
La farsa investigada
Los procesos
Puede resultar una declaración excesiva. Solo el ciego argentino ha tenido, en este tiempo que vivimos, un tamaño suficiente de erudición, de vida íntima tan sucintamente literaria, que pueda dar a entender una experiencia vital desde el pensamiento que translucen sus esotéricos (por herméticos), sus inmateriales y sincréticos escritos.
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| Doodle de Google en homenaje a La Metamorfosis |
Pero inexorablemente siempre existe la obra previa. Jorge Luis no se enamoró muchas veces, pero la equivalencia en su psiquis pudo ser la lectura de Quevedo, de Oswald Spengler, de Samuel Taylor Coleridge, o William Wordsworth.
Borges, vincula (como templo de la crítica que siempre consultaremos) la literatura del oficinista de Praga a que los escolásticos ya llamaron el "regregresus in infinitum", que no dejaba de ser una oda al absurdo de la lógica y por la lógica. Residía la locura matemática en el hecho de que si el tiempo se compone de instantes y el espacio está hecho de puntos, eternamente divisibles, resultaría que una cantidad cualquiera no puede agotarse JAMÁS. Según el genial coloso ciego, "la diferencia esencial con sus contemporáneos y hasta con los grandes escritores de otras épocas, Bernard Shaw o Chesterton, por ejemplo, es que con ellos uno está obligado a tomar la referencia ambiental, la connotación con el tiempo y el lugar... Kafka, en cambio, tiene textos, sobre todo en los cuentos, donde se establece algo eterno."
Se celebra el centenario de la edición de ‘La metamorfosis’ y el hombre occidental sigue viviendo la pesarosa sensación de transitar sometido a una fría máquina, a un estado sin rostro, a una logia implacable. Era una de las ideas de Kafka, también apuntada por el oráculo bonaerense. "Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético. El hombre que está aprisionado por un orden, el hombre contra el Estado, ese fue uno de sus temas preferidos."
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| Franz Kafka |
Kafka fue el primero, o uno de los primeros, que lo aplicó a la literatura. Procede este planteamiento de la naturaleza de su sangre semita y lo críptico, hermético de la literatura de la kabbalah. Kafka se sentía cómodo en los acertijos y laberintos, propicios paisajes insondables en los que ocultarse con su enfermedad perpetua, como la soledad del gnosticismo, de los hijos del Zohar, de Dionisio Areopagita o Meister Eckhardt. Navegantes sin casa aquí.
Ese ser neurótico, débil, tremendamente acobardado por la presencia del padre, y básicamente obsesionado con la escritura, redactó en 21 días, entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912, La Metamorfosis, (¿o es La transformación?) una de las obras maestras de la literatura de todos los tiempos. Siempre existe en los estudiosos una idea que no se atreven a mostrar de frente pero que ante la infantil especie de sus cartas a Felice se refuerza. Kafka era tan asustadizo que escribía de forma oscura ante la amenaza de ser descubierto por su progenitor. Pidió quemar su obra a su muerte por pudor. Tal era la vergüenza que sentía por si mismo, por mostrarse.
“Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados. Pero el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barrido”. Kafka, por la propia naturaleza de su terrible literatura, será siempre un autor sin hogar, espacio ni tiempo. Ha sido compartido por muchos y no se han visto el rostro. Robert Musil, De Quincey, Borges, Cervantes, Rimbaud...















































