo a Albert Speer: "triunfar por completo con mis planes o fracasar. Si triunfo, seré uno de los hombres más importantes de la historia. Si fracaso, me condenarán, rechazarán y maldecirán".
La conjugación del concepto de genio con la idea del gran hombre, contaminada aún más con el concepto del gran criminal, el rebelde cuyos actos luciferinos desafían las normas de la sociedad, tuvo un fuerte efecto formativo en el carácter de Hitler. Al llegar a los quince años, se sentía plenamente un genio. En cuando a los grandes crímenes (que, como señala Stavrogin, bien pueden ser crímenes en apariencia menores siempre y cuando sean lo suficientemente viles, miserables, perversos y sórdidos), la vida en la casa de Hitler, por lo menos en la versión de Mailer, le proporcionó al joven Adolf bastantes oportunidades de practicarlos. Hitler no tenía la conciencia histórica ni el distanciamiento de sí necesarios para reconocer hasta qué punto estaba inmerso en la teoría romántica del gran hombre. Tampoco es probable que, de haberlo reconocido, hubiera querido abandonarla.
Una vez que el padre dejó de estar presente para oponérsele, y con una madre complaciente que cubría sus necesidades, Adolf se tomó un descanso de dos años después del colegio secundario, durante los cuales se quedó en su casa y se dedicó a leer toda la noche, a levantarse tarde, dibujar y aporrear el piano sin método alguno. Es en ese punto donde The Castle in the Forest llega a su fin.Según sus editores, Mailer proyecta escribir una trilogía que cubrirá toda la vida terrenal de Hitler. De todos modos, lo que sugiere The Castle in the Forest es que el germen maligno de la calamidad que se desataría sobre el mundo ya estaba bien desarrollado para 1905, cuando Hitler tenía dieciséis años. Si buscamos la verdad de Adolf Hitler, la verdad poética, parecería decir Mailer, los años que van desde su concepción y nacimiento hasta la finalización de sus estudios proporcionan material suficiente.Sin duda es una trivialidad decir que el carácter se forma en los primeros años de vida, que el niño es el padre del hombre. Pero en Austria había miles de chicos que querían a su madre, se llevaban mal con el padre y tenían un mal rendimiento escolar, y no todos se convirtieron en asesinos masivos. A menos que se esté dispuesto a dar un salto como el que da Mailer, de la fidelidad a la realidad a una actitud intuitiva, ninguna investigación de los escasos documentos históricos sobre la infancia de Hitler revelará qué era lo que tenía de especial, qué lo diferenciaba de sus contemporáneos.
Hasta 1918 Hitler fue uno más de los miles de soñadores semieducados que tenían la cabeza llena de disparates místicos racistas. Después de 1918 se convirtió en un verdadero peligro para la humanidad. ¿Podemos decir, entonces, que a fines de 1918, en ocasión de su juramento de "a cualquier precio", hizo un pacto con el diablo y el mal ingresó a su alma?Esa pregunta puede tener poco sentido para el historiador. "La mayor parte de la gente educada —escribe Mailer a través de su portavoz anónimo— está dispuesta a rechazar la idea de algo como el Diablo. (...) No hay que extrañarse, entonces, de que el mundo tenga una comprensión muy pobre de la personalidad de Adolf Hitler. Aborrecimiento, sí, pero no comprensión. Después de todo, es el ser humano más misterioso del siglo." La pregunta: ¿Cuándo ingresó el mal en el alma de Hitler? tiene un indudable significado para Mailer. Su respuesta es: En el momento mismo de su concepción. En la historia de Mailer, el diablo estuvo en posesión de Adolf Hitler desde nueve meses antes de su nacimiento en abril de 1889 hasta el día de 1945 en que murió, y éste hizo siempre su voluntad en el mundo.
Una respuesta semejante exige cierto sostén teológico y metafísico que Mailer no duda en proporcionar. Así como hay un Dios, en la versión de Mailer, también hay un demonio en jefe al que sus subordinados llaman el Maestro.(2) Los doce años del Tercer Reich representan uno de los triunfos del Maestro. Sin duda también Dios tiene sus victorias, si bien ninguna aparece en el libro de Mailer. La historia del joven Adolf está narrada por uno de los demonios de rango medio de la organización infernal, un funcionario encargado de vigilarlo y asegurarse de que no abandone el camino del mal.
El tipo de existencia que llevan los inmortales nunca significa gran cosa para los mortales. El relato que hace Mailer, a través de su narrador, de una eterna lucha cotidiana entre las fuerzas celestiales e infernales y de enfrentamientos entre reparticiones de la burocracia infernal, está planteado con habilidad pero constituye el aspecto menos interesante de la novela. Sin embargo, por lo menos la respuesta que da a la pregunta por Adolf en la fotografía escolar es muy directa. Sí, Adolf era malo ya en 1899. Era un niño malo antes de ser un hombre malo, y era un bebé malo antes de ser un chico malo. Alois y Klara Hitler son retratos convincentes de personas que hacen su máximo esfuerzo como padres, teniendo en cuenta que son humanos y que la naturaleza humana es débil, y también que hay fuerzas sobrenaturales que conspiran en su contra. Adolf resulta igualmente convincente como un chico escalofriante y repulsivo. A pesar de las intervenciones sobrenaturales, Mailer no cae en escribir una novela de lo sobrenatural, una novela gótica. Las fuerzas siniestras podrán haber ingresado a su alma, pero Adolf sigue siendo siempre un ser humano, uno de nosotros.Mailer tiene ahora ochenta y tantos años. Su prosa puede no tener la intensidad eléctrica que la caracterizaba hace cuarenta años, pero no perdió nada de su audacia transgresora. Y sin duda hay que coincidir con él: ayudarnos a entender al "ser humano más misterioso del siglo" es sin duda una tarea oportuna. ¿Pero de qué forma la novela mejora nuestra comprensión? Al adentrarnos en la mente de un niño nada querible que se excita ante el espectáculo de abejas quemadas vivas y se masturba al escuchar la tos hemorrágica del padre, ¿Mailer está afirmando que empezamos a entender a Hitler cuando vemos que los actos viles del hombre adulto no son diferentes en esencia —si bien lo son, y mucho, en magnitud— de los actos de su infancia, y que ambos son expresión de una psicopatología intrincada, temible hasta el punto de la maldad? ¿Todo mal es en esencia banal, y caemos en una de las hábiles trampas del diablo cuando tratamos el mal con respeto, cuando lo tomamos en serio?
En otras palabras: ¿qué tan serio es el libro de Mailer sobre Hitler, que se publica después de El evangelio según el Hijo (1997), una biografía del representante terrenal de un Dios en absoluto todopoderoso, un joven atormentado que oye voces pero no siempre sabe con certeza de dónde proceden? ¿El tono de The Castle in the Forest, que por momentos es tan liviano que raya en lo cómico, es un indicio de que deberíamos tomar con reservas las alternativas celestiales e infernales? ¿Por qué, a pesar del demonio que lleva dentro, no parece haber motivos para temerle más al joven Adolf que a un perro bravo y traicionero? ¿Y por qué el Dios de Mailer es un inútil (los diablos se refieren a él con desprecio y lo llaman der Dummkopf)?(3)"La lección que nos enseña Adolf Eichmann —escribió Hannah Arendt en la conclusión de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal— es la de "la temible banalidad del mal, que desafía a la palabra y el pensamiento" (el énfasis es de Arendt). Desde 1963, cuando Arendt la acuñó, la fórmula "la banalidad del mal" adquirió vida propia. En la actualidad tiene el valor de cliché que tuvo "gran criminal" en la época de Dostoievski.En el pasado Mailer manifestó una y otra vez sus sospechas en relación con esa fórmula. En su condición de liberal secular, dice Mailer, Arendt se muestra ciega a la fuerza del mal en el universo. "Pensar (...) que el mal es banal me parece dar muestras de una prodigiosa pobreza de imaginación." "Si Hannah Arendt tiene razón y el mal es banal, entonces eso es mucho peor que la posibilidad opuesta de que el mal sea satánico", peor en el sentido de que no hay lucha entre el bien y el mal y, por lo tanto, la existencia no tiene sentido.
No es exagerado decir que la discusión de Mailer con Arendt es un subtexto presente en The Castle in the Forest. ¿Pero Mailer le hace justicia a Arendt? En 1946 Arendt mantuvo un intercambio epistolar con Karl Jaspers a raíz del uso que éste hacía de la palabra "criminal" para caracterizar las políticas nazis. Arendt disentía. En comparación con la mera culpabilidad criminal, le escribió a Jaspers, la culpa de Hitler y sus cómplices "excede y frustra todos y cada uno de los sistemas legales".
Jaspers se defendió: si se sostiene que Hitler fue más que un criminal, dijo, se corre el riesgo de atribuirle la misma "grandeza satánica" a la que aspiraba. Arendt se tomó la crítica muy en serio. Cuando escribió el libro sobre Eichmann, trató de mantener viva la paradoja de que, si bien los actos de Hitler y sus cómplices pueden desafiar nuestra capacidad de comprensión, no había en ellos ningún pensamiento profundo, ninguna grandeza de intenciones. Eichmann, un hombre nada interesante en el plano humano, un burócrata de pies a cabeza, nunca tuvo ningún tipo de conciencia filosófica de lo que hacía. Lo mismo podría decirse, mutatis mutandis, del resto de la banda.
Tomar la frase "la banalidad del mal" para resumir el veredicto de Arendt sobre los actos del nazismo, como parece hacer Mailer, supone obviar la complejidad del pensamiento subyacente: lo que es peculiar a la banalidad cotidiana de una política de exterminio masivo organizada en términos industriales y administrada de forma burocrática, es que también "desafía la palabra y el pensamiento", que excede nuestra capacidad de comprensión o descripción.Ante la magnitud de la muerte, el sufrimiento y la destrucción de la que fue responsable el Adolf Hitler histórico, la comprensión humana retrocede aturdida. De forma diferente, nuestra comprensión puede retroceder cuando Mailer nos dice que Hitler fue responsable del Tercer Reich sólo en un sentido mediato, que en última instancia la responsabilidad recae en un ser invisible conocido como el Diablo o el Maestro. El problema aquí es la naturaleza de la explicación que se nos ofrece: "El Diablo lo obligó a hacerlo" no apela a la comprensión, sino sólo a cierto tipo de fe. Si se toma en serio la lectura que hace Mailer de la historia mundial como una guerra entre el bien y el mal en la que los seres humanos actúan como instrumentos de agentes sobrenaturales —vale decir, si se toma esa lectura de forma literal en lugar de como una metáfora extendida y no muy original de un conflicto no resuelto e insoluble de la psiquis humana—, entonces el principio de que los seres humanos son responsables de sus actos queda subvertido, y también la ambición de la novela de buscar y decir la verdad de nuestra vida moral.
Por suerte, The Castle in the Forest no exige una lectura literal. Más allá de la superficie, se advierte que Mailer está en lucha con la misma paradoja que Arendt. Al invocar lo sobrenatural, puede dar la impresión de que afirma que las fuerzas que animaban a Adolf Hitler eran más que simplemente criminales. Sin embargo, el joven Adolf Hitler que él resucita en estas páginas no es satánico, ni siquiera demoníaco, sino sólo desagradable. Mantener viva la paradoja infernal-banal con toda su carga insondable y angustiante puede ser el máximo logro de este considerable aporte a la ficción histórica.
Notas:
(1) Bullock, Alan. Hitler and Stalin: Parallel Lives. Londres: HarperCollins: 1991, p. 27. (Trad. esp.: Hitler y Stalin. Vidas paralelas. Barcelona: Plaza & Janés, 1994.)(2) (N. del T.: en castellano en el original.)(3) (N. del T.: el idiota.)